Pedro tomó su primer bocado de pollo a la cazadora y se quedó mirando a la mujer que lo había preparado.
—¿Está bueno? —preguntó ella, con el tenedor en el aire.
—Paula, está increíble.
Su cumplido la hizo sonrojarse.
—Sabía que te gusta cocinar, pero esto es otra cosa… Esto es digno del mejor restaurante.
—Qué tontería.
—Lo digo en serio. Y te advierto que he comido en unos cuantos restaurantes con estrellas Michelin.
Paula arrugó el entrecejo. No parecía creérselo. Pedro tomó un sorbo del vino que había abierto para acompañarlo, y le pareció perfecto.
—¿Quién te ha recomendado el vino?
—Es el que sirvo siempre con este plato.
—¿Es que eres somelier?
—¿Qué es un somelier?
—Es un experto profesional del vino. Están especialmente formados para maridar comida y vino.
—¿Y les pagan por eso? —se sorprendió—. Como decía nuestra niñera inglesa, se aprende algo nuevo cada día. En casa de mi padre, cuando preparaba algún plato nuevo, recorría la bodega hasta encontrar el vino que lo acompañase a la perfección.
Pedro intentó que no le notase la reacción visceral ante la mención de su padre. Paula estaba haciendo un gran sacrificio para que pudiera ser el padre de su hijo. Debía odiarlo por lo que le había hecho, pero estaba anteponiendo las necesidades de su hijo a las propias, y él tenía que hacer lo mismo. Tenía que lograr aprender a separarla de su padre porque, si no lo lograba, ¿Cómo iba a poder separar al nieto del abuelo? Ya se había convencido de que su idea de vivir juntos hasta que naciera el bebé era la mejor solución.
—¿Prueba y error?
Ella asintió con una risilla, tan inesperada que fue como música para sus oídos.
—Una vez, cuando estaba preparando por primera vez una receta toscana, probé ocho botellas de vino, lo cual a mi padre no le hizo mucha gracia, sobre todo porque una era un Barolo de diez mil euros.
—¿Y maridó bien con la receta?
—¡No! —se rió abiertamente.
—Está claro que tienes una buena nariz.
Paula arrugó la nariz en un gesto tan ridículo que Pedro también se echó a reír. Tomó otro sorbo de aquel vino tan delicioso y miró la copa de agua que tenía ella. Su buen humor se empañó un poco, y ella debió notarlo.
—¿Qué ocurre?
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