—Iba a instalarte en mi alcoba y luego nos iríamos de viaje hasta que me dieras la casa y Federico lograse recuperar el negocio…
—¿Instalarme? —lo interrumpió—. ¿Cómo si fuera una bañera, o algo así? —se cruzó de brazos—. Ni siquiera me consideras humana.
—Por supuesto que sí.
De hecho, si no suscitara en él una respuesta precisamente tan humana, no estarían en aquel día. Si no tuviera unos recuerdos tan intensos de la única noche que habían pasado juntos, no se mostraría tan reticente a la hora de compartir una cama con ella, aunque fuera solo unas cuantas semanas. Era un hombre, no una máquina, y Paula era una tentación tan caliente que se sentía incapaz de resistir.
Paula miraba por la ventana del dormitorio, una de las cuatro que tenía la habitación, tan bien aislada que no dejaba pasar ni un solo ruido de la tormenta que seguía rugiendo en el cielo oscuro de la noche. Sintió un escalofrío y echó las cortinas. El silencio era absoluto. Pedro había salido inmediatamente después de haber tomado juntos una cena ligera, aduciendo que tenía cosas de trabajo de las que ocuparse. ¿Trabajo, a las nueve de la noche? Se había salido con la suya respecto a lo de compartir alcoba. Le había llevado el equipaje allí. Su dormitorio era muy bonito. Las paredes estaban pintadas de un suave color gris, el techo lucía las mismas molduras que había en el salón, y las cortinas y la gruesa alfombra eran de color crema. El edredón granate daba un toque se color, lo mismo que los cuadros de mujeres semidesnudas, delicados y de buen gusto. Todo conseguía transmitir una atmósfera de paz. Y ella acababa de abrirse paso como una excavadora en esa tranquilidad. A pesar de todo, se sentía orgullosa de sí misma por no haber capitulado. La Paula que era antes de la boda se habría replegado y habría permitido que se saliera con la suya. ¿De verdad creía que lo que ella quería era estar allí? ¿Que le producía placer obligarle a aceptar que viviera en su casa, o que compartieran cama, cuando la idea de dormir a su lado le ponía el estómago del revés? Le detestaba por lo que le había hecho, pero era el padre de su hijo. No esperaba que perdonase al suyo. De hecho, a ella también le estaba costando mucho lograrlo. Pero esperaba que perdonara a su hijo inocente por el accidente de su nacimiento. Si no lo conseguía, no sería merecedor del enorme esfuerzo que estaba haciendo ella, y se marcharía sin un ápice de remordimiento. Si ella podía dejar a un lado el dolor y la humillación que le había infligido, bien podía intentarlo también él.
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