lunes, 17 de noviembre de 2025

Falso Matrimonio: Capítulo 56

Se terminó el panecillo de un bocado y dijo:


—Tengo que irme a trabajar.


Paula no entendía el desgarro que le provocaron esas palabras. El fin de semana que habían compartido había salido mucho mejor de lo que se esperaba. Limpiar el aire hablando de sus sentimientos le había servido de mucho, y se juró que no volvería a callarse. Habían caminado kilómetros, y habían hablado durante horas. ¿Quién se iba a imaginar que los dos eran aficionados a las películas antiguas de Hollywood? ¿Quién iba a decir que, de sus diez películas favoritas, coincidirían en siete? Pero lo que de verdad la había conmovido era el modo en que Pedro se había adaptado a su dislexia sin que ella tuviera que pedírselo y sin mencionarlo siquiera. En el Museo de Historia Natural, le había ido leyendo las descripciones de cada vitrina igual que le leía la carta de un restaurante, sin hacerlo evidente y sin avergonzarla. Y ahora se iba a trabajar, y el fin de semana que habían compartido tocaría oficialmente a su fin. No debería sentirse así. Un agradable fin de semana con un hombre no cambiaba lo que le había hecho, ni alteraba el hecho de que no pudiera confiar en él. Estaban juntos solo por el bien del bebé. Le había ofrecido su casa solo por el bien de su hijo. Aun siendo consciente de todo ello, le gustaría que se quedara.


—Claro —contestó—. Y yo debería ducharme. Que tengas un buen día.


Temiendo no ser capaz de resistirse y pedirle que se quedara, se levantó rápidamente, pero con la prisa, se golpeó la pierna en la mesa. El café que Pedro apenas había tocado se volcó y la tapa salió despedida, con lo que el líquido negro y caliente le fue a caer en el regazo.


—¡Ay Dios, Pedro, lo siento muchísimo! —exclamó, acercándose—. ¿Estás bien?


Parecía más sorprendido que dolorido. El café le había empapado la pernera izquierda del pantalón y salpicado la camisa blanca.


—Quítate los pantalones —le ordenó, asustada.


Él levantó una mano en alto.


—No me he quemado.


Se levantó y entró al baño, cerrando la puerta tras de sí. Paula se quedó fuera, retorciéndose las manos angustiada, y cuando ya no pudo aguantar más, llamó a la puerta.


—Pedro, ¿Estás bien? ¿Puedo ayudarte?


Unos minutos más pasaron sin respuesta y al final Pedro emergió del baño, sin pantalones. La línea de su calzoncillo negro marcaba el inicio de una mancha brillante y muy roja. Cubriéndose la boca se echó a llorar. Nunca le había hecho daño a nadie, y aquella quemadura era horrible.


—¡Cuánto lo siento! —dijo entre sollozos.


Entonces sí que le vió expresión de dolor, pero le oyó maldecir y acercarse a ella para abrazarla.


—No llores. Ha sido un accidente —la consoló.


Intentando desesperadamente controlar las lágrimas, intentó no acurrucarse sobre su pecho. Estar tan cerca, sintiendo su respiración en el pelo, la mejilla apoyada en su pecho, oyendo el latido de su corazón, inspirando su perfume… Se sentía tan bien que…

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