lunes, 10 de noviembre de 2025

Falso Matrimonio: Capítulo 44

 —¿Ah, no? Yo diría que estás decidido a encontrarme defectos. Has dado por hecho que no quiero usar el transporte público porque no me gusta codearme con la gente corriente. ¿Cómo te atreves a pensar algo así de mí? Jamás he pensado que sea mejor que nadie. Sé que no lo soy.


—No pretendía decir eso…


—Te he pedido que no me mientas, y eso es exactamente lo que querías decir. ¿Cómo vas a conocerme de verdad si sigues asumiendo cosas sobre mí solo para que encajen en tus propios prejuicios? ¿Tienes idea de lo protegida que ha sido mi vida? ¡Nunca he tenido la oportunidad de utilizar el transporte público! La idea de hacerlo aquí, en una ciudad tan peligrosa como esta, me aterra. ¡La idea de ir a cualquier parte yo sola en esta ciudad, me aterra!


Volvió a mirar por la ventana. Apretaba los dientes y parpadeaba mucho. Estaba a punto de echarse a llorar… Antes de que pudiera hacer algo, llegó el camarero con la comida. Cuando volvieron a quedarse solos, Paula pinchó un pedazo de aguacate. Menos mal que había contenido el llanto, porque se le daba fatal tratar con las mujeres cuando lloraban, aunque fuesen lágrimas de cocodrilo.


—¿De dónde has sacado la idea de que Nueva York es un sitio tan peligroso?


Ella no lo miró.


—De mi padre.


—¿Te lo ha dicho él?


Ella asintió.


—No sé cómo habrá tenido esa impresión, pero no es cierta. Lleva años sin serlo. Por supuesto, hay zonas que es mejor evitar, pero todas las ciudades las tienen.


—Me habló de ello cuando dejé el colegio. Quería visitar América y ver todos los lugares que aparecían en mis películas favoritas, pero él me explicó lo peligrosa que es América y el resto del mundo.


La sangre le golpeó en las sienes al imaginarla, de niña, viendo las mismas películas que había visto él y formulando los mismos sueños, con la diferencia de que a ella la habían disuadido fácilmente para que renunciara a los suyos. No había nada sobre la faz de la tierra que hubiera podido disuadirlo a él.


—¿Y lo creíste?


—¿Por qué no iba a creerlo?


—¿No se te ocurrió investigar por tu cuenta?


Paula negó con la cabeza, y reparó en que se había puesto tan roja como el tomate cereza que se acababa de meter en la boca.


—¿Te crees todo lo que te dicen? —insistió, cada vez más irritado—. Cinco minutos revisando las estadísticas sobre la delincuencia te habrían dado la verdad.


Hubo una pausa. Luego dejó el tenedor en el plato y apoyó la frente en una mano.

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