Delfina estaba considerada la hermana lista de la familia. Si la gente subestimaba tanto la inteligencia de Paula, ¿Cuánto no estarían subestimando la de su hermana? Una mujer así, jamás se casaría con un hombre que sabía que la odiaba.
—Su matrimonio… Lo único que voy a decirte es que seguramente estés equivocado en lo que piensas.
—¿Delfina se casó con mi hermano aun sabiendo la verdad?
—Sí.
—¿Sabe Federico que ella lo sabe?
Paula se cubrió a medias la boca con una mano. ¿Se estaba riendo?
—Tu hermano y tú tienen que mejorar sus dotes comunicativas. Fuera lo que fuese lo que estaba ocultando, acabó siendo un bostezo.
—Ay, perdona.
—¿Cansada?
Volvió a bostezar.
—No me extraña —miró el reloj—. Son las cinco de la mañana en Sicilia. Deberías dormir un rato.
Vió que se agarraba a la librería que tenía al lado.
—Estaba perfectamente hace un momento.
—La adrenalina.
Ella asintió como ausente, parpadeando y sin soltarse de la librería.
—¿Estás bien?
Las piernas se le estaban doblando, y corrió a tomarla en brazos.
—¿Qué haces? —protestó casi sin voz.
—Llevarte a la cama. No protestes, que parecías a punto de desmayarte.
Y con ella en los brazos, subió las escaleras. En lugar de protestar, Paula apoyó la mejilla en su pecho. Sus coletas le rozaban el cuello y su dulce fragancia le invadió los sentidos. Encajaba en sus brazos como si hubiera sido diseñada expresamente para ellos. Estaba dormida para cuando llegaron al dormitorio. La tumbó en la cama y la cubrió con el edredón. Ella se volvió de lado y unió las manos bajo la barbilla. Pedro no podía dejar de mirarla, y cuanto más lo hacía, más deseaba tocarla. Su fuerza de voluntad le abandonó, y rozó con un dedo su mejilla y su pelo después. Luego, cerró los ojos e inspiró hondo antes de salir de la habitación para dejarla dormir. Sola.
Paula nunca se había sentido tan desorientada como la primera mañana que se despertó en casa de Pedro. La habitación estaba oscura, pero un rayo de luz se colaba por una abertura en las cortinas. Incorporándose de golpe, recordó lo que había pasado la noche anterior. El agotamiento la había derrotado y Pedro la había llevado en brazos a la cama. Se volvió a mirar. Su lado de la cama no se había usado. Su estado de ánimo mejoró al abrir una de las cortinas. La tormenta que la había recibido tiñendo su llegada de gris, había dejado en su lugar un cielo azul y un sol deslumbrante. Maravillada, salió a una terraza que no había visto la noche anterior. La vista era espectacular. ¿Desde cuándo tenía verde Nueva York? Se lo había imaginado como una enorme jungla de asfalto, pero justo ante sí tenía una inmensa extensión de árboles. ¿Y era un lago lo que veía en su centro? Sí, todo aquel verde estaba rodeado de rascacielos, pero ver florecer a la naturaleza en un lugar que creía carente por completo de ella la serenó.
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