lunes, 10 de noviembre de 2025

Falso Matrimonio: Capítulo 45

 —Pedro, por favor… Déjalo ya —tardó otro instante en mirarlo—. No podría hacer mi propia investigación porque no puedo leer.


Pedro la miró sin entender.


—¿No puedes leer? ¿En una pantalla?


—En ningún sitio.


—¿Pero qué…? —movió la cabeza, pestañeando—. ¿Qué clase de broma es esta? Yo te he visto leer.


—No.


—Sí. Anoche, en la biblioteca.


—Tenía un libro en la mano, pero no estaba leyendo. Daría lo que fuera por poder leer.


—Pero si te he visto leer las cartas de los restaurantes…


Pero la piel se le heló al recordar lo ocurrido apenas media hora antes, cuando ella se había empeñado en pedirle opinión al camarero. Y también recordó que, durante el tiempo que habían salido juntos, siempre elegía después de que la persona que los atendía le recitara los platos. Movió la cabeza de nuevo, intentando despejarla.


—Pero tú eres una persona que ha tenido que leer. Se nota en la clase de lenguaje que utilizas. Y has mencionado libros que has leído.


—Libros que he disfrutado —aclaró—. Delfina me introdujo los audiolibros cuando yo tenía catorce años. Me encanta escucharlos.


—Pero… —tragó saliva. Conocía a Paula desde hacía tres meses. Se había casado con ella. Estaba embarazada de él. ¿Cómo era posible que no supiera algo tan fundamental sobre ella?—… ¿Cómo es posible que una persona llegue a los veintiuno sin saber leer?


—Hace poco que he descubierto que soy disléxica. Muy disléxica. No lo sabía —se mordió un labio—. Pensaba lo que piensa todo el mundo: Que soy idiota.


—Tú no eres idiota.


Eso podía decirlo con toda seguridad. Ella sonrió y pinchó un langostino con su tenedor.


—No veo las letras como los demás. Para mí son solo garabatos. Las palabras escritas no significan absolutamente nada para mi cerebro. Siempre ha sido así.


Se había quedado sin apetito, y empujó el plato a un lado.


—¿Por qué no me lo has dicho antes?


Respiró hondo y volvió a mirar por la ventana.


—Me daba vergüenza.


—¿Vergüenza, de qué?


Lo miró de nuevo. Los ojos le brillaban.


—De ser así. Los hombres como tú…


—¿Los hombres como yo?


—Podrías haberte casado con cualquiera. Tú fuiste mi única opción, y yo estaba desesperada por casarme contigo —confesó en un susurro—. Sentía tantas cosas por tí, y quería tener la libertad que tú representabas. Me daba un miedo atroz que supieras la verdad y cancelases la boda.


Pedro respiró hondo.


—¿Qué te hizo pensar eso?


—Pues que eres un hombre de éxito, con una confianza en tí mismo increíble. No te da miedo nada, y cualquier cosa que te propongas, la consigues. Fíjate en todo esto… —hizo un gesto con la mano que abarcaba todo lo que había alrededor—. No puedo ni imaginarme lo duro que has debido trabajar y la determinación que se necesita para crearlo. Te he contado ahora lo de mi dislexia porque es horrible que pienses que soy una vaga, una malcriada que no ha querido hacer absolutamente nada, y no es que no quiera, sino que no puedo. Igual que tampoco he podido rebatir las ideas de mi padre sobre el mundo, porque no tenía modo de contrastarlas, aunque quisiera. Delfina estaba en la universidad, de modo que no formaba parte de la conversación, y por supuesto, nadie del personal de mi padre iba a contradecirle. La tecnología ha hecho que mi vida sea más fácil hace poco, pero entonces no tenía nada, de modo que creí a mi padre porque no tenía razón para pensar que fuese a mentirme.


A Pedro le asaltaban los pensamientos uno tras otro, y la culpa le roía el estómago. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Ahora veía las señales que antes le habían pasado desapercibidas. No era propenso a pasar nada por alto, pero con Paula… Con ella había ignorado las señales porque, tal y como ella había señalado, eran tantos sus prejuicios que los había utilizado para que se adaptasen a la idea que él mismo se había hecho.

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