miércoles, 19 de noviembre de 2025

Falso Matrimonio: Capítulo 62

El tiempo quedó suspendido en el momento que ella se volvió para mirarlo. Su respiración se había vuelto entrecortada y cuando lo miró con aquellos hermosos ojos él perdió la capacidad de respirar. Paula se sintió atrapada, pero no por la mano de Pedro, sino por el peso de las emociones que brillaban en sus ojos. Sin dejar de mirarla, deslizó suavemente la mano para acariciar su brazo hasta llegar al hombro, una caricia que hizo vibrar todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo a la espera de lo que fuese a hacer después. Pedro tiró suavemente de su nuca, y el deseo de él, que llevaba arrastrando tanto tiempo se volvió un pálpito de necesidad en lo más hondo de su ser y, sintiendo ya la respiración de él rozándole los labios, cerró los ojos para saborear la sensación y su calor como de chocolate caliente. Apoyó la otra mano en su mejilla y su respiración se fue haciendo cada vez más y más caliente, hasta que todas las células de su cuerpo amenazaron con derretirse. Era un beso lento, sensual, exploratorio, una fusión erótica que la hacía estremecerse de arriba abajo. Deslizó la mano de nuevo por su brazo y se separó para mirarla a los ojos. Había dolor en sus profundidades verdes, pero era un dolor que podía comprender, que compartía. El dolor de un deseo que se había hecho tan grande que ya no podía ser contenido. Le oyó gemir antes justo de que volviera a tirar de ella para sentarla en su regazo y devorase su boca con la necesidad de un hambriento.


Paula había sido educada para pensar que solo los hombres disfrutaban con el sexo. Que las mujeres únicamente lo soportaban, pero ella se había sentido atraída por Pedro desde el primer instante. Sentía necesidad de él, pero no de sexo… No hasta que pasó con él la noche más mágica de su vida. Todo lo que había descubierto apenas transcurridas unas horas había destrozado su inocencia, pero el recuerdo de aquel momento se había negado a desaparecer. Pedro había encendido un fuego en su interior, y sus intentos por sofocarlo no habían servido para nada. Las largas noches que había compartido cama con él, anhelando sus caricias, deseando que la magia que había tenido lugar una sola vez volviera a cobrar vida. Cómo lo deseaba. Cómo anhelaba sus caricias. Cómo deseaba volver a experimentar aquella maravilla sin miedo, disfrutando de las increíbles sensaciones que despertaba en ella y de la unión que habían compartido. Pegados sus pechos, moviéndose sus labios y las manos de Pedro a un ritmo furioso, sintió sus caricias por la espalda, los costados, los muslos, las nalgas y de vuelta por la espalda, hasta llegar a la goma que le sujetaba el pelo y quitarla para que su melena los envolviera a ambos como si fuera una sábana.

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