viernes, 22 de agosto de 2025

La Niñera: Capítulo 60

 —¿Quién fijó la reunión? —preguntó Paula.


—Gabriela. Ella es la que se encarga de eso.


—Muy interesante —murmuró Paula entre dientes y empezó a remover la salsa con tanta violencia que se manchó el jersey. 


Los ojos se le arrasaron de lágrimas. Con una servilleta se empezó a limpiar el jersey. Pedro le quitó la servilleta de las manos y le limpió la barbilla, que también se la había manchado.


—No te enfades conmigo, Paula —le suplicó él— . Intento estar aquí todo lo que puedo.


—Pero no es mucho —le respondió, sintiendo un escalofrío por la espalda, mientras le limpiaba la cara.


—Intentaré terminar la reunión lo antes posible. Te lo prometo —le dijo, y lo dijo en tono sincero.


Paula frunció el ceño y esbozó una sonrisa.


—No frunzas el ceño, que te van a salir arrugas — murmuró él, acercándose a ella y dándole un beso en los labios—. Tienes salsa —le dijo y después, sin mediar más explicaciones, acercó la cabeza otra vez y la besó.


Paula se olvidó de la salsa y de la reunión, e incluso se le pasó el enfado. Se olvidó de todo, a excepción de sus labios, de la suavidad de su lengua, de la calidez de su boca, de sus manos en su cuerpo. Podría haberse olvidado hasta de su nombre, si no fuera porque Pedro lo pronunciaba a cada momento. El sonido del teléfono los apartó como dos autómatas. Ella sabía que los ojos le brillaban y que tenía los labios hinchados. Observó a Pedro levantar el auricular y responder. Dió un suspiro y se metió la mano en el bolsillo.


—Muy bien, Gabriela. Veré si puedo encontrarlo. Por cierto, mañana me gustaría terminar pronto. ¿Por qué? Pues para estar con los niños. Ya lo sé, pero lo de la nieve no fue culpa mía. Ya sé que no debía haber estado allí, pero estaba. No exageré la situación —le dijo, con paciencia.


Paula estuvo escuchando la conversación, sin quererlo. Si hubiera sido ella, le habría dicho a aquella mujer lo que tenía que hacer y sin tantos miramientos. A punto estuvo de arrebatarle el teléfono y decírselo, pero se contuvo. Estaba segura de que aquella mujer tenía segundas intenciones. Seguro que podría haber puesto la reunión en cualquier otro momento. Incluso podrían haber discutido todos los detalles por teléfono o por fax. Apretó los dientes, se armó de paciencia y empezó a remover los espagueti lentamente. No quería que Pedro le limpiara la cara más. O por lo menos, no hasta que terminara de hablar por teléfono. Cuando colgó, siguió dándole la espalda, sin saber cómo reaccionar después de aquel beso. La verdad era que había sido un poco inocente. Se alegró de que se tuviera que ir aquella noche, porque así podría irse a la cama con un buen libro y olvidarse de los besos tan excitantes que le daba el señor Pedro Alfonso...

La Niñera: Capítulo 59

 —¡Paula!


A Paula le dió un vuelco el corazón. Conocía aquel tono de voz. Después de haber pasado tres días Ringo en casa, ya se había acostumbrado a los gritos que daba Pedro cuando descubría alguna trastada que había hecho el perro. El día anterior, había entrado en el estudio, había volcado la papelera y se había comido los papeles. Luego, había aparecido dormido en la cama de Pedro. Ella se preguntó qué habría hecho en aquella ocasión. No tuvo que esperar mucho tiempo. Él apareció bajando las escaleras, con un par de zapatos en la mano. Le enseñó uno y Paula no tuvo más remedio que mirarlo. Le había destrozado los zapatos que había comprado para lucir en las fiestas. Cerró los ojos y los abrió de nuevo. Pero la visión no cambió.


—Lo siento, pensé que había cerrado la puerta.


—Pues es evidente que no, a menos que la pueda abrir.


—Puede abrir las que tienen picaporte, pero no las que tienen pomo.


—Es un alivio oír eso —comentó él, en tono irónico—. ¿No crees que podríamos guardarlo en un sitio determinado, sin dejarlo que esté por toda la casa? Así a lo mejor vuelvo y me puedo encontrar la casa lo mismo que estaba.


—Lo siento. De verdad que lo siento. De ahora en adelante, te prometo que lo vigilaré. Está acostumbrado a hacer lo que quiere. Necesita mano dura.


Pedro murmuró algo sobre que no era el único y se fue escaleras arriba, con el par de zapatos mordido. Paula volvió a la cocina y se sentó en el suelo, junto al perro, que estaba durmiendo, con una expresión de inocencia en su rostro.


—Al parecer eres una molestia —le dijo, muy seria.


El perro abrió un ojo y movió la cola. Paula resistió la tentación de darle un abrazo. Se levantó y se fue a mover la salsa que estaba haciendo. Pedro asomó la cabeza.


—Eso huele muy bien, es una pena que no me pueda quedar.


Paula se dió la vuelta y lo miró.


—¿No?


—No. Lo siento. Tengo otra reunión con los de Birmingham, que empieza esta noche y continua mañana. Se acaba de comprar esa empresa y estamos viendo cómo aumentar los beneficios. Se están produciendo tantos cambios en el sector informático hoy día, que la oficina móvil es la respuesta a estos tiempos.


—Es una pena que con la tuya no puedas hacer lo mismo, y trabajes aquí en casa.


Pedro suspiró y se pasó una mano por el cuello.


—Escucha, ya sé que tendría que haberte dicho algo, para que no me hubieras preparado la cena...


—No es por eso —le interrumpió Paula—. Es por los niños. Es viernes, Pedro. Han estado hablando de lo que ibas a hacer con ellos el fin de semana, y soy yo la que tendrá que decirles otra vez que no vas a estar aquí el fin de semana.


Pedro soltó el aire poco a poco y Paula se sintió culpable por someterle a semejante presión. Debería decirle que daba igual, que estaba segura de que estaba haciendo lo mejor para los niños. ¿No podrían haber puesto la reunión entre semana?


La Niñera: Capítulo 58

 — ¡Bájate ahora mismo de ahí! —gritó Paula y el perro dejó caer las patas, manchando la parte frontal de la camisa y los pantalones de Pedro. 


Otro traje que tendría que enviar al tinte. Se apoyó en la puerta y miró a Paula.


—¿Ringo? —preguntó, en tono suave.


—Mmm


Puso cara de alivio.


—Qué descanso. Por un momento pensé que habías traído un perro guardián.


Los niños se removieron en sus sillas y Paula tragó saliva. Pedro los miró a todos. Ella se aclaró la garganta y esbozó una sonrisa.


—Bueno, más o menos eso es lo que he hecho.


—Explícate.


—Pues que pensé que podría servir precisamente para eso. Luego hablamos de que a los niños les vendría muy bien tener un animal de compañía y pensé que no te iba a importar.


—¿Un animal de compañía? —repitió él—. Yo había pensado en un hámster, o un pez, o algo así.


Miró a Ringo, que estaba sentado y con la lengua fuera. Le pasó una mano por la cabeza y le acarició las orejas, para quitarle tensión al momento. Se apartó de la puerta y se fue hacia la mesa. Al lado de la estufa habían puesto una caseta para que durmiera. Dios mío. Parecía que alguien le había echado otro problema encima y lo cierto era que estaba muy cansado. Se sentó en una silla y se miró el reloj. Después miró a los niños.


—¿No creen que es hora de ir a la cama?


—Paula nos dijo que nos podíamos quedar hasta que vinieras.


Miró a Paula.


—¿Estás utilizando como arma a los niños?


Paula se sonrojó. Pedro se dió cuenta de que le había dolido.


—La verdad es que se iban a ir ahora mismo a la cama — respondió, mirando a los niños y desafiándolos a que le respondieran lo contrario. De pronto, se levantaron y se fueron a la cama.


—A la señora Cripps no le va a gustar —le dijo, después de un silencio.


Paula no dijo nada, y Pedro tuvo la sensación de que a ella le importaba poco que a la señora Cripps le gustara el perro o no. De hecho, desde que estaba con ellos, la casa estaba mucho más limpia, por lo que era posible que ella estuviera haciendo más que la señora Cripps. Además, parecía que se llevaba muy bien con los niños. Se preguntó si sería capaz de arreglar los estropicios que hiciera Ringo. Miró el suelo de la cocina, cubierto de huellas de perro y después al que las había hecho, que estaba tumbado a los pies de Paula, cansado después de haber generado semejante caos. ¿Se iba a quedar con ellos? A ella parecía que le gustaba la idea, y los niños estaban encantados. Suspiró hondo. ¿Cuántos desastres podría provocar un perro?

La Niñera: Capítulo 57

A la mañana siguiente temprano, Gonzalo e  Iván limpiaron el trozo de camino que llegaba hasta el pueblo. Una vez estuvo limpio, Pedro pudo salir de allí. Todo iba a resultar un poco raro sin él, pero de alguna manera, a Paula no le dió pena el que se fuese, porque las noches eran de una tensión increíble y pensar que tendría que pasar otra noche con él tan cerca, era como para subirse por las paredes. Los niños, sin embargo, no tenían ninguna prisa por volver al colegio, incluso se quejaron cuando ella insistió en que tendrían que volver.


—¿No nos podemos quedar otra noche? —le preguntó Felipe.


—¿Para que nos nieve y nos quedemos atrapados otra vez? —replicó Paula.


—¿Podría ocurrir? —preguntó Benjamín.


—No. Vamos, daremos de comer una última vez a Copito y nos marchamos. Si nos damos prisa, todavía pueden llegar y jugar un rato.


—Podemos quedarnos a jugar aquí —propuso Felipe—. Además, Copito nos va a echar de menos.


—Ringo es el que más nos echará de menos —le dijo Benjamín, mientras acariciaba las orejas del perro. 


Paula sintió pena. Ringo había sido toda la vida su perro y era como si lo abandonara. De pronto se le ocurrió que se lo podría llevar a casa de Pedro. Tragó saliva. ¿Se pondría él furioso? Le gustaba el perro, aunque para admitirlo tendrían que torturarle. Y al perro le gustaba Pedro. Se fue a la cocina y mientras los niños ayudaban a Gonzalo con el tractor, lo consultó con su madre.


—Yo creo que puede ser muy positivo para los niños — respondió Alejandra.


—¿Y no crees que también para Pedro?


—Incluso para Pedro. Yo creo que es una idea excelente. ¿Por qué no te lo llevas hoy contigo?


—¿No lo vas a echar de menos?


—Claro que sí. Pero lo mismo te va a ocurrir a tí. Además, nunca ha servido para ir de caza. Los Bridgers nos van a regalar un labrador.


El perro las miró, con la lengua fuera, con una expresión en su cara como si las estuviera entendiendo. Paula se echó a reír.


—Está bien, vas a venir con nosotros. Pero tendrás que portarte bien.


Paula llevó a los niños al colegio y después volvió a la granja para llevarse el perro. Lo metió en la parte de atrás y se volvieron otra vez a Norwich. ¿Se pondría Pedro furioso? ¿Debería habérselo consultado antes? El problema era que no se atrevía a interrumpirlo otra vez. Además, siempre había la posibilidad de devolverlo a la granja de nuevo.


Pedro se quedó de pie en el vestíbulo. Oyó unos ladridos, procedentes de la parte de atrás de la casa y por el suelo de mármol estaba manchado. En la puerta del salón había una manta que había visto mejores épocas.


—No es posible que haya un perro —murmuró para sí mismo.


Con el corazón en un puño se fue hacia la cocina. Gran error. De pronto, el perro levantó las patas y se las puso encima de su camisa limpia.


La Niñera: Capítulo 56

La nieve era algo maravilloso. El viento la había apilado y había cubierto completamente la carretera. Era imposible salir de allí. Paula se sintió más aliviada al comprobar que no tendría que sobornar a Gonzalo para que no limpiara la carretera de la nieve que había. La suerte estaba con ella. El viento había amainado y el sol parecía que quería salir. Aquel iba a ser un día mágico, el cual estaba dispuesta a disfrutar. Pedro y los niños pasarían un día juntos maravilloso.  Por la tarde, todos se juntarían en torno al fuego y, con la ayuda de su familia, estarían en un ambiente muy relajado. Fue muy difícil convencer a los niños para que entraran a desayunar. Pero nada más tomarse el desayuno se abrigaron bien y se fueron a ver a Copito. Alejandra ya le había dado el biberón a las cinco de la mañana, y dentro de poco habría que darle el siguiente.


—¿Por qué no hacemos un muñeco de nieve primero? — sugirió Paula, llevándoselos al jardín, que era el sitio que estaba más plano. 


Empezaron a hacer grandes bolas de nieve, que colocaron una encima de otra. Después, con unas piedras hicieron los ojos y con un palo, la nariz. Paula se fue a por un sombrero viejo y una bufanda y se los puso al muñeco.


—Magnífico. Ojalá me hubiera traído una cámara —comentó Pedro. 


Paula se fue a por la cámara que tenía allí y su madre los sacó fotos a todos juntos. «Una foto para enseñar a los nietos», pensó, con cierta tristeza. Se preguntó si alguna vez iba a tenerlos, o si estaría soñando. Llegó el momento de alimentar a Copito. Cuando terminaron, comieron chocolate y pastel que había hecho la madre de Paula. En las noticias dijeron que casi todas las carreteras de Norflok estaban cortadas.


—Ni siquiera hubieras podido ir a trabajar desde casa — comentó Paula.


Pedro ya había llamado a la oficina y le habían dicho que había faltado mucha gente. Después se sintió un poco más relajado, tomándose el día con más entusiasmo. Dejó de mirarse el reloj, de consultar el teléfono del coche y se dejó llevar por la atmósfera festiva. Paula se preguntó cuánto tiempo habría pasado sin tener vacaciones. Seguro que esa era la primera vez en años. Y lo malo era que, probablemente, ni siquiera fuera consciente de lo eso suponía de cara a sí mismo y a los suyos. Se alegró de haber ido a la oficina a por él. Aparte de que le gustara estar a su lado, también estaba el placer de verlo con los niños. Sólo aquello merecía la pena, a pesar de la frustración y desasosiego que le producían sus besos...

miércoles, 20 de agosto de 2025

La Niñera: Capítulo 55

 —Buenas noches, Pedro —se despidió y cerró la puerta.


Oyó sus pasos dirigirse a la puerta que conectaba las dos habitaciones. La abrió y allí estaba.


—¿Es que no me vas a dar un beso de buenas noches?


No pudo negarse. No quería negarse. Se echó en sus brazos, le puso las manos en el cuello y empezó a acariciarle su irresistible cabellera. Su boca sabía a cacao. Paula no quería que el beso diera paso a otras cosas, pero juntos como estaban, con la ropa que llevaban como único obstáculo, la pasión empezó a dominarlos. Con una mano, Pedro le agarró la cabeza y empezó a besarla de tal forma que pensó que se iba a derretir. Ella levantó la vista y se quedó atónita al ver el deseo reflejado en la mirada de él.


—Te quiero...


¿Había sido ella la que había dijo esas palabras? ¿Había sido él? ¿O simplemente se las había imaginado?


—Buenas noches, Mary Poppins, soñaré contigo —murmuró él. 


A continuación, retrocedió unos pasos y cerró la puerta. Debía haber perdido la cabeza. Habría estado más seguro en su trabajo, alejado de aquella sirena de voz suave, cuerpo exuberante y boca generosa. Golpeó la almohada con la cabeza e intentó no pensar en ello. La deseaba. Estaba a escasos metros de donde él estaba, al otro lado de la puerta. Pero debía permanecer cerrada. Él lo sabía y Paula también. Se preguntó si ella no se daría cuenta también de que cuando estuvieran en su casa, la historia iba a ser diferente. No habría puertas, ni nada que los separara. Cuando los niños se fueran a la cama, nada iba a impedir que hicieran lo que quisieran. ¿Iba a poder resistir la tentación? No sabía. Pero en aquel momento recordó la promesa que le había hecho a la madre de ella. Le había prometido que no iba a tener una aventura con su hija. ¿Estaba dispuesto a darle más? ¿Quería darle más? ¿Lo admitiría ella? Eso era una cuestión diferente, una cuestión que lo llenaba de dudas e incertidumbres. Lo mejor sería mantener las puertas bien cerradas. No sabía si estaba preparado para las repercusiones que podría tener el abrir la puerta en aquel momento..

La Niñera: Capítulo 54

Aquello era una bendición, en comparación. Aparte de otras cosas, se podía apoyar en Pedro. Cuando Copito terminó de mamar, se acurrucó al lado de su pierna. Paula levantó la cabeza y miró a Pedro.


—¿Qué tal? —le preguntó.


—¿Ya ha terminado?


—Sí.


—Muy bien —a continuación le puso la mano en la barbilla y le dió un beso muy suave en los labios.


De pronto, sintió fuego en las venas. Se echó en sus brazos y se dejó llevar por la magia de sus besos. Le agarró del cuello y le metió los dedos en el pelo, masajeándole los suaves rizos, probando su textura. Se preguntó si tendría vello en el pecho y, si lo tenía, cómo sería. Pero tenía demasiada ropa, además de que tampoco era conveniente llegar más lejos. Como si le hubiera leído la mente, Pedro levantó la cabeza y le dió un beso en la frente.


—Deberíamos volver a la casa —le murmuró, con voz ronca.


—Mmm —sin embargo, ella siguió acariciándole su pelo sedoso. 


Al cabo de un rato se levantó. De pronto sintió como si le faltara algo en los dedos. Dando un suspiro, puso al corderillo bajo la lámpara, le puso un poco de paja alrededor y se levantó, sacudiéndose el abrigo. Después dió un silbido a Ringo y lo metió en su caseta. Cuando llegaron a la cocina, después de haber luchado contra los elementos, se quitaron las botas, colgaron los abrigos y Paula le dijo:


—Divertido ¿Eh? Seguro que ni te habías imaginado que ibas a hacer esto cuando saliste esta mañana del trabajo.


—Pues no —le contestó—. Y tienes razón, es divertido, especialmente algunas partes.


Paula se sonrojó, al recordar el beso que le había dado. Se dió la vuelta y levantó la tetera.


—¿Te apetece una taza de té o café, antes de ir a la cama?


—¿Cacao?


—Claro —puso leche a calentar y echó el cacao en las tazas, con un poco de azúcar. Cuando la leche estuvo caliente, la echó y la removió hasta que se hizo crema arriba.


—¿Con crema?


—Hay que hacer las cosas bien.


Paula se dejó caer en la silla, puso los pies en otra y suspiró. Iba a tener que sobornar a Gonzalo para que no sacara el tractor al día siguiente. Estar sentada como estaba con Pedro se estaba convirtiendo en algo adictivo.


—Cuéntame algo de la granja —le dijo Pedro. 


Paula le contó las hectáreas que poseían y lo que plantaban en ellas, haciendo un recuento del ganado. Al cabo de un rato, no pudo reprimir los bostezos. Estaba agotada, y a pesar de que lo único que le apetecía era quedarse con Pedro toda la noche, sabía que era una estupidez prolongar aquello. Los gemelos se levantarían temprano y había que atenderlos. Además de que sus padres no podían dormirse hasta que la casa no estaba en silencio. Acompañó a Pedro a su habitación y estuvo a punto de darle un beso, pero se lo pensó mejor. Porque era posible que si empezaba no pudiera parar, y sus padres seguro que los estaban oyendo.