lunes, 23 de junio de 2025

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 20

Por eso, no quería que nada la desconcentrara… Ni nadie como Pedro Alfonso. No dejaba de pensar en su abrazo durante la tormenta y sus besos la habían desvelado más de lo que estaba dispuesta a reconocer. ¿Por qué? ¿Por qué no podía olvidarse? Él solo podía garantizar que volvería a partirle el corazón. Tenía que concentrarse, no tenía tiempo para pensar en un hombre. Solo faltaban cinco semanas para las elecciones y había recorrido miles de kilómetros para pedir el voto de puerta en puerta. También había pedido un presupuesto a Adrián para la reforma del club infantil. Luego, podía explicar la manera de recaudar fondos para hacer las mejoras. Sería su primer encargo… si ganaba un asiento en el Ayuntamiento. Por eso, Pedro Alfonso no era bien recibido en sus pensamientos ni en su porvenir. Esos sueños se esfumaron hacía mucho tiempo. Fue con un café a la terraza del segundo piso. Esa casa estaba apartada de la calle principal y daba al parque del pueblo. Le encantaba esa vista silenciosa y sencilla. Los árboles estaban reviviendo y la hierba se recuperaba del largo y frío invierno. Era temprano, pero ya había gente. Sonrió al ver algunos corredores por el parque. Al cabo de unos minutos de soledad y calma, fue a entrar cuando vio otra figura entre los árboles. ¿Un niño? ¿Qué hacía un niño solo en el parque cuando todavía no habían dado las siete de la mañana? Lo observó mientras se dirigía hacia una papelera y rebuscaba dentro. Sacó unas latas de refrescos y las guardó en su mochila. Rebuscó en otras papeleras y acabó acercándose lo suficiente como para que pudiera reconocer su chaquetón y el pelo rubio. Era el niño que había visto en la cocina de Pedro. ¿Dónde estaban sus padres? Entró, se duchó y se vistió, pero antes de ir al trabajo dio una vuelta por el parque. Sin embargo, el niño ya no estaba. ¿Qué tenía que hacer? 


Después de una noche sin sueños, Pedro se levantó a las cinco. No había rememorado nada ni había tenido pesadillas. Contento, dió de comer al ganado, hizo sus tareas y se dirigió al pueblo. Tenía todo el día ocupado porque pensaba contratar a alguien que se ocupara de la barra, a alguien que cocinara y a tres camareras. Todo eso era nuevo para él. Sabía tratar a los empleados del rancho, pero ¿Cómo se contrataba a una buena camarera? Su padre le había propuesto que volviera a contratar a Silvia y a Valeria, dos camareras que trabajaron mucho tiempo con Juan, y que si necesitaba ayuda, lo llamara. Accedió. Con los brazos llenos de bolsas, consiguió abrir la puerta trasera y entró en la cocina. Llevaba comida porque esperaba que Nicolás, su joven amigo, se pasara por allí. Metió leche, lonchas de embutidos y yogures en la nevera. También guardó latas de sopa, pan de molde y galletas en el armario y dejó la puerta sin cerrar con llave para que pudiera entrar. Oyó un ruido, se dió la vuelta y vió que Paula entraba. El corazón se le aceleró un poco. Estaba muy guapa a primera hora de la mañana. Llevaba una vaporosa blusa azul metida en unos pantalones con pinzas. Tenía el pelo casi negro recogido en una coleta y eso le permitía ver su precioso rostro. Sus ojos marrones y sus labios carnosos le hicieron la boca agua.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 19

 Temió que fuese un niño que se había escapado de su casa. Miró a Paula. Se había puesto una camisa vaquera blanca y unos pantalones, también vaqueros, desteñidos. Se había tapado las piernas, pero él nunca las olvidaría.


—¿Qué te trae por aquí? —él le sonrió—. No te cansas de mí, ¿Eh?


Paula quiso borrarle esa sonrisa del rostro y sabía que él quería que desapareciera, pero no pensaba marcharse a ningún lado hasta que le hubiera dicho lo que quería decirle.


—Ya me he cansado de tí, Pedro. En realidad, estoy harta. Además, ese beso de antes… No fue una buena idea. No creas que ha cambiado algo entre nosotros.


Él se acercó y ella tuvo que hacer un esfuerzo para no moverse.


—Vaya, yo creía que había sido algo placentero.


—Pues te equivocas. Aquel fin se semana que pasamos juntos fue hace mucho tiempo. No sería sensato por parte de ninguno de los dos que empezáramos algo ahora.


—¿Eso era lo que querías decirme cuando te aferrabas a mí?


Ella tuvo que hacer otro esfuerzo para contener la furia.


—Había un tornado. Si acaso, te aprovechaste de mí.


—Si tú lo dices… —replicó él encogiéndose de hombros.


Ese hombre la sacaba de sus casillas, pero no podía permitir que él lo notara.


—Entonces, ¿Estamos de acuerdo en que debemosmantenernos alejados el uno del otro?


—Me parece que es más seguro para mí que no te cruces en mi camino. No se puede saber lo que pasará la próxima vez que estés cerca.


Ella esbozó una sonrisa forzada.


—Un motivo más para que nos eludamos.


—De acuerdo —concedió él—. Cambiaré de acera si te veo. Es preferible que la gente no sepa que alguna vez te has relacionado con alguien como yo.


—No quiero decir eso. Es que tengo que hacer campaña. Para mí es importante entrar en el Ayuntamiento.


Él la miró fijamente con sus intensos ojos azules.


—Tienes razón, somos tu primer escalón para que llegues a Washington.



Casi una semana después, sonó el despertador y Paula se levantó de la cama. Esa mañana le costó encontrar entusiasmo para empezar el día. Salió del dormitorio principal de la casa de dos dormitorios del pueblo y fue a la cocina. Esa casa fue de su padre cuando estuvo en el Senado y, sobre todo, la usaba el personal o los visitantes. Cuando ella volvió, se mudó allí para estar cerca de su trabajo en el proyecto Vista Verde. Como Miguel se había jubilado, se la cedió. A ella le encantaba vivir en la vieja casa familiar del rancho, pero también le gustaba estar cerca de sus amigos y del trabajo. Habían estado haciendo los trabajos preliminares para la segunda fase de Vista Verde y ella, como directora del proyecto, le había dedicado muchas horas. La primera fase de casas asequibles de Construcciones AC se vendió inmediatamente y ya había lista de espera para las veinticuatro siguientes. El ranchero Adrián Casali tenía el dinero y la perspicacia para financiar el proyecto de casas asequibles. Estaba previsto que la semana siguiente se empezaran rellenar los cimientos con hormigón, salvo que hiciera mal tiempo u ocurriera algún percance. ¡No! No podían ocurrir percances, no lo permitiría. Ya tenía el presupuesto de las subcontratas y era casi la misma gente que en la fase anterior. Sabía que se podía confiar en ellos y que habían hecho un trabajo magnífico.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 18

 —No, te prometo que no voy a llamar a nadie.


El niño, con la cara y el pelo rubio muy sucios, lo miró con unos grandes ojos marrones.


—¿Por qué iba a creerte?


—Porque no miento a los niños. ¿Cómo te llamas?


—¿Quién lo pregunta?


—Pedro Alfonso.


—Nicolás —el niño miró alrededor—. ¿Dónde está Juan?


—En Florida. Vendió el bar… A mí.


—Ah… —el niño lo miró de arriba abajo—. ¿Conoces a Horacio?


—Sí, es mi padre. ¿Por qué lo conoces tú?


—Algunas veces, Juan y él me dejaban que les ayudara a limpiar la cocina.


Pedro no le había oído a su padre hablar de ese niño.


—¿Tienes hambre?


—Es posible, pero no tienes nada aquí.


Pedro abrió un armario y sacó un pan de molde, mantequilla de cacahuete y confitura de uvas.


—¿Te apetece un sándwich?


—Bueno.


Sin embargo, los ojos se le salieron de las órbitas cuando vió la comida. Pedro sacó cuatro rebanadas de pan y empezó a untarlas. Cuando terminó los sándwiches, fue a dárselos al niño.


—Antes, lávate las manos.


Nicolás no discutió y fue al fregadero, se las lavó y se la secó en los repugnantes vaqueros. Pedro le dió la recompensa y lo observó mientras se comía uno de dos bocados. Luego, encontró una lata de un refresco en la nevera, la abrió y se la dió al niño.


—¿Dónde están tus padres, Nicolás?


El niño dió un buen sorbo antes de contestar.


—Por ahí. ¿Por qué me haces tantas preguntas?


Pedro sacó un taburete y se sentó.


—Bueno, como estás en mi bar y eres menor, quiero cerciorarme de que tienes un sitio adonde ir.


El niño lo miró con curiosidad.


—En el campamento para remolques.


No lo creyó del todo, pero ese campamento era conocido por albergar a residentes provisionales.


—¿Tu padre trabaja en algún rancho?


Nicolás atacó el segundo sándwich.


—Sí, está reuniendo el ganado.


Pedro fue a hablar, pero oyó que lo llamaban, que la puerta de la cocina se abría y que Paula Chaves entraba. No parecía contenta.


—Muy bien, Pedro Alfonso, tenemos que hablar.


Nicolás se levantó y agarró el sándwich y la lata de refresco.


—Me largo.


El niño salió corriendo por la puerta trasera antes de que Pedro pudiera sujetarlo. Él salió detrás.


—¡Espera, Nicolás! —gritó en el callejón vacío—. Maldita sea.


Volvió a entrar y vió a Paula.


—Lo siento —se disculpó ella—. No sabía que estabas con alguien.


—Bueno, ya se ha marchado.


Asombrosamente, esperó que el niño volviera.


—¿Quién es?


Pedro sacudió la cabeza.


—No lo sé bien.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 17

 —Solo sé cómo te miraba ahora mismo.


Hacía mucho tiempo que Paula dejó de pensar en lo que habría podido pasar entre ellos. No quería arriesgarse con él, aunque sus besos la dejaran sin aliento.


—Te lo repito, no tengo tiempo para él. Dedico todo el tiempo a Construcciones AC y a mi campaña, en la que deberías ayudarme.


—Y te ayudo, pero creía…


—Es agua pasada, Yani. Pedro Alfonso no tiene sitio en mi futuro.


Ojalá pudiera creerse sus propias palabras.



Pedro había atajado por el callejón y había llegado en cuestión de minutos. Comprobó si había desperfectos en el tejado y en las ventanas. No podía permitirse sustituir nada más en ese momento. Por lo que parecía, el local no había sufrido daños, había tenido suerte. Se sentó. No tuvo tanta suerte al encontrarse a Paula en el club. Era el único sitio donde podía liberar algo de tensión y de frustración. Pero esa mujer le había producido las dos cosas. El beso… Fue una auténtica acometida. Su cuerpo se encrespó solo de pensar en lo que había sentido al tenerla entre los brazos y en su sabor tan delicado. Había cosas que un hombre no podía olvidar y, efectivamente, fue un recuerdo que se llevó al extranjero. Nadie era tan dulce y tentadora como Paula Chaves. El inconveniente era que había sido la única que había estado a punto de abrasarlo. No podía darle otra oportunidad. Nunca dejaría que una mujer jugara con su corazón. Un ruido en la habitación del fondo llamó su atención. Aguzó el oído. Era el ruido de la lluvia, pero hubo algo que lo intranquilizó. Se levantó del taburete de la barra y fue hacia la cocina. Entró por la puerta batiente y vio la que puerta de la enorme nevera de acero estaba entreabierta y que ocultaba a alguien que rebuscaba en su interior. Solo pudo ver dos pies con unas zapatillas muy desgastadas. La puerta tapaba el resto del diminuto ladrón. Silenciosamente, cruzó la cocina vacía y agarró al niño por la camiseta.


—¡Suéltame! —gritó el chico mientras daba patadas y manotazos al aire.


—¿Por qué si te he pillado robándome?


—No tienes nada que pueda robarte. Suéltame.


Como no pudo sujetar los brazos del niño, lo levantó y lo tumbó sobre la encimera.


—Tranquilízate, solo quiero hablar contigo.


El niño parecía tener unos nueve años.


—Llamarás al sheriff y acabaré en un correccional.


Pedro vivió la misma amenaza cuando era niño.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 16

 —Diría que han llegado justo a tiempo —dijo él con voz ronca.


Paula consiguió levantarse mientras Pedro contestaba a los rescatadores. La tomó de la mano y volvieron hacia el pasillo. Vieron el destello de una linterna y a Yanina, que corría hacia ellos.


—¡Paula!


—Estoy aquí.


Su amiga la abrazó mientras el sheriff Bradshaw llegaba.


—¿Estás bien? —le preguntó Yanina apartándose un poco.


Ella tuvo que mirar hacia otro lado.


—Estoy bien. Un poco asustada. Pedro me llevó a las duchas — Paula miró hacia su refugio improvisado—. ¿Ha sido un tornado?


El sheriff asintió con la cabeza.


—Han tenido suerte. El tejado ha sufrido bastantes daños — Bradshaw los miró con detenimiento—. ¿Seguro que están bien?


—Sí —contestó Pedro—. Aunque no puede decirse que haya sido divertido.


—Es verdad —el sheriff se dirigió a Paula—. Creo que tu padre agradecería que lo llamaras.


Paula conocía al sheriff de toda la vida y era un hombre apreciado en el pueblo.


—En cuanto recoja mi móvil.


Bradshaw asintió con la cabeza.


—Si no me necesitan, tengo que comprobar los daños en el resto del pueblo.


—Estamos bien —lo tranquilizó ella con un gesto de la mano.


Paula miró a Pedro, quien clavó su mirada abrasadora en la de ella antes de mirar hacia otro lado.


—Será mejor que vaya a ver si mi edificio conserva el tejado — comentó él antes de marcharse.


Paula miró a Yanina, que estaba sonriendo.


—¿Qué pasa?


—Solo tú te las apañarías para quedarte atrapada por un tornado con Pedro Alfonso ni más ni menos.


—Yo no he hecho nada. Él estaba aquí jugando al baloncesto cuando entré —todavía tenía el corazón acelerado—. ¿Qué debería haber hecho?


—Al parecer, no pueden evitarlo. Son como imanes. Es la segunda vez en menos de cuarenta y ocho horas que se topan.


Yanina era la única persona que sabía lo que había pasado hacía tres años entre Pedro y ella.


—Parece como si el destino quisiera que estuvieran juntos.


—Pues no va a conseguirlo. No tengo tiempo para Pedro Alfonso.


Su amiga dejó escapar un gruñido.


—Yo encontraría tiempo para un pedazo de hombre como ése.


—No, Yanina. No quiero ser una más de su interminable lista de mujeres. Además, si no me quiso la primera vez, ¿Por qué iba yo a pensar que va a cambiar?


Se dirigió hacia al pasillo y encontró su bolso. Entonces, se acordó de la primera vez que Pedro volvió del ejército. Estaba trabajando en Austin y él la llamó, pero en cuanto vió su número, dejó que saltara el contestador automático. Borró el mensaje sin oírlo. Seguía demasiado dolida, vulnerable, y nunca contestó la llamada. Yanina la alcanzó.

viernes, 20 de junio de 2025

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 15

 —Había venido para comprobar las mejoras que necesita.


Súbitamente, el viento volvió a rugir y a sacudir el ventanuco que había en lo alto de la pared.


—La lista es muy larga, cariño.


—Bueno, me gustaría oírla… Luego, cuando no esté… Pensando en otra cosa.


—No voy a permitir que te pase nada.


Un estrépito parecido al de un tren que se acercaba ahogó sus voces. Se oyó el ruido de la madera al astillarse y él tumbó a Paula y la cubrió con su cuerpo. Toda una serie de recuerdos le invadió la cabeza y rememoró la noche que pasaron juntos. Su voluptuoso cuerpo debajo del de él, los seductores sonidos que dejaba escapar su boca. Ella le rodeó la espalda con los brazos y lo estrechó más contra sí.


—Pedro… —le susurró ella al oído—. Tengo miedo.


—No va a pasar nada, Paula.


Notó que ella temblaba y rezó. Cerró los ojos durante lo que le pareció una eternidad mientras la tormenta azotaba el edificio y hacía un ruido como si estuviera arrancando el tejado. Por fin, la tormenta pareció alejarse, se hizo el silencio y empezó a llover a raudales. Paula notó su tensión, los latidos acelerados de su corazón y el sudor que le mojaba el cuerpo. Se apartó un poco y le tomó la cara entre las manos. A pesar de la penumbra, pudo ver su mirada perdida.


—Quédate conmigo, Pedro. Vamos, casi ha terminado.


Él parpadeó y la miró. Había vuelto a pasarle. Intentó adaptarse a la oscuridad y vió que Paula lo miraba fijamente. Sintió una opresión en el pecho por un deseo que no había sentido desde hacía mucho tiempo.


—Al parecer, estamos a salvo —comentó ella casi sin aliento.


—No, seguimos en peligro.


Incapaz de contenerse, se inclinó y la besó en la boca como si se alegrara de seguir vivo. Paula no se lo impidió. Él la agarró de la nuca para inclinarle la cabeza y profundizar el beso. Le pasó la lengua por los labios y ella los separó. Entonces, dejó escapar un leve gemido y él se dejó arrastrar. Que Dios se apiadara de él. No era de piedra. Cuando por fin dejó de besarla, parecía tan aturdida como se sentía él. No pudo encontrar las palabras adecuadas e hizo lo que haría cualquier hombre con sangre en las venas que tenía una mujer hermosa entre los brazos: Volvió a besarla. No apartó la boca hasta que oyó que alguien la llamaba.


Mi Destino Eres Tú: Capítulo 14

Lo observó fingir unos regates con el balón, saltar, lanzarlo… Y encestar. Lo repitió varias veces sin parar ni aminorar el ritmo. Al parecer, el hombro no le dolía. Abrió la puerta y avanzó por el borde de la habitación para no molestarlo. Pedro siguió como si alguien lo persiguiera. Lanzaba con un salto una y otra vez. Fue hasta otra canasta, recogió otro balón y también lo lanzó. Los truenos retumbaban, pero parecía como si ese hombre tuviera una tormenta mayor dentro de sí y no pudiera contenerla. Entonces, el sonido de una sirena se abrió paso en el silencio. Se acercaba un tornado. Se quedó petrificado, pero se dió la vuelta y la vió.


—¿Puede saberse…? —Pedro soltó el balón y se acercó corriendo a ella—. Tenemos que ponernos a cubierto.


—¿Dónde? —preguntó ella aterrada.


Él la agarró de la mano.


—Vamos.


La llevó al pasillo. Pedro prefirió no pensar cuánto tiempo había estado ella observándolo. No se había dado cuenta de lo que pasaba a su alrededor. Sin embargo, en ese momento, con el sonido de la sirena en los oídos, se daba cuenta perfectamente. Arrastrando a Paula, se dirigió hacia la zona donde estaban las duchas y, entonces, todas las luces se apagaron. Paula contuvo el aliento, pero él la metió en una habitación a oscuras. Se oyó el estruendo de otro trueno.


—No te preocupes, conozco bien este sitio.


Notó que a ella le temblaba la mano mientras la apoyaba contra la pared de baldosas. Olió a moho.


—¿No deberíamos bajar al sótano? —preguntó ella con la respiración entrecortada.


—No sé si sabría llegar desde aquí. No quiero arriesgarme a dar vueltas para intentar encontrar la puerta. Aquí estaremos a salvo. Estamos cerca de la fontanería y en un muro maestro.


—¿Crees que el tornado pasará por el pueblo?


Él seguía agarrándola de la mano y no iba a soltarla.


—No lo sé y no voy a ir a comprobarlo.


—Perfecto, porque no quiero que me abandones —dijo ella casi sin poder hablar.


Entonces, el viento cesó y a él no le gustó. Algo iba a ocurrir. Lo notó en las entrañas.


—¿Ha pasado?


—Ojalá. Como dicen, solo es la calma antes de la tormenta.


Se agachó pegado a la pared e hizo que ella también se sentara mientras se preguntaba si podría tomar alguna otra precaución. No se trataba solo de él. Hizo un esfuerzo para que nada le impidiera proteger a Paula. Se centró en la situación para que nada más lo alterara.


—¿Puede saberse qué hacías en la calle con este tiempo? —le preguntó a ella.


—Podría preguntarte lo mismo. Además, este sitio lleva meses cerrado.


—Hay formas de entrar si las conoces. Federico y yo prácticamente vivimos aquí cuando éramos niños. ¿Y tú?