—¿Quién fijó la reunión? —preguntó Paula.
—Gabriela. Ella es la que se encarga de eso.
—Muy interesante —murmuró Paula entre dientes y empezó a remover la salsa con tanta violencia que se manchó el jersey.
Los ojos se le arrasaron de lágrimas. Con una servilleta se empezó a limpiar el jersey. Pedro le quitó la servilleta de las manos y le limpió la barbilla, que también se la había manchado.
—No te enfades conmigo, Paula —le suplicó él— . Intento estar aquí todo lo que puedo.
—Pero no es mucho —le respondió, sintiendo un escalofrío por la espalda, mientras le limpiaba la cara.
—Intentaré terminar la reunión lo antes posible. Te lo prometo —le dijo, y lo dijo en tono sincero.
Paula frunció el ceño y esbozó una sonrisa.
—No frunzas el ceño, que te van a salir arrugas — murmuró él, acercándose a ella y dándole un beso en los labios—. Tienes salsa —le dijo y después, sin mediar más explicaciones, acercó la cabeza otra vez y la besó.
Paula se olvidó de la salsa y de la reunión, e incluso se le pasó el enfado. Se olvidó de todo, a excepción de sus labios, de la suavidad de su lengua, de la calidez de su boca, de sus manos en su cuerpo. Podría haberse olvidado hasta de su nombre, si no fuera porque Pedro lo pronunciaba a cada momento. El sonido del teléfono los apartó como dos autómatas. Ella sabía que los ojos le brillaban y que tenía los labios hinchados. Observó a Pedro levantar el auricular y responder. Dió un suspiro y se metió la mano en el bolsillo.
—Muy bien, Gabriela. Veré si puedo encontrarlo. Por cierto, mañana me gustaría terminar pronto. ¿Por qué? Pues para estar con los niños. Ya lo sé, pero lo de la nieve no fue culpa mía. Ya sé que no debía haber estado allí, pero estaba. No exageré la situación —le dijo, con paciencia.
Paula estuvo escuchando la conversación, sin quererlo. Si hubiera sido ella, le habría dicho a aquella mujer lo que tenía que hacer y sin tantos miramientos. A punto estuvo de arrebatarle el teléfono y decírselo, pero se contuvo. Estaba segura de que aquella mujer tenía segundas intenciones. Seguro que podría haber puesto la reunión en cualquier otro momento. Incluso podrían haber discutido todos los detalles por teléfono o por fax. Apretó los dientes, se armó de paciencia y empezó a remover los espagueti lentamente. No quería que Pedro le limpiara la cara más. O por lo menos, no hasta que terminara de hablar por teléfono. Cuando colgó, siguió dándole la espalda, sin saber cómo reaccionar después de aquel beso. La verdad era que había sido un poco inocente. Se alegró de que se tuviera que ir aquella noche, porque así podría irse a la cama con un buen libro y olvidarse de los besos tan excitantes que le daba el señor Pedro Alfonso...