Por eso, no quería que nada la desconcentrara… Ni nadie como Pedro Alfonso. No dejaba de pensar en su abrazo durante la tormenta y sus besos la habían desvelado más de lo que estaba dispuesta a reconocer. ¿Por qué? ¿Por qué no podía olvidarse? Él solo podía garantizar que volvería a partirle el corazón. Tenía que concentrarse, no tenía tiempo para pensar en un hombre. Solo faltaban cinco semanas para las elecciones y había recorrido miles de kilómetros para pedir el voto de puerta en puerta. También había pedido un presupuesto a Adrián para la reforma del club infantil. Luego, podía explicar la manera de recaudar fondos para hacer las mejoras. Sería su primer encargo… si ganaba un asiento en el Ayuntamiento. Por eso, Pedro Alfonso no era bien recibido en sus pensamientos ni en su porvenir. Esos sueños se esfumaron hacía mucho tiempo. Fue con un café a la terraza del segundo piso. Esa casa estaba apartada de la calle principal y daba al parque del pueblo. Le encantaba esa vista silenciosa y sencilla. Los árboles estaban reviviendo y la hierba se recuperaba del largo y frío invierno. Era temprano, pero ya había gente. Sonrió al ver algunos corredores por el parque. Al cabo de unos minutos de soledad y calma, fue a entrar cuando vio otra figura entre los árboles. ¿Un niño? ¿Qué hacía un niño solo en el parque cuando todavía no habían dado las siete de la mañana? Lo observó mientras se dirigía hacia una papelera y rebuscaba dentro. Sacó unas latas de refrescos y las guardó en su mochila. Rebuscó en otras papeleras y acabó acercándose lo suficiente como para que pudiera reconocer su chaquetón y el pelo rubio. Era el niño que había visto en la cocina de Pedro. ¿Dónde estaban sus padres? Entró, se duchó y se vistió, pero antes de ir al trabajo dio una vuelta por el parque. Sin embargo, el niño ya no estaba. ¿Qué tenía que hacer?
Después de una noche sin sueños, Pedro se levantó a las cinco. No había rememorado nada ni había tenido pesadillas. Contento, dió de comer al ganado, hizo sus tareas y se dirigió al pueblo. Tenía todo el día ocupado porque pensaba contratar a alguien que se ocupara de la barra, a alguien que cocinara y a tres camareras. Todo eso era nuevo para él. Sabía tratar a los empleados del rancho, pero ¿Cómo se contrataba a una buena camarera? Su padre le había propuesto que volviera a contratar a Silvia y a Valeria, dos camareras que trabajaron mucho tiempo con Juan, y que si necesitaba ayuda, lo llamara. Accedió. Con los brazos llenos de bolsas, consiguió abrir la puerta trasera y entró en la cocina. Llevaba comida porque esperaba que Nicolás, su joven amigo, se pasara por allí. Metió leche, lonchas de embutidos y yogures en la nevera. También guardó latas de sopa, pan de molde y galletas en el armario y dejó la puerta sin cerrar con llave para que pudiera entrar. Oyó un ruido, se dió la vuelta y vió que Paula entraba. El corazón se le aceleró un poco. Estaba muy guapa a primera hora de la mañana. Llevaba una vaporosa blusa azul metida en unos pantalones con pinzas. Tenía el pelo casi negro recogido en una coleta y eso le permitía ver su precioso rostro. Sus ojos marrones y sus labios carnosos le hicieron la boca agua.