viernes, 17 de octubre de 2025

Falso Matrimonio: Capítulo 2

Una semana más tarde



Paula limpió con la bayeta la encimera de cobre mientras, en los auriculares que llevaba puestos, se narraba la historia romántica que tenía henchido su corazón hasta el punto de no saber cómo contenerlo. Llevaba solo diez días viviendo en aquella casa, pero ya la sentía como su hogar, a diferencia de la ostentosa mansión en la que había crecido. En ella disponía de una cocina maravillosamente equipada en la que podía cocinar cuanto se le antojase, una huerta y un invernadero lo bastante grandes como para poder cultivar cuanta fruta y hortalizas fuera capaz de hacer crecer. Por primera vez en sus veintiún años, estaba completamente sola… Si no contaba a los guardias de seguridad que su padre había apostado en la entrada. En un primer momento había insistido en que estuvieran dentro, pero gracias a Dios, Delfina, su hermana mayor, le había hecho entrar en razón. El negocio que Delfi había heredado estaba situado en la propiedad contigua, y era precisamente el jardín de Imma lo que su padre le había regalado a ella, de modo que su hermana estaría siempre a mano si la necesitaba, como lo había estado toda la vida. Como era de esperar, su padre le había hecho prometer que nunca saldría sola de la casa. Que siempre iría acompañada de los dos guardaespaldas. ¡Ni que pudiera ir a parte alguna sin ellos! No tenía carné de conducir, y el pueblo más cercano estaba a unos dos kilómetros, en lo alto de la colina en la que se alineaban los olivos que constituían la parte principal del negocio de Imma. Pero en el pueblo no había tiendas, de modo que, si quería ir de compras, alguien tenía que llevarla. Un timbre la sobresaltó. Pulsó el botón de pausa en el audiolibro y presionó el intercomunicador que su padre le había instalado en la cocina.


—¿Sí?


Uno de los guardias de seguridad le respondió.


—Hay un tal Pedro Alfonso aquí que quiere verla.


—¿Quién?


—Pedro Alfonso.


Aquel nombre no le sonaba.


—¿Y qué quiere?


—Dice que es un asunto privado.


—¿Mi padre lo ha aprobado?


Seguro que sí. Solo le preguntaban a ella una vez su padre había dado el visto bueno. Así era su mundo.


—Sí.


—Bien. Déjele pasar.


Abrió la puerta principal y salió con curiosidad. Un coche negro y estilizado se acercaba despacio, y vio la puerta eléctrica del perímetro cerrándose a lo lejos. El coche se detuvo ante el garaje de tres plazas que tenía la casa. Qué raro. Las visitas que había recibido hasta aquel momento habían sido su padre, su hermana y el abogado de la familia, y todos habían estacionado delante de la puerta principal. Su curiosidad se evaporó cuando vió bajar del coche al hombre más sexy que había visto nunca. Alto, con el pelo oscuro peinado con tupé, derramando vitalidad, podría ser sin dificultad portada de revista masculina.

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