Cuando el médico rodó con la silla hacia una pantalla de ordenador montada en la pared, Pedro se puso a su lado, aunque no tenía muchas posibilidades de ver lo que veía él, si no se acercaba mucho más. Pero, por si ayudaba a Julio a elaborar un diagnóstico y explicarle lo que le pasaba, se quedó mirando la pantalla.
—Mi vista no ha mejorado en este último mes, ¿Verdad? —preguntó.
—En efecto.
—¿Por qué?
—Creo que porque el trauma de la cabeza y el daño del nervio óptico son tan graves que no va a recuperarse del todo. Ha avanzado, señor Alfonso, pero el sistema de recuperación del cuerpo es limitado. Siempre verá mejor con el ojo derecho que con el izquierdo y es posible que la pérdida de visión periférica no mejore. Vuelva a ponerse el parche en cualquiera de los ojos, a ver si así le disminuyen los dolores de cabeza. Lleve gafas de sol día y noche y observe si también lo ayuda con esos dolores.
—Supongo que recuperar el permiso de conducir es imposible —al principio pensó que podría hacerlo, pero había perdido la esperanza.
—Ya sé lo que quiere que le diga. Y también que algún imbécil experto en salud mental le habrá dicho que es posible, pero mi reputación profesional no corre peligro si le digo que nadie en su sano juicio va a dejarle volver a conducir.
—Entendido.
—¿Quiere solicitar una segunda opinión?
—No —se trataba de sus ojos, y sabía lo que podían hacer y lo que no—. ¿Le he dicho que he conocido a una mujer preciosa?
—¿Ah, sí? Pues parece que sus ojos aún sirven para algo —dijo Julio con voz risueña—. No veo señales de deterioro neurológico, así que no se desanime por los resultados de este examen. Que no haya habido mejoría puede indicar que se ha estabilizado. Los resultados de los futuros exámenes serán algo mejores o algo peores, dependiendo del día y de lo cansado que se encuentre. ¿Le duele la cabeza ahora?
—Sí.
—¿Cuánto, en una escala del uno al diez?
—Cinco.
—¿Se ha tomado un analgésico?
—Aún no, porque no quería que influyera en los resultados del examen.
—Siga inventando motores, señor Alfonso, y dígale a la enfermera que le dé un ibuprofeno al salir.
—No, estoy bien. Me tomaré uno cuando llegue a casa.
—Sé que las personas que han nacido donde usted tienen fama de duras, pero, por su propio bien, la próxima vez que le duela la cabeza tome la medicación que le voy a recetar.
—Gracias, doctor, pero todavía tengo la última receta que me dió.
—De acuerdo.
Descansar y recuperarse. Los únicos que creían que era algo positivo eran quienes no habían soportado durante interminables meses que les dijeran que disminuyeran el ritmo, se relajaran y cedieran el control a los demás. A Pedro, esa mañana ni siquiera lo calmó estar en el piso de Brisbane, especialmente diseñado para el descanso y la relajación.
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