—¿Puedo llamarte Peter? Me esfuerzo en adaptarme, pero creo que estoy fracasando por completo.
La opinión de Paula sobre la altiva mujer mejoró notablemente.
—¿Has visto ya la puesta de sol?
—Es algo vulgar, pero cautivador.
Brenda hizo una seña a un camarero y agarró tres copas de champán de la bandeja.
—Victoria, hermana —dijo Pedro en su tomo más afectuoso—. ¿Has intentado enseñar a bailar a una mujer en un salón atestado de gente?
—No.
—¿Querrías hacerlo?
—No, prefiero hacer el ridículo en privado.
Y así, al final de una velada perfecta, Paula se encontró en un claro delimitado por antiguas piedras, bajo un eucalipto gigante, descalza, con un vestido de Valentino y la luna para guiarla. Eran cinco personas: Dos hermanos, una hermana recién recuperada y las mujeres a las que los hermanos amaban. Habían aprendido a bailar el vals bajo la dura mirada de Victoria. Las parejas se habían intercambiado mientras aprendían a moverse juntos de forma aceptable. Uno guiaba, no siempre el hombre, y el otro lo seguía.
—El vals es intimidad envuelta en gasa —afirmó Victoria—. Bailar bien el vals con aquel a quien se ama es alcanzar la perfección.
—¿Habla en serio? —le susurró Paula a Pedro.
—Creo que sí. Estoy agotado —murmuró él—. Si no me tumbo pronto, voy a caerme, cosa que hago mucho últimamente.
Paula tuvo una idea, aunque no sabía si funcionaría con aquella ropa. Pero las estrellas estaban ahí.
—¿Confías en mí?
—Hasta el infinito y más allá.
Paula alzó las manos para llamar la atención de los demás.
—Formen una fila. Lady Victoria en el centro, Pedro y Federico, uno a cada lado. Brenda, tú al lado de Federico y yo al lado de Pedro. Agarrados de las manos.
—¿Es un baile? —preguntó lady Victoria.
—Más o menos. Es como Pedro y yo nos conocimos y es una forma de romper el hielo. Y ahora se tumban.
—¿En el suelo? —preguntó lady Victoria—. Se nos estropearan los vestidos.
—Pero verás las estrellas como nunca las has visto, notarás el cuerpo presionando la tierra y saludarás este lugar de un modo que no olvidarás — tomó la mano de Pedro—. Solo es ropa, bonita desde luego, pero que ya ha cumplido su misión esta noche.
Todos esperaron a ver qué hacía lady Victoria. Ésta se sentó y los demás la imitaron. Se tumbaron y cerraron los ojos. Paula notó que Pedro le apretaba la mano.
—Bienvenida a la familia, Victoria. Aunque no seamos como aquellos a los que estás acostumbrada, aquí tendrás amor, si así lo deseas, belleza y verdad.
Victoria no respondió inmediatamente y el tiempo pareció detenerse. ¿Aceptaría lo que le ofrecían?
—Gracias a los cuatro. Muchas gracias por su hospitalidad —la voz se le quebró al decir las últimas palabras—. Lo deseo.
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