—No puedo obligarte a que me quieras; sería estúpido intentarlo. Pero si te alejas de mí porque hay partes de tu cuerpo que no funcionan como antes y porque crees que no puedes ofrecerme lo suficiente, deja de pensar así.
Abrió los brazos como si se ofreciera a él por entero.
—La pérdida de visión no va a impedir que quieras a alguien con toda tu persona. Hay muchas formas de conectar con los demás, de demostrarles amor y de sentirlo. Eso es lo que he venido a decirte. Si esto es el final de nuestra relación, no me gustaría acabar enfadada contigo. Te mereces algo mejor. Y yo también puedo ser mejor.
—Llegarás lejos, Paula.
—Puede ser —se dió palmaditas en el corazón—. Pero ¿Y este? Es tuyo. Ya sabes dónde encontrarme, si quieres ponerte en contacto conmigo.
—¿Puedo darte un beso de despedida?
—Es mejor que no lo hagas. Rompería a llorar.
Él cerró los ojos y ella se marchó.
Tras una semana de soledad, Pedro comenzó a reconsiderar la decisión de haberse apartado de Paula. Al cabo de dos semanas, se fue a vivir a una de las cabañas de la sexta zona, donde recorría los caminos trazados por ella varias veces al día. Por las mañanas oía el canto de los pájaros; a mediodía buscaba los lugares sombreados; al atardecer se bañaba en una de las bañeras mientras contemplaba la puesta de sol. El móvil no dejaba de sonarle, pues sus empleados recababan su opinión sobre diversos asuntos, por lo que llegó a la conclusión de que no era prescindible, como creía, y de que el cerebro le funcionaba igual de bien que siempre. Era una pieza clave en una empresa que había tardado años en crear, y eso no iba a cambiar porque su vista hubiera dejado de ser excelente. Fue deshaciéndose de sus demonios, con la ayuda del paso del tiempo y con el descubrimiento de que seguía siendo útil y necesario. El paisaje de Paula lo envolvió en su magia y lo hizo entrar en razón. Nunca había conocido a nadie como ella, con quien estaría orgulloso de compartir la vida. Y Paula solo esperaba que reconociera lo que ella ya sabía. La felicidad consistía en pasar la vida con alguien a quien querías y que te correspondía, con independencia de los límites y dificultades que el futuro deparara. Y supo que renunciar a Paula le resultaba imposible. La amaba. La necesitaba. Y la deseaba. Se hallaba sentado a la mesa que había entre tres de las cabañas. La visita de su hermano y su cuñada no iba según lo previsto. Su historia médica se hallaba ante ellos y Federico se esforzaba en desempeñar el papel de hermano mayor y aprovechar la incomodidad de Pedro.
—Repíteme lo que estamos buscando —dijo Federico.
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