—Me dijiste que confiaban en mí y te creí. Dijiste que era una persona valiosa, ingeniosa y fuerte, y también me lo creí. Necesitaba que me echaran una mano y lo hiciste de modo incondicional. Somos amigos y algo más.
Mucho más en tan poco tiempo. Tal vez eso fuera parte del problema.
—¿Por qué no has confiado en mí para apoyarte? —dió un paso hacia él.
—No voy a discutir contigo —contestó él retrocediendo.
—No estoy discutiendo, sino luchando por tí, por nosotros y por un posible futuro en común.
—No quiero que nadie cargue con mis limitaciones. Tú estás empezando y te espera todo lo bueno de la vida.
—Pero tú no.
—Te irá mejor sin mí, mucho mejor.
—Y eso que creía que iba a ser yo quien se resistiera a nuestra relación pensando que no estaba a la altura. No tengo dinero ni contactos ni me considero más inteligente que la mayoría. Sin embargo, me has hecho creer que se me puede valorar y querer por ser como soy, por ser Paula. ¿Por qué no puedes ser tú mismo, herido y sin buena visión periférica, pero entero y digno de ser querido?
Las defensas de Pedro iban desmoronándose como si fueran cerillas. Debía apartarla de su lado, antes de caer a sus pies hecho un penoso guiñapo incapaz de dejarla marchar.
—Tu padrastro y tu hermanastro te echaron de casa. Y a tu padre no quieres ni verlo —dijo él con desprecio—. No puedes luchar contra tus demonios, ¿Y pretendes hacerlo con los míos?
—¿Ese es tu argumento? —se acercó y le puso un dedo en el pecho—. Puedo luchar contra mis demonios y lo haré. Y después volveré a por tí. Mientras tanto, tal vez puedas matar a un par de los tuyos.
Se dirigió a la puerta.
—Te dejas la mochila —pero ella no se volvió.
—Te he construido un jardín sensorial repleto de texturas, sombras, agua y sonidos. Es un refugio para relajarse y renovarse, un lugar majestuoso y tranquilo que te he diseñado con todo mi amor. Los planos están en la mochila. ¿Qué más da que no puedas ver todo lo que he escrito? Tú eres el que posee recursos ilimitados. Si no quieres ir a experimentarlo por tí mismo, haz que alguien te lo explique.
Las puertas de la casa se cerraron suavemente. Él se apoyó en la de salida y se apretó los ojos, que de repente le picaban. Ella había hablado apasionadamente y la quería por eso. En realidad, la quería y punto. Se había dado cuenta en algún momento de la discusión ¿Pero cómo iba a permitir que se quedara y a hacerla feliz, si no veía lo que tenía delante? Debía dejar que se fuera. Sus limitaciones no eran responsabilidad de ella. Al final se daría cuenta de que tenía razón.
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