—Creo que deberías buscar en Internet fotos de Murray y sus hijos. Después, si quieres que contrate a una persona que investigue dónde se hallaba cuando tu madre se quedó embarazada de tí, lo haré. Aquel día estaba resultando lleno de sorpresas.
—¿Me parezco a él?
—Un poco. Te pareces más a uno de los hijos. Creo que compró la concesión minera para conseguir dinero para tu madre y para tí. Sospecho que lo envió a través de mi padre porque tu madre rechazó su ofrecimiento de ayuda económica.
Paula respiró hondo.
—Eso es mucho suponer.
—Como te he dicho, puedo contratar a un investigador para que averigüe los hechos. Puede que seas hija de un hombre rico.
Ella siempre había querido saber quién era su padre, pero no se lo imaginaba rico y poderoso ni creía que supiera que tenía una hija. Si lo que suponía Pedro era verdad, Francisco Murray sabía de su existencia, pero no había querido conocerla.
—Eres cruel al hacerme dudar de mi identidad.
—¿Acaso está mal?
Ella se levantó de la mesa y salió al porche. Pedro siguió observándola con cautela.
—Dime qué piensas —dijo apoyándose en la barandilla.
—Ese hombre sabía que existía, pero no ha querido saber nada de mí. Y está muy bien que nos ayudara a mi madre y a mí económicamente, pero ahora soy una persona adulta y no me debe nada. Además, tu padre murió hace años, por lo que es indudable que ese dinero no sigue llegando. No sé qué hacer con la información que me has dado —se apoyó en la barandilla y contempló las estrellas.
Pedro no la imitó, sino que siguió mirándola.
—Podrías intentar contactar con él.
—¿Y qué le digo? ¿Qué para mí no significa nada el dinero que me mandaba? No va a querer hablar conmigo.
—Yo no le diría eso.
—Él tomó una decisión, cuando nací. El dinero no es afecto, sino una manera conveniente de aliviar el sentimiento de culpa.
—Creí que te gustaría saberlo.
—¡Pues no! Es probable que la historia de tu familia se remonte a siglos atrás. Sabes quién eres. No entiendes lo que supone no saber quién es tu padre y soñar con que un día lo conocerás. En mis sueños bonitos, mi padre se emocionaba al saber que tenía una hija. Era un hombre maravilloso y estaba encantado de conocerme —reprimió una risa amarga.
—¿Qué pasaba en los sueños desagradables?
—Que sabía de mi existencia desde el principio y que le daba igual —no iba a dejar que Reid la viera desmoronarse—. Gracias por la cena. Me marcho.
—Paula, espera. Deja que…
—¡No vas a solucionarlo! —él no se merecía su cólera—. Lo siento, pero me voy.
—Cuando dices que te vas, ¿Te refieres a montarte en la camioneta y marcharte?
—No —señaló su cabaña. Estaba demasiado oscuro para conducir sin perderse—. Me voy a mi… No quiero venirme abajo delante de tí. Me voy a mi habitación.
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