—Cualquier cosa que deba explicar a alguien que quiera tener una relación sentimental conmigo; a mi futura esposa, por ejemplo —si iba a buscar a Paula, le presentaba su futuro desde el punto de vista médico y le suplicaba que lo perdonase, quería un consejo sobre la información que debía proporcionarle.
Por ejemplo, ¿Debía hablarle, en primer lugar, de su posible problema de reproducción?, ¿Ode la pieza de metal que aún tenían que extraerle de la cabeza?, ¿O darle una explicación exhaustiva de los límites de su vista?
—Comienza por la vista —dijo Brenda—. Está peor de lo que creía —añadió con preocupación tomándolo de la mano—. Me molesta que no nos lo hayas dicho.
—Creí que mejoraría y no quería preocuparlos.
—Vuelve a contarme cómo es posible que Paula te dijera que no le importaba nada de todo esto y que la rechazaras —murmuró Federico.
—Debería haberte atado y convencido —afirmó Brenda, y a Federico se le atragantó el café.
¿Podía surgir algo útil de la precipitada decisión de Pedro de llamar a su familia para que lo ayudara a enfrentarse a Paula? Se merecía un gran gesto.
—¿Qué pasa, Fede? ¿Estás de acuerdo?
Federico recobró la compostura a toda prisa.
—Después de decirle la verdad sobre el estado de tu vista, podrías mencionarle que tienes una prótesis de cadera, que no tienes bazo y que tendrán que operarte la arteria por la ingle. Y podrías terminar con esta perla del equipo de especialistas: «La rápida recuperación del señor Alfonso ha sido milagrosa» —el tono de voz era seco e indicaba desagrado. A Pedro no le hizo falta verle el ceño fruncido para captar el mensaje—. ¿Por qué no nos lo dijiste?
—Bueno, no quería… No quería parecer débil. Por eso me quedé conmocionado al verme en las fotos inconsciente, tras el accidente de escalada, y siendo atendido por desconocidos. Y esas fotos se publicaron en las redes sociales: mi fragilidad a la vista de todos —Pedro apeló a su hermano, que se había pasado siete años en la cárcel dándoselas de tipo duro para que los otros presos lo dejaran en paz—. Fede, sabes que hay momentos en que un hombre no puede parecer débil.
Federico se mesó el cabello y miró a Brenda, que lanzó un bufido y alzó las manos.
—Es evidente que nos necesita.
—¿Creen que debo humillarme antes o después de presentarle los hechos? —preguntó Pedro indicando con las manos la historia médica.
—Antes —afirmó Brenda.
—Ni siquiera estoy seguro de que necesites presentarle los hechos — murmuró Federico.
—Quiero que me ayuden a redactar un correo electrónico sobre mis problemas de salud. Y quiero que me digáis qué piensen que debo hacer al ver a Paula —no quería volver a fallarle.
—Tengo una idea —dijo su cuñada esbozando una sonrisa resplandeciente.
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