Las suaves caricias se convirtieron en ansiosas cuando le introdujo las manos por debajo de la ropa para sentir la calidez de su piel y la forma de su cuerpo. Le deslizó los labios por la mandíbula hasta la clavícula. Olía maravillosamente y lo excitaba la forma en que ella se aferraba a él. Nunca le había preocupado tanto el placer de una mujer. La levantó del suelo y ella lo rodeó con las piernas. Cayeron en la cama y comenzaron a desnudarse. Cuando sus pieles se rozaron por primera vez, él creyó que se moría. Gustaba a las mujeres y a ellas les gustaba y sabía complacerlas. Pero ninguna ejercía un poder sobre él semejante al de Paula, que lo impedía pensar y, mucho menos, planear lo que iba a hacer. La fue besando hasta llegar a los senos y comprobó que con la punta de la lengua la volvía loca de deseo. Dejó que lo tumbara de espaldas para colocarse encima de él y comenzar a frotarse sobre su erección. Eso los excitó mucho, por lo que, tal vez, de ahora en adelante dejaría que fuera Paula quien tomara las decisiones en los contactos íntimos. Ella se deslizó por su masculinidad, lo que le provocó un gemido. Rodó para quedarse encima de ella y dejó que su instinto tomara el mando. Cuando llegó al orgasmo, él lo hizo a los pocos segundos y, aunque no fue su mejor actuación ni la más considerada, fue indudablemente la experiencia sexual más intensa de su vida. Estaba exhausto, era incapaz de pensar y no dejaba de sonreír.
—Ha sido… —no iba a reconocer que, hasta ese momento, no había tenido buen sexo—. Ha sido esclarecedor.
—Estoy de acuerdo.
¿Sonreía ella? Como no la veía bien, le recorrió los labios con la yema de los dedos, que ella mordió.
—Para. Intento saber si estás satisfecha. ¿Estás sonriendo?
Ella lo abrazó, colocó la cabeza debajo de su barbilla y le puso la mano en el corazón.
—Con todo el corazón.
—¿Porque estás satisfecha?
—Porque me haces feliz.
—Quiero estar seguro de que estás satisfecha. Si no es así, puedo hacerte otras cosas, hasta que mi pobre cuerpo esté listo para continuar.
—Ah, muy bien —esa vez él notó la sonrisa de ella en el pecho—. Podría estar más satisfecha, no te quepa duda.
—¿Estás segura? —le deslizó la mano hasta la rodilla y ella le puso la pantorrilla en el hombro, mientras él le besaba el interior del muslo.
Le acarició el centro de su feminidad con la lengua y ella arqueó la espalda. Y él utilizó el pulgar para acceder mejor a su objetivo.
—¿Pero segura de verdad? —ella se agarró a las sábanas cuando él le sopló en la carne sensible e inflamada.
—¡Estoy segura!
Pero él no hizo nada, porque lo satisfacía excitarla.
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