Paula estaba desconsolada. Pedro era un imbécil, pero no se daría por vencida. A veces había que hacer frente al mal tiempo hasta que volvía a salir el sol. Mientras se dirigía hacia el oeste pensó que él tenía razón en algunas cosas. Ella seguía teniendo problemas personales que solucionar antes de exigirle a él que resolviera los suyos. Pero como era una mujer segura de sí misma, con mucho amor y energía que ofrecer, podría hacerlo. Agarró el móvil y llamó a la única persona que nunca le había fallado.
—Hola, Rosa, ¿Puedo quedarme en tu casa unos días?
—Ya sabes que sí ¿Cuándo vienes?
—Mañana. Acabo de salir de Brisbane. Pasaré la noche en un motel.
—Creí que seguías en Cooper Crossing.
—Acabamos ayer. Quería darle la buena noticia a Pedro.
—¿Cómo está?
—De muy mal humor. Le resulta difícil aceptar que, después del accidente, no volverá a ser el mismo —le explicaría los detalles cuando la viera. No estaba segura de lo que sabía Gert sobre su relación con Pedro. No se lo había ocultado, sino que había estado muy ocupada.
—Tenía que ocurrir —dijo Rosa suspirando—. Siempre se ha mostrado optimista ante los demás, incluso después de recibir un duro golpe. Es como si creyera que la gente no soportaría que todo lo que lo rodeara no fuera positivo.
—Voy a ir a ver a Gerardo y a Luca —su padrastro y su hermanastro—. A ver si aclaramos la cosas de una vez y puedo olvidarme de todo aquello.
—Creo que no es buena idea. Gerardo lleva borracho varios días.
—¿Qué lo ha provocado esta vez?
—¿Quién sabe? No es un buen hombre.
—Puede que lo fuera hace tiempo.
—No, Paula. Se bebió el dinero reservado para tu educación, te echó de casa de tu madre en cuanto ella murió y amenazó a su hijo con darle una paliza si se relacionaba contigo.
—Últimamente, Luca me saluda con la cabeza cuando me ve. Va a cumplir dieciocho años. Lo ayudaré, si quiere salir de esa casa.
—Te escupió.
—Tenía diez años —Paula no esperaba que la hubiera defendido ante los ataques de Gerardo. Tampoco que la escupiera, pero entendía que lo había hecho para ganarse el favor de su padre. Hasta entonces, su relación había sido buena.
—Quiero ayudarlo ofreciéndole un puesto en mi equipo cuando trabajemos en los jardines del centro de información turística.
—Eso sería como pedirle que declarara la guerra a su padre.
—Lo sé. Y puede que vuelva a escupirme, pero, de todos modos, voy a ofrecerle una forma de escapar de las garras de su padre, del mismo modo que tú me la ofreciste.
—De acuerdo —dijo Rosa—. Vamos a luchar por él.
—Rosa, ¿te suena el nombre de Francisco Murray?
—No.
—Búscalo en Internet, a ver si su rostro te resulta conocido.
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