viernes, 10 de octubre de 2025

Eres Para Mí: Capítulo 68

Pero ella se limitó a cruzarse de brazos.


—No digas tonterías.


—Es que no me has visto comportarme como un playboy.


—Lo que nunca te he visto es tan feliz como cuando fui a recogerte, hace mes y medio, donde estaba trabajando Paula. Después, te desmayaste haciendo escalada y decidiste que eras un inútil, lo que es falso, y cortaste todo contacto con la mujer de la que estás enamorado y que te corresponde. Así que dime qué pasa.


—Ella no me corresponde. Para ella solo he sido el medio para alcanzar un fin. Pero no pasa nada.


—No me lo creo, Pedro. Paula te importa más de lo que das a entender. Me doy cuenta. Te estás perdiendo cosas maravillosas por un… Problema físico menor.


—Esta charla para levantarme la moral, ¿Tiene algún propósito?


—Ya te lo he dicho: levántate y ve a ver a Paula. Inspecciona el trabajo, dile que es un genio, porque es verdad. Y resuelve su situación personal. Me da igual que finjas ser un playboy. Aclara las cosas.


—Están claras —renunciaba a Paula por el bien de ella—. ¿Hemos terminado? 


Brenda vaciló.


—Sabes que te quiero y no creo que seas un inútil o cualquier otra cosa que se te ocurra. De acuerdo, hay cosas que ya no puedes hacer. ¿Y qué? Céntrate en lo que puedes hacer.


—Brenda, me has dicho lo que piensas y te lo agradezco. Creo que llevo demasiado tiempo aprovechándome de tu hospitalidad. Me marcho a casa dentro de una hora.


—¿A qué casa?


—A Cooper Crossing.


—Allí ya no queda nadie.


—Justamente.


Una hora después, Catalina, muy ansiosa, se hallaba frente a la puerta que conduciría a Pedro al helicóptero y al piloto que lo esperaban. Él llevaba una bolsa de equipaje y las gafas de sol polarizadas. Quienes sostenían que la ausencia de un sentido desarrollaba otros tenían razón. Desde que Pedro había perdido vista, era capaz de interpretar el lenguaje corporal de las personas.


—¿Vuelves mañana? —preguntó Catalina.


—No, pero volveré.


—¿Y volverás a ser el de siempre?


¡Qué pregunta!


—Puede que sea un poco distinto, pero la gente cambia. Tú lo harás cuando crezcas, e incluso después.


—Pero te seguiré queriendo, aunque hayas cambiado. No hace falta que me enseñes a conducir. Podemos divertirnos haciendo otras cosas.


—Tienes razón.


—Puedo leerte —Piper comenzó a cambiar el peso de un pie al otro. Su ansiedad aumentó la de Pedro—. Si te apetece.


—Me encantaría.


—Y estoy aprendiendo a cantar. Tú también podrías ir a clase.


—Claro.


—¿Quieres llevarte a Fluffy Wuffy para que te haga compañía?


—No, gracias, Cata. Te iba a echar mucho de menos.


—No lo hará, si está contigo.


Pedro no llegó a saber cómo logró salir de la casa sin venirse abajo.

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