lunes, 6 de octubre de 2025

Eres Para Mí: Capítulo 65

 —Lo escucho, señor Murray.


—¿Qué quiere?


—Saber quién es mi padre. Si es usted, me gustaría conocerlo para acabar con este asunto de una vez para siempre.


No iba a acceder. Él volvió a carraspear. Los hombres eran cobardes


—En nombre de mi familia y de mí mismo, querría invitarla a una barbacoa en mi casa, este domingo. Tenemos muchas ganas de conocerla.



Dos horas después, Paula seguía en estado de shock al entrar en la cocina de Rosa. Había accedido a la invitación y colgado inmediatamente, temerosa de que la emoción la impidiera seguir hablando. Tenía dos días para recuperarse y conocer a la numerosa familia que tenía su padre. Era poco tiempo y tenía mucho que asimilar, pero no iba a desaprovechar la oportunidad. Al ver a un joven en la cocina de Rosa se sobresaltó.


—Luca, hola. Siento llegar tarde, Rosa.


—Llegas en el momento justo —contestó Rosa señalándole el horno—. Iba a servir la cena.


Paula fue al cuarto de baño a lavarse y, cuando volvió, Luca estaba partiendo la carne, mientras Rosa servía la ensalada y las patatas asadas. Hasta la mitad de la cena, durante la que básicamente había hablado Rosa, no se sintió capaz de volverse hacia su hermano, que había permanecido en silencio, con la cabeza gacha y devorando la comida.


—Tengo una empresa de paisajismo y un buen equipo que trabaja conmigo. Necesito un trabajador para un proyecto que me han encargado para un centro de información turística.


—¿Cuánto pagas? —preguntó él sin mirarla.


—El salario establecido para alguien de tu edad y las dietas que mis empleados reciben por dormir fuera de casa. Puedo mandarte la información, si estás interesado. Es un trabajo de jardinería sencillo, pero, si no estás dispuesto a que te dé órdenes, no lo aceptes, porque te aseguro que no durarás ni un día —no iba a molestar al equipo con peleas familiares.


Se preguntó si debía hablarle del pasado feliz que habían compartido. Y decidió hacerlo.


—Eras un niño cuando me fui de casa. Ahora no nos conocemos, pero sí conozco los defectos de tu padre y su furia. Me fío de la palabra de Rosa, que afirma que no eres como él.


Luca alzó la cabeza y la miró a los ojos. Iba camino de ser un hombre guapo y fuerte, muy parecido a su padre.


—No soy como él.


—¿Estás seguro?


—No soy como él —repitió Luca—. Trabajaré para tí. Quiero el empleo.


—Empezarás el martes que viene y me ayudarás a buscar plantas y a ordenar materiales.


—Me muero de ganas —sonrió levemente.


—Terminen de comer —dijo Rosa con expresión afectuosa. 


Parecía que enfrentarse a viejos demonios no era tan difícil.



EL problema de que Pedro hubiera discutido con Paula era que aún tenían que relacionarse profesionalmente. Él le había prometido que ella no saldría perjudicada si la relación sentimental no funcionaba. Hasta entonces no había cumplido la promesa, pero lo haría muy pronto.

Eres Para Mí: Capítulo 64

 —¿Por qué?


—Creo que puede ser mi padre biológico. Voy a escribirle para preguntarle qué sucedió, por qué me mandaba dinero a través del padre de Pedro y por qué no ha querido conocerme. Y a ver qué pasa.


—¿Esperas algo de él?


—Nada, salvo respuestas, si es que es mi padre. Intento ir hacia delante para ser quien quiero ser. Me debo a mí misma enfrentarme a mis demonios para poder avanzar confiando en mi valía personal y para tener la suficiente autoestima para permitirme amar.


—Hasta mañana —dijo Paula—. Conduce con precaución.


Paula llamó por teléfono mientras paseaba por la habitación de un motel de carretera de tres estrellas. Estaba limpia y eso le bastaba, a pesar de llevar meses viviendo en bonitas cabañas ecológicas. El lujo le daba igual. No tenía el número personal de Francisco Murray, pero sí el de la empresa. Le contestó una voz femenina.


—Hola, me llamo Paula Chaves y querría hablar con el señor Francisco Murray, por favor.


—¿Espera su llamada, señorita Chaves?


—No, pero le agradecería que le dijera que lo he llamado. Voy a mandarle a usted mi dirección electrónica para que se la haga llegar.


—Muy bien. Le diré que ha llamado y le daré su dirección electrónica.


¡Qué mujer tan eficiente, quienquiera que fuera! Paula se apartó el cabello del rostro. No había terminado de enfrentarse a sus miedos, pero había empezado.



Eran las seis y diez de la tarde y a Paula aún le quedaban cientos de kilómetros de camino de tierra para llegar a casa de Rosa. Le sonó el móvil y en la pantalla apareció un número desconocido. Detuvo el vehículo. Allí no hacía falta salirse de la carretera. Agarró el móvil, podía ser un cliente.


—¿Sí?


No hubo respuesta.


—¿Diga?


—¿Paula Chaves? —el hombre carraspeó—. Soy Francisco Murray. 


Paula se quedó sin habla.


—Creo que sé por qué me ha llamado. Llevaba esperándolo mucho tiempo y preguntándome qué le diría llegado el momento.


Le iba a decir que no, pensó ella.


—Tengo tres hijos.


Y Paula se dijo que quién iba a querer una hija teniendo tres varones.


—Y una esposa que lleva cuarenta años a mi lado. 


Iba a negar que había conocido a su madre.


—Y los quiero mucho.


¿Por qué iba a confesarles que había dado dinero a su madre? Había fingido que era obra de Lord Alfonso, que él nada tenía que ver. Lo veía venir. Iba a negarlo todo.

Eres Para Mí: Capítulo 63

Paula estaba desconsolada. Pedro era un imbécil, pero no se daría por vencida. A veces había que hacer frente al mal tiempo hasta que volvía a salir el sol. Mientras se dirigía hacia el oeste pensó que él tenía razón en algunas cosas. Ella seguía teniendo problemas personales que solucionar antes de exigirle a él que resolviera los suyos. Pero como era una mujer segura de sí misma, con mucho amor y energía que ofrecer, podría hacerlo. Agarró el móvil y llamó a la única persona que nunca le había fallado.


—Hola, Rosa, ¿Puedo quedarme en tu casa unos días?


—Ya sabes que sí ¿Cuándo vienes?


—Mañana. Acabo de salir de Brisbane. Pasaré la noche en un motel.


—Creí que seguías en Cooper Crossing.


—Acabamos ayer. Quería darle la buena noticia a Pedro.


—¿Cómo está?


—De muy mal humor. Le resulta difícil aceptar que, después del accidente, no volverá a ser el mismo —le explicaría los detalles cuando la viera. No estaba segura de lo que sabía Gert sobre su relación con Pedro. No se lo había ocultado, sino que había estado muy ocupada.


—Tenía que ocurrir —dijo Rosa suspirando—. Siempre se ha mostrado optimista ante los demás, incluso después de recibir un duro golpe. Es como si creyera que la gente no soportaría que todo lo que lo rodeara no fuera positivo.


—Voy a ir a ver a Gerardo y a Luca —su padrastro y su hermanastro—. A ver si aclaramos la cosas de una vez y puedo olvidarme de todo aquello.


—Creo que no es buena idea. Gerardo lleva borracho varios días.


—¿Qué lo ha provocado esta vez?


—¿Quién sabe? No es un buen hombre.


—Puede que lo fuera hace tiempo.


—No, Paula. Se bebió el dinero reservado para tu educación, te echó de casa de tu madre en cuanto ella murió y amenazó a su hijo con darle una paliza si se relacionaba contigo.


—Últimamente, Luca me saluda con la cabeza cuando me ve. Va a cumplir dieciocho años. Lo ayudaré, si quiere salir de esa casa.


—Te escupió.


—Tenía diez años —Paula no esperaba que la hubiera defendido ante los ataques de Gerardo. Tampoco que la escupiera, pero entendía que lo había hecho para ganarse el favor de su padre. Hasta entonces, su relación había sido buena.


—Quiero ayudarlo ofreciéndole un puesto en mi equipo cuando trabajemos en los jardines del centro de información turística.


—Eso sería como pedirle que declarara la guerra a su padre.


—Lo sé. Y puede que vuelva a escupirme, pero, de todos modos, voy a ofrecerle una forma de escapar de las garras de su padre, del mismo modo que tú me la ofreciste.


—De acuerdo —dijo Rosa—. Vamos a luchar por él.


—Rosa, ¿te suena el nombre de Francisco Murray?


—No.


—Búscalo en Internet, a ver si su rostro te resulta conocido.

Eres Para Mí: Capítulo 62

 —Me dijiste que confiaban en mí y te creí. Dijiste que era una persona valiosa, ingeniosa y fuerte, y también me lo creí. Necesitaba que me echaran una mano y lo hiciste de modo incondicional. Somos amigos y algo más.


Mucho más en tan poco tiempo. Tal vez eso fuera parte del problema.


—¿Por qué no has confiado en mí para apoyarte? —dió un paso hacia él.


—No voy a discutir contigo —contestó él retrocediendo.


—No estoy discutiendo, sino luchando por tí, por nosotros y por un posible futuro en común.


—No quiero que nadie cargue con mis limitaciones. Tú estás empezando y te espera todo lo bueno de la vida.


—Pero tú no.


—Te irá mejor sin mí, mucho mejor.


—Y eso que creía que iba a ser yo quien se resistiera a nuestra relación pensando que no estaba a la altura. No tengo dinero ni contactos ni me considero más inteligente que la mayoría. Sin embargo, me has hecho creer que se me puede valorar y querer por ser como soy, por ser Paula. ¿Por qué no puedes ser tú mismo, herido y sin buena visión periférica, pero entero y digno de ser querido?


Las defensas de Pedro iban desmoronándose como si fueran cerillas. Debía apartarla de su lado, antes de caer a sus pies hecho un penoso guiñapo incapaz de dejarla marchar.


—Tu padrastro y tu hermanastro te echaron de casa. Y a tu padre no quieres ni verlo —dijo él con desprecio—. No puedes luchar contra tus demonios, ¿Y pretendes hacerlo con los míos?


—¿Ese es tu argumento? —se acercó y le puso un dedo en el pecho—. Puedo luchar contra mis demonios y lo haré. Y después volveré a por tí. Mientras tanto, tal vez puedas matar a un par de los tuyos.


Se dirigió a la puerta.


—Te dejas la mochila —pero ella no se volvió.


—Te he construido un jardín sensorial repleto de texturas, sombras, agua y sonidos. Es un refugio para relajarse y renovarse, un lugar majestuoso y tranquilo que te he diseñado con todo mi amor. Los planos están en la mochila. ¿Qué más da que no puedas ver todo lo que he escrito? Tú eres el que posee recursos ilimitados. Si no quieres ir a experimentarlo por tí mismo, haz que alguien te lo explique.


Las puertas de la casa se cerraron suavemente. Él se apoyó en la de salida y se apretó los ojos, que de repente le picaban. Ella había hablado apasionadamente y la quería por eso. En realidad, la quería y punto. Se había dado cuenta en algún momento de la discusión ¿Pero cómo iba a permitir que se quedara y a hacerla feliz, si no veía lo que tenía delante? Debía dejar que se fuera. Sus limitaciones no eran responsabilidad de ella. Al final se daría cuenta de que tenía razón.

Eres Para Mí: Capítulo 61

Pedro no esperaba compañía, así que cuando sonó el sistema de seguridad para anunciarle que alguien quería entrar, salió con calma del spa, agarró una toalla y se acercó a la pantalla de seguridad para ver quién era. Brenda y Federico, por fin, se habían ido esa mañana a su casa, tras varios días de estar con él y de asegurarse de que tenía todo lo necesario. Iba al médico todos los días y un fisioterapeuta lo visitaba dos veces a la semana. Julio, el oftalmólogo, lo había examinado en el hospital y en su casa, hacía dos días. Había recorrido la vivienda y le había hecho preguntas sobre el trabajo y su rutina diaria. Y después le había prescrito una serie de ayudas y aparatos para la vista. Le preguntó dónde estaba la bonita mujer que había conocido y él le respondió que trabajando. No quería que Paula fuera testigo de su debilidad y su miedo. Volvería a verla cuando estuviera bien, lo cual podría tardar mucho. Acabó de secarse y se inclinó sobre la pantalla para ver quién había en la puerta. Y allí estaba ella. Llevaba botas, pantalones cortos, una camiseta, una mochila al hombro, gafas de sol y el cabello recogido en una cola de caballo. Parecía sucia y cansada, pero fuerte y sana. Y él se enfrentó a un dilema, porque quería y no quería verla a la vez.


—Hola —dijo ella con alegría, cuando le abrió la puerta—. Te estabas bañando —añadió al fijarse en la toalla.


—Paula —dijo él en tono frío—. ¿A qué has venido?


—Me he dado cuenta de que nuestra relación, amistad o lo que sea, se basa en que aparezcas de repente y sin avisar. ¿Acaso no puedo hacer yo lo mismo?


Sin decir nada, Pedro se apartó para dejarla entrar. Si de verdad pensaba romper con ella, lo mejor no era hacerlo en la puerta, por si los oía alguien. Paula se dirigió a la cocina, dejó la mochila en un taburete y se volvió hacia él con los brazos cruzados. Lo observó de pies a cabeza.


—No pareces estar a las puertas de la muerte.


—No lo estoy.


—Bueno es saberlo. No has respondido a mis llamadas, ni siquiera a las de negocios.


Ni a las suyas ni a las de nadie.


—Según Brenda, estás sumido en un pozo de autocompasión y desesperación —dió una vuelta alrededor de él lentamente, como si estuviera contemplando una escultura—. Entenderás mi preocupación, aunque debo señalar que tu trasero sigue estando muy bien, al igual que el resto de tu cuerpo. Eso no quiere decir que sea una persona superficial a la que solo le atrae tu físico, pero te he visto en peores condiciones.


—Estoy bien.


—No me lo creo.


—¿Qué quieres que te diga?, ¿Qué no he recuperado la visión?


—Sí, empecemos por ahí.


A Pedro le brillaron los ojos de ira. Ella también estaba enfadada. Y si él no podía darse cuenta porque no la veía bien, se lo demostraría verbalmente.

viernes, 3 de octubre de 2025

Eres Para Mí: Capítulo 60

 —Yo… —¿Querría él que estuviera allí? Él no le había hablado mucho de las heridas ni de la recuperación. Salvo aquella primer noche en la cabaña en que se habían tumbado juntos un par de horas, se había comportado como si no tuviera más problemas de salud que una ocasional disminución de la visión periférica—. Por favor, dile que he llamado.


—¿Quieres que te llame?


—¡Sí! —exclamó ansiosa.


—Se lo diré.


—Gracias —deseaba con todas sus fuerzas estar allí, pero no sabía si tenía derecho—. Me gustaría ir a verlo —su relación era reciente, pero era indudable que podía llamarlo y animarlo en persona, si él lo deseaba—. Estoy preocupada.


«Lo que estás es enamorada», pensó. Eso también. Se había dado cuenta ante la posibilidad de no volver a verlo.


—¿Es un error que tenga ganas de gritarle?


—De ninguna manera: Hazlo. Nosotros estamos andando de puntillas en actitud estoica y de apoyo, y no funciona. No soy médico, pero, si quieres saber mi opinión, ha intentado hacer más de lo que podía, pero no quiere reconocerlo porque se avergüenza. Y, Paula, te voy a decir algo porque sé que no vas a utilizarlo en su contra ni a contárselo a la prensa.


—Claro que no.


—Lo sé. Pedro está luchando para aceptar que no volverá a estar en tan buena forma ni tan sano como antes. Intenta hacerlo entrar en razón, aunque eso lo impulse a criticarte y atacarte.


—Estoy acostumbrada. Mi padre era un alcohólico que no sentía mucho cariño por mí. No es que quiera contarte mi vida ni insinuar que Pedro se le parece. En absoluto. Pero sé desenvolverme sola en este mundo imperfecto. Me enfrento a los problemas sin vacilar, salvo en lo que se refiere a mi padre biológico. Pero estoy en ello. Soy dura y tengo capacidad de recuperación y al final consigo lo que quiero. Si salgo ahora, llegaré por la mañana.


No sabía si lo que estaba diciendo tenía sentido.


—De todos modos, esperaré a que me llame.


—Le están haciendo una resonancia magnética. Le diré que has llamado. Y cuando yo vuelva a casa, podemos quedar a tomar un café, ¿De acuerdo?


—De acuerdo —Paula tuvo la desagradable impresión de que lo único que había conseguido con aquella llamada era revelar su enamoramiento.


¿Y si él quería mantener la relación en secreto? ¿Y si solo se trataba de una aventura y no quería volver a verla? Pedro no le devolvió la llamada. Y Paula tardó una semana en darse cuenta de que no iba a hacerlo. El equipo había terminado de trabajar en la última cabaña y estaba haciendo las maletas para volver a Brisbane. Ella estaba indecisa sobre si ir también, porque ¿Qué iba a hacer allí? ¿Llamar a la puerta de Pedro y pedirle que la dejara entrar? «Sí. Te pidió que confiaras en él. ¿Y si está esperando que acudas en su ayuda, como él acudió a ayudarte?». Cuando el equipo se dirigió hacia el este en un convoy de camiones, fue con él.

Eres Para Mí: Capítulo 59

 —Forman parte del proceso de recuperación —no todo era mentira.


Le habían dicho que podía hacer ejercicio con moderación. Quienes querían escalar por primera vez iban a Kangaroo Point, ya que no se necesitaba experiencia. Y Pedro era un escalador experimentado. La pierna se le había fortalecido y el hombro dislocado ya estaba en su sitio. En cuanto a la vista… La disminución de la visión periférica lo obligaría a mirar todo el rato de frente. Pero necesitaba ponerse a prueba.


—¿Con quién vas a ir a escalar?


—Con Rafael —era instructora profesional y campeona de escalada en interiores—. No le importará que vengas —le pagaba lo suficiente para que no le importase, y Federico tenía experiencia.


—Podría ir mañana por la mañana, porque esta tarde tengo una reunión con la Agencia de Protección Ambiental.


—No pasa nada —Pedro no iba a reconocer que la presencia de su hermano lo había animado, después de una semana repleta de citas médicas y noticias cada vez peores sobre su salud.


Necesitaba un desafío, algo que lo estimulase y lo ayudara a sentirse útil de nuevo y a creer que valía para algo.



Paula no sabía si Pedro había lanzado un satélite sobre el lugar donde se hallaba y por eso ni su equipo ni ella se habían quedado sin cobertura telefónica durante los dos meses anteriores. Había reunido a un grupo de personas que querían seguir trabajando para ella. El siguiente proyecto era para un centro de información turística de una ciudad pequeña con el fin de convertirlo en la puerta de entrada de turistas a toda la zona. Después, ya tenía cerrado un contrato con una celebridad local en Sunshine Coast. Al final del día entraba en Internet para consultar la previsión meteorológica y las noticias. Solía hacerlo mientras cenaba, pero ese día perdió el apetito al leer un titular: "Un magnate multimillonario vuelve a caerse". Dos fotos lo acompañaban: Una, la de un grupo reunido en la cumbre del acantilado; la otra, una antigua foto de Pedro de esmoquin. ¿Se había caído por el acantilado? No, había tenido un accidente escalando. Según un testigo, no había sido una caída grave. Estaba cerca de la cima y se había desmayado. Sus compañeros lo habían ayudado y llevado hasta la cima, donde lo esperaba una ambulancia. Según el artículo, su condición era estable. Marcó con manos temblorosas el número que Reid le había dado, pero saltó el buzón de voz, y no dejó un mensaje. A continuación llamó a Brenda.


—Hola, soy Paula —dijo con voz ronca y vacilante—. He visto la noticia.


—¿Quieres saber cómo está Pedro?


—Sí.


—Estamos en el hospital. Le están haciendo pruebas. Parece que está bien; enfadado con todo y con todos, pero bien.


—¿Qué ha pasado?


—Intenta sacarle información a alguien que no quiere dártela — Brenda parecía a punto de perder la paciencia.


—¿Tan mal están las cosas?


—Federico está muy preocupado y Pedro nos dice que nos vayamos porque se encuentra bien, cuando es incapaz de firmar los papeles del hospital porque apenas puede leerlos.

Eres Para Mí: Capítulo 58

Le había resultado muy difícil entregar las riendas de la empresa que había creado a otras personas, a pesar de que eran de fiar, visionarias y no necesitaban que estuviera al mando. Pedro las había elegido muy bien. Incluso Federico se había ofrecido a ayudarlo. Esa mañana, mientras se hacía el examen ocular, su hermano había presentado las previsiones cuatrimestrales al consejo de administración; Federico, cuyo conocimiento de los motores solares era, como mucho, escaso, pero que creía incondicionalmente en el calendario programado por Pedro para sacarlos al mercado. Su hermano se estaba dejando la piel para que la empresa familiar siguiera funcionando mientras él se recuperaba. El negocio prosperaba sin él, lo que no debería dolerle, ya que indicaba que los cimientos que había establecido eran tan sólidos que lo seguían siendo sin él. Sin embargo, cuanto más se prolongaba la recuperación, más inútil se sentía. Su seguridad en sí mismo y su puesto en la familia se basaban en su capacidad de resolver problemas; en su visión y su ética del trabajo; y en su inteligencia para haber creado una empresa valorada en millones de dólares por medio de sus contactos y del dinero que le había prestado la familia. No quería que lo apartaran como a un inútil. Quería estar seguro de su valía personal. Y, por primera vez desde los diecisiete años, cuando había desayunado con su hermano en la cafetería de una gasolinera, la ponía en duda. Incluso Paula había tomado las riendas de su empresa en ciernes. Cuando acabara de desarrollar el proyecto paisajístico, dedicaría unas semanas a comprobar que los jardines crecían como debían y después se marcharía. Su trabajo comenzaba a ser conocido gracias a las fotos que Brenda había publicado en redes sociales y revistas. Paula podía triunfar. Y eso hacía que la función de hada madrina de Pedro fuera prescindible. Además, su encanto como príncipe azul dejaba mucho que desear, porque ya no se movía con la desenvoltura de antes. Soportaba lo mejor que podía ser un príncipe herido, pero odiaba ser un príncipe permanentemente discapacitado. Se apoyó en la encimera de la cocina de la casa de Brisbane, mientras Federico se quitaba la chaqueta y se dirigía a la nevera, de la que sacó un zumo.


—El consejo de administración te apoya, al igual que los accionistas —dijo Federico. Pedro se limitó a asentir, porque ese último logro nada tenía que ver con él—. ¿Me escuchas?


—Claro que sí. Me parece bien.


Pero Federico no se tragó el falso entusiasmo de su hermano.


—Creí que te alegrarías.


—Así es. Oye, ¿Por qué no subimos a Kangaroo Point esta tarde? — el acantilado era un lugar de escalada en la ciudad, con excelentes vistas de la misma.


—¿Has vuelto a escalar?


—Sí —afirmó Pedro. 


Iba a ser su primer intento, pero no hacía falta que Federico lo supiera.


—¿Puedes hacerlo? ¿Qué te ha dicho el oftalmólogo?


—Está muy contento con mis progresos. Todo va mejor.


—¿Y los dolores de cabeza? —preguntó Federico mirándolo fijamente.

Eres Para Mí: Capítulo 57

Cuando el médico rodó con la silla hacia una pantalla de ordenador montada en la pared, Pedro se puso a su lado, aunque no tenía muchas posibilidades de ver lo que veía él, si no se acercaba mucho más. Pero, por si ayudaba a Julio a elaborar un diagnóstico y explicarle lo que le pasaba, se quedó mirando la pantalla.


—Mi vista no ha mejorado en este último mes, ¿Verdad? —preguntó.


—En efecto.


—¿Por qué?


—Creo que porque el trauma de la cabeza y el daño del nervio óptico son tan graves que no va a recuperarse del todo. Ha avanzado, señor Alfonso, pero el sistema de recuperación del cuerpo es limitado. Siempre verá mejor con el ojo derecho que con el izquierdo y es posible que la pérdida de visión periférica no mejore. Vuelva a ponerse el parche en cualquiera de los ojos, a ver si así le disminuyen los dolores de cabeza. Lleve gafas de sol día y noche y observe si también lo ayuda con esos dolores.


—Supongo que recuperar el permiso de conducir es imposible —al principio pensó que podría hacerlo, pero había perdido la esperanza.


—Ya sé lo que quiere que le diga. Y también que algún imbécil experto en salud mental le habrá dicho que es posible, pero mi reputación profesional no corre peligro si le digo que nadie en su sano juicio va a dejarle volver a conducir.


—Entendido.


—¿Quiere solicitar una segunda opinión?


—No —se trataba de sus ojos, y sabía lo que podían hacer y lo que no—. ¿Le he dicho que he conocido a una mujer preciosa?


—¿Ah, sí? Pues parece que sus ojos aún sirven para algo —dijo Julio con voz risueña—. No veo señales de deterioro neurológico, así que no se desanime por los resultados de este examen. Que no haya habido mejoría puede indicar que se ha estabilizado. Los resultados de los futuros exámenes serán algo mejores o algo peores, dependiendo del día y de lo cansado que se encuentre. ¿Le duele la cabeza ahora?


—Sí.


—¿Cuánto, en una escala del uno al diez?


—Cinco.


—¿Se ha tomado un analgésico?


—Aún no, porque no quería que influyera en los resultados del examen.


—Siga inventando motores, señor Alfonso, y dígale a la enfermera que le dé un ibuprofeno al salir.


—No, estoy bien. Me tomaré uno cuando llegue a casa.


—Sé que las personas que han nacido donde usted tienen fama de duras, pero, por su propio bien, la próxima vez que le duela la cabeza tome la medicación que le voy a recetar.


—Gracias, doctor, pero todavía tengo la última receta que me dió.


—De acuerdo.


Descansar y recuperarse. Los únicos que creían que era algo positivo eran quienes no habían soportado durante interminables meses que les dijeran que disminuyeran el ritmo, se relajaran y cedieran el control a los demás. A Pedro, esa mañana ni siquiera lo calmó estar en el piso de Brisbane, especialmente diseñado para el descanso y la relajación.

Eres Para Mí: Capítulo 56

 —¿Quieres que te suplique? —preguntó ella.


—Sí —contestó él admirado ante lo maravillosa que era Paula en la cama—. Desde luego que sí.


Pedro se quedó cinco días más, que estuvieron repletos de sexo. Se dedicó a dictar nuevos parámetros al programa de conducción automática del camión, para que no acabara cada cinco minutos en un banco de arena. Paula se pasaba el día trabajando en su proyecto paisajístico. Abandonó la idea de presentarle los dibujos por ordenador y prefirió explicarle lo que quería hacer en diversas zonas, mientras paseaban por ellas. Él dió el visto bueno a sus planes, se negó a que ella hiciera el duro trabajo que requerían y acordaron contratar una cuadrilla de trabajadores durante dos semanas para llevarlo a cabo. Discutieron sobre si ella debía quedarse o si la cuadrilla debía ocupar ambas cabañas. Paula no veía motivo alguno para marcharse y sí para quedarse y supervisar el trabajo. Pedro decía que debía ocupar la habitación de Rosa en su casa y hacer un viaje de ida y vuelta de cuatro horas todos los días. Sabía que se estaba comportando de forma absurda, mientras discutían sobre confianza en los demás, seguridad y estereotipos. Pero no estuvo tranquilo hasta que Paula agarró el móvil para llamar a Mariana, su antigua compañera de laboratorio, que tal vez estuviera buscando trabajo o conociera a alguien que lo buscara. Media hora después, había conseguido a dos trabajadoras, además de la hermana de Mariana, que era fontanera y tenía su propia excavadora. Pedro triplicó el coste del trabajo en el contrato que Paula le había presentado, lo firmó y dejaron de discutir para volver a hacer el amor. Pedro se habría quedado más tiempo, de no ser porque tenía varias citas médicas con distintos especialistas. Pidió a Paula que fuera a Brisbane el siguiente fin de semana para que viera el bebedero para pájaros que pensaba instalar, aunque ella ya lo había pedido.


—Lo único que quieres es volver a verme —bromeó ella, y él no se defendió. Era la pura verdad.




-MMM…


Pedro odiaba los «mmms» de Julio, el oftalmólogo. No se trataba de que no fuera un buen conversador, ya que el médico hablaba cuando quería. Y dado que Julio era el mejor oftalmólogo del país, confiaba en que supiera lo que decía, aunque a veces necesitara un diccionario para entenderlo.  Si su vista hubiera mejorado, esas expresiones durante aquel examen le habrían confirmado que todo iba bien. Sin embargo, era innegable que la vista no le había mejorado y que los dolores de cabeza eran cada vez más frecuentes. Miró la luz brillante que el oftalmólogo le había indicado y la lámpara de hendidura le tomó fotografías de los ojos.


—Hemos terminado.

miércoles, 1 de octubre de 2025

Eres Para Mí: Capítulo 55

Las suaves caricias se convirtieron en ansiosas cuando le introdujo las manos por debajo de la ropa para sentir la calidez de su piel y la forma de su cuerpo. Le deslizó los labios por la mandíbula hasta la clavícula. Olía maravillosamente y lo excitaba la forma en que ella se aferraba a él. Nunca le había preocupado tanto el placer de una mujer. La levantó del suelo y ella lo rodeó con las piernas. Cayeron en la cama y comenzaron a desnudarse. Cuando sus pieles se rozaron por primera vez, él creyó que se moría. Gustaba a las mujeres y a ellas les gustaba y sabía complacerlas. Pero ninguna ejercía un poder sobre él semejante al de Paula, que lo impedía pensar y, mucho menos, planear lo que iba a hacer. La fue besando hasta llegar a los senos y comprobó que con la punta de la lengua la volvía loca de deseo. Dejó que lo tumbara de espaldas para colocarse encima de él y comenzar a frotarse sobre su erección. Eso los excitó mucho, por lo que, tal vez, de ahora en adelante dejaría que fuera Paula quien tomara las decisiones en los contactos íntimos. Ella se deslizó por su masculinidad, lo que le provocó un gemido. Rodó para quedarse encima de ella y dejó que su instinto tomara el mando. Cuando llegó al orgasmo, él lo hizo a los pocos segundos y, aunque no fue su mejor actuación ni la más considerada, fue indudablemente la experiencia sexual más intensa de su vida. Estaba exhausto, era incapaz de pensar y no dejaba de sonreír.


—Ha sido… —no iba a reconocer que, hasta ese momento, no había tenido buen sexo—. Ha sido esclarecedor.


—Estoy de acuerdo.


¿Sonreía ella? Como no la veía bien, le recorrió los labios con la yema de los dedos, que ella mordió.


—Para. Intento saber si estás satisfecha. ¿Estás sonriendo?


Ella lo abrazó, colocó la cabeza debajo de su barbilla y le puso la mano en el corazón.


—Con todo el corazón.


—¿Porque estás satisfecha?


—Porque me haces feliz.


—Quiero estar seguro de que estás satisfecha. Si no es así, puedo hacerte otras cosas, hasta que mi pobre cuerpo esté listo para continuar.


—Ah, muy bien —esa vez él notó la sonrisa de ella en el pecho—. Podría estar más satisfecha, no te quepa duda.


—¿Estás segura? —le deslizó la mano hasta la rodilla y ella le puso la pantorrilla en el hombro, mientras él le besaba el interior del muslo.


Le acarició el centro de su feminidad con la lengua y ella arqueó la espalda. Y él utilizó el pulgar para acceder mejor a su objetivo.


—¿Pero segura de verdad? —ella se agarró a las sábanas cuando él le sopló en la carne sensible e inflamada.


—¡Estoy segura!


Pero él no hizo nada, porque lo satisfacía excitarla.

Eres Para Mí: Capítulo 54

 —Muy bien, pero el dinero que Murray te mandaba no es un hecho que carezca de importancia. Por aquel entonces, no tenía tanto como para irlo repartiendo alegremente.


Ella se mordió la lengua para no espetarle palabras hirientes. «Él no tiene la culpa. No le digas nada que lo pueda herir. Dile lo que realmente quieres decirle».


—Siento que veas esta faceta de mi personalidad. Soy una amargada y una desagradecida, y me importa un bledo el dinero que me regalara por mi cumpleaños. ¿Por qué no me dijo nada mi madre? No quería que supiera nada de él, y él no quería saber nada de mí —las lágrimas comenzaron a rodarle por las mejillas—. Me traicionaron.


—Los sentimientos son muy complicados. Para algunos, entre los que me incluyo, la forma de enfrentarse a ellos es huyendo para estar solo. Deberías hablar con Brenda sobre lo de refugiarte en tu habitación. Ella lo estuvo haciendo durante años.


La hermosa y traumatizada adolescente se tuvo que obligar a salir de ella para hacer fotos y mandárselas al prisionero que le había salvado la vida. Paula conocía la historia.


—No voy a estar años encerrada en mi habitación, a causa del comportamiento de mi padre.


—Si te parece bien, te acompaño a la habitación.


—No es buena idea.


—¿Por qué?


—Porque probablemente te empujaré dentro y, con total desvergüenza, te pediré que me hagas olvidar a mis padres y que me hagas sentir deseada.


—¿En serio? —preguntó él con los ojos brillantes.


De repente, Paula notó que no podía respirar y que no era porque fuera a romper a llorar.


—Pues encantado de poder servirte de ayuda. De hecho, como buen caballero, insisto en hacerlo.


Y ella iba a aceptar el ofrecimiento. Le daba igual que fuera su cliente. Lo deseaba; mejor dicho, lo necesitaba. Y Paula se lo merecía. Pedro solo quería ayudarla. Creía, sinceramente, que las investigaciones que había llevado a cabo y la información que había reunido la ayudarían. No se le había ocurrido que pudieran hacerle daño. Y ahora solo quería arreglarlo. Entraron en la habitación en silencio. Pedro la abrazó y la besó en los labios. El beso comenzó siendo una disculpa y una forma de consuelo, pero bastó la apasionada y desinhibida reacción de Paula para que él perdiera el control y se transformara en otra cosa.

Eres Para Mí: Capítulo 53

 —Creo que deberías buscar en Internet fotos de Murray y sus hijos. Después, si quieres que contrate a una persona que investigue dónde se hallaba cuando tu madre se quedó embarazada de tí, lo haré. Aquel día estaba resultando lleno de sorpresas.


—¿Me parezco a él?


—Un poco. Te pareces más a uno de los hijos. Creo que compró la concesión minera para conseguir dinero para tu madre y para tí. Sospecho que lo envió a través de mi padre porque tu madre rechazó su ofrecimiento de ayuda económica.


Paula respiró hondo.


—Eso es mucho suponer.


—Como te he dicho, puedo contratar a un investigador para que averigüe los hechos. Puede que seas hija de un hombre rico.


Ella siempre había querido saber quién era su padre, pero no se lo imaginaba rico y poderoso ni creía que supiera que tenía una hija. Si lo que suponía Pedro era verdad, Francisco Murray sabía de su existencia, pero no había querido conocerla.


—Eres cruel al hacerme dudar de mi identidad.


—¿Acaso está mal?


Ella se levantó de la mesa y salió al porche. Pedro siguió observándola con cautela.


—Dime qué piensas —dijo apoyándose en la barandilla.


—Ese hombre sabía que existía, pero no ha querido saber nada de mí. Y está muy bien que nos ayudara a mi madre y a mí económicamente, pero ahora soy una persona adulta y no me debe nada. Además, tu padre murió hace años, por lo que es indudable que ese dinero no sigue llegando. No sé qué hacer con la información que me has dado —se apoyó en la barandilla y contempló las estrellas.


Pedro no la imitó, sino que siguió mirándola.


—Podrías intentar contactar con él.


—¿Y qué le digo? ¿Qué para mí no significa nada el dinero que me mandaba? No va a querer hablar conmigo.


—Yo no le diría eso.


—Él tomó una decisión, cuando nací. El dinero no es afecto, sino una manera conveniente de aliviar el sentimiento de culpa.


—Creí que te gustaría saberlo.


—¡Pues no! Es probable que la historia de tu familia se remonte a siglos atrás. Sabes quién eres. No entiendes lo que supone no saber quién es tu padre y soñar con que un día lo conocerás. En mis sueños bonitos, mi padre se emocionaba al saber que tenía una hija. Era un hombre maravilloso y estaba encantado de conocerme —reprimió una risa amarga.


—¿Qué pasaba en los sueños desagradables?


—Que sabía de mi existencia desde el principio y que le daba igual —no iba a dejar que Reid la viera desmoronarse—. Gracias por la cena. Me marcho.


—Paula, espera. Deja que…


—¡No vas a solucionarlo! —él no se merecía su cólera—. Lo siento, pero me voy.


—Cuando dices que te vas, ¿Te refieres a montarte en la camioneta y marcharte?


—No —señaló su cabaña. Estaba demasiado oscuro para conducir sin perderse—. Me voy a mi… No quiero venirme abajo delante de tí. Me voy a mi habitación.

Eres Para Mí: Capítulo 52

Pero entonces recordó que le había contado que había llevado a su hermano a un bar de carretera y que había pedido un montón de comida para desayunar; y que también ella había sido testigo de cómo devoraba los aperitivos tailandeses en la tienda de ropa de baño. Era el mismo hombre. La comida era excelente y Paula prefería comer a hablar, lo cual probablemente era una falta de educación en determinados círculos sociales, pero había trabajado mucho y estaba hambrienta. Solo cuando estaba comiéndose su mitad de mango, y también la de Pedro, que no la quiso, la charla trivial se volvió más seria.


—Así que no hemos progresado en la búsqueda de nuestra hermana, pero he descubierto algo interesante sobre el dinero que mi padre regaló a tu madre, después de tu nacimiento. ¿Te lo cuento? —preguntó él.


Paula se limpió el jugo de mango que le chorreaba por la barbilla y los dedos. Quería mucho a su madre, pero era evidente que las decisiones que esta había tomado a lo largo de su vida no habían beneficiado a Ari. La familia reconstruida era un ejemplo clásico.


—No sé si quiero saberlo. ¿Va a destruir mis ilusiones?


—Puede.


—Bueno, supongo que podré soportarlo.


—Hemos encargado a un auditor forense investigar antiguos registros financieros. El dinero que mi padre entregó a tu madre procedía de un banco propiedad de una empresa australiana, FNQ Metals. Mi padre tuvo ese dinero en su cuenta menos de veinticuatro horas, antes de transferirlo a la cuenta de tu madre. Al principio creí que le había transferido esa cantidad, como muestra de agradecimiento por haber impedido que se jugara la casa. Pero había habido otras transferencias a lo largo de los años, cantidades más pequeñas, el mismo día cada año, cantidades que solo estaban en la cuenta de mi padre menos de veinticuatro horas. ¿Te dice algo el veinticuatro de mayo?


—Es mi cumpleaños.


—Ah —parecía satisfecho—. Me lo imaginaba.


—¿Qué quieres decir?


—Creo que alguien utilizaba a mi padre de intermediario para entregar dinero a tu madre por tu cumpleaños. ¿Quieres que siga?


—¿Hay más?


—FNQ Metals hoy es una empresa pública, pero antes pertenecía a Francisco Murray, que inició su carrera como comprador de ganado en el norte de Queensland. Se casó a los diecinueve años y sigue casado con la misma mujer. Tiene tres hijos, todos en la treintena. Ganó tanto dinero con el ganado que compró una concesión minera, que le proporcionó hierro, cobre y zinc. Todo esto es de conocimiento público. Mi padre no tuvo negocios con él, salvo el de transferir el dinero a tu madre.


Paula intuyó lo que quería decir.


—¿Crees que ese tal Murray es mi padre?


¿Qué veía en ella Pedro al mirarla? ¿Se daba cuenta del pánico que sentía? ¿De los años de esperanza, dolor y dudas? ¿De su intento de hallar pistas en las pertenencias de su madre, una vez fallecida?


Eres Para Mí: Capítulo 51

 —¿Te has tomado un analgésico? —preguntó ella.


—Hace media hora.


—¿Necesitas tomar más?


—No puedo —el médico le había prescrito que los tomara con la frecuencia que le indicaba. 


Tal vez hubiera forzado el cuerpo demasiado al intentar disimular su debilidad. Tal vez hubiera llegado el momento de dejar de hacerlo.


—Puedo traerte una bolsa de hielo de la cabaña.


—¿Vas a intentar curarme de nuevo con aquello de lo que dispongas?


—Con lo que sea necesario —él notó que se levantaba, pero no abrió los ojos—. Vuelvo dentro de cinco minutos.


—¿De cinco minutos?


—Te lo prometo —respondió ella apretándole la mano.



Cuando Paula volvió, Pedro dormía profundamente. Dejó la bolsa de hielo y un vaso de agua en la mesilla y se fue a trabajar. Se puso a plantar esquejes. Estaba contenta y muy segura de haber elegido la profesión adecuada, que le abriría un montón de posibilidades. Y Pedro estaba allí. Él salió a buscarla cuando se estaba poniendo el sol. Observó con atención el trabajo que había realizado. Después la miró y le dijo:


—De acuerdo, creo que la bañera y la ducha exteriores son buena idea. Estás cubierta de barro.


—Sabía que coincidirías conmigo. Los científicos e investigadores que vienen por aquí también acaban cubiertos de barro. Me he encontrado con alguno. Si hubiera una zona para bañarse o ducharse, la utilizarían.


—Vamos a seguir hablando mientras cenamos.


La convenció de que cenase con él, cuando estuviera presentable, prometiéndole que prepararía pescado, ensalada y, de postre, mangos. Ella se duchó deprisa y se reunió con él en su cabaña.


—¿Quieres té frío o algo más fuerte? —le preguntó Pedro, cuando ella entró en la cocina—. Yo voy a tomar agua.


—¿Debido a la medicación?


—Por eso y porque no quiero que me vuelva a doler la cabeza.


Su cuerpo ya no estaba tenso ni sus ojos transmitían dolor. Ella lo observó emplatar el pescado.


—¿Cómo va la búsqueda de su hermana? —preguntó cuando él puso los platos en la mesa y le indicó que se sentara.


—Estamos en un callejón sin salida. Federico se encarga del asunto — esperó a que ella empezara a comer para hacerlo él. 


Ella no entendía sus buenos modales, que solo servían para recalcar la diferencia de clase social que los separaba.