Cerró la puerta de su armario y salió al estacionamiento silbando, en un intento por dejar de pensar en cómo encontrar a la mujer del teléfono. Después de subirse al coche, arrancó y se metió por una calle lateral. No, no pensaba recurrir a los medios a su alcance para averiguar quien era.
Aporreó el volante con frustración, odiándose por permitir que esa mujer desconocida lo obsesionara. Mientras aparcaba junto a la tienda de empeño se dijo que no era nada del otro mundo. No, no debería preocuparse porque la mujer pudiera molestarse al descubrir su error.
Con mucho esfuerzo, bloqueó la voz seductora para ocuparse del caso. La parada por la tienda resultó fructífera. De acuerdo con las descripciones dadas por el propietario de la casa en la que habían robado, recuperó dos anillos y un brazalete, junto con la mala foto Polaroid de la mujer que había empeñado las cosas. Guardó la bolsa con los artículos en el maletero del coche y se marchó.
Por el rabillo del ojo vió a una figura pequeña lanzarse a la calle justo delante de él. Sintió el corazón en un puño al pisar los frenos. Oyó un sonido desgarrador cuando el guardabarros chocó con un cuerpo. Los cláxones sonaron a su alrededor. Milagrosamente, el camión que iba detrás de él se detuvo sin golpearlo. De inmediato, Pedro encendió las luces azules y bajó rezando.
El miedo casi lo paralizó al ver sangre en su vehículo y una forma sin vida en la calle. Dos segundos más tarde, experimentó alivio al darse cuenta de que no había atropellado a un niño. No obstante, la visión del perro grande bajo el guardabarros le produjo un nudo en el estómago. Las manos le temblaron un poco al tocar al animal para ver si estaba con vida.
Sí. Aunque sabía poco sobre perros, ese parecía ser un cachorro. Tenía el cuerpo cubierto con un pelo largo multicolor. No llevaba collar. Cuando Pedro le acarició la espalda, el animal abrió los ojos y gimió, luego trató de incorporarse, pero cayó emitiendo ladridos de dolor.
-Lo siento, muchacho -murmuró, consciente de la multitud que se estaba formando a su alrededor. Una de las patas estaba doblada en un ángulo extraño y sangraba profundamente por la cadera. Pedro miró a todos lados y avistó la entrada de urgencias del Hospital del Condado a menos de una manzana. Quizá alguien allí pudiera detener la hemorragia hasta que lograra transportarlo a una clínica veterinaria.
Tomada la decisión, pasó un pañuelo en torno al hocico para evitar que lo mordiera por el dolor, luego lo metió en el asiento de atrás del coche de la policía. Cubrió su forma temblorosa con una manta que sacó del maletero. Esperaba no haberle producido una herida mortal. Se puso al volante y se dirigió hacia el hospital. Allí encontraría ayuda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario