---Se marchó ---se encogió de hombros ---como alguien perseguida por las llamas.-
--¿ Sin más ? --- entrecerró los ojos ---- ¿ Le dijiste algo?.
--Quizás bromeé un poco de forma inocente, pero nada para que reaccionara de ese modo. Creo que esta tocada un poco de la cabeza.
--- Tú eres el único que está tocado de la cabeza aquí. Piensa. Tienes que haberle dicho algo para perturbarla.
--- No --- meneó la cabeza ----, Cal trajo correo para ti de tu club de fans y comentaba lo seductor que eres. Luego comenté que deberías hacerte tarjetas de visita para no tener que escribir tu número de teléfono tantas veces.
¿ Mi número ? ----lo atenazó el miedo.
--- Sí, ella lo había escrito en un trozo de papel. Imagino que al fin la convenciste para una cita.
Se inclinó y aferró los costados de la cabeza.
---- ¿ Le dijiste que era mi número de teléfono el que estaba escrito en el papel ?.
Buenos, ¿ es que no lo era ? ---- Pedro cerró los ojos y tragó saliva -----. ¿ Qué diablos sucede ? ---- inquirió Marcos.
---- Me tomaré un descanso ----se irguió.
¿Cuánto tiempo?
-No lo sé. Salió a toda velocidad a la calle. A unos treinta metros de distancia, un autobús se había detenido para recoger pasajeros. Captó el reflejo de una blusa rosa y emprendió la carrera. Pero el vehículo arrancó justo cuando llegaba a su lado. Buscó en las ventanillas su rostro y, cuando lo vio, se detuvo. Las lágrimas caían de sus ojos y lo miraba con tanto desprecio que no fue capaz de moverse. Abrió la boca, pero supo que ya era demasiado tarde para las palabras.
Observó cómo el autobús se la llevaba lejos de él y se sintió como un trozo de basura tira- do en la acera.
-Quizá debería trasladarme a Denver ----comentó Paula mientras se limpiaba la naríz-. Estoy segura de que mi cuñado me ayudaría a encontrar un trabajo -tiró el pañuelo de papel al cubo de la basura junto al fregadero y tomó uno nuevo.
Por primera vez desde que Paula la conocía, Cecilia no sabía qué decir; permanecía muda desde que le había contado la terrible verdad. Solo era capaz de menear la cabeza.
-Cielos, Cecilia , di algo. -Te ayudaré a hacer las maletas. Paula se vio dominada por un nuevo ataque de llanto. Hundió los hombros por la humillación y algo peor... la decepción. Había empezado a creer que Pedro Alfonso era un tipo decente, quizá alguien a quien pudiera amar. Tal vez alguien que podía amarla.
La tristeza le encogió el corazón. Cecilia la abrazó y la dejó llorar un rato, luego la condujo a la silla de la cocina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario