Había deseado decirle a Paula lo desesperadamente que la había buscado, lo mucho que se había disgustado por sus actos irracionales. No había deseado abandonar a una muchacha joven y embarazada. Cuando Paula le devolvió el dinero que ella le había dado, junto con los regalos de Pedro, había tenido aún más miedo. Los familiares de Paula no tenían mucho que darle. La joven, sola y embarazada en una gran ciudad, habría estado a merced de cualquier desconocido que hubiera deseado hacerle daño.
Horrorizada por lo que había hecho, Ana había contratado detectives privados en un desesperado intento por encontrar a Paula y ocuparse de ella. Sólo pensar que hubiera podido abortar a su nieto o darlo en adopción la torturó durante años. Todos sus esfuerzos no produjeron ni una sola prueba del paradero de Paula. Parecía que la muchacha había desaparecido de la faz de la tierra.
Cuando comprendió que no iba a poder comer nada, apartó el plato. Aquella noche estaba sola, como ocurría frecuentemente. Pedro le había dicho que tenía negocios de los que ocuparse. La actitud de su hijo también había cambiado durante aquellos años. Ya no era el hijo considerado y cariñoso que había sido antes. La huida de Paula había matado algo dentro de él y lo había convertido en un hombre duro e incluso cruel. Culpaba a la muchacha, cuando habían sido las manipulaciones de su madre las que habían causado tanto dolor.
Paula la había acusado de sentirse culpable y, en realidad, así era. Aquella noche en especial sentía el peso de todo lo malo que había hecho. Su hijo había sufrido mucho y, aunque había logrado capear el temporal, no había vuelto a ser el mismo. Ella tampoco lo era. Había causado tanto dolor por entrometerse en lo que no debía... Pensó en el niño y deseó de todo corazón saber si Paula lo tenía aún. Durante años no había podido dejar de preguntarse si sería feliz, si estaría en manos de personas que lo amarían de corazón. Aquellos pensamientos no le habían dejado tener paz desde que Paula se marchó.
Se levantó de la mesa y se dirigió al salón. Sabía que Paula la odiaba. Se lo merecía. En realidad, no había esperado salir indemne de sus pecados. Nadie conseguía jamás escapar. El castigo podía tardar años, pero la penitencia llegaba tarde o temprano.
Al sentir que se acercaba una tormenta, se echó a temblar. No podía comprar a Paula. No podía intimidarla. Tampoco podía obligarla a marcharse y, si se quedaba, lo más probable era que Pedro terminara sabiendo la verdad.
Cerró los ojos y se echó a temblar. Su hijo la odiaría cuando supiera lo que había hecho.
Se acercó a la ventana y contempló el oscurecido horizonte. No podía confesar sus delitos. Aún no. Tenía que esperar, ganar tiempo. Había tanto que Pedro no sabía sobre su pasado, sobre las razones por las que luchaba tan enconadamente por ser una persona respetada. Para eso incluso se había casado con Horacio Alfonso a pesar de que no lo amaba. El hombre del que verdaderamente se había enamorado se había marchado a Vietnam por sus incansables y frías manipulaciones y había muerto allí. Eso también tenía que cargarlo sobre la conciencia. Había sacrificado el amor de su vida por el deseo de tener riqueza y poder, para rodearse de todas las cosas que pudieran proteger a su hijo de la destructiva infancia que ella había tenido.
Nadie sabía lo que ella había tenido que soportar de niña por su madre. Se había jurado que nadie lo sabría nunca. Sin embargo, lo que le había hecho a Paula, a Pedro, al hombre al que había amado... Su corazón sufría con las heridas que ella misma se había causado.
Tal vez aún tuviera tiempo de librarse de la humillación de que Pedro se enterara de lo que había hecho. Si suplicaba, podría ser que lograra la compasión de Paula y que lograra que ella se marchara de Billings. El daño estaba hecho. El niño se había perdido. Estaba casi segura de que Paula lo había dado en adopción. Lo único que podía hacer era convencerla de que no iba a ganar nada con la venganza.
La rebajaría en su orgullo, pero era lo que se merecía. Había hecho tanto daño por tratar de conseguir que Pedro se casara con la mujer adecuada... Su necesidad de aceptación social seguramente le había costado la esperanza de tener nietos, porque Pedro se negaba a pensar en el matrimonio. Había perdido el único nieto que había tenido por su propia arrogancia. Cerró los ojos y se echó a temblar. Sus sueños hechos pedazos. ¡Qué fríos podían llegar a ser los sueños muertos del pasado! Se dio la vuelta muy lentamente y se sentó.
No era muy tarde cuando Paula se marchó del restaurante. Pedro se había marchado inmediatamente después de su breve discusión. ¡Qué estúpida había sido al esperar que él pudiera preguntarle la verdad a su madre, cuando, desde el principio, había creído todo lo que Ana le había dicho!
Si sentía algún consuelo, éste provenía de la incertidumbre que sentía Ana por el destino de su único nieto. Era un placer con regusto amargo, dado que a Paula no le gustaba hacer daño a la gente, ni siquiera a personas como Ana. Toda esa angustia, todo ese dolor... ¿Por qué? Ana había deseado que su hijo se casara con una mujer de la alta sociedad y, evidentemente, no lo había conseguido. Pedro seguía soltero y no mostraba intención alguna de querer casarse. Había en él un frío cinismo que Paula no reconocía, una dureza que cubría completamente la sensibilidad que recordaba. Como ella, Pedro había cambiado. Sólo Ana permanecía siendo la misma: fría, arrogante y segura de poder salirse con la suya. No lo conseguiría en aquella ocasión. No pensaba marcharse de la ciudad hasta que Pedro supiera toda la verdad, costara lo que costara. Y, para ese día, ella misma tenía también unas sorpresas para él.
Paula llamó a su despacho en cuanto llegó a la casa de su tía. Trabajar la aliviaba. Tenía que encontrar el punto débil de Pedro. Había notado que la mayoría de sus ejecutivos comían en el restaurante en el que ella trabajaba. Sonrió ante la ironía. Él le había dado un trabajo en el mejor lugar para poder espiar sus negocios. ¿Cómo se sentiría cuando lo descubriera?
Durante los días siguientes, se esforzó en ser especialmente cortés con sus ejecutivos y hacerse amiga de ellos. Así, dado el caso, se mostrarían mucho menos cuidadosos con lo que hablaban delante de ella. Por la información que fue adquiriendo, dedujo que uno de sus ejecutivos trabajaba en contra de él y estaba tratando de obtener que una mayoría de los accionistas votara contra Pedro para echarlo de su propia empresa. Se lo contó a Joaquín por teléfono la misma noche que se enteró. Él estuvo de acuerdo en tratar de conocer al ejecutivo en cuestión y tratar de labrarse su amistad.
Por su parte, Pedro no había regresado al restaurante desde la noche en la que discutieron, lo que era un alivio. Tampoco lo hizo Ana, por lo que Paula empezó a preguntarse si estaría ocurriendo algo raro.
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