Pasó otra semana en la que no nos vimos por la intensa carga de trabajo que tenía Pau, al menos hablábamos por teléfono y nos mandamos mails. El sábado la invité al cine para que se olvidara de tantas obligaciones laborales. Estábamos formados para comprar los boletos cuando se me ocurrió voltear y vi casi al final de la fila a Jennifer platicando muy animadamente con Facundo.
– No puede ser – exclamé muy sorprendido provocando que Pau también volteara.
– No tiene porque seguir cayéndote mal, yo estoy contigo, él ya es parte de mi pasado – dijo tomándome del mentón para que la volteara a ver.
– Jennifer se merece a alguien mucho mejor que ese tipo.
– Facundo no es malo y ambos se están entendiendo y llevándose bien.
– ¿Tú lo sabías y no me dijiste nada?
– En el evento que te comenté iban juntos, no te dije nada porque Jennifer me lo pidió, sabe bien que no lo soportas y quería prepararte antes de decírtelo.
– ¿Así que te aliaste con ella para ocultarme información?, ¿eso no rompe la primera regla?
– Por supuesto que no, la rompería si tú me hubieras preguntado si ellos salían y yo te hubiera respondido que no, el ocultar información no es una mentira, además no podía traicionar la confianza de Jennifer ni tampoco me correspondía decirte.
– Siempre logras convencerme y salirte con la tuya – dije abrazándola y frotando cariñosamente su nariz con la mía.
– El hecho de que las cosas entre él y yo no funcionaran no significa que pasará lo mismo con ella, al parecer tienen muchas cosas en común, tú bien sabes que Jennifer tampoco ha sido una blanca palomita.
– ¿Y qué paso con la tal Geraldine?
– Ya no vive aquí, se mudó de nuevo con sus papás, así que lo suyo terminó.
– Espero que eso sea cierto.
– Por supuesto que lo es, ojala que en un futuro cambié tu opinión sobre él.
– Mientras no la engañe todo estará bien.
– No lo hará, se nota gran empatía entre ambos, Jennifer ya me había comentado algo en la boda de Luciana.
– Ahora comprendo porque se emocionó tanto cuando le tocó el ramo.
Después de salir del cine fuimos a cenar y me comentó que el viernes siguiente era la fiesta de la agencia, así que quedé de pasar por ella a las ocho a su departamento. Me quedé impresionado cuando la vi salir del edificio, llevaba un vestido morado, largo y recto, de tirantes y con escote en la espalda, el cabello recogido y el collar y los aretes que le había regalado. Me sonrió y nos dimos un ligero beso en los labios, le hice saber lo hermosa que se veía y me respondió que yo también me veía muy guapo. Le abrí la puerta del auto y subió.
Llegamos al lugar del evento, había una gran concurrencia y Pau me estuvo presentando a ciertos invitados, me daba cuenta como se le quedaban viendo algunos tipos y la ira me inundaba, pero sabía que tenía que aguantarme, tenía que recordar la regla número dos, así que respiraba hondo para evitar cometer o decir una tontería que arruinara la noche.
Más tarde un tipo la sacó a bailar, ella titubeó, pero finalmente aceptó, ya que era uno de los dueños de la agencia. Yo me bebí de un trago la bebida que traía en la mano, la otra mano la tenía cerrada en un puño mientras los veía danzar en la pista, el sujeto la miraba de manera lujuriosa, pero, ¿es que ella podría ser tan ingenua de no darse cuenta o simplemente lo estaba pasando por alto?
De pronto una linda chica pasó frente a mí y me sonrió cordialmente, yo le devolví la sonrisa y entonces una idea cruzó por mi mente, si Pau estaba bailando, ¿por qué no hacerlo yo también? Así que me acerqué a la chica, que por cierto estaba sola.
– Hola – dije parándome frente a ella y sonriéndole normal, sin coqueteos.
– Hola – respondió con otra sonrisa.
– Linda fiesta, ¿verdad?
– Sí, aunque la verdad yo vengo de compromiso, mi padre es uno de los dueños y pretende que en algún futuro yo la dirija, aunque a mí lo que en realidad me gusta es la pintura, pero él no lo entiende y me obligó a estudiar mercadotecnia.
– Que mal, uno debe hacer lo que le gusta en la vida, no lo que otros te impongan, aunque sean tus padres, por cierto, soy Pedro Alfonso, y tú eres… – dije y le tendí mi mano.
– Nicole Gallegos, mucho gusto – respondió estrechándola – ojala mi padre pensara igual que tú.
– ¿Y quién es tu padre?, por cierto.
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