—¿Está loco? —gritó, desdeñosa.
—No, sólo es un padre que quiere llegara conocer a su hija.
—No tengo que ir a vivir con él por eso.
—¿No es acaso la mejor manera?
—¡No para mí! Dentro de dos días regresaré a Estados Unidos, a proseguir mi carrera.
—No estás fuerte para eso. Tus piernas…
—Ya sanaron.
—En forma hermosa, sí, pero no están lo suficientemente fuertes para el arduo trabajo de una modelo.
—Estoy tan fuerte que puedo hacer lo que quiera.
—Te prohíbo… te pido que no lo hagas —se corrigió Pedro—. Lo siento, creo que los últimos días también me afectaron. No tienes necesidad de trabajar, Paula. Como hija de Miguel…
—¿Quieres dejar de decir eso?
—Está bien, entonces como hermana de Prisci, ¿no quieres hacerlo?
—¿Por qué deseas ver feliz a Priscilla?
—En parte.
—¿Y la otra parte?
—Por tí. Estoy seguro de que no puedes sentirte feliz si le das la espalda a tu propia hermana.
Él sabía que no se sentía feliz. Ese hombre la conocía, sabía todo acerca de ella, y no sólo porque estuviera cerca de Priscilla.
—Eres injusto. Nada le debo a Miguel Chaves y menos lealtad.
—Pero tú crees que él te debe algo, ¿verdad?
—¡Sí! No… no sé.
—Pues no te debe nada. ¿No fuiste feliz con tu madre?
—Mucho.
—Entonces Miguel te dió todo lo que te debía cuando te dejó ir. Lo hizo, Paula —insistió Pedro—. Piensa un momento. Tu madre abandonó a tu padre para estar con su amante. No se le debió haber permitido llevarse a ninguna de sus hijas y sin embargo, Miguel dejó que te llevara. ¿Por qué no tuvo más hijos? —preguntó con astucia.
—Manuel no podía tener hijos —reveló la chica.
—Entonces Miguel le hizo un favor más grande que el que ella pensó. Yo hubiera sido menos caritativo.
—¡Caritativo! —repito furiosa—. ¿Cuándo él mismo tuvo una aventura?
—Veo que no se puede razonar contigo.
—Así es. Yo…
—Pedro —por segunda vez en dos días, Miguel entró en la habitación en que estaban sin anunciarse. Se sobresaltó—. ¡Paula!
—Entra, Miguel —Pedro tomó la decisión por él—. Tal vez logres que Paula actúe con sentido común.
—No lo creo —negó ella y se volvió.
Unos segundos después oyó que la puerta se cerraba. No sabía si sentir alivio, o pesar de que su padre hubiera aceptado con tanta calma que se negara a hablar con él. No tenía duda de que Dominic jamás hubiera aceptado tal decisión. Tal vez por eso sentía que podía confiar en él.
—Paula.
Giró en redondo. Después de todo, no fue Pedro quien se quedó en el cuarto, sino su padre. Tragó con fuerza, mordiéndose el labio inferior.
—¿Cómo es que desde el principio pudiste saber cuál era Priscilla y cuál yo? — preguntó con timidez.
La miró con cautela.
—Conozco a mis hijas —respondió con voz entrecortada.
—¿A ambas?
—Por supuesto.
—¿Cómo? —echó la cabeza para atrás, retándolo.
—Por fotos tuyas. Y a Priscilla la tengo conmigo.
—¿Tienes fotos mías?
—Que me mandó tu madre. Por supuesto que con consentimiento de Manuel.
—¿Mantuviste correspondencia con mi madre?
—Ocasionalmente. Algunas veces una vez por año, entonces tu madre me mandaba un retrato tuyo y yo hacía lo mismo con el de Priscilla. Dudo que nos hayamos escrito más de una docena de palabras en veinte años, pero las fotos se convirtieron en un ritual.
—¿Así que todo ese tiempo sabías qué aspecto tenía yo? —a Paula le costaba un poco de trabajo hacerse a la idea.
—Todo el tiempo —sonrió Miguel.
—¿Sabías que este año no recibirías la foto? —era notoria su amargura—. ¿Qué mi madre y yo íbamos a venir a visitarte aquí a Inglaterra?
No hay comentarios:
Publicar un comentario