lunes, 18 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 20

—Por supuesto. Permíteme ayudarte a subir.

Las piernas le temblaban a Paula, y se sintió aliviada al sentarse .Pedro se colocó junto a ella y se alejó del lugar dando marcha atrás.

—Relájate y descansa —sugirió pedro—. Ya hablaremos.

Ella siguió el consejo, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. Hacía muy poco tiempo que conocía a Pedro, aunque dependía mucho de él. Sabía que le echaría de menos cuando se fuera. Él condujo el vehículo hasta que el camino terminó en un rudimentario sendero.

— Esta granja es de un amigo —explicó Pedro—. Entraremos y buscaremos un lugar protegido del viento —bajo unos árboles, Pedro extendió una manta y se sentó.

—Bien —continuó él—. Dime qué pasó desde anoche. Tras una dificultad inicial en su relato, Paula le describió la escena de la mañana, incluidas las revelaciones de la relación matrimonial de sus padres y el ultimátum de Alejandra.

— Siempre he sabido que mi madre era muy posesiva, pero jamás pensé que lo fuera hasta el punto de mantenerme aislada y dependiendo totalmente de ella —concluyó—. En consecuencia, como ves, todo es inútil —agregó, poniendo una mano sobre un brazo de Pedro —. Pero, aunque esto no haya funcionado, Pedro, quiero agradecerte tu esfuerzo. Sólo quiero... —comenzó a decir, pero al notar que se sonrojaba, calló.

— ¿Qué es lo que quieres, Pau? —Te echaré de menos cuando te hayas ido —replicó, con devastadora sencillez.  — ¿Así que crees que esto es el fin de todo?

— Por supuesto—respondió ella, sorprendida.

—Tengo algo que contarte —dijo él, con calma—. No quise hablarte de esto ayer hasta haber arreglado todos los detalles. Pero, lo primero de todo es que te debes dar cuenta de que estás librando dos batallas. Por un lado, está tu ceguera, naturalmente. Pero también debes liberarte de la dominación de tu madre.

—Eso es pedir demasiado —dijo Paula, con timidez—. Soy lo único que mi madre tiene.

—Tonterías. Ella es una mujer con dinero, con una buena casa y muchas amistades. No ignores los hechos.

— Quieres decir que no dramatice.

—También eso.

— ¿Qué es lo que me querías contar? —preguntó la chica, sabiendo que a pesar de que tuviera que meditar lo que él acababa de decirle, intuía que Blaise tenía razón.

—Quiero que me escuches con mucha atención, sin interrumpirme hasta que haya terminado —le ordenó él, con severidad—. He hablado con el médico que te atendió en Vancouver, después del accidente. Me puso en contacto con un tal doctor MacAuley, de Toronto; un médico relativamente joven aunque conocido por ser un brillante oftalmólogo. Ha visto tu historial y considera que merece la pena que vayas a Toronto. Serás internada en un hospital y él te hará una serie de pruebas para decidir qué posibilidades hay de que recuperes la vista con una operación. Paula se inclinó hacia adelante.

— ¿Quieres decir... que podré ver otra vez?

—El doctor MacAuley quiere que vayas a Toronto, Pau. Eso es todo lo que estoy diciendo. Nada de promesas. Nada de garantías.

— ¿De modo que podría ir hasta allí para nada?

—Sí.

Al advertir que estaba agarrada a Pedro, Paula retiró las manos para colocarlas sobre las mejillas, a la vez que se ruborizaba.

—No, Pedro. No iré.

—¿Porqué?

— No soportaría un viaje hasta allí para tener que volver sin esperanzas.

— Estás suponiendo lo peor.

—De todos modos, no quiero volver a un hospital.

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