Se secó el cabello frente al espejo y se puso unos pantalones y una camisa blanca, con un pañuelo anudado alrededor del cuello.
Respiró hondo para darse valor, y se dirigió al cuarto de él. No hubo respuesta a su llamada. Insistió. Otro largo silencio. Abrió la puerta, esperando encontrar a Pedro todavía en la cama. La habitación estaba vacía. Más que vacía, desierta. Miró consternada a su alrededor. La cama estaba hecha. No había rastros de mapas ni papeles ni informes, y el armario estaba abierto; no había ropa colgada allí. Ni la máquina de escribir sobre el escritorio. Ni Pedro... Se había ido, llevándose todo.
Ridículamente abrió la puerta del baño, encontrando sólo toallas húmedas y el varonil aroma de la loción para después de afeitar. De modo que no se había ido la noche anterior. Esa mañana se había duchado y afeitado... quizá no se había marchado aún. Tal vez estaba desayunando, esperando para verla. Para decirle adiós, al menos. Corrió por el pasillo, bajó la escalera de dos en dos y casi se choca con Rolando, que volvía a la cocina.
— ¿Ha visto a Pedro? —preguntó sin aliento.
—Se fue hace una hora, señorita.
— ¿Se fue? ¿A dónde?
— No tengo ni idea.
— ¿Está seguro de que se fue? Los ojos del mayordomo expresaron algo semejante a la compasión.
— Sí, señorita. Se fue en el Ferrari. No importándole que él se diese cuenta de su amargo desencanto, se apoyó en la pared, exclamando:
— ¡Maldición!
— El señor Horacio está desayunando. Quizá él la pueda ayudar. Su rostro se iluminó.
— Por supuesto... ¿cómo no pensé en eso? ¡Gracias! Corrió hacia el comedor y preguntó sin ninguna ceremonia:
— ¡Horacio! ¿A dónde se ha marchado Pedro?
— No lo sé.
— ¿Pero no se lo dijo?
— Mi querida niña, no se lo pregunté. Hace mucho que dejé de controlar sus idas y venidas.
Paula se dejó caer en una de las sillas.
— Le necesito—confesó.
—Me temo que tendrás que esperar a que Pedro se digne volver por aquí — observó Horacio con frialdad.
— ¿Por qué no le preguntó dónde iba?
—Consideré que no era de mi incumbencia.
—Hace muchísimo tiempo que considera que los asuntos que conciernen a Pedro no son de su incumbencia, ¿No es así? Desde que murió su madre, para ser exactos.
—Tranquilízate. No tengo por qué escuchar esas cosas...
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