domingo, 10 de julio de 2016

La Usurpadora: Capítulo 55

—¿Está seguro de que no le causaré molestias?

—Nada de eso. Ven a verme ahora y almorzaremos juntos. Te espero.

Pidió la dirección y colgó. No esperó que aceptara verla tan pronto, pero se lo agradeció y dejó un mensaje con Gerardo de que estaría ausente durante el almuerzo, porque sabía que su padre se preocuparía si no la encontraba.

La casa de Sergio Forrester era impresionante y demasiado grande para un hombre solo. Quizá tenía esposa y familia, aunque no dio esa impresión por teléfono. En efecto, no tenía esposa ni familia y vivía en esa enorme casa solo.

—Entremos en la sala —sugirió con una sonrisa pícara—. ¿Qué es lo que quieres saber? —preguntó en cuanto ambos se sentaron.

—Quiero saber lo que puede hacer para salvar a mi hermana —le dijo con sencillez.

—¿Y qué te hace pensar que puedo hacer algo?

—Sólo sé que puede hacerlo.

—Tu padre me contó acerca de la afinidad que tienes con Priscilla.

—¿No cree que es algo tonto?

—Nada de eso. Sucede a menudo entre gemelos. Hubo varias enfermedades parecidas que ocurrieron durante su niñez y estoy seguro: que si buscara más a fondo, se encontrarían otras similitudes. Tú y Priscilla se parecen demasiado.

¡Inclusive en amar al mismo hombre!

—Entonces sí hay algo que puede hacer por ella —insistió—. Sé que lo hay.

—Hay una posibilidad…

—¡Lo sabía! —los ojos de Paula brillaron de excitación.

—Una posibilidad que ni tu padre ni Priscilla desean probar.

—No entiendo. ¿Acaso una posibilidad no es mejor que nada?

—No cuando existe el riesgo de la muerte.

—Quiere decir… —se puso pálida.

Sergio  se levantó y caminó por el cuarto, como si le impacientara su propia falta de habilidad para dar al sufrimiento de Priscilla un final felíz.

—El cerebro es el órgano más sensible del cuerpo, el menor error y… bueno, muchas cosas pueden suceder y suceden.

—¿Quiere decir que podría quedar paralizada?

—O su cerebro dañado permanentemente.

—¡Oh, Dios! —se sintió enferma. No había abrigado esperanzas para que se las quitaran de nuevo.

—Sí —suspiró él—. No hay mucho de dónde elegir, ¿no es así?

—No —tragó con fuerza y se levantó—. Creo que me iré. Y… gracias por dedicarme su tiempo —ni siquiera se le ocurrió almorzar y el médico no la presionó a hacerlo.

—Desearía que hubiera cierta garantía para Priscilla con ese tipo de operación, pero eso no es posible. Priscilla insiste en que prefiere morir a ser imperfecta. Yo lo entiendo porque… el daño cerebral de cualquier tipo, no es cómo perder un brazo o una pierna.

Paula estaba muy deprimida cuando llegó a casa, aunque hizo lo que pudo para ponerle buena cara a su padre.

Cuando Pedro llegó de pronto a casa con Priscilla, bastante débil, tanto Paula como su padre la ayudaron a subir a su cuarto.

—¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! —gemía la chica enferma.

—¿Qué sucedió? —preguntó su padre ansioso a Pedro, una vez que metieron a Priscilla a la cama y la dejaron para que durmiera.

Pedro  se paseaba de un lado a otro en la sala.

—Parece ser que el dolor comenzó por la noche…

—Eso pensé —suspiró Paula—. Estuvo muy inquieta. Y… yo entré y me quedé sentada con ella un rato.

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