viernes, 1 de julio de 2016

La Usurpadora: Capítulo 24

—Por supuesto que te amaba. Porque te amaba a tí y a Priscilla, supo que había hecho mal en separarlas. Es extraño —su voz se ahogó por la emoción—, pero tu madre pensaba contarte lo de Priscilla, iba a traerte aquí el mes entrante para tu cumpleaños para presentaros a las dos. Pero el destino decidió que no sucediera así.

—¿En realidad mi madre pensaba hacer eso?

—¡Oh, sí! Puedo enseñarte la carta si quieres.

—No, no, no es necesario. Y… yo creo que me iré enseguida a la cama.

—Paula…

—Déjala, Susana —escuchó la voz firme del tío—. Déjala sola, necesita tiempo para adaptarse.

Tiempo. Todo el mundo parecía pensar que con el tiempo aceptaría la situación y tal vez así fuera.

Pasó una noche inquieta y a la mañana siguiente desayunó en silencio antes de salir de la casa. Sus tíos respetaron su deseo de que la dejaran tranquila y ella se lo agradeció.

La mujer detrás del escritorio era lo que Paula esperaba que fuera la secretaria de Pedro Alfonso.

—Señorita Chaves—la saludó sonriente. Era una mujer como de cuarenta y cinco años, bien arreglada—. ¿Quiere que le diga al señor Alfonso que está aquí?

—Por favor.

Hubo una corta conversación por el intercomunicador antes que la secretaria le dijera que pasara.

—Gracias —sonrió Paula.

La oficina interior era aún más impresionante, muros con paneles de madera, alfombras gruesas, cómodos sillones y lo más impresionante era Pedro, sentado detrás del enorme escritorio de caoba.

Levantó la vista al verla entrar y sonrió para darle la bienvenida.

—Pris… —entrecerró los ojos y frunció el ceño—. ¿No es, o sí?  Hola, Paula — saludó, levantándose.

—¿Cómo supiste? —usó su propia voz al hablarle porque no pudo ocultar su irritación.

—Estoy aprendiendo, eso es todo.

—¿Quieres decir que sí hay una diferencia?

—Sí, hay una diferencia —la miró, haciéndola enrojecer.

—¿Cuál es?

—Soy demasiado caballero para decírtelo.

—No eres ningún caballero, razón por la que estoy aquí.

Pedro suspiró, rodeó el escritorio y se apoyó contra él.

—No tenía idea de que no les hubieras contado todo a tus tíos.

—Necesitaba tiempo para pensar.

—¿Y ya pensaste?

—No por completo.

—¿Qué es lo que necesitas pensar? —preguntó atrás de ella—. Son tu familia.

—Sí, pero no es fácil aceptarlo.

—¿Por qué viniste aquí, Paula?

—Ya te dije…

—La verdadera razón —insistió sin dejar de mirarla.

—Vine a decirte que no te agradezco la visita que hiciste a mis tíos.

—No —Pedro sacudió la cabeza—, ésa no es la verdadera razón, Paula.

—¿Cuál es entonces?

—¿Te gustaría que te lo dijera o… que te enseñara?

—¿M… me enseñaras?

Su ardiente mirada sobre su boca casi fue una caricia.

—Sí, mostrarte.

—Y… yo no —se alejó para mirar los libros.

—Tienes razón —respiró controlado—. Miguel quiere verte.

—¡No! —giró en redondo pero deseó no haberlo hecho porque la mirada masculina la perturbó. Ese hombre estaba comprometido con su hermana y sin embargo…

—¡Paula!

—No quiero ver a Miguel Chaves—contestó con firmeza.

—No sólo quiere verte. Desea que vayas a vivir con él y con Priscilla.

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