—No —su padre se mostró asombrado—. No tenía idea.
—Aparentemente mi madre consideró que era hora de que Priscilla y yo nos conociéramos. Yo creo que se nos debió haber dicho mucho antes.
—Me doy cuenta de que estás enfadada, Paula…
—¿Enfadada? —repitió—. ¡Estoy furiosa! —sus ojos brillaron de ira—. Tal vez Priscilla pueda tomar todo esto con calma, pero me temo que yo no.
—Priscilla tampoco lo aceptó con calma… cuando te fuiste ayer, estaba furibunda.
—Qué bueno —Paula sintió que su disgusto disminuía—. Quiero a Priscilla — confesó.
—Ella también te quiere —los ojos se le llenaron de lágrimas—. Pero no tanto como yo. Paula…
—¿Por qué no me invitas a almorzar? —lo interrumpió.
—¿Lo dices en serio? —preguntó Miguel ansioso.
—¿Por qué no? Aunque debo avisarles a mis tíos dónde estoy.
—¿A Susana y a Arturo? Podemos pasar a verlos en el trayecto, si gustas.
—No estoy segura…
—Hemos seguido en buenas relaciones, si eso es lo que te preocupa — interrumpió su padre.
—Parece que todo el mundo estuvo muy amigable —dijo Paula con amargura.
—Yo…
—Lo siento —recogió el bolso del escritorio—. ¿Nos vamos?
—Primero tengo que recoger unos papeles de mi oficina. ¿Quieres ir conmigo o esperarme aquí?
—Esperaré aquí. ¿No te tardarás?
—Dos minutos —prometió con ansiedad.
Unos segundos después Pedro regresó.
—Allí va un hombre feliz.
—¡Sólo es para almorzar! —exclamó Paula con torpeza.
—Para Miguel no es eso.
—Parece como si no lo aprobaras.
—Oh, sí lo apruebo por el bien de Miguel.
—¡Y por el de Priscilla!
—Sí, pero no por mi bien. Y tú sabes por qué, ¿verdad? —agregó con rudeza.
—No… —una vez más Paula se atemorizó.
Pedro cerró la puerta a su espalda sin apartar la vista de sus labios.
—¡Sí, Paula! ¡Dios, sí…! —gimió atrayéndola hacia sí—. ¡He querido hacer esto desde… desde… oh, Dios! —sus labios se apoderaron de los de la joven.
No pensó en negarse y arqueó el cuerpo contra el de él. Jamás la habían besado así en forma tan apasionada. La situación se estaba saliendo de control, Pedro le acariciaba la espalda, haciendo que la recorrieran estremecimientos de deleite, a la vez que le besaba el lóbulo de la oreja.
Pero era una sustituía, la doble de Priscilla. No era a ella a quien besaba. El darse cuenta de eso la hizo alejarse a pesar del deseo que se observaba en el rostro de él.
—Tengo que irme —dijo nerviosa—. E… esperaré afuera a mi padre.
Pedro no hizo el intento de detenerla, se quedó pálido y consternado cuando ella salió del cuarto.
Paula le sonrió nerviosa a la secretaria. ¿Qué había sucedido allí adentro? Fue como una explosión, sus cuerpos se fundieron en un abandono sensual. Pedro a quien creía controlado, perdió la sensatez durante breves minutos deseándola con todas las fibras de su ser y ella también lo deseó.
¡Pero para él ella no era Paula Gonzalez, sino Priscilla Chaves! Parecía tener problemas en distinguirlas y mientras no lo hiciera, ella tendría que mantenerse alejada. ¡Lástima que se sentía tan atraída hacia él!
—¡Paula! —su padre apareció a su lado—. Siento haberme tardado más de lo que pensaba. Llamé a Prisci para asegurarme de que estuviera en casa.
Después de lo que había sucedido entre ella y Pedro, Paula no estuvo segura de poder mirar a Priscilla cara a cara. Por fortuna tuvo que visitar primero a sus tíos, cosa que ayudó a borrar un poco de su mente a Pedro. Su padre había estado en lo cierto al decir que no había resentimiento, porque los tíos lo saludaron con bastante amabilidad.
—Creo que iré a cambiarme si no te importa —le dijo a su padre.
—Por supuesto. Estoy seguro de que Susana y Arturo me harán compañía en tu ausencia.
Paula corrió a su cuarto y se puso un vestido primaveral. El color canela iba con su piel bronceada. Por lo menos ahora estaba más a la altura de una invitada de Miguel Chaves. Bajó corriendo, para rescatar a sus tíos de lo que tal vez fuera una reunión incómoda, a pesar de que no parecía serlo.
—Paula no sabe acerca de eso, ¿o sí? —oyó que decía la tía, y la chica se detuvo ante esas sorprendentes palabras. ¿Qué otra cosa no sabía?
Miguel Chaves suspiró.
—No es algo que se me haga fácil decirle a nadie, menos a Paula.
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