lunes, 3 de noviembre de 2025

Falso Matrimonio: Capítulo 35

Abrió otra puerta y allí estaban sus maletas, bien ordenadas en un rincón. Debían estar allí desde el día de la boda. Las había enviado por adelantado, y el corazón se le encogió al recordar la emoción con que había hecho el equipaje para su nueva vida… Pero perdió el latido al ver su vestido de novia colgado de una barra. No había vuelto a pensar en él desde que se marchó de Sicilia y verlo ahí, guardado con el resto de sus cosas, le llenó de lágrimas los ojos.


—¿Sabe el personal que estamos casados?


—Supongo. Se enviaron a la prensa varias fotos de la boda — contestó, mirando a través del cristal de la ventana. 


El cielo seguía tan gris como su humor.


—Entonces, deberíamos compartir dormitorio.


La miró rígido y ella suspiró.


—Pedro, te guste o no, soy tu esposa, y las parejas casadas comparten cama. ¿Qué pensaría tu personal si instalas a tu mujer en la habitación de invitados?


—¿Y a quién le importa lo que piensen? Todos han firmado acuerdo de confidencialidad.


—A mí sí que me importa.


—Tenemos ya bastantes complicaciones sin añadir el sexo a la lista.


Las mejillas se le ruborizaron, pero se mantuvo firme.


—Yo no he hablado de sexo. No quiero dormir en la misma cama que tú para eso, ni ahora ni nunca. Pero llevamos casados cinco semanas y no hemos pasado una sola noche juntos desde la boda. Que me venga a vivir aquí y me instale en la habitación de invitados va a despertar sospechas. Sé que el orgullo es un pecado, pero no puedo evitar sentirme como me siento, y sé que no podría mirar a tu personal a la cara sin sentirme humillada.


Una punzada le atravesó el corazón al confirmar que había matado cualquier sentimiento que Paula pudiera albergar antes por él. Era lo que quería, que no sintiera nada. Ojalá él pudiera acabar con las tumultuosas emociones que despertaba con tanta facilidad en él.


—No tendremos que estar así durante mucho tiempo —añadió ella—. Unas cuantas semanas bastarán para guardar las apariencias.


—No sabía que las apariencias significasen tanto para tí —replicó, furioso. 


Estaba arrinconándolo otra vez.


—A nadie le gusta ser humillado, y a mí ya me has humillado bastante. ¿Qué era lo que ibas a hacer, de no haberte oído hablando por teléfono? ¿Dónde habría dormido? ¿Cómo habrías manejado la situación?


Pedro se encogió de hombros. Si mentía, sabía que ella se daría cuenta.

Falso Matrimonio: Capítulo 34

La lluvia seguía azotando Manhattan cuando llegaron a casa de Pedro. Menos mal que un portero con un paraguas inmenso apareció para cubrir a Paula cuando bajaba del coche. Apenas podía ver más allá de sus pies, pero el resto de sus sentidos funcionaba a la perfección y, al atravesar las puertas, lo primero que notó fue un perfume verdaderamente fuerte. Atravesaron un recibidor pequeño y llegaron al ascensor. Pedro puso su huella dactilar en un lector y las puertas se abrieron. Sin hablar y sin mirarse entraron. Cuando llegaron a su planta y las puertas volvieron a abrirse, se encontró en otro pequeño vestíbulo. Detrás de una mesa en forma de herradura estaba una mujer de mediana edad, delgada como una aguja, peinada con una severa melena corta y con las gafas más increíbles y excéntricas que había visto nunca: La montura era de arcoíris y llevaba pequeños brillantes. Él las presentó.


—Nadia, te presento a Paula. Ella es Nadia, mi asistente personal.


¿Hacía que su asistente trabajase en un recibidor?


Nadia se levantó y estrechó su mano.


—Me encantan tus gafas —soltó sin más.


Nadia sonrió.


—¡A mí también!


Pedro puso la huella en otro escáner en el marco de acero de una puerta y acercó los ojos a otro escáner de retina. Cuando ambos escáneres fueron completados, hubo un sonido como de aire que saliera a presión, y una luz verde apareció en la puerta. La abrió y la invitó a precederle. Fue como entrar en el País de las Maravillas. El vestíbulo tenía un suelo de granito negro y brillante, una estatua romana sobre un pedestal y unas escaleras que ascendían.


—¿Tienes dos plantas?


—Tres —contestó y giró a la izquierda para abrir la puerta doble que daba acceso a otra estancia—. El salón —dijo, y cruzó el vestíbulo para abrir otra puerta—. Comedor —le indicó, y señaló una tercera—. Despensa, cocina y zona de servicio.


Paula no tuvo tiempo de maravillarse por la grandeza de lo que Pedro le estaba enseñando, porque ya estaba subiendo escaleras arriba. Los peldaños eran de una hermosa madera que continuaba por el corredor del primer piso. Fue abriendo varias puertas y farfullando su uso.


—Gimnasio. Biblioteca. Sala de juegos. Habitación de invitados. Tu habitación.


—¿Mía?


Entró en un precioso dormitorio de techos altos, como el resto del departamento. Se esperaba un espacio serio y masculino, y aunque no era femenino, sí estaba bien decorado, una mezcla elegante y de buen gusto en la que se combinaban piezas contemporáneas con otras del renacimiento italiano. No faltaba un solo detalle, desde las puertas labradas a mano hasta las decoradas jambas de las ventanas.


—El equipaje que habías enviado está en el vestidor —dijo él—. No sabía lo que querías que hiciera con él. Mañana le pediré a alguien del personal que lo coloque.

Falso Matrimonio: Capítulo 33

 —Te buscaré un piso —dijo—. Si vivimos en la misma ciudad, será más fácil…


—Viviré contigo por ahora.


—¿Qué?


Acabó de ponerse la goma que le recogía la melena en un moño.


—Solo hasta que haya nacido el niño. Necesitaré apoyo durante el embarazo, y aquí eres la única persona que conozco. Es la primera vez que vengo a Norteamérica. No conozco la ciudad, y vivir contigo me dará tiempo a acostumbrarme al cambio, y nos dará tiempo a los dos para crear una relación que no se base en el odio. No nos conocemos. Lo único que sabemos el uno del otro es la fachada que construimos durante el tiempo que salimos juntos. Tengo que admitir que yo también me creé un personaje —el aire en el coche parecía estarse despejando—. ¿Y cómo ibas a sentir algo por nuestro hijo si no compartes el embarazo? —continuó, descargando todos los pensamientos que había tenido mientras se escondía de todos—. Siempre estás de viaje. Si viviéramos separados, tendría que programar el tiempo que pasamos juntos, como antes.


—Yo no quiero vivir contigo —espetó.


Ella ni pestañeó.


—Yo tampoco quiero vivir contigo. Créeme si te digo que solo siento desprecio por tí, pero mis sentimientos no cuentan, y los tuyos tampoco. Crecí sin madre, y siempre he sentido que me faltaba una pieza importante en mi vida. No quiero que le pase eso a nuestro hijo, y no quiero que nazca con sus padres peleándose. Estabas dispuesto a vivir conmigo para conseguir una casa. ¿En serio me dices que no vas a vivir conmigo durante un tiempo por el bien de tu hijo?


Pedro no contestó. ¿Cómo iba a vivir con aquella mujer sin que hubiera una fecha de caducidad? Cada vez que la miraba, el deseo le atravesaba de parte a parte, pero mezclado con repulsa. Había llegado a aceptar que era inocente de los manejos delictivos de su padre, pero seguía siendo la hija de Miguel Chaves. ¿Cómo reconciliar las dos partes en litigio, el deseo y el odio, sin perder la cabeza?


—Me he pasado dos semanas pensando —continuó Paula—, y creo que los dos se lo debemos a nuestro hijo… Tenemos que intentar encontrar un modo de crear una relación de amistad y no de odio. Sé que no va a ser fácil, pero intentémoslo hasta que nazca el niño.


Él respiró hondo. Suponía, ¿Cuánto? ¿Siete u ocho meses?


—Vivir juntos hasta que nazca el bebé…


—Sí. Podemos buscar un piso para mí y el niño el año que viene e irlo preparando para que pueda mudarme llegado el momento, pero por ahora tendremos que mantener la imagen de que estamos felizmente casados. Lo último que quiero es que mi padre pueda sospechar que pasa algo. Ya tengo bastante con lo que tengo —su mirada le quemaba—. Pero, Pedro… Si en algún momento el corazón te dice que no vas a poder querer a nuestro hijo, debes decírmelo. Nuestro bebé es inocente de todo, y no quiero que crezca rodeado de odio. Mejor un padre ausente que un padre que no lo quiera. Si es el caso, me marcharé y no volverás a verme ni a mí, ni al niño.

Falso Matrimonio: Capítulo 32

 —Tenías que saber que podía ocurrir después de nuestra noche de bodas.


—Sospecharlo es muy distinto a saberlo.


—Cierto. Pero necesito saber si lo has pensado —cerró los ojos un instante antes de volver a clavar la mirada en los de él—. Necesito saber si puedes querer a un niño que lleve la sangre de tu enemigo.


Su agudeza le pilló de nuevo desprevenido.


—Y, por favor, no me mientas —añadió, antes de que pudiera contestar—. Pase lo que pase en el futuro, no voy a aceptar nada que no sea la más absoluta sinceridad por tu parte.


—No lo sé —admitió al fin—. No era mi intención meter a un niño en todo esto.


Se quedó pensativa un momento.


—Gracias por la sinceridad.


—¿Cómo puedes estar tan tranquila? —preguntó, incrédulo—. Te he mentido, te he dejado embarazada, ahora te digo que no sé si podré querer a nuestro hijo y te quedas ahí, como si estuviéramos hablando de un coche nuevo.


—¿Es que preferirías que te gritara y te montara un espectáculo?


—Tú me has pedido sinceridad, y creo que esa sería una reacción más auténtica que esta serenidad que te empeñas en mostrar.


Con la ira le sería mucho más fácil lidiar. Si le hablara con furia, él podría gritarle a su vez y liberarse de parte de la culpa que tanto le pesaba sobre los hombros.


—He trabajado para controlar esa ira —admitió, quitándose la goma que le sujetaba la coleta, y su melena castaña quedó suelta. Recordaba perfectamente cómo olía su pelo—. Eres el padre de mi hijo, y eso no voy a poder cambiarlo. Tampoco puedo hacer desaparecer las mentiras que me dijiste. No puedo cambiar nada, pero puedo influir en el futuro, y hacer todo lo que esté en mi mano para asegurarme de que nuestro hijo tenga el mejor comienzo en la vida que yo pueda darle.


La garganta se le cerró, y tuvo que carraspear para despejarla. Demonios… se estaba recogiendo de nuevo el pelo, y él recordaba con todo detalle cómo había sido despeinarlo. Y no quería recordar. Lo que quería era trazar un plan sobre cómo proceder a partir de aquel momento, dejarla en su casa y salir a emborracharse hasta perder el sentido.


—Tienes razón —dijo—. Había pensado qué pasaría si te quedabas embarazada. Y como quieres sinceridad, te diré que no quiero que nuestro hijo se críe en Sicilia, bajo la influencia de tu padre.


—Yo tampoco.


—¿Ah, no?


¿Cómo podía decir eso la niña de papá que no había querido salir con él hasta que su padre diera la aprobación? Esperó a que se explicara, pero no lo hizo.

Falso Matrimonio: Capítulo 31

 -¿Qué habrías hecho tú si hubieras estado en mi lugar? ¿No habrías querido vengarte del hombre responsable de la muerte de tu padre? ¿No habrías querido recuperar lo que te había robado?


—Nunca me habría propuesto humillar o destrozar a nadie. No podría vivir conmigo misma si hiciera algo así.


—Entonces, eres mejor persona que yo. Si alguien hace daño a las personas a las que quiero, le devuelvo el golpe con el doble de fuerza. Si me robas, yo te robaré multiplicado por dos. Tu padre hizo ambas cosas.


—¿Y qué tal te está yendo con la venganza? ¿Te sientes mejor ahora que has recuperado la casa de tu familia?


—¡Me siento de maravilla! —respondió, abriendo los brazos y doblando una pierna sobre la otra.


El peso de su mirada lo caló de parte a parte.


—¿Sabes? Eres un pésimo mentiroso —contestó, con una sonrisa que floreció lenta—. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Yo estaba tan desesperada por creer que me querías, tan desesperada por poder disfrutar de un poco de auténtica libertad lejos de mi padre, que me volví ciega. Ciega y sorda —volvió a reír—. Si hubiera abierto los ojos, habría visto las mentiras. Si hubiera querido oír, las habría oído. Tu voz y tu lenguaje corporal dicen la verdad, digan lo que digan tus palabras.


El proverbio que había citado le conmovió. Él había sido tan culpable como ella. La mujer que él tildaba de estúpida, resulta que sabía verlo como nadie.


—¿De qué quieres hablar? —preguntó—. No vamos a poder ir a ninguna parte, así que bien podemos hablar ahora.


El coche había recorrido poco más de un kilómetro desde que salieron del aeropuerto. A ese ritmo, tendrían suerte si llegaban antes de anochecer.


—¿No te lo imaginas?


Sintió que se le contraía el pecho.


—¿Estás embarazada?


Paula asintió.


—Me hice la prueba hace dos semanas.


—¿Has esperado dos semanas para decírmelo?


—Necesitaba pensar.


—Deberías habérmelo dicho inmediatamente.


Ella se encogió de hombros y sonrió.


—Y tú deberías haber usado preservativo.


Se llenó de aire los pulmones y lo soltó despacio. Tenía en el estómago la misma sensación que cuando abandonó a su familia en Sicilia para irse a América en busca de una nueva vida, pero peor. No había excitación. Solo miedo. Iba a ser padre. Padre de un niño con sangre Chaves.


—¿Te parece bien? —le preguntó. 


La calma de Paula era desconcertante.


—¿Que vayamos a tener un hijo? Sí. Siempre he querido ser madre.


—¿Querías esto?


—Cuando concebimos este niño, yo creía que nos queríamos, así que sí, quería un hijo.


—¿Y ahora, después de todo lo que ha pasado?


—Lo ocurrido no cambia nada.


—¿Sigues queriéndolo?


—Por supuesto. ¿Tú no?


—¿Cómo voy a saber ahora mismo lo que quiero? Tú has tenido semanas para pensarlo.