lunes, 3 de noviembre de 2025

Falso Matrimonio: Capítulo 35

Abrió otra puerta y allí estaban sus maletas, bien ordenadas en un rincón. Debían estar allí desde el día de la boda. Las había enviado por adelantado, y el corazón se le encogió al recordar la emoción con que había hecho el equipaje para su nueva vida… Pero perdió el latido al ver su vestido de novia colgado de una barra. No había vuelto a pensar en él desde que se marchó de Sicilia y verlo ahí, guardado con el resto de sus cosas, le llenó de lágrimas los ojos.


—¿Sabe el personal que estamos casados?


—Supongo. Se enviaron a la prensa varias fotos de la boda — contestó, mirando a través del cristal de la ventana. 


El cielo seguía tan gris como su humor.


—Entonces, deberíamos compartir dormitorio.


La miró rígido y ella suspiró.


—Pedro, te guste o no, soy tu esposa, y las parejas casadas comparten cama. ¿Qué pensaría tu personal si instalas a tu mujer en la habitación de invitados?


—¿Y a quién le importa lo que piensen? Todos han firmado acuerdo de confidencialidad.


—A mí sí que me importa.


—Tenemos ya bastantes complicaciones sin añadir el sexo a la lista.


Las mejillas se le ruborizaron, pero se mantuvo firme.


—Yo no he hablado de sexo. No quiero dormir en la misma cama que tú para eso, ni ahora ni nunca. Pero llevamos casados cinco semanas y no hemos pasado una sola noche juntos desde la boda. Que me venga a vivir aquí y me instale en la habitación de invitados va a despertar sospechas. Sé que el orgullo es un pecado, pero no puedo evitar sentirme como me siento, y sé que no podría mirar a tu personal a la cara sin sentirme humillada.


Una punzada le atravesó el corazón al confirmar que había matado cualquier sentimiento que Paula pudiera albergar antes por él. Era lo que quería, que no sintiera nada. Ojalá él pudiera acabar con las tumultuosas emociones que despertaba con tanta facilidad en él.


—No tendremos que estar así durante mucho tiempo —añadió ella—. Unas cuantas semanas bastarán para guardar las apariencias.


—No sabía que las apariencias significasen tanto para tí —replicó, furioso. 


Estaba arrinconándolo otra vez.


—A nadie le gusta ser humillado, y a mí ya me has humillado bastante. ¿Qué era lo que ibas a hacer, de no haberte oído hablando por teléfono? ¿Dónde habría dormido? ¿Cómo habrías manejado la situación?


Pedro se encogió de hombros. Si mentía, sabía que ella se daría cuenta.

Falso Matrimonio: Capítulo 34

La lluvia seguía azotando Manhattan cuando llegaron a casa de Pedro. Menos mal que un portero con un paraguas inmenso apareció para cubrir a Paula cuando bajaba del coche. Apenas podía ver más allá de sus pies, pero el resto de sus sentidos funcionaba a la perfección y, al atravesar las puertas, lo primero que notó fue un perfume verdaderamente fuerte. Atravesaron un recibidor pequeño y llegaron al ascensor. Pedro puso su huella dactilar en un lector y las puertas se abrieron. Sin hablar y sin mirarse entraron. Cuando llegaron a su planta y las puertas volvieron a abrirse, se encontró en otro pequeño vestíbulo. Detrás de una mesa en forma de herradura estaba una mujer de mediana edad, delgada como una aguja, peinada con una severa melena corta y con las gafas más increíbles y excéntricas que había visto nunca: La montura era de arcoíris y llevaba pequeños brillantes. Él las presentó.


—Nadia, te presento a Paula. Ella es Nadia, mi asistente personal.


¿Hacía que su asistente trabajase en un recibidor?


Nadia se levantó y estrechó su mano.


—Me encantan tus gafas —soltó sin más.


Nadia sonrió.


—¡A mí también!


Pedro puso la huella en otro escáner en el marco de acero de una puerta y acercó los ojos a otro escáner de retina. Cuando ambos escáneres fueron completados, hubo un sonido como de aire que saliera a presión, y una luz verde apareció en la puerta. La abrió y la invitó a precederle. Fue como entrar en el País de las Maravillas. El vestíbulo tenía un suelo de granito negro y brillante, una estatua romana sobre un pedestal y unas escaleras que ascendían.


—¿Tienes dos plantas?


—Tres —contestó y giró a la izquierda para abrir la puerta doble que daba acceso a otra estancia—. El salón —dijo, y cruzó el vestíbulo para abrir otra puerta—. Comedor —le indicó, y señaló una tercera—. Despensa, cocina y zona de servicio.


Paula no tuvo tiempo de maravillarse por la grandeza de lo que Pedro le estaba enseñando, porque ya estaba subiendo escaleras arriba. Los peldaños eran de una hermosa madera que continuaba por el corredor del primer piso. Fue abriendo varias puertas y farfullando su uso.


—Gimnasio. Biblioteca. Sala de juegos. Habitación de invitados. Tu habitación.


—¿Mía?


Entró en un precioso dormitorio de techos altos, como el resto del departamento. Se esperaba un espacio serio y masculino, y aunque no era femenino, sí estaba bien decorado, una mezcla elegante y de buen gusto en la que se combinaban piezas contemporáneas con otras del renacimiento italiano. No faltaba un solo detalle, desde las puertas labradas a mano hasta las decoradas jambas de las ventanas.


—El equipaje que habías enviado está en el vestidor —dijo él—. No sabía lo que querías que hiciera con él. Mañana le pediré a alguien del personal que lo coloque.

Falso Matrimonio: Capítulo 33

 —Te buscaré un piso —dijo—. Si vivimos en la misma ciudad, será más fácil…


—Viviré contigo por ahora.


—¿Qué?


Acabó de ponerse la goma que le recogía la melena en un moño.


—Solo hasta que haya nacido el niño. Necesitaré apoyo durante el embarazo, y aquí eres la única persona que conozco. Es la primera vez que vengo a Norteamérica. No conozco la ciudad, y vivir contigo me dará tiempo a acostumbrarme al cambio, y nos dará tiempo a los dos para crear una relación que no se base en el odio. No nos conocemos. Lo único que sabemos el uno del otro es la fachada que construimos durante el tiempo que salimos juntos. Tengo que admitir que yo también me creé un personaje —el aire en el coche parecía estarse despejando—. ¿Y cómo ibas a sentir algo por nuestro hijo si no compartes el embarazo? —continuó, descargando todos los pensamientos que había tenido mientras se escondía de todos—. Siempre estás de viaje. Si viviéramos separados, tendría que programar el tiempo que pasamos juntos, como antes.


—Yo no quiero vivir contigo —espetó.


Ella ni pestañeó.


—Yo tampoco quiero vivir contigo. Créeme si te digo que solo siento desprecio por tí, pero mis sentimientos no cuentan, y los tuyos tampoco. Crecí sin madre, y siempre he sentido que me faltaba una pieza importante en mi vida. No quiero que le pase eso a nuestro hijo, y no quiero que nazca con sus padres peleándose. Estabas dispuesto a vivir conmigo para conseguir una casa. ¿En serio me dices que no vas a vivir conmigo durante un tiempo por el bien de tu hijo?


Pedro no contestó. ¿Cómo iba a vivir con aquella mujer sin que hubiera una fecha de caducidad? Cada vez que la miraba, el deseo le atravesaba de parte a parte, pero mezclado con repulsa. Había llegado a aceptar que era inocente de los manejos delictivos de su padre, pero seguía siendo la hija de Miguel Chaves. ¿Cómo reconciliar las dos partes en litigio, el deseo y el odio, sin perder la cabeza?


—Me he pasado dos semanas pensando —continuó Paula—, y creo que los dos se lo debemos a nuestro hijo… Tenemos que intentar encontrar un modo de crear una relación de amistad y no de odio. Sé que no va a ser fácil, pero intentémoslo hasta que nazca el niño.


Él respiró hondo. Suponía, ¿Cuánto? ¿Siete u ocho meses?


—Vivir juntos hasta que nazca el bebé…


—Sí. Podemos buscar un piso para mí y el niño el año que viene e irlo preparando para que pueda mudarme llegado el momento, pero por ahora tendremos que mantener la imagen de que estamos felizmente casados. Lo último que quiero es que mi padre pueda sospechar que pasa algo. Ya tengo bastante con lo que tengo —su mirada le quemaba—. Pero, Pedro… Si en algún momento el corazón te dice que no vas a poder querer a nuestro hijo, debes decírmelo. Nuestro bebé es inocente de todo, y no quiero que crezca rodeado de odio. Mejor un padre ausente que un padre que no lo quiera. Si es el caso, me marcharé y no volverás a verme ni a mí, ni al niño.

Falso Matrimonio: Capítulo 32

 —Tenías que saber que podía ocurrir después de nuestra noche de bodas.


—Sospecharlo es muy distinto a saberlo.


—Cierto. Pero necesito saber si lo has pensado —cerró los ojos un instante antes de volver a clavar la mirada en los de él—. Necesito saber si puedes querer a un niño que lleve la sangre de tu enemigo.


Su agudeza le pilló de nuevo desprevenido.


—Y, por favor, no me mientas —añadió, antes de que pudiera contestar—. Pase lo que pase en el futuro, no voy a aceptar nada que no sea la más absoluta sinceridad por tu parte.


—No lo sé —admitió al fin—. No era mi intención meter a un niño en todo esto.


Se quedó pensativa un momento.


—Gracias por la sinceridad.


—¿Cómo puedes estar tan tranquila? —preguntó, incrédulo—. Te he mentido, te he dejado embarazada, ahora te digo que no sé si podré querer a nuestro hijo y te quedas ahí, como si estuviéramos hablando de un coche nuevo.


—¿Es que preferirías que te gritara y te montara un espectáculo?


—Tú me has pedido sinceridad, y creo que esa sería una reacción más auténtica que esta serenidad que te empeñas en mostrar.


Con la ira le sería mucho más fácil lidiar. Si le hablara con furia, él podría gritarle a su vez y liberarse de parte de la culpa que tanto le pesaba sobre los hombros.


—He trabajado para controlar esa ira —admitió, quitándose la goma que le sujetaba la coleta, y su melena castaña quedó suelta. Recordaba perfectamente cómo olía su pelo—. Eres el padre de mi hijo, y eso no voy a poder cambiarlo. Tampoco puedo hacer desaparecer las mentiras que me dijiste. No puedo cambiar nada, pero puedo influir en el futuro, y hacer todo lo que esté en mi mano para asegurarme de que nuestro hijo tenga el mejor comienzo en la vida que yo pueda darle.


La garganta se le cerró, y tuvo que carraspear para despejarla. Demonios… se estaba recogiendo de nuevo el pelo, y él recordaba con todo detalle cómo había sido despeinarlo. Y no quería recordar. Lo que quería era trazar un plan sobre cómo proceder a partir de aquel momento, dejarla en su casa y salir a emborracharse hasta perder el sentido.


—Tienes razón —dijo—. Había pensado qué pasaría si te quedabas embarazada. Y como quieres sinceridad, te diré que no quiero que nuestro hijo se críe en Sicilia, bajo la influencia de tu padre.


—Yo tampoco.


—¿Ah, no?


¿Cómo podía decir eso la niña de papá que no había querido salir con él hasta que su padre diera la aprobación? Esperó a que se explicara, pero no lo hizo.

Falso Matrimonio: Capítulo 31

 -¿Qué habrías hecho tú si hubieras estado en mi lugar? ¿No habrías querido vengarte del hombre responsable de la muerte de tu padre? ¿No habrías querido recuperar lo que te había robado?


—Nunca me habría propuesto humillar o destrozar a nadie. No podría vivir conmigo misma si hiciera algo así.


—Entonces, eres mejor persona que yo. Si alguien hace daño a las personas a las que quiero, le devuelvo el golpe con el doble de fuerza. Si me robas, yo te robaré multiplicado por dos. Tu padre hizo ambas cosas.


—¿Y qué tal te está yendo con la venganza? ¿Te sientes mejor ahora que has recuperado la casa de tu familia?


—¡Me siento de maravilla! —respondió, abriendo los brazos y doblando una pierna sobre la otra.


El peso de su mirada lo caló de parte a parte.


—¿Sabes? Eres un pésimo mentiroso —contestó, con una sonrisa que floreció lenta—. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Yo estaba tan desesperada por creer que me querías, tan desesperada por poder disfrutar de un poco de auténtica libertad lejos de mi padre, que me volví ciega. Ciega y sorda —volvió a reír—. Si hubiera abierto los ojos, habría visto las mentiras. Si hubiera querido oír, las habría oído. Tu voz y tu lenguaje corporal dicen la verdad, digan lo que digan tus palabras.


El proverbio que había citado le conmovió. Él había sido tan culpable como ella. La mujer que él tildaba de estúpida, resulta que sabía verlo como nadie.


—¿De qué quieres hablar? —preguntó—. No vamos a poder ir a ninguna parte, así que bien podemos hablar ahora.


El coche había recorrido poco más de un kilómetro desde que salieron del aeropuerto. A ese ritmo, tendrían suerte si llegaban antes de anochecer.


—¿No te lo imaginas?


Sintió que se le contraía el pecho.


—¿Estás embarazada?


Paula asintió.


—Me hice la prueba hace dos semanas.


—¿Has esperado dos semanas para decírmelo?


—Necesitaba pensar.


—Deberías habérmelo dicho inmediatamente.


Ella se encogió de hombros y sonrió.


—Y tú deberías haber usado preservativo.


Se llenó de aire los pulmones y lo soltó despacio. Tenía en el estómago la misma sensación que cuando abandonó a su familia en Sicilia para irse a América en busca de una nueva vida, pero peor. No había excitación. Solo miedo. Iba a ser padre. Padre de un niño con sangre Chaves.


—¿Te parece bien? —le preguntó. 


La calma de Paula era desconcertante.


—¿Que vayamos a tener un hijo? Sí. Siempre he querido ser madre.


—¿Querías esto?


—Cuando concebimos este niño, yo creía que nos queríamos, así que sí, quería un hijo.


—¿Y ahora, después de todo lo que ha pasado?


—Lo ocurrido no cambia nada.


—¿Sigues queriéndolo?


—Por supuesto. ¿Tú no?


—¿Cómo voy a saber ahora mismo lo que quiero? Tú has tenido semanas para pensarlo.

viernes, 31 de octubre de 2025

Falso Matrimonio: Capítulo 30

Un instante después se encontró delante de él, mirando aquellos ojos verdes en los que una vez creyó poder zambullirse, preguntándose cómo era posible que se hubiera olvidado de lo atractivo que era. Bueno, no lo había olvidado. Simplemente lo había enterrado, avergonzada de una atracción que se había basado en unas mentiras tan atroces. Él asintió levemente y se hizo cargo de su maleta. El movimiento hizo que su colonia con aroma a maderas llenara su cabeza con los recuerdos de su noche de bodas. Eran recuerdos que había dejado enterrados junto a la atracción que sentía por él.


—¿Qué tal el vuelo? —le preguntó mientras salían—. ¿Muchas turbulencias?


—Algunas, pero podría haber sido peor.


—¿Traes abrigo? El tiempo es malísimo.


Ella negó con la cabeza, pero sin mirarlo. No se le había ocurrido consultar el pronóstico del tiempo. Pedro dejó la maleta y, con el café en una mano, le entregó una prenda negra que llevaba en el brazo.


—Ten. Póntelo.


Era una gabardina larga.


—No, gracias —contestó, porque todo en ella se había revelado ante la idea de ponerse algo que le perteneciera.


Él apretó los dientes y los labios, recogió la maleta y continuó andando sin preocuparse de si ella lo seguía. Apenas había puesto un pie fuera de la terminal cuando la empapó el aguacero que caía del cielo encapotado, y un golpe de viento la zarandeó hasta hacerla dar un traspiés. Solo un brazo que la rodeó por la cintura impidió que se cayera. Aquella vez no pudo rechazarlo. Pedro la empujaba hacia un enorme todoterreno, protegiéndola con su cuerpo de lo peor de la tormenta. La puerta se cerró, ahogando el rugir de los elementos y Pedro, el pelo pegado al cráneo y el carísimo traje empapado, golpeó con los nudillos el cristal que los separaba de la parte de delante para que el conductor arrancase. El coche estaba caliente, y no tardó en disipar el frío del aguacero que la había empapado.


—¿Cuánto tardaremos en llegar a tu casa? —le preguntó, mirando por la ventanilla. Solo se veía gris.


—Con este tiempo y el tráfico, espero que no más de un par de horas. Podría haber usado el helicóptero, pero con la tormenta…


Siguieron unos minutos de silencio incómodo, hasta que Pedro lo rompió.


—¿Dónde has estado?


—En un convento.


Él soltó una carcajada seca.


—¿En serio? ¿Te has escondido en un convento?


—Necesitaba un sitio donde pensar y poner distancia de tus mentiras y del comportamiento de mi padre —respondió, y respiró hondo. Tenía que mantener la calma y la fuerza.


Pedro tardó un momento en responder.


—Te pido perdón por lo que te hice.


—¿Te refieres a casarte conmigo?


Asintió.


—Creía que habías tomado parte en el plan de tu padre contra el mío.


Reflexionó un instante.


—Tuvimos una niñera inglesa cuando éramos pequeñas, que nos enseñó que dos males no suman un bien. ¿Nadie te lo enseñó a tí?


Pedro se volvió a mirarla y quedó atrapado en su mirada oscura. No había dejado de oler su perfume desde que subieron al coche. Era el mismo que desprendía su piel la noche de bodas, y estaba desatando recuerdos que le habían perseguido en sueños desde su desaparición.

Falso Matrimonio: Capítulo 29

 —Llamar a Pedro.


Solo tuvo que esperar a que el timbre sonara dos veces.


—¿Paula?


Sintió un escalofrío al escuchar su voz profunda, y tardó un momento en ser capaz de hablar.


—¿Paula? —repitió él—. ¿Eres tú? ¿Estás bien?


Fue su falsa preocupación lo que desentumeció sus cuerdas vocales.


—Hola, Pedro —al pronunciar su nombre, una abeja regordeta se posó en una mata de lavanda que había junto a su banco, y eso le hizo sonreír—. ¿Estás en Nueva York?


—Sí. ¿Dónde estás tú?


—En Sicilia.


—¿De verdad?


—Sí. Quiero que me consigas un pasaje para Nueva York. Tenemos que hablar.


—¿Ha ocurrido algo?


—Podría decirse así.


—Te enviaré mi avión.


—Un vuelo comercial es suficiente. Me da igual dónde me tenga que sentar.


—Conseguiré un pasaje para el próximo vuelo.


—Que sea mañana. Tengo que hacer algo.


Y colgó antes de que él pudiera responder, respirando hondo para calmar su desbocado corazón.



Pedro deambulaba de un lado para el otro en las llegadas de la terminal del aeropuerto, entre gente que sostenía carteles con el nombre de otras personas escrito en ellos. Había una familia a su izquierda, el padre con dos niños pequeños. A juzgar por la excitación de las caritas de los niños y su energía, estaban esperando a que llegara su madre. También él sentía una intensa energía corriéndole por las venas. En realidad, no había dejado de sentirla desde que Paula lo llamó. La espera se estaba haciendo larga. Por culpa de las tormentas que azotaban la costa este, los vuelos se estaban retrasando, y volvió a mirar a la familia que esperaba a su lado. La vida que él llevaba no incluía niños. Había dado por hecho que algún día, cuando estuviera dispuesto a desacelerar un poco, se casaría y tendría hijos, pero ese día siempre quedaba lo bastante lejos como para molestarse en pensar en él. No así en aquel momento, en el que sin saber por qué, tenía el pálpito de que debía empezar a pensar en ello. Si como sospechaba, Paula estaba embarazada, ¿Cómo reconciliar ser el padre del niño cuyo abuelo era responsable directo de la muerte del suyo? Agitado, fue a tomarse un café, y apenas había dado el primer sorbo, cuando un grupo de viajeros emergió por la puerta. Entre ellos, vestida con vaqueros ajustados, un blusón largo color crema y un pañuelo de seda azul, la melena recogida en una coleta alta, estaba ella. El corazón le dió un brinco y la boca se le quedó seca. Sus miradas se encontraron.


Paula obligó a las piernas, que se le habían vuelto de gelatina, a que siguieran moviéndose, apretando en la mano la maleta y el asa de su bolso. No se le había ocurrido pensar que una mirada de Pedro seguiría teniendo el poder para hacer que el corazón le diera un salto y que los pulmones se le encogieran.

Falso Matrimonio: Capítulo 28

Paula estaba sentada en silencio junto a la hermana Josefina, en el viejo banco de piedra. A su alrededor, otras monjas y las voluntarias trabajaban en el huerto recogiendo fruta.


—Tendré que irme pronto —dijo de repente—. Mañana, quizás. 


Por más que le gustaría quedarse en aquel santuario de serenidad, necesitaba ocuparse de la vida real. Aun así, el tiempo pasado entre aquellos muros no había sido perdido. Había aprendido mucho de sí misma, y de su padre. Las preguntas que nunca había pensado, o que nunca se había atrevido a formular, se habían hecho. Y las respuestas le habían roto el corazón una y otra vez. La hermana Josefina la miró con una sonrisa.


—Te echaremos de menos.


—Yo también los voy a echar de menos —contestó, cubriendo la mano de la religiosa con la suya—. No sé cómo darles las gracias por haberme acogido.


—Aquí siempre serás bienvenida, niña —le dijo, y después de apretar un segundo la mano de Paula, se levantó—. Tengo que prepararme para vísperas.


Paula la vió alejarse pensando que podría ahogarse en las emociones que llenaban su corazón. Ojalá pudiera quedarse allí, pero era imposible. Llevaba tres semanas en el convento cuando se hizo la prueba que cambiaría el rumbo de su vida. Estaba embarazada. Llevándose una mano al vientre, respiró hondo. Ahora que el estupor por la traición de Pedro ya no era más que un dolor sordo, su camino se ofrecía despejado y la ansiada libertad estaba a su alcance. Después de dos semanas pensando, usando la experiencia de sus heroínas de la literatura, sabía qué tenía que hacer. Debía marcharse de Sicilia. Pasara lo que pasase, no iba a criar a su hijo allí. El brazo de su padre era demasiado largo, y estaría a su merced. Los dos lo estarían, su hijo y ella. Y jamás volvería a estarlo. Tampoco iba acudir a Delfina, a menos que ocurriera lo peor y fuera absolutamente necesario. Ojalá nunca tuviera que llegar a eso. Ojalá pudiera mantener la cordialidad con el enemigo. Había estado recordando su infancia en aquellas últimas dos semanas, en particular lo mucho que echaba de menos a su madre. Nunca, jamás, haría que su hijo pasara por algo así. A partir de aquel momento, estaría a merced solo de sus propias decisiones y elecciones. No respondería ante nadie. Sería como Alejandra Schulz y asumiría el control de su propia vida. Por aterrador que pudiera resultar, tenía que irse a Nueva York y empezar una nueva vida en la ciudad que el padre de su bebé llamaba hogar. Tenía una gran responsabilidad para con aquel niño, lo mismo que ella, y haría lo que fuera para que respondiera como debía. Nada deseaba más que empezar en esa nueva libertad, pero sabía que no estaba preparada para vivir en una ciudad tan aterradora como Nueva York ella sola, así que tomó su móvil para darle una instrucción:


—Desbloquear Pedro.


Como por arte de magia, el teléfono obedeció.

Falso Matrimonio: Capítulo 27

Pedro estaba en su nuevo ático de Nueva York y contestó al mensaje vago de su hermano con otro igualmente vago. Soplaba fuerte el viento, y la sensación era de frío. Después de la ola inhumana de calor que había soportado la ciudad en las últimas semanas, la tormenta que se avecinaba era un respiro. La que no iba a amainar en breve era la que él tenía permanentemente en el estómago. Cinco semanas antes habría jurado que Paula le hablaría a su hermana de lo ocurrido. Pero en esas cinco semanas, Federico y Delfina se habían casado, así que no le había quedado otro remedio que reconocer que se equivocaba. Muchas veces había revivido su enfrentamiento, recordando desde la expresión de su rostro a su lenguaje corporal, diseccionando palabras y acciones, y no había otra conclusión a la que llegar más que la de que no sabía absolutamente nada de lo que había hecho su padre. Como tampoco podía interpretar de otro modo el horror que le había provocado lo que él le había hecho a ella. El sentimiento de culpa luchaba a brazo partido con la certeza amarga de que, aunque ella fuese inocente, también era una Chaves, y se había criado a la sombra del monstruo. Veintiún años a su lado, luego era imposible que su maldad no se le hubiera contagiado. Había hecho que los abogados revisaran la validez de las escrituras. Nada de engaños. Le había devuelto la casa. Es decir, que había conseguido cuanto se había propuesto. Vicenzu también estaba muy cerca de lograr recuperar el negocio familiar. ¿Por qué Paula no le habría contado nada a su hermana? Otra cosa más que no lograba entender, pero a pesar del resultado, no conseguía sentir satisfacción ni deseos de celebración. No cuando ella se había evaporado de la faz de la tierra.


No podía dejar de pensar en ella. Antes de la boda, su pensamiento solo lo ocupaba el recuerdo de su padre y su planeada venganza, pero ahora le consumía pensar solo en ella. ¿Dónde estaría? Se sentía como si hubiera caído en un limbo, esperando a que volviese a aparecer para poder seguir adelante con su vida. Había hecho lo que le había ordenado, manteniendo un perfil bajo, dedicado a la dirección de su negocio. Ella también había cumplido con la palabra dada. Si Miguel tuviera alguna noción de lo que había ocurrido entre ellos, lo sabría. Habría puesto precio a su cabeza. Había intentado llamarla, pero no había conseguido que recibiera su llamada. Lo había bloqueado. Después de un tiempo, la espera se hizo insoportable y contrató un equipo de detectives para que la encontraran. Volvieron con las manos vacías. Podía estar en cualquier parte.

Falso Matrimonio: Capítulo 26

 —¿Qué vas a hacer?


—Lo que quieres saber es si se lo voy a decir a mi padre, ¿No?


Iba a continuar con su respuesta cuando llamaron a la puerta.


—Debe ser mi hombre con el dinero.


Se hizo a un lado para que Pedro abriese y le vió recoger un maletín con apenas una leve inclinación de cabeza. Puesto sobre la mesa, lo abrió y lo giró para que ella pudiera verlo. Paula lo miró un momento en silencio.


—Parece que hubiera más de veinte mil.


—Hay cien mil.


—¿Pretendes comprar mi silencio? —su mirada fue tan intensa que podría haber arrancado la pintura de la pared—. Cuenta veinte mil. No quiero un céntimo más.


—No quiero comprarte.


—Cuenta.


Pedro obedeció y aseguró los billetes con una goma. Ella se los quitó de la mano y los metió en el bolso que llevaba en bandolera.


—Tengo un taxi esperándome, así que seré breve —dijo, abrasándolo de nuevo con su mirada—. Te vas a ir de Sicilia tal y como habíamos planeado. Vete a Antigua si quieres, a América o a Marte, donde te dé la gana, pero mantente lejos de Sicilia. No quiero que mi padre sepa que te has casado conmigo mintiéndome.


—¿Quieres proteger sus sentimientos?


—No —escupió—. No estoy preparada para enfrentarme a él después de lo que ha hecho. Quiero alejarme de todas las mentiras y los engaños porque no sé a quién detesto más: si a tí, o a él. Si se entera de que te he dejado, querrá que vuelva con él, así que considera esto un trato justo: Tú te quedas con las escrituras… —se las plantó en mitad del pecho antes de dar de nuevo un paso atrás—, …y yo tengo dinero para desaparecer durante un tiempo. Le escribiré para contarle lo bien que nos lo estamos pasando en la luna de miel para que no se preocupe por no saber dónde estoy, así que tú mantén la cabeza baja y no te acerques a Sicilia. ¿Está claro?


Pedro se masajeó las sienes. La cabeza le latía. No estaba acostumbrado a que lo manejase nadie, pero Paula le había dado la vuelta al tablero de juego con precisión de reloj.


—¿Cómo puedo confiar en que mantendrás tu palabra?


Ella se sonrojó.


—¿Cómo te atreves? ¡Aquí la víctima soy yo! Me dijiste que me querías, te has casado conmigo, me has hecho el amor, y todo ha sido mentira desde el principio. Si me hubieras dicho desde el primer momento lo que había hecho mi padre, le habría devuelto la casa a tu madre inmediatamente.


Él se echó a reír con amargura.


—¿Y esperas que me lo crea, princesa?


—¿No acabo de firmar las escrituras poniéndola a tu nombre? Dásela a tu madre, o haz lo que te salga de las narices con ella, porque yo no la quiero.


Abrió la puerta y recogió la maleta.


La rapidez con la que había ejecutado el plan le tenía desconcertado. Se encontraba un paso por detrás en un juego que él mismo había creado.


—¿Dónde vas?


—¿A tí qué te importa? —espetó, y cerró de golpe, pero la puerta volvió a abrirse de inmediato—. Si mi padre se pone en contacto contigo, ya puedes decirle que somos inmensamente felices, ¿Te queda claro? Eres un profesional del engaño, así que supongo que no te será ningún problema seguir mintiendo.


—¿Durante cuánto tiempo?


—El tiempo que yo juzgue necesario. Cuando esté lista, te lo haré saber. Adiós.

miércoles, 29 de octubre de 2025

Falso Matrimonio: Capítulo 25

Era pequeña, sí, pero sabía lo que era un arma. Recordaba sacarla del cajón. Recordaba su peso entre sus manitas de niña, y recordaba el miedo que se le había agarrado al pecho, un miedo tan frío y con el mismo sabor metálico que el arma que tenía en la mano. La dejó donde estaba y salió  todo correr del despacho, demasiado asustada para contárselo a nadie, ni siquiera a su hermana. ¿Tendría su padre un arma porque necesitaba protegerse? Si era así, ¿Estarían su hermana y ella en peligro? ¿O la tendría porque él era el malo? Estaba demasiado asustada para preguntar, pero la burbuja en la que había vivido hasta entonces se pinchó en aquel instante. Empezó a prestar atención. A escuchar. Y nunca volvió a desobedecer a su padre. Con el sobre de las escrituras pegado al pecho, se volvió a mirar al hombre odioso del que, como una idiota, se creía enamorada, y pensó en una cifra.


—Quiero veinte mil euros.


—Paula…


—Veinte mil euros y firmo la escritura.


Él no podía dar crédito.


—¿Me estás ofreciendo la casa?


No quería volver a poner el pie en ella.


—Quiero efectivo.


—Es domingo.


—¿Tan estúpida me crees como para no saber qué día es? — espetó—. Consigue ese dinero. Tienes media hora.


—¿Dónde vas?


Abrió la puerta sin mirarlo.


—A firmar las escrituras con un testigo. Media hora, Pedro. Tráeme el dinero.


Empujada por tanta rabia y tanta humillación que el dolor que tenía en el corazón no era más que un latido de fondo, bajó al vestíbulo por la escalera y le pidió a una de las recepcionistas lo que quería. El director acudió enseguida y accedió a ejercer de testigo.


—¿Dónde quiere que firme? —le preguntó.


Menos mal que el abogado de Pedro había dibujado flechas fluorescentes en las páginas en las que había que firmar.


—Primero tiene que firmar usted —añadió el joven, ofreciéndole un bolígrafo.


Había dos espacios vacíos con flechas, y reconoció su nombre en uno de ellos. Aun así, dudó.


—¿Firmo aquí? —preguntó, avergonzada.


—Sí.


Firmó cuidadosamente, empleando la misma firma que había usado meses atrás, cuando pusieron la propiedad a su nombre. Le asqueaba pensar que se había tragado las mentiras de su padre como si nada. Porque todo habían sido mentiras. Lo sabía. Pero aquel no era el momento de darle vueltas a eso. Tenía que mantener la compostura un poco más.


—¿Tienes el dinero? —preguntó, nada más volver a la habitación.


Pedro guardó el móvil en el bolsillo. Había estado enviándole mensajes a su hermano por todos los medios para advertirle de que Paula lo sabía, y si aún no se lo había dicho a su hermana, no tardaría en hacerlo.


—Llegará enseguida.


—Bien —entró en la alcoba, cerró la maleta y la llevó a la puerta, con las escrituras todo el tiempo bajo el brazo—. Te las daré cuando yo tenga mi dinero —espetó al ver cómo las miraba Pedro.


No le gustaba aquel lado tan duro de Paula. Había esperado más de dos meses para que ese aspecto de su personalidad se revelara, pero ahora que lo estaba padeciendo, solo podía pensar en lo poco propio que era de ella.

Falso Matrimonio: Capítulo 24

Apoyó la espalda en la pared y, con los brazos cruzados sobre el pecho, la miró. No iba a ablandarse por su expresión atónita. No iba a sentirse culpable por la mujer cuyos actos habían contribuido a precipitar la muerte de su padre.


—¿Se te ha comido la lengua el gato, princesa? Debe ser difícil para tí descubrir que eres la beneficiaria de los manejos fraudulentos e inmorales de tu familia, por lo que es bien conocida.


Una lágrima solitaria rodó por su mejilla.


—No conocí a tu padre —dijo, serena—. Firmé mi parte de la escritura con el abogado de mi padre. No sabía nada de… —cerró los ojos con fuerza y respiró hondo—. ¿Para qué voy a seguir? No me vas a creer —lo miró—. Y la verdad, no sé si me importa que me creas o no. Lo que me has hecho es enfermizo.


Se levantó de golpe, entró en el dormitorio y lanzó la maleta sobre la cama.


—¿Qué haces?


Si creía que podía salir corriendo a pedir la ayuda de su papi, estaba en un error. No sabía cómo podía impedirlo pero, desde luego, iba a intentarlo.


—Si tanto quieres la casa, quédatela.


Sus manos no querían cooperar, pero por fin consiguió descorrer la cremallera de la maleta y sacar las escrituras que había preparado el abogado de Pedro. Las náuseas que le estaban poniendo el estómago del revés amenazaron con hacerla vomitar allí mismo. Dios bendito… Lo que le había dicho podía ser cierto. De hecho, las dudas habían andado rondándola todo el día. Según había dicho Delfina, Pedro podía haber comprado la casa y el negocio solo con los intereses que ingresaba a diario. ¿Por qué entonces casarse con ella? Tenía que haber otro motivo, aparte de un montón de ladrillos y cemento. Y ella, en el fondo, se había temido que aquella terrible realidad tuviera que ver con su padre. «No tuvo que usar armas, ni amenazas, para salirse con la suya, cuando una extorsión y, después, un rescate podían proporcionarle lo que tanto ansiaba». Hubo una ocasión en la que, siendo muy joven, se quedó sin papel de dibujo, y se le ocurrió entrar en el despacho de su padre a buscarlo, cuando tenía totalmente prohibido entrar allí. Pero su padre estaba fuera, la niñera estaba haciendo algo con Delfina y ella quería conseguir más papel para seguir dibujando, así que no dejó que las consecuencias de saltarse las prohibiciones le impidieran conseguirlo. Abrió el cajón de su mesa y rebuscó, pero su desafío a la autoridad de su padre cesó de golpe cuando tocó algo frío y metálico.

Falso Matrimonio: Capítulo 23

Pedro se agachó delante de ella para mirarla a los ojos.


—Tu padre ha sido quien ha movido las cuerdas de la tramoya, haciendo que mi padre quedara enredado en ellas hasta el punto de no poder escapar. Cuando ya estaba a punto de perderlo todo, apareció de nuevo tu padre como un caballero de negro corazón, para hacerle una nueva oferta de dinero. Una oferta insultante, que apenas daba lo suficiente para pagar las deudas que la extorsión de tu padre le había obligado a contraer, pero que no tuvo más remedio que aceptar. Acabó vendiendo un negocio que llevaba varias generaciones en la familia, y la casa en la que había pasado toda su vida de casado para que tú y tu hermana pudierais tener una propiedad y un negocio legales.


Se rió en su cara antes de continuar.


—Porque esa era la cuestión, princesa: que tanto el negocio como la propiedad eran legales, y tu padre se aseguró de que sus manos sucias no aparecieran por ningún lado, ya que no quería que su hedor pudiera manchar a sus preciosas princesitas. No tuvo que usar armas, ni amenazas, para salirse con la suya cuando una extorsión y, después, un rescate podían proporcionarle lo que tanto ansiaba. Cuando fui a visitar a tu padre el día que te conocí, ¿Sabes lo que me dijo? —se acercó tanto que pudo ver las motas doradas de sus ojos castaños—. Nada. No dijo absolutamente nada. Para él, había sido algo insignificante. Solo negocios. Si arruinar la vida de mis padres hubiera significado algo para él, me habría impedido entrar en la casa y habría doblado el número de guardias que tenía para ti y para tu hermana. Pero no significó nada para él. Quería tener una casa y un negocio limpios para sus queridas princesitas, así que consiguió lo que quería y siguió adelante. Pero yo no puedo.


Paula se había quedado muy pálida. Tenía las pupilas dilatadas y los ojos muy abiertos, y abría y cerraba la boca, pero sin articular sonido alguno. Él se incorporó y la miró con desprecio.


—Mírate, así sentada, fingiendo estar sorprendida, cuando la compra de la casa la firmaste tú. Tú viste la cifra ridícula por la que se te vendía, viste el estado en el que se encontraba mi padre, pero firmaste. Y un día después, estaba muerto.


Fue hasta el bar, pero en el último momento no quiso ponerse otra copa. Tenía que mantener el juicio claro mientras consideraba cuál era la mejor forma de lidiar con la situación. ¿En qué demonios pensaba cuando le hizo aquella llamada a Federico? Todo lo que tenía que haber hecho era mantener la farsa unos cuantos meses más, como mucho. ¡Idiota! Paula aún no había puesto la casa a su nombre, y con aquella llamada cargada de culpa y desesperación lo había echado todo a perder.

Falso Matrimonio: Capítulo 22

Pedro se levantó y caminó en busca de la botella de burbon.


—Lo siento si te hice daño anoche —se disculpó, con la voz tan firme como la mano con la que se servía el licor—. Intenté ir con cuidado.


—No estoy hablando del sexo —replicó. Lo que había considerado la experiencia más hermosa de su vida, había quedado manchada para siempre—. Aunque recordarlo también me hace daño. Deberías avergonzarte de tí mismo.


Tomó un trago.


—Y me avergüenzo. Debería haberme acordado de usar…


—¡Cállate!


Pedro cerró los ojos. Paula no había alzado la voz, pero había pronunciado aquella palabra con una fuerza tal que la sintió como un puñetazo en el estómago. Todas las maldiciones que conocía pasaron por su cabeza. Lo sabía.


—Te oí hablar anoche. Cuando te escabulliste a la terraza.


—¿Qué crees que dije?


—No te molestes en hacerme luz de gas. Sé perfectamente lo que oí —e imitando su voz, dijo—: «Fede, soy yo. Mira, no voy a poder seguir con esto mucho más. Yo ya he hecho mi parte. Mañana pondrá la casa a mi nombre. Tú tienes que hacer lo tuyo ya. Haz lo que sea necesario para recuperar el negocio, porque no sé cuánto tiempo más voy a poder mantener esta farsa».


La miró boquiabierto. No recordaba las palabras exactas que había dicho en el mensaje de voz, pero estaba seguro de que ella las había repetido con una exactitud apabullante. Inclinándose hacia delante hasta apoyar los codos en los muslos, le preguntó:


—¿Por qué?


La pregunta lo pilló completamente desprevenido y la miró sin saber qué decir.


—No perdamos más tiempo en mentiras —respondió ella ante su silencio—. Me he pasado el día escondiendo mis sentimientos, pero creo que no puedo seguir respirando el mismo aire que tú ni un minuto más. Pero, antes de irme, quiero saber por qué te has tomado tantas molestias. Te has casado conmigo para recuperar la casa de tu familia, tu hermano está intentando quitarle a mi hermana el negocio que fue también de tu familia. Todo eso, ¿Por qué? Si no querías que tu padre lo vendiera, ¿por qué no se lo compraste? No es que no pudieras permitírtelo.


—Paula…


—¡No! —explotó, pero su voz era fría como el hielo—. O me dices en este instante por qué has sido capaz de casarte conmigo por una casa, o llamo a mi padre y le hago a él la pregunta.


Pedro salió por fin del estupor. Paula había sido virgen en el dormitorio, pero ninguna de las hijas de Miguel Chaves era inocente en nada más.


—Déjate de numeritos, princesa, y no pretendas fingir que no sabes qué es lo que hizo tu padre.


Ella frunció el ceño.


—Déjame refrescarte la memoria —se acercó a ella—. Tu padre se acercó al mío en enero con una oferta para comprarle la casa y el negocio, pero mi padre la rechazó. No quería vender. El negocio llevaba en la familia Alfonso varias generaciones, y quería que siguiera siendo así, como también quería hacerse viejo con mi mamma en la casa en la que habían criado a sus hijos. Pero como tu padre no acepta un no por respuesta, recurrió a la extorsión para conseguir lo que quería.


—¡Mentiroso! —espetó.

Falso Matrimonio: Capítulo 21

Sin embargo, a pesar de que su matrimonio no fuera real, a pesar de que la despreciaba, que no le dirigiera la palabra le resultaba insoportable. Paula volvió a mirar el reloj, lo miró a él, bajó las piernas y dijo:


—Sí, me has hecho daño, y sí, me preocupa que no hayamos usado preservativo. Ningún niño se merece nacer por una mentira.


No sintió satisfacción alguna al verlo retroceder horrorizado. Había esperado trece horas para enfrentarse a semejante cerdo mentiroso. Toda la ternura de la noche anterior, sus caricias, los besos apasionados… Nada había sido real. Había permanecido junto a la puerta de la terraza una eternidad, paralizada, inmóvil, incapaz de procesar lo que acababa de saber. Cuando por fin salió de la parálisis, volvió a la cama, el corazón destrozado, intentando desesperadamente pensar con coherencia. Entonces recordó el coqueteo que había percibido entre su hermana y Federico en la boda, y el estómago se le cayó a los pies. Tenía que advertírselo a Delfina. Tenía que pedirle consejo. Intentar comprender lo que su corazón se negaba a entender, pero que su parte racional no podía dejar pasar. Pedro no la amaba. Cuando volvió a la cama, oliendo a champán, fingió dormir y esperó a que él lo hiciera para levantarse y meterse en el baño con el teléfono. No sabía cómo tenía pensado Federico arrebatarle el negocio a Delfina, pero si su hermano servía de medida, no tendría escrúpulo alguno para lograr lo que quería conseguir. A juzgar por la sorpresa en el tono de voz de su hermana, el plan ya estaba ejecutándose, pero le prometió que esperaría hasta las cuatro de la tarde para enfrentarse a Pedro. Así ella tendría tiempo de trazar su propio plan de ataque antes de que él pudiera avisar a su hermano de que ya lo sabían.


Las trece horas que había pasado esperando habían sido las más largas de su vida, pero al mismo tiempo, le habían dado tiempo para pensar y prepararse. Por humillante que fuera admitirlo, Paula se había pasado la vida adormilada, demasiado asustada por la oscuridad latente en su padre para atreverse a hablar, a defenderse, por mucho que gritara interiormente. Se imaginaba que su matrimonio con Pedro la liberaría de la tiranía, pero lo único que había hecho era cambiar un infierno por otro. A medida que había ido avanzando el día, la sorpresa por la traición había mutado en furia ciega, una furia que necesitaba encontrar una vía de escape. Pensó en su heroína favorita, Elizabeth Bennet, la protagonista de Orgullo y Prejuicio, y se preguntó qué habría hecho ella en su situación. Elizabeth se habría erguido para enfrentarse a la situación sin dudar. Y eso había hecho ella, con una de las frases favoritas de su heroína en la cabeza: "Mi valor se crece con cada intento de intimidarme".


lunes, 27 de octubre de 2025

Falso Matrimonio: Capítulo 20

 -¿Seguro que estás bien?


Habían vuelto a la suite después de pasarse el día dejándose mimar en el spa del hotel, y Paula había encendido el televisor y se había acomodado en el sofá.


—Estoy un poco cansada —contestó sin mirarlo, usando las mismas palabras con las que le había contestado cada vez que él le había hecho aquella misma pregunta.


—¿Quieres que te pida un café?


Paula consultó el reloj y negó con la cabeza.


Pedro se había imaginado que se despertarían la mañana siguiente a su boda en la cama, apretados el uno junto al otro, mientras Paula le declaraba su amor con dulzura, pero la realidad había sido que se había despertado solo, y la había encontrado vestida viendo la televisión y tomando café.


—Ah, ya estás despierto —fue lo que le dijo, con una sonrisa que no tenía la alegría de siempre—. Me muero de hambre.


Había sugerido que pidieran el desayuno al servicio de habitaciones, pero ella había insistido en que quería bajar al restaurante. Cuando fue a darle un beso de buenos días, Paula apenas se dejó rozar los labios antes de ponerse en pie y meterse en el baño, cerrar la puerta y echar el seguro. Se había imaginado que pasarían el día yendo de la mano y besándose a cada momento, pero tampoco había sido así porque ella había reservado todos los tratamientos que había en el spa y apenas la había visto. Él sí que había pasado el día en un estado de excitación sexual casi constante, incapaz de dejar de mirarla los escasos momentos en que se habían visto, deseando encerrarse en la habitación y pasar haciendo el amor las horas que faltaban para que saliera su vuelo, pero el lenguaje corporal de Paula le había dejado bien claro que no era eso lo que tenía pensado. Quizás fuera el bajón después de los nervios de la boda. O que se sintiera un poco desbordada por todo. Al fin y al cabo, era virgen, y su distanciamiento podía deberse simplemente a que estuviera un poco dolorida. Abrió el minibar y buscó la botella de bourbon que había pedido.


—¿Quieres?


Ella negó con la cabeza y, flexionando las piernas, se las rodeó con los brazos.


—¿Paula?


—¿Qué?


—Te pasa algo. Dime qué es.


Ella lo miró un instante antes de volver sus ojos a la pantalla del televisor. ¿Era desprecio lo que había creído percibir en aquella mirada? La inquietud que le había estado persiguiendo todo el día creció. Bebió un buen trago de bourbon antes de acercarse y agacharse delante de ella.


—Háblame —le pidió, tomando sus manos—. Cuéntame lo que piensas. ¿Te hice daño anoche? ¿Te preocupa que no usáramos preservativo?


Ese había sido un error que no había dejado de reprocharse, pero es que había estado tan centrado en que todo saliera bien para ella que, por primera vez en su vida adulta, se olvidó de ello. Ojalá fuera un error que no le persiguiera más adelante. No había sitio para un niño en aquella farsa.

Falso Matrimonio: Capítulo 19

Dios bendito, aquello era increíble. ¿De qué había tenido miedo? Aquello era… Era… Unas sensaciones que jamás había imaginado hicieron vibrar todas sus terminaciones nerviosas, llevándola más y más alto, a un lugar que no sabía que existiera. Justo cuando creía haber alcanzado la cúspide del placer, una marea de pulsaciones la sacudió, partiendo de su pelvis y volando por sus venas. Una oleada tan intensa que se descubrió murmurando el nombre de Pedro aferrada a él, rogándole que no parase, que no parase nunca… Pero incluso la más hermosa de las experiencias tenía que terminar, así que, justo cuando volvía flotando a la tierra, sus movimientos se volvieron más fuertes, más hondos, y se dio cuenta de que también él estaba llegando al clímax. Justo entonces gritó algo entre dientes que no entendió y la penetró una última vez, aferrándose al éxtasis como había hecho ella, para después emitir un gemido que parecía arrancado de su garganta y dejarse caer sobre su cuerpo. Permanecieron así un buen rato, con su respiración en el cuello, acariciándole el pelo.


—Te quiero —susurró Paula.


Él la miró con una expresión indescifrable, pero la besó y se tumbó boca arriba, tirando de ella para que quedase a su lado. El sueño la reclamó cuando sentía el corazón henchido de una felicidad que no sabía que existiera.


Pedro abrió los ojos. Todo estaba oscuro. Paula seguía a su lado, con un brazo rodeándole la cintura. Su respiración calmada y rítmica le confirmó que dormía. Respiró hondo. Se sentía mal, sobre todo porque era consciente de que lo que más deseaba era volver a hacerle el amor. Las cosas no tenían que haber salido así. No esperaba sentir nada parecido. Por nada del mundo se habría imaginado que hacerle el amor a Paula le dejaría la sensación de que algo fundamental había cambiado en él. Había logrado que aquel primer encuentro fuese bueno para ella, pero lo único que sentía él era culpa. Sus palabras de amor contenían tanta sinceridad que supo instantáneamente que él no iba a poder pronunciarlas porque no eran ciertas. Le iba a destrozar el corazón. Molesto consigo mismo, se liberó con cuidado de su brazo para levantarse de la cama. El champán que habían tomado seguía allí, en la mesita baja. Había perdido el gas, pero no le importó. Agarró la botella y bebió. Volvió descalzo y sin hacer ruido al dormitorio para sacar el móvil del bolsillo de la chaqueta y salir a la terraza. No se dio cuenta de que no había cerrado del todo la puerta al salir. Apenas un par de centímetros, pero se la dejó abierta. Apoyado en la balaustrada, marcó el número de su hermano. Saltó el buzón de voz. No se había dado cuenta de que estaban en plena noche.


—Fede, soy yo —dijo—. Mira, no voy a poder seguir con esto mucho más. Yo ya he hecho mi parte. Mañana pondrá la casa a mi nombre. Tú tienes que hacer lo tuyo ya. Haz lo que sea necesario para recuperar el negocio, porque no sé cuánto tiempo más voy a poder mantener esta farsa.


Colgó el teléfono y apuró lo que quedaba en la botella.



Paula se despertó sin saber por qué. Con la palma de la mano buscó a su lado, pero no encontró a nadie. Un olor que nunca antes había percibido asaltó su nariz. Era el olor que dejaba haber hecho el amor. Iba a llamar a Pedro cuando se dió cuenta de que las cortinas del ventanal estaban a medio descorrer y la puerta del balcón, entreabierta. Se levantó con intención de unirse a él, pero al llegar a la puerta, su voz se coló en el dormitorio y lo oyó absolutamente todo.

Falso Matrimonio: Capítulo 18

Su corazón palpitaba de tal modo que parecía capaz de salírsele del pecho y, con suma delicadeza, la hizo tumbarse y la ayudó a que posara la cabeza sobre una almohada. Entonces, la besó. La besó en la boca, por toda la cara y bajó despacio por su cuello. El pulso le latía con fuerza. Cuando llegó a sus pechos, ella respiró de golpe, pero enseguida volvió a relajarse. Buscó el cierre del sujetador y lo abrió para poder besar sus pezones. Su respiración se agitó de inmediato y la oyó gemir. Suavemente besó y acarició aquellos pechos, más voluptuosos de lo que se había imaginado. El resto de su cuerpo era tan suave como sus pechos, según descubrió al ir descendiendo despacio, acariciando, pasando entre sus muslos, llegando hasta sus pies. El único lugar que dejó sin explorar fue su parte más femenina, que ella había cubierto automáticamente con una mano cuando sintió que sus labios llegaban a su vientre. Sería ir demasiado lejos, pero sí que pudo oler su calor, que le resultó tan evocativo y embriagador como el resto de su persona.


Paula no tenía ni idea de que el placer podía ser así, algo que se sentía en lo más hondo, que nunca había imaginado o sentido, y que había cobrado vida llenando hasta el último rincón de su ser. Cada caricia de Pedro disparaba las sensaciones, y una especie de vacío entre las piernas quemaba y palpitaba. Había tenido un breve ataque de pánico cuando creyó que iba a besarla en sus partes íntimas —nadie hacía eso, ¿No?— pero al ver que seguía por otro camino se relajó, abandonándose a las sensaciones que la abrasaban. Mientras sus manos y sus labios seguían arrasando su cuerpo, cayó en la cuenta de que el miedo había desaparecido. De nuevo llegó a sus senos y sin que ella se diera cuenta, le acarició un punto entre las piernas que provocó una explosión eléctrica que le hizo abrir los ojos de inmediato. ¿Qué narices le había provocado semejante reacción? Pero sintió su cuerpo sobre el suyo y que la atrapaba en un beso de un hambre tan desesperada que todos sus pensamientos se volvieron una nube de Pedro. Algo duro se presionaba contra su muslo y el pulso que sentía en sus partes íntimas cobró fuerza. No se había dado cuenta de que se había desprendido de la última prenda que llevaba puesta… él o ella, y al encontrarse con su mirada, entendió lo que aquellos ojos le estaban preguntando. Ella le acarició la mejilla y se incorporó para besarlo. Pedro acarició su pelo, se colocó entre sus piernas y puso una mano detrás de sus nalgas para levantarla un poco. Lo que un momento antes estaba contra su pierna, había llegado allí… Con las manos entrelazadas, sintió que entraba en ella. No pudo respirar. Entró un poco más. Dios bendito… Apretó su mano mirándolo a los ojos. Vió que tenía los dientes apretados. Sin dejar de mirarla, apoyados los antebrazos a cada lado de su cabeza, se retiró para volver a entrar despacio. Lo hizo otra vez más. Y otra. Y…

Falso Matrimonio: Capítulo 17

Paula, con la boca seca, le veía hacer, y se encontró con un cuerpo que rivalizaba con cualquiera de las magníficas estatuas romanas. Hombros anchos, cintura estrecha, tonificado sin estar excesivamente musculado, una piel dorada perfecta, sombreada alrededor de los pezones y en la parte baja del abdomen. De repente volvió a sentir saliva en la boca, y se irguió en la cama, incapaz de apartar los ojos, con un calor cada vez más intenso en el vientre. Y había algo más también, una especie de temblor en su pelvis… Pedro se quitó el resto de la ropa excepto los calzoncillos. Había notado que los temores de ella se habían ido disipando, pero al ver su erección, los ojos se le habían abierto de par en par. Despacio. Tenía que ir despacio. Demonios… Sabía que el deseo que le inspiraba no iba a ser fácil de manejar, pero nunca se había imaginado que iba a llegar a ser algo así. Sus besos, por inexpertos que fueran, le habían hecho algo que… Tomó sus manos. Solía llevar las uñas cortas, pero su manicura las había vuelto largas y con pequeños diamantes brillando en la punta, y sintió un estremecimiento al imaginarlas arañando su espalda, arrebatada de placer. «Contrólate», se ordenó. Aquel primer encuentro de los dos era para ella, no para él. Su placer era lo único en lo que debía pensar. La hizo levantarse y tomó su cara entre las manos para mirarla a sus preciosos ojos castaños.


—¿Estás preparada para que te quite el vestido, o quieres que pare?


Una tímida sonrisa se dibujó en sus labios y, sin decir una palabra, le ofreció la espalda, apartándose el pelo y recogiéndolo en lo alto de la cabeza. Una larga fila de diminutos botones cerraba la espalda del vestido, y necesitó unos cuantos intentos para abrir el primero. El segundo fue algo más fácil. Cuando llegó al cuarto, ya había desentrañado el misterio, pero se tomó su tiempo para ir besando cada centímetro de piel que quedaba al descubierto. Cuando llegó a la altura de las caderas, su respiración era más intensa y vió que se estremecía. El vestido ya estaba abierto, así que se lo deslizó hasta los pies. Paula salió de él y, tras un momento de inmovilidad, se dió la vuelta. Pedro cerró un instante los ojos, desconcertado, pero cuando volvió a abrirlos y se encontró con la mirada de Paula clavada en él, los fundamentos de su mundo se tambalearon. Delgada y de curvas suaves, con aquel delicado conjunto de encaje, estaba encantadora.


—Me dejas sin respiración —le susurró, acariciándole la mejilla.


Ella respiró hondo y rozó su pecho con las puntas de los dedos.

Falso Matrimonio: Capítulo 16

 —Escucha, Paula. No vamos a hacer nada que tú no quieras. Como si no hacemos nada en absoluto. Si quieres que pare, no tienes más que decírmelo y pararé. No tengas miedo de herir mis sentimientos, ¿Vale?


Se volvió a mirarlo.


—De acuerdo.


Y se recostó de nuevo en su pecho tras dar otro sorbito a su copa. La vista era espectacular desde allí. Pedro apuró su copa y la dejó sobre la mesa, y con un dedo dibujó uno de los bucles de su peinado. Debía llevar montones de horquillas para que hubiera aguantado sin deshacerse todo el día, y por bonitas que fueran, tenían que resultar incómodas. Si quería hacerlo bien, tenía que conseguir que se sintiera tan cómoda y relajada como fuera posible. Tiró de la primera horquilla, que salió con más facilidad de lo que se imaginaba. Una a una, fue soltando su pelo hasta que sus bucles de seda cayeron uno a uno en su pecho, liberando un delicioso perfume, una delicada fragancia que le envolvió, deleitando sus sentidos. Cuando toda su melena quedó suelta, dejó que los mechones se fueran deslizando entre sus dedos.


—Me encanta tu pelo —murmuró, acercándoselo a la cara con los ojos cerrados, concentrado en su olor.


Paula se volvió a mirarlo, cada vez menos temerosa. Había hablado con un tono que le oía por primera vez, casi más sentido que sus declaraciones de amor.


—A mí me encantas tú —susurró.


Se miraron un instante a los ojos y, apretándola por la cintura, Pedro la besó. Si se hubiera lanzado sobre ella con uno de esos besos duros y exigentes que había visto en las películas, habría dado un respingo, asustada, pero no fue así. Su beso fue dulce y liviano como una caricia. Cuando hundió la lengua en su boca, sintió sus sentidos invadidos por un sabor nuevo sazonado con champán que le hizo pensar en chocolate negro y peligro. Ese era el sabor de Pedro, pensó. Tan intenso y embriagadoramente masculino como él. Cuando se separó de sus labios, frotó su naríz con la de ella.


—No te muevas —susurró, levantándose del sofá.


No hubo tiempo para preguntas porque, con un movimiento fácil y fluido, la tomó en brazos sin dejar de mirarla a los ojos con aquella sonrisa que le ponía el estómago patas arriba.


—Se supone que el novio tiene que llevar a la novia en brazos al pasar por la puerta —dijo, y entró con ella en brazos para dejarla sobre la cama cubierta de pétalos de rosa.


Pedro volvió a besarla, tomando su cara entre las manos.


—Recuerda —insistió en voz baja—. No tenemos que hacer nada que tú no quieras.


Quiso darle las gracias por aquella ternura, por su comprensión, pero las palabras se le quedaron atascadas en la garganta, así que respiró hondo y se limitó a besarlo.


—Dame un momento —le pidió.


Le vió cerrar la puerta de la terraza, correr las cortinas y apagar las luces. Las llamas temblorosas de las velas llenaron la habitación con su suave resplandor, y sintió que sus temores seguían desapareciendo. Las facciones de Pedro se habían suavizado. Parecía más humano, menos un dios. De pie delante de ella, mirándola a los ojos, se quitó la americana, la corbata, los gemelos y, botón a botón fue desabrochándose la camisa. Cuando terminó, la dejó caer a sus pies.

miércoles, 22 de octubre de 2025

Falso Matrimonio: Capítulo 15

 La timidez y los nervios se apoderaron de Paula en aquel silencio.


—Qué bonito —dijo, intentando parecer despreocupada. 


«Bonito» no era la mejor palabra para describir aquel espacio. Partiendo de la zona de estar, un camino hecho de pétalos de rosa y velas en preciosas copas de cristal unía la lujosa zona de estar, atravesando una puerta de doble hoja, con la alcoba. Allí, una enorme cama con baldaquino, del que colgaban unas caídas de muselina dorada, presidía el espacio, aupada en una tarima. Más pétalos de rosa formaban un corazón gigante sobre la colcha dorada. En una mesa baja de cristal delante de los sofás, había una botella de champán en un cubo de hielo y dos copas.


—¿Lo abrimos? —sugirió Pedro.


—Estaría bien.


Otra frase insípida. Insípida, una palabra que había aprendido hacía apenas un mes, significaba precisamente lo contrario a como se sentía por dentro. Las mariposas que revoloteaban en su estómago estaban tan alteradas que se le habían subido hasta la garganta, dificultándole el habla. Pedro destapó la botella y sirvió las dos copas. Cuando ella tomó la suya, parte del líquido se le derramó en la mano, que le temblaba.


—Por nosotros —brindó él, alzando su copa.


—Por nosotros.


Tan temblorosa había sonado su voz que tomó un trago casi demasiado largo.


—Pareces asustada —aventuró él, y le quitó la copa de la mano para dejarla en la mesa.


Paula tragó saliva y se obligó a encontrarse con el verde de sus ojos.


—Un poco.


—No tienes por qué —contestó, poniendo una mano en su cuello—. No tenemos que hacer nada que no quieras, o para lo que no te sientas preparada. Si quieres que esperemos, no tienes más que…


—No quiero esperar —cortó, y respiró hondo. 


Esperar solo serviría para hacerlo todo más difícil, para que sus miedos crecieran, y en realidad, ¿De qué tenía miedo? Pedro haría que fuera especial… ¿No?


—¿Qué te parece si nos llevamos el champán a la terraza? —sugirió con una sonrisa que hizo aparecer sus hoyuelos.


La sonrisa de ella fue bastante más tensa.


—Perfecto.


Con las manos entrelazadas, atravesaron la habitación y abrieron el ventanal que daba a una hermosa terraza sobre el mar Tirreno. Un sofá para dos con cojines en forma de corazón ocupaba un rincón iluminado por pequeñas luces. Pedro había leído el miedo en los ojos de Paula y se sintió culpable. Pensó en su primera vez. La excitación era tan grande que el miedo no hubiera tenido sitio para existir, pero la primera vez para las mujeres era distinta y, por mucho que la despreciara, sabía que tenía que ir despacio. Si tenía que esperar para consumar el matrimonio, lo haría. Mejor esperar que traumatizarla de por vida en lo referido al sexo. Quería vengarse, pero no destruirla por completo. Sostuvo la cola de su vestido para que pudiera sentarse cómodamente y luego se acomodó a su lado. La rigidez de su postura hablaba por ella. Aunque dijera que no quería esperar, era evidente que estaba aterrorizada. Le pasó el brazo por la cintura e hizo que se girara para que su espalda quedase apoyada en su pecho.

Falso Matrimonio: Capítulo 14

Los aplausos y silbidos de los invitados les despidieron al subirse al coche que los esperaba para llevarlos al hotel en el que pasarían su primera noche como recién casados. Al día siguiente por la tarde volarían a Antigua, en el avión privado de Pero, para su luna de miel. Su marido lo había organizado todo.


—¿Eres feliz? —le preguntó en aquel momento, tomando su mano.


Ella sonrió mirándolo a los ojos.


—Me siento en la cima del mundo.


—Ha sido un día mágico —contestó él, y le pasó el brazo por los hombros.


Paula apoyó la mejilla en su pecho e inhaló su olor a madera. Pronto, muy pronto, no habría ropa que sirviera de barrera entre ellos. Era un pensamiento que había tenido constantemente en la cabeza durante las celebraciones y que había llenado de mariposas su estómago. No podría decir si era la anticipación, la excitación o el miedo lo que predominaba en ella. Pedro sabía que era virgen. No es que lo hubieran mencionado de manera explícita, pero no era necesario, lo mismo que tampoco lo era enumerar las amantes que él había tenido a lo largo del tiempo. Su experiencia lograría que hacer el amor fuera menos doloroso para ella, o eso esperaba, pero también haría que su inexperiencia, quizás, lo desilusionase. Ojalá hubiera hablado de ello con Imma pero, teniendo en cuenta que ella también era virgen, sería como si un ciego guiase a otro  ciego.


—Me ha parecido que tu padre también lo ha pasado bien —comentó él, interrumpiendo sus pensamientos.


Ella asintió y cerró los ojos. Que Pedro hubiera aceptado a su padre, tal y como era, resultaba un rasgo más de lo que amaba en él. Su padre podía ser dictatorial e intimidatorio, pero tenía la suficiente confianza en sí mismo para dejar que su padre se saliera con la suya sin sentir que su propia masculinidad corría peligro. Además, tenía tanto encanto que, cuando quería las cosas a su manera, sabía plantearlo de modo que no pareciera un desafío. Nunca había creído que existiera un hombre como él. Se irguió para poder besarlo suavemente en la boca.


—Hoy ha sido el mejor día de mi vida.


Él le devolvió el beso.


—Y el mío.


No tardaron en llegar al hotel situado en lo alto de un acantilado y que sería su nido de amor aquella noche. Era tan lujoso como todo lo demás de aquel día. Pedro le dió propina al mozo que subió su equipaje para aquella noche a la suite nupcial. El resto del equipaje estaba guardado en el hotel para su salida al día siguiente y, por primera vez aquel día… por primera vez en sus vidas… Quedaron completa y verdaderamente solos.

Falso Matrimonio: Capítulo 13

El interior de la carpa solo sirvió para fomentar la sensación de que estaba en un sueño. Una gruesa alfombra cubría el suelo y cientos de luces brillaban suspendidas del techo, un techo de tela blanca sujeto por columnas romanas decoradas con rosas. Debía haber miles. Y cientos de globos también, en plata, oro, azul, rosa y verde pastel. Todo ello junto evocaba una atmósfera romántica y opulenta. Las mesas redondas vestidas con manteles blancos lucían unas delicadas hojas bordadas en hilo de oro, lo mismo que eran de oro los cubiertos y el filo de las copas. Cada invitado tenía una elegante silla reservada, excepto los novios, que se acomodarían en sendos tronos dorados. Aturdida, aceptó una copa de champán del batallón de camareros y allí, de pie junto a su guapísimo marido, que estaba deslumbrante con un traje azul marino, comenzó a saludar uno a uno a los invitados. No estaba acostumbrada a ser el centro de atención, así que dejó que Pedro se ocupara de la conversación. Esperaba que la confianza en sí mismo que mostraba acabara contagiándosele con el tiempo. ¿De dónde la sacaba? ¿Era inherente a crear un negocio multimillonario de la nada? ¿Sería algo que había desarrollado con el paso de los años? ¿O sería algo innato en él? Oyéndole hablar con uno de los socios de su padre, se dio cuenta de lo poco que sabía de él. En sus citas siempre hablaban del futuro, y había evitado preguntarle mucho por su pasado porque sabía que aún le dolía la reciente muerte de su padre. Cada vez que lo mencionaban, una sombra apagaba sus ojos verdes. Sintió un escalofrío en la espalda, pero no quiso ahondar en las razones. Era el día de su boda. Tenía el resto de su vida para conocer a su marido.


Pedro y su esposa, las manos unidas, los flashes de las cámaras rodeándolos, cortaron la exquisita tarta nupcial. Había disfrutado del día, y había interpretado el papel de novio devoto, mirando a su novia embelesado, tomándola de la mano siempre que le era posible, incluso dándole a comer un bocado del milhojas de bayas que les habían preparado y un breve beso en los labios después, que la había ruborizado. Había tomado la decisión de controlarse hasta que estuvieran casados, en parte para demostrarle a Paula —y a su padre— que sus intenciones eran honorables, y en parte para mantenerse centrado. Por otro lado, ella había aceptado con facilidad las exigencias de su trabajo, de modo que el tiempo que habían pasado juntos había sido muy poco, lo mismo que los pocos besos castos de buenas noches al despedirse. Le daba rabia que sus sentidos se aceleraran tanto con su perfume. Odiaba que sus labios le parecieran suaves y dulces. Que la mirara y sintiera que su libido despertaba. Lo mismo que detestaba que, después de haber pasado algunas horas, el deseo que había experimentado en la capilla hubiera vuelto a colarse en su cuerpo y que no hubiera modo de desprenderse de él.

Falso Matrimonio: Capítulo 12

Tal era el odio que sentía hacia Miguel que su atención estaba puesta solo en él. Le vió sonreír como un pavo real mientras llevaba del brazo a su hija y avanzaba hacia el altar. Solo entonces miró a la novia. Llevaba el rostro oculto tras un velo de encaje siciliano, sujeto por una tiara de brillantes. Su vestido era el de una princesa, tal y como su padre quería. Escote en forma de corazón con unas pequeñas mangas de encaje y, partiendo de la cintura, una larga cola que sostenía su hermana y cinco preciosos niños a los que no conocía. Seguramente Miguel habría pagado su participación, como hacía con todo. Cuando Paula llegó junto a él y Miguel ocupó su asiento, Pedro levantó el velo, y lo que encontró debajo… La boca se le quedó seca. La hermosa mujer se había transformado en una princesa de una belleza arrebatadora. Mirar sus profundos ojos castaños era como emborracharse de chocolate derretido. Quizás se debiera a que era la primera vez que bajaba la guardia, dado que su plan había llegado a dar los frutos esperados, y por primera vez desde que la conoció, los grilletes con los que controlaba la atracción que sentía por ella, se abrieron. El deseo asaltó su vientre y su sangre, y no podía dejar de mirarla. Fue una tosecilla del cura lo que lo devolvió al presente, y la misa de su boda comenzó. Pero él apenas se enteró de nada. Estaba demasiado ocupado intentando desprenderse de los extraños e incómodos sentimientos que lo asaltaban. 


Aquel matrimonio era una farsa, se recordó. Un día, en un futuro distante, cuando su sed de experimentar la vida y de construir un imperio se saciara, se casaría de verdad. Su futura esposa sería una mujer digna de confianza, una compañera con la que poder criar a sus hijos, bañándolos en el mismo amor y seguridad que sus padres habían derramado sobre él. Su futura esposa sería la antítesis de Paula. Ella era la hija de su enemigo, una enemiga en sí misma también, porque había tomado parte en los sucios manejos que habían provocado la muerte de su padre. Era veneno. Para cuando intercambiaron las promesas, ya había logrado recuperar el control de su cuerpo y mirar a los ojos de color del chocolate derretido con tan solo una mínima incomodidad. Un deseo superficial era cuanto se podía permitir. Tenía que consumar el matrimonio, ya que no iba a darle a Paula razones para anularlo, pero ¿Sentir deseo auténtico por una mujer a la que despreciaba? La mera idea le ponía enfermo. 


La ceremonia pasó para Paula como el más maravilloso de los sueños. Un sueño hecho realidad. Cuando salieron de la capilla envueltos en los vítores de los invitados, dos palomas blancas alzaron el vuelo y ella, llena de felicidad, las vio alejarse. Después de las fotos, los novios y sus cien invitados caminaron hasta la carpa donde se iba a celebrar el banquete de bodas, todo un festín de siete platos. Otros cien invitados se unirían a la fiesta posterior.

Falso Matrimonio: Capítulo 11

Poco después, se llenaba de invitados al enlace. Miró a su alrededor y sintió que le embargaba la satisfacción. Aquellas personas eran las más importantes para Miguel, personas con las que le gustaba mostrarse en público, personas a las que quería impresionar. Una vez Federico ejecutara su parte en la venganza, todas aquellas personas sabrían que Miguel había tirado su dinero en una farsa. Y, si en algún instante había sentido un rastro de culpa ensombrecer aquella pantomima, bastó con echarle una mirada a su madre para olvidarla. Estaba sentada en el primer banco junto a su tía. Habían llegado en avión aquella misma mañana desde Florencia. Su desplazamiento era lo único que no había dejado que Miguel controlase aquel día. El sufrimiento había marcado su rostro, antes joven y feliz, con unas líneas que ya nunca se borrarían. Le había sorprendido una boda tan repentina, pero tenía el corazón demasiado apesadumbrado como para hacer preguntas. 


Aunque sus intenciones para con Paula hubieran sido auténticas, dudaba de que su madre hubiera tenido la energía emocional necesaria para invertir en la ceremonia, aparte de la mínima para ser únicamente una espectadora. De todos modos, y según le había referido el abogado de su padre, este había mantenido la extorsión al que le había sometido Miguel en secreto. Su madre desconocía la enorme presión a la que se había visto sometida su marido, y él y Federico habían decidido no contárselo. Cuando todo aquello terminase, después de que Paula pusiera a su nombre la propiedad de la familia, tal y como había prometido —¡Dios, qué fácil había sido todo! Ella misma lo había sugerido— debería considerar nominarse para algún premio al mejor actor. Ella también había sabido mantener bien su fachada de joven inocente, virgen y fácilmente impresionable. Sin duda estaba esperando a tener la alianza en el dedo para mostrar su verdadera naturaleza. Quizás había reaccionado en demasía ante su propuesta de matrimonio. Miguel, por otro lado, había fingido pensárselo, pero el símbolo del dólar había aparecido de inmediato en sus codiciosos ojos. Él le había sugerido que el negocio conjunto del que habían hablado previamente quedara en espera hasta después de la boda. En realidad, iba a quedar en espera indefinidamente porque, solo cuando Federico consiguiera recuperar su negocio, quedaría completa su venganza. Solo entonces se enfrentarían a Miguel y a sus hijas con la verdad, para que se dieran cuenta de que habían sido víctimas de su propio juego, con la diferencia de que, en aquella ocasión, la familia Chaves sería la perdedora. Un murmullo se extendió por la capilla. La novia había llegado. La puerta de doble hoja se abrió y el cantante de ópera inició su aria.

lunes, 20 de octubre de 2025

Falso Matrimonio: Capítulo 10

Aquella misma mañana, la había despertado el ruido de un helicóptero aterrizando en el helipuerto privado de su padre y, al asomarse por la ventana, vió a cinco chefs galardonados con unas cuantas estrellas Michelin, trabajando a toda máquina bajo una carpa montada al lado de la que estaba dispuesta para el ágape de la boda, para crear el banquete de sus sueños y el bufé que seguiría a lo largo de la velada. A ella le habría bastado con una boda sencilla, pero había aceptado el plan de su padre por hacerle feliz. A Pedro tampoco le había importado. Le satisfacía hacer lo que ella deseara. Sentía mariposas en el estómago al saber que, por un día, iba a convertirse en la princesa que su padre siempre había dicho que era, pero la mayor excitación provenía de saber que, en unas horas, sería la esposa de Pedro. Una mujer libre. 




Pedro atravesó el jardín de la villa para llegar a la capilla privada que quedaba al fondo de la finca, acompañado por su hermano.


—¿Qué cantidad de su dinero sucio se habrá gastado en esto? — preguntó Federico en voz baja.


—Millones.


Ambos sonrieron. A Pedro aún le costaba creer lo fácil que había resultado poner en práctica su plan. Había pensado que le costaría meses conseguir que Paula lo aceptara, pero al final de la primera cita, la tenía comiendo de su mano como un cachorrito. De hecho, tampoco podría decir quién se había entusiasmado más con el plan: Si la hija, o el padre. La insistencia de Miguel en pagarlo todo había sido la guinda, una guinda que no había querido perderse, de modo que apenas había mostrado una resistencia mínima a satisfacer su deseo. La desorbitada extravagancia que Miguel estaba mostrando en aquella boda hacía que Pedro no tuviera que fingir la sonrisa. Cada paso que daba por el transformado jardín de la villa era más ligero que el anterior. La venganza podía adoptar muchas y variadas formas, algunas más sabrosas que otras. Otro helicóptero que trasladaba a un nuevo grupo de invitados voló por encima de ellos al llegar a la capilla. El sonido de sus rotores había sido la música de fondo de la última hora. La capilla también había sido actualizada para la ocasión. Su exterior blanco había sido pintado de nuevo, los bancos barnizados, los ventanales de vidrio emplomado se habían limpiado hasta brillar, lo mismo que el resto de objetos religiosos. Cuando entraron, el cantante de ópera que habían contratado desde Nueva Zelanda para que cantase mientras Paula caminaba hasta el altar estaba ejecutando ejercicios vocales, acompañado al piano por un pianista de renombre mundial.

Falso Matrimonio: Capítulo 9

Le había bastado la primera cita para saber que se estaba enamorando de Pedro. Hacía que se sintiera eufórica, como si pudiera bailar en el aire. Y además, por primera vez, sentía que había encontrado una ruta de huida de su vida. Dos semanas después de esa cita, le pedía matrimonio, contando con el permiso a su padre, y ella no había dudado en contestar que sí. Hasta que Pedro apareció en su vida, se había sentido atrapada, viviendo una vida sin sentido y sin posibilidad de encontrarlo. ¿Qué clase de trabajo podía encontrar una mujer que no sabía leer ni escribir, y que a duras penas se manejaba con los números? Llevaba una existencia rodeada de lujo, pero encerrada en una jaula. Apenas un año antes, había llegado a la conclusión de que debería entregarse a Dios y trabajar para Él. Las monjas que tanto se habían esforzado por educarla en el convento llevaban una vida simple y llena de paz. Las quería a todas, y seguía pasando mucho tiempo con ellas. Su padre estaría encantado de tener una hija monja, pero Delfina le había quitado la idea de la cabeza, aduciendo que era una decisión equivocada. Amaba a Dios, pero tomar los votos debía responder a una vocación, y no al intento de escapar. Aquel matrimonio iba a ser también un escape, pero sus sentimientos por Pedro eran tan fuertes que era imposible que se estuviera equivocando. Al final conseguiría librarse de la mirada de su padre, que todo lo veía. Era una pena que hubiera pasado tan poco tiempo con él desde su proposición, pero había estado muy ocupado con su negocio. De hecho, le había costado mucho despejar su agenda para la boda y la luna de miel. Delfina, aún con varios mechones de cabello en las manos, se agachó para besarla en la mejilla.


—Sé que lo quieres, y no quiero sembrar dudas en tu cabeza. Estoy siendo demasiado protectora. Me preocupo por tí.


—Siempre te preocupas por mí.


—Es parte del trabajo de ser hermana mayor.


Volvieron a mirarse en el espejo, y Paula supo que ambas estaban pensando en su madre. Falleció cuando ella tenía tres años y Delfina, que entonces solo tenía ocho, adoptó el papel de madre. Era ella quien la acunaba cuando lloraba, quien le curaba las heridas y los arañazos, besándolos para que se curaran antes. Fue su hermana quien le enseñó las cosas de la vida, quien la preparó para los cambios físicos de la adolescencia. No había persona en el mundo a quien quisiera más, o en quien confiara más que su hermana. Delfina colocó la última horquilla e intentó deshacerse de la melancolía.


—Está bien que no tengas dudas, después de todo el dinero que papá se va a gastar en la boda.


Las dos rieron. A su padre le gustaba gastar dinero, pero en aquella boda, había echado la casa por la ventana. En el espacio de cinco semanas, había organizado la que sin duda iba a ser la boda del siglo en Sicilia. 

Falso Matrimonio: Capítulo 8

No se atrevió a dejar escapar un suspiro de alivio. Su padre era sobreprotector hasta extremos inimaginables, y que ya fuese una adulta no había cambiado nada. A diferencia de su hermana, con carrera y capaz de escapar de su padre y ser autosuficiente, ella no era así. Dependía de él para todo. Le había regalado una casa, pero si quería disponer de dinero para mantenerla y para sus gastos, tenía que seguir siendo tan obediente como lo había sido siempre, y esa era la razón de que estuviera cenando con él, en lugar de hacerlo sola en su casa. Quería a su padre, pero también le tenía miedo. A veces, incluso lo odiaba. Desde la adolescencia, su anhelo de libertad e independencia había ido creciendo en intensidad, pero nunca había hecho nada al respecto. Jamás se había revelado. Nunca le había dicho que no.


—¿No te importa?


—Es un hombre trabajador de una buena familia, no como su hermano, claro, y con buena reputación. Es muy rico, ¿Lo sabías? Millonario. Y tiene ya la edad en la que un hombre desea sentar la cabeza y encontrar esposa.


—¡Papá! —exclamó, con las mejillas ardiendo.


Su padre se sirvió más vino.


—¿Por qué no te iba a considerar una posible candidata a esposa? Tu pedigrí es impecable. Provienes de una familia siciliana, buena y adinerada, y eres tan hermosa como lo era tu madre.


Paula intentó que no se le notara lo poco que le había gustado aquel comentario supuestamente halagador, en particular cuando su padre había admitido admirar a Pedro hasta el punto de no poner objeción alguna a que saliera con ella.


—Es solo una cita —le recordó. 


Su primera cita.


—Tu madre y yo empezamos por una cita. Sus hermanos estuvieron presentes de carabina —alzó la copa hacia ella—. Sal, pero no te olvides de quién eres, de dónde vienes y los valores que te he inculcado. Son valores que un hombre como Pedro Alfonso sabrá apreciar.


Y apuró el vino.






Paula estaba sentada ante el tocador de su infancia mientras su hermana la peinaba. Era algo que Delfina había hecho cientos de veces, pero nunca en un día como aquel: El de su boda. Su padre había querido contratar a un famoso peluquero de Milán para la ocasión, pero ella se había salido con la suya. Quería que fuera su hermana mayor quien la peinase.


—¿Nerviosa? —le preguntó Delfina, mientras retorcía mechones de su hermoso cabello y los sujetaba hábilmente con unas horquillas adornadas con brillantes que, si todo lo que habían practicado funcionaba, brillarían cuando el sol o cualquier clase de luz las iluminara.


Paula miró a su hermana en el espejo.


—¿Debería?


—No sé —sonrió—. Yo nunca he estado enamorada. Solo me preguntaba que… ¡Hace tan poco que se conocen!


—Dos meses.


—¡Exacto!


—¿Qué sentido tiene esperar cuando los dos no tenemos ninguna duda de lo que sentimos? Quiero pasar mi vida con él, y nada va a cambiar ese deseo.

Falso Matrimonio: Capítulo 7

Miguel Chaves no veía nada de malo en los juegos que había jugado para arrebatarle los negocios a la familia Alfonso. Para él era solo eso: Negocios. Lo sabía porque no se había limitado a investigar únicamente el aburrido pasado de Paula. Antes de presentarse allí, había ido a ver a su padre con el pretexto de ofrecerle un acuerdo comercial. Si lo hubiera tratado con desconfianza, habría orquestado el encuentro con su hija en otro lugar, pero Miguel, tan arrogante en la justificación de sus propios actos, lo había recibido como si fuera un hijo perdido y hallado. Incluso había tenido el valor de mencionar los días de colegio con su padre. Oírle hablar de ello, de aquellos días de bromas y escapadas, olvidándose por supuesto de mencionar cómo les metía la cabeza en el váter a los chicos que se negaban a pagarle dinero por su protección, o la ocasión en que llegó a amenazar a su padre con una navaja si no le hacía los deberes… Cuando, al final de su reunión, Pedro mencionó como de pasada que le gustaría acercarse a la casa de su infancia para despedirse, Miguel llamó de inmediato a los guardias que custodiaban la puerta para hacerles saber que él podía entrar y que Paula lo permitía. Su falta de conciencia era tan llamativa como la falsa empatía de su hija. Pedro compuso una sonrisa antes de mirar a la mujer que era su enemigo, lo mismo que su padre.


—¿Lista para enseñármelo todo?


—Usted conoce esta casa mejor que yo. No me importa si quiere intimidad para despedirse.


Negó con la cabeza mientras se aseguraba de que en su mirada aparecían, a partes iguales, el interés por ella y el malestar por su situación.


—Nada me gustaría más que me acompañase… Si le parece bien.


Paula tardó un segundo, pero asintió.


Recorrer la casa de su infancia con Paula Chaves a su lado, sabiendo que su cuerpo gritaba a voces que se sentía atraída por él, le hizo controlar la risa que amenazaba con desbordarse. Aquello iba a ser más fácil de lo que se había imaginado. Hasta le daba rabia que estuviera cayendo tan fácilmente entre sus fauces.


—Pareces distraída, princesa.


Paula miró a su padre y sintió que las mejillas le ardían. Estaban en el comedor pequeño de la villa, en el que solo cabían doce comensales, su padre en su lugar habitual, en la cabecera de la mesa, ella a su izquierda, y tenía razón: Estaba soñando despierta con un pedazo de tío que había conocido mientras degustaban plato tras plato de delicatessen. En realidad, ella apenas era consciente de lo que se llevaba a la boca. Desde que Pedro se había marchado de su casa, andaba como entre nubes.


—Hoy he tenido una visita —le confesó, consciente de que no le estaba diciendo nada que no supiera ya.


—¿Pedro Alfonso?


—Papá… Me ha pedido que salga con él —le reveló.


Los ojos saltones de su padre se congelaron.


—¿Y tú qué le has dicho?


—Que me lo pensaría, pero quería hablarlo antes contigo.


—Buena chica. ¿Y tú qué quieres contestarle?


Cerró los ojos un instante.


—Que sí.


—Entonces, hazlo.


—¿En serio?

Falso Matrimonio: Capítulo 6

Paula debía haber adoptado ese enfoque para lavar su conciencia. Tenía que resultarle más fácil dormir por la noche así, que admitir la verdad de que su padre había sobornado a un empleado de Horacio Alfonso para que saboteara el negocio hasta conseguir que hincase la rodilla en tierra y no le quedara más cáscaras que vender, tanto la casa familiar en la que tenía pensado hacerse viejo junto a su adorada esposa, como el negocio que llevaba generaciones en la familia Alfonso. Pero, en lugar de abrir la puerta a la acidez que le ardía en la garganta, se centró en el objetivo a largo plazo y cruzó los brazos mientras la miraba.


—Lo fue. Y lo peor es que yo no estuve aquí para apoyarlos. Debería haber estado. Eso es lo que hace un buen hijo: Cuidar de sus padres y compartir sus cargas. Es algo con lo que tendré que aprender a vivir. Ahora tengo que cuidar de mi mamma.


—¿Qué tal lo lleva ella?


—No muy bien. Estos días está con su hermana en Florencia. La pobre va poco a poco, pero espero que no tarde mucho en estar preparada para volver a Sicilia.


«En cuanto yo haya recuperado esta casa», añadió para sí.


—Perdóneme. No pretendía entristecerle.


—No hay nada que perdonar. En realidad, no sé por qué le he contado todo eso. No nos conocemos.


Y le dedicó una mirada con la que le decía lo mucho que le gustaría que eso cambiara. El rojo que coloreó sus mejillas le confirmó que había captado el mensaje. No solo lo había recibido, sino que estaba receptiva. Como playboy no le llegaba a su hermano ni a la suela del zapato, pero nunca había tenido problemas para encontrar mujeres dispuestas a arrojarse en sus brazos. Era curioso lo que el estatus de millonario junto con los rasgos físicos que la sociedad consideraba atractivos podía hacer por el sex appeal de un hombre. A él se le daba de perlas leer el lenguaje corporal de una mujer, y el de la señorita Chaves no podía ser más claro. Había pasado una semana intentando averiguarlo todo sobre ella, y se había llevado un gran chasco al descubrir que había bastante poco que saber. Se había educado en un convento hasta los dieciséis, y hasta hacía unos diez días, había llevado vida de reclusa en la villa de su padre, fuertemente custodiada. Apostaría su último céntimo a que era virgen. Un capullo de rosa esperando que un hombre la hiciera florecer. Solo un hombre con una inmensa riqueza y un pasado intachable podría tocar a cualquiera de las preciosas hijas de Miguel Chaves. Un hombre como él mismo.

viernes, 17 de octubre de 2025

Falso Matrimonio: Capítulo 5

 —Gracias. ¿Le apetece probar un trozo de la tarta de albaricoque cuando se haya enfriado un poco? Si sigue aquí, quiero decir —más color en sus mejillas—. Estoy segura de que tiene cosas más importantes que hacer.


—La verdad es que no —tomó un sorbo de su café y la miró abiertamente—. Estoy tomándome unos días de vacaciones.


—Ah.


—Mi padre ha muerto hace poco, y estoy intentando poner en orden sus asuntos y ayudar a mi madre.


—Oh. Lo siento. No lo sabía.


«¿Cómo ibas a saberlo?», le preguntó con cinismo. «Murió al día siguiente de que tu padre le robara esta casa para dártela a tí».


—Tuvo un infarto.


Era una actriz excelente, porque los ojos se le llenaron de compasión.


—Lo siento. No puedo ni imaginarme cómo se siente.


—Como si me hubieran pegado un tiro en el corazón. Solo tenía sesenta años.


—No es edad para morir.


—No lo es. Pensábamos que le quedaba mucha vida por delante — movió apesadumbrado la cabeza. Ella era una actriz consumada, pero no tenía nada que hacer con él, que llevaba una semana preparando aquel momento y sabía exactamente cómo iba a orquestar las cosas—. Si alguna vez me caso y tengo hijos, que es algo que espero que ocurra si alguna vez me enamoro, no podrá conocerlos. Mis hijos crecerán sin saber de su abuelo. Si hubiera sabido el estrés que tenía…


—¿Esa fue la causa? ¿El estrés?


—Eso creemos. Mis padres han tenido que hacer frente a muchas cosas últimamente.


Una mano delicada subió hasta rozar su boca.


—No estaría relacionado con que tuvieran que dejar la casa, ¿No?


«Con que se la robaran, querrás decir».


—Fue un cúmulo de cosas.


—Soy consciente del amor que sus padres pusieron en esta casa — dijo, tomando la taza con las dos manos—. Sé que tuvieron que hacer recortes, y debió ser difícil para ellos.


Era increíble que fuera capaz de decir algo así sin que le cambiara la expresión. Claro que, estaba delante de una Chaves, una familia que caminaba siempre en el límite entre lo legal y lo ilegal como el trapecista de un circo. Su padre, Horacio, había ido al colegio con Miguel quien, ya de niño, era un matón que tenía aterrorizado a todo el mundo, incluidos los profesores. Él solo lo había visto en una ocasión, pero su nombre era sinónimo de criminalidad y delincuencia en la casa Alfonso desde que tenía uso de memoria.

Falso Matrimonio: Capítulo 4

Mientras ella se ocupaba de la cafetera, Pedro se acomodó junto a la mesa que nunca deberían haber puesto en aquel sitio, y aprovechó la oportunidad para estudiarla. Mejor no reparar en todos los nuevos electrodomésticos que había por allí, o la furia que había logrado mantener bajo control estallaría, y su sed de venganza volvería a aflorar. Había estado a punto de ir directamente después de sellar su pacto con Federico. La paciencia nunca había sido su fuerte, pero sabía que no podía encontrarse con Paula Chaves hasta que tuviera sus emociones más controladas. Era más guapa de lo que se imaginaba. Pelo castaño con sutiles reflejos dorados que llevaba recogido en un moño desaliñado, un rostro de mejillas redondeadas, grandes ojos marrones, nariz pequeña y boca de labios generosos. También era más bajita de lo que se la había imaginado, pero parecía esbelta bajo la camiseta grande que llevaba. Tenía un aire de inocencia que encontraba risible, pero su atractivo le agradó. Así no le disgustaría seducirla.


—¿Dónde vive en América? —le preguntó mientras sacaba dos tazas de un armario, un armario en el que, hasta hacía apenas dos semanas, había una abundante selección de pasta. 


En la balda de al lado, estaba el libro de recetas de su madre. Ahora lucían adornos coloridos.


—En Nueva York.


—¿No es peligroso Nueva York?


—No más que cualquier otra ciudad grande.


Ella lo miró sorprendida.


—Ah. Yo creía que… —parpadeó varias veces y abrió la puerta de la nevera—. ¿Cómo quiere el café?


—Solo y sin azúcar.


El temporizador del horno sonó. Un sonido tan familiar para él que apretó los puños para controlarse. Su niñez había transcurrido al ritmo marcado por aquel temporizador y la voz de su madre que, poco después, los llamaba para cenar. Paula se colocó los guantes de horno y sacó algo que terminó de inundar la cocina con olor a pastelería. El café ya estaba listo, así que llevó las dos tazas a la mesa y se sentó frente a él. Cuando la miró, le sorprendió que ella se sonrojara tímidamente y bajase la mirada.


—¿Qué tal se está adaptando? —le preguntó.


—Muy bien —contestó, y volvió a levantarse—. ¿Una galleta?


—Estupendo.


Volvió con un tarro de cerámica y quitó la tapa.


—Las hice ayer, así que aún deben estar frescas.


Tomó una y la probó. La boca se le llenó con un pedazo de cielo.


—¡Están deliciosas!


Volvió a sonrojarse.

Falso Matrimonio: Capítulo 3

Se acercó a ella con paso fluido y sonrió aún con más fluidez al mirarla, sus ojos ocultos tras los cristales de unas gafas de aviador. Su traje de paño gris tenía pespuntes hechos a mano en las solapas, llevaba una camisa azul con el cuello desabrochado y unos zapatos Oxford relucientes, así que Claudia se sacudió casi inconscientemente la harina que llevaba pegada a la camiseta negra mientras se reprendía por no haberse quitado aquellos vaqueros viejos, coloreados de verde en las rodillas después de haberse dado un buen tute quitando hierbas a primera hora de la mañana. Cuando el desconocido llegó a su altura, se deshizo de las gafas y le dedicó una sonrisa que le dibujó un hoyuelo en la mejilla, y que haría que hasta las rodillas de una monja se volvieran de gelatina. Una imagen muy acertada, ya que ella había contemplado durante un tiempo la posibilidad de ingresar en un convento, y las rodillas le estaban fallando.


—¿Señorita Chaves? —preguntó, y unos increíbles ojos verdes brillaron al ofrecerle una mano a modo de saludo.


Dios, qué voz… Profunda e intensa. Los dedos de los pies se le encogieron dentro de las deportivas. Una arruga desdibujó su entrecejo y, horrorizada, se dio cuenta de que lo había estado mirando boquiabierta, sin contestar a sus palabras ni estrechar su mano. Reponiéndose, estrechó su mano de dedos largos y sintió una descarga de calor correrle por las venas. Rápidamente se soltó.


—Soy Pedro Alfonso. Perdóneme por presentarme así, pero es que estaba en el vecindario. ¿Le importaría mucho si me despidiera de este lugar?


Entonces fue ella la que frunció el ceño. ¿Despedirse? ¿De qué narices estaba hablando? Pedro Alfonso volvió a sonreír.


—Esta propiedad perteneció a mis padres, y yo crecí en esta casa. Se la vendieron a su padre antes de que hubiera tenido oportunidad de despedirme.


—¿Ha vivido aquí?


No sabía nada de los anteriores dueños, aparte del amor que se palpaba por la propiedad.


—Los primeros dieciocho años de mi vida. Ahora vivo en América, pero este lugar siempre ha sido mi hogar. Es una pena que no haya vuelto a Sicilia a tiempo de despedirme, antes de que se firmara la venta.


Oh, pobre. Era una pena. Ella iba a menudo a la casa de su infancia. Debió tomar su silencio como una negativa porque se encogió de hombros y ladeó la cabeza.


—Lo siento. Soy un desconocido para usted, y esto es una tontería sentimental. La dejo en paz.


Cuando le vió dar media vuelta y empezar a andar, se dió cuenta de que se marchaba.


—Puede entrar.


Se volvió sorprendido.


—No quiero molestarle.


—No es molestia.


—¿Seguro?


—Seguro —contestó, e hizo un gesto con el brazo—. Por favor, pase.


Pedro la siguió, ocultando su expresión de satisfacción por lo fácil que le había resultado franquear aquellas puertas. Una semana de preparación y todo estaba yendo según el plan.


—¿Le apetece un café? —le ofreció al entrar en la cocina.


—Sería genial, gracias. Aquí hay algo que huele de maravilla.


Paula se sonrió.


—He estado haciendo dulces. Siéntese, por favor.