viernes, 11 de julio de 2025

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 55

 —Puede pasar. Un divorció complicado, una pelea por la custodia. Podría haber muchos motivos para que su madre no aparezca en su vida.


—De acuerdo pero, a lo mejor, el padre tenía un buen motivo para llevárselo.


—Pero si C. J. era tan importante para Cristian, ¿Por qué se ha marchado sin él?


Pedro no pudo contestar.


—Estoy segura de que el sheriff está haciendo todo lo que puede para encontrar a su familia, pero tenemos que ayudarlo más.


Pedro la miró con el ceño fruncido.


—¿Vas a tirar de algunos hilos?


—Oye, esos hilos evitaron que C. J. fuese a un hospicio.


Pedro no quería que Paula ayudara más. Sus vidas ya estaban bastante enredadas. Aun así, tenía que pensar en el niño. Ya había estado demasiado ocupado intentando hacer dos trabajos. Cuando abriera el restaurante, tendría que trabajar durante algún tiempo por la noche. C. J. se merecía más. La miró. Era increíblemente hermosa y tenía que encontrar la manera de sacarla de su vida antes de que llegara a ser algo más profundo. Quizá, si encontrara algún familiar responsable para C. J., eso serviría de algo.


—De acuerdo, utiliza toda la artillería de los Chaves.




A la mañana siguiente, Paula había arreglado a C. J. para ir al colegio. Lo había hecho sola porque Pedro tenía que cargar el ganado en su rancho para que lo transportaran. Los dos lo habían echado de menos durante el desayuno, pero ella le dijo al niño que podían pasar por la obra antes de ir al colegio; era la manera de estimularlo para que se pusiera en movimiento. A mediodía, almorzó con su padre y un detective privado. El senador ya había contratado a alguien para que fuese trabajando en el caso de C. J. A última hora de la tarde, cuando terminó la jornada en la obra, fue al restaurante preguntándose qué le parecería a Pedro la sorpresa que le tenía preparada. Al entrar, oyó unas risas. P. J. Rafael Lawton y ella cruzaron la zona del bar para ir al comedor. Allí estaban Horacio, Federico, Pedro y C. J. pintando las paredes con rodillos y brochas. Sintió una punzada de envidia por no haber compartido esa situación. Dejó ese sentimiento a un lado y se recordó que unos besos no significaban nada para Pedro Alfonso. Había llegado el momento de que los dos siguieran adelante. Cuanto antes se resolviera eso, mejor.


—¿Ese es el niño? —preguntó Rafael.


—Sí. Es feliz cuando está con Pedro. En realidad, lo es con todos los Alfonso.


—Es afortunado por acabar en una situación tan favorable.


Paula miró al hombre de cuarenta y pocos años. Rafael Lawton era grande y fuerte y bastante atractivo. Era un oficial de policía de Dallas, retirado, que había pasado a la investigación privada. Ya había hablado con el sheriff y tenía el historial de C. J.


—No dejes que C. J. te engañe. Es un niño de la calle, astuto. No confía en mucha gente y menos en las mujeres.


—Estoy seguro de que te lo has ganado —comentó Rafael con una sonrisa.


—Ojalá fuese tan sencillo. Es duro de roer.


—Si su madre lo abandonó, no puedo reprochárselo —Rafael  suspiró—. Veamos de qué más puedo enterarme.


Paula accedió y los dos entraron en el comedor.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 54

 —Sí. Como diría mi padre, el chico empieza a confiar en nosotros.


Ella sonrió, pero no pudo evitar pensar en el porvenir.


—¿Has pensado qué vas a hacer si no encontramos a alguien que se haga cargo de él?


—¿Por qué? —preguntó Pedro con el ceño fruncido—. ¿Tienes prisa por librarte de él?


Paula se sintió dolida.


—No habría aceptado a C. J. si eso fuese verdad. Sin embargo, si C. J. tiene familia…


—¿Quién? ¿Una madre que lo abandonó?


—No sabemos si lo hizo.


—El niño dijo que no la había visto desde hacía mucho tiempo —insistió Pedro.


—Tiene nueve años. Es posible que no se acuerde de por qué se marchó o, a lo mejor, se marcharon ellos.


—Si está buscándolo, no lo hace con mucho ahínco.


—Vamos, Pedro, no lo sabes.


—Tampoco quiero que el niño se emocione pensando que va a encontrarlo.


—¿Es lo que te pasó a tí? —preguntó ella—. ¿Tu madre te prometió que volvería a por tí?


Paula vió el dolor reflejado en su rostro y supo que había ido demasiado lejos.


—Lo siento, Pedro.


Ella tendió la mano, pero él se apartó y se encogió de hombros sin mirarla.


—Es agua pasada. Creo que debería meterle prisa a C. J.


Paula no quiso que se marchara así y lo agarró del brazo.


—Por favor, déjame que me explique.


—¿Qué hay que explicar? Todo el mundo sabe que Ana Alfonso abandonó a su marido y a sus hijos. Mi situación es distinta a la de C. J. Yo tengo un padre y un hermano.


—Da igual el tiempo que haya pasado. El abandono de tu madre fue doloroso. Eras un niño pequeño, Pedro, como C. J. ahora.


Pedro se acordó de cuánto le asustaba que su padre también fuese a abandonarlos. Miró a Paula y lo sorprendió que tuviera los ojos empañados de lágrimas.


—Vamos… —susurró él.


—No puedo evitarlo —ella parpadeó—. Mi padre pasaba mucho tiempo fuera y también lo echaba de menos, pero sabía que volvería.


Pedro no podía soportar verla alterada y la abrazó.


—Ya está, Paula. Eso fue hace mucho tiempo.


Sin embargo, no era verdad. El rechazo estaba presente siempre. Además, las cosas no mejoraron cuando volvió a ocurrirle, hacía unos años, con Nadia. Juró que nunca volvería a meterse en una situación que le hiciera sentirse así. Hasta que Paula se presentó en su vida. Consiguió zafarse una vez, pero en ese momento, al tenerla abrazada, se dió cuenta de lo peligrosa que era para su corazón… Y de que tenía que resistir la tentación. La soltó.


—No te preocupes, Paula, las mujeres me prestan mucha atención. No te necesito para que hagas de madre.


Ella se puso rígida.


—Perdona, no perderé el dominio de mí misma.


Él volvió a mirarla a los ojos.


—Es lo que menos deseamos, ¿Verdad?


Ella se recompuso rápidamente y asintió con la cabeza.


—Volviendo a C. J., Pedro, piénsalo. ¿Qué pasaría si Cristian fuese quien se largó con el niño?


—¿Quieres decir que pudo secuestrarlo para quedárselo?


Ella asintió con la cabeza.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 53

Entró en la casa y se encontró a Pedro revolviendo algo en una sartén. C. J. estaba sentado a la mesa haciendo la tarea.


—Vaya, han vuelto —dijo ella mientras dejaba la bolsa en la encimera de la cocina—. Los esperaba más tarde.


—Pedro me ha obligado a venir para que haga la tarea —se quejó C. J.—. Pero le he dado el biberón a Nube Blanca.


Pedro la miró con una ceja arqueada.


—¿Has comido? Estoy haciendo un arroz.


—Qué bueno… —a ella le costaba mirarlo sin acordarse de los días anteriores, cuando habían estado juntos—. Yo he traído postre —rebuscó en la bolsa y sacó un recipiente de la heladería—. ¿Con esto me libro de fregar los platos?


—No sé… —contestó Pedro con una sonrisa—. ¿De qué sabor?


—De chocolate y de caramelo.


—¿Qué te parece, compañero? Está intentando sobornarnos con helado.


—Pero también tienes que ayudarme con la ortografía — negoció el niño.


—Trato hecho. Además, le pondré un poco de dulce de azúcar por encima.


A ella le gustaba estar con C. J., había cambiado mucho en esos días que llevaba allí.


—De acuerdo, eso me pierde —reconoció Pedro—. No puedo rechazarlo —él agarró el recipiente y la sorprendió inclinándose y dándole un beso—. Gracias por pensar en nosotros.


Ella tragó saliva para intentar humedecerse la garganta, que se le había quedado seca.


—Naturalmente…


Paula retiró la compra, pero el espacio en la cocina parecía reducirse con los tres dentro de ella.


—¿Ya has embarcado el ganado?


—Mañana a primera hora. Luego, podré concentrarme en el restaurante. Eso me recuerda que tengo que pedirte un favor.


Ella lo miró con los ojos entrecerrados y él sonrió.


—¿Te gusta pintar?


—¿Un cuadro…?


Paula se dió cuenta de que C. J. estaba observándolos con mucha atención.


—No, paredes. Estamos apurados de tiempo en el restaurante y tenemos que terminar el comedor antes de que lleven los asientos corridos el martes. Estoy pidiendo todos los favores que puedo. C. J. también va a ayudar.


—Perfecto. ¿Has pintado alguna vez?


El niño negó con la cabeza.


—Pedro va a enseñarme.


—¿Y usted, señorita Chaves? ¿Ha pintado alguna vez?


—Pues la verdad es que sí he pintado.


Pedro arqueó una ceja.


—¿Qué? ¿Las uñas de los pies?


C. J. empezó a reírse y a ella le gustó ver lo feliz que era últimamente.


—Tú, chaval, recoge la tarea y vete a asearte —le ordenó Pedro—. La cena está casi preparada.


El niño cerró el libro y desapareció por el pasillo para ir al cuarto de baño. Paula se dirigió a Pedro.


—Es fantástico verlo contento.


Mi Destino Eres Tú: Capítulo 52

Ella dudó. Lo quería y, seguramente, siempre lo querría. Él se dió la vuelta y se quitó el sombrero. Tenía el pelo castaño abundante y ondulado, pero sus ojos azules eran la mayor debilidad de ella.


—Pasaron muchas cosas, pero estoy superándolas. Lo que no puedo superar es que tengas miedo de estar cerca de mí.


—No estaría aquí si tuviera miedo.


Él la miró a los ojos con un destello algo burlón.


—Quizá debieras tenerlo si supieras lo que estoy pensando — fue a acariciarla, pero retiró la mano—. Te deseo tanto que me duele.


Ella tragó saliva porque tenía la garganta seca pero, aun así, no pudo hablar. La brisa le acarició la mejilla, pero anhelaba que la acariciara él. Que Dios se apiadara de ella, lo deseaba.


—¿Has oído eso? —le preguntó él con la cabeza ladeada.


—¿Qué?


Ella aguzó el oído porque no sabía qué tenía que oír.


—Otra vez —Pedro miró al otro lado del arroyo—. Viene de allí.


Pedro cruzó el arroyo y ella lo siguió. Ya había oído los mugidos de un ternero. Pasaron entre unas rocas y encontraron una vaca muerta con un ternero recién nacido a su lado.


—Pedro…


Él se arrodilló para verlos de cerca.


—Ha debido de tener complicaciones con el parto —Pedro se echó el sombrero hacia atrás—. Cuando reunimos el ganado me dí cuenta de que faltaban algunas cabezas, pero es algo habitual — miró a Paula—. Lo siento, pero me temo que nuestro almuerzo relajado ha terminado.


Ella sonrió porque, al menos, uno de los animales había sobrevivido.


—No importa —ella miró al ternerillo—. Son preciosos a esa edad.


—No te encariñes —la avisó él.


Pedro se acercó al ternero hablándole en voz baja y lo tomó en brazos.


—Vamos, pequeño, te daremos algo de comer.


Volvieron a donde estaban los caballos, Paula recogió la manta y la comida y las sujetó a su silla de montar. Pedro puso al ternero encima de su silla y se sentó detrás.


—Me parece que hemos vuelto a ser padres —comentó él mirándola.


Ella hizo un esfuerzo para dejar a un lado los sueños que tenía con él desde hacía mucho tiempo y sonrió.


—Vaya, mira quién está encariñándose.




Eran más de las seis de la tarde cuando Paula se dirigió hacia su casa. Había sido un día arduo en la obra, pero tenía que pasar por la tienda para hacer la compra. Cuando subió la elevación que llevaba a su casa, le sorprendió ver que la camioneta de Pedro ya estaba allí. Creyó que volvería mucho más tarde, sobre todo, después de haber rescatado al ternero. Camila y C. J. lo llamaron Nube Blanca por la mancha que tenía en la cara. El día anterior no pudo evitar darse cuenta de lo natural que había estado Pedro con el asustado recién nacido. Nunca había visto a un hombre tan sexy como él con el ternero sobre el caballo. Sin embargo, no podía pensar en él en esos términos. El problema era que sabía por experiencia lo atractivo y delicado que era.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 51

 —Sea cual sea el motivo, me alegro. Me apetecía vagabundear con alguien.


—Bueno, los dos hemos estado trabajando bastante —Paula miró al atractivo hombre que tenía al lado—. Sobre todo, tú.


Pedro levó los caballos hasta el arroyo y quitó la alforja y la manta.


—Tú tampoco has estado de brazos cruzados.


Extendió la manta y ella se sentó sobre el estampado indio. Él se sentó enfrente, sacó los sándwiches y dos latas de refrescos y le dió uno a ella. Pedro desenvolvió su sándwich y le dió un mordisco. Dejó escapar una exclamación de placer.


—Gracias a mi padre, Alfonso’s Place tendrá algunos clientes. Éste sándwich va a estar en el menú sin duda.


—Es un buen comodín —replicó ella con una sonrisa.


Pedro no podía dejar de mirarla. Tenía unas facciones casi perfectas y unos ojos marrones en los que podía perderse. Además de un cutis inmaculado y una boca carnosa que hacían que sintiera cosas hacia ella que no debería sentir. Para no buscarse complicaciones, tuvo que mirar hacia otro lado y señalar unos pastos con varias vacas.


—Ésta es la parte que limita con las tierras de tu familia y hasta donde alcanza tu vista por el este, es mío. Naturalmente, es mucho más pequeño que River’s End.


—Aun así, tiene un buen tamaño.


—Sí. Por encima de todo, soy un ranchero. Cuando vine del ejército, Federico me propuso asociarme con él y creí que me había muerto e ido al cielo —volvió a mirarla—. Los Alfonso nunca han sido dueños de nada. Cuando era pequeño, hasta nos costaba pagar la renta. Trabajábamos mucho, pero era como si nada nos saliera bien —se encogió de hombros—. A lo mejor, no acertábamos con lo que elegíamos.


—Creo que tu familia está haciéndolo muy bien ahora.


Él sintió una descarga de adrenalina cuando ella le sonrió. Detestaba que lo pusiera tan nervioso.


—Estoy intentándolo con toda mi alma.


—¿Por qué? —preguntó ella con el ceño fruncido—. No tienes que demostrarme nada… Ni a nadie.


—Llámalo cosas de hombres. Ser pobre te hace más ávido. Puedes preguntárselo a mi padre, a Federico e, incluso, a Antonio Casali.  Trabajamos más para conseguir lo que queremos, como el Triple A. Esta tierra es mi oasis, mi refugio. Me alivia.


—¿Te ayuda con los recuerdos de la guerra?


Él se puso rígido.


—Perdona —Paula le puso una mano en el brazo—. No debería haber sacado el tema. Estoy segura de que sabes muy bien cómo sobrellevarlo.


Él nunca quería hablar de sus años en el extranjero, solo quería olvidar.


—Así es, Paula, puedo sobrellevarlo.


Se olvidó de la comida, se levantó y fue al arroyo. Paula supo que lo había agobiado; también se levantó y lo siguió.


—Pedro, perdóname. No es asunto mío. No sé qué te pasó en el extranjero, pero…

miércoles, 9 de julio de 2025

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 50

 —Todo indica que ha sido el viejo Titán —comentó él levantando el extremo del alambre.


—¿Titán?


—Mi toro semental. Le gusta mucho ir de un lado a otro. Se ha ido a buscar alguna conquista.


Paula pensó que era igual que su dueño.


—No parece que pueda hacerlo un solo hombre.


—Como nada en un rancho —Pedro sacó su móvil—. Llamaré a Francisco para ver si hay algún todoterreno.


Se alejó un poco para hablar con el capataz. Paula se sintió un poco desilusionada por no poder pasar ese rato sola con él. Aunque tampoco quería estar sola con Pedro si no quería meterse en líos.


—Arreglado —dijo él cuando volvió—. Vamos a buscar una buena sombra para almorzar.


—¿Y el cercado?


—Lo arreglaré mañana —volvió con ella hasta los caballos—. En estos momentos, prefiero disfrutar de tu compañía que buscar a ese toro mujeriego. Quiero enseñarte la cumbre de los atardeceres.


Tardaron unos diez minutos en llegar a la cumbre y ella miró las vistas desde lo alto del caballo. Había muchas hectáreas de pastos verdes. Era primavera, todo estaba en flor y el agua de las recientes lluvias corría por los arroyos, una buena noticia para los rancheros y viticultores de la zona. Estaban cerca del límite entre River’s End y el rancho Triple A. Naturalmente, los Chaves llevaban mucho más tiempo allí que los Alfonso. La familia de Karen, la primera esposa de Federico, fue la propietaria original del rancho y los viñedos. Después de que ella muriera, llevó allí a Pedro y a Horacio como socios para que lo ayudaran a sacarlos adelante. Paula miró a lo lejos y pudo ver su casa. Sus antepasados llegaron allí hacía más de cien años y ayudaron a levantar el pueblo de Kerry Springs. Un Chaves incluso se casó con la hija del fundador del pueblo y quería seguir la tradición sirviendo a su pueblo. Ésa era su tierra y allí quería vivir.


—Es un sitio precioso —comentó ella admirada.


—Sí, nunca me canso de venir.


Paula señaló hacia el oeste.


—Desde aquí puede verse la casa original de mis antepasados.


—Nunca presté mucha atención hasta que volví del extranjero —él la miró y recordó el fin de semana que habían pasado juntos—. Antes solo era una construcción abandonada en las tierras de los vecinos —se encogió de hombros—. ¿Te importa que esté tan cerca?


Ella se sonrojó. ¿La había visto ir y venir?


—No, salvo que te sientes aquí a observarme con binoculares.


Él la miró a los ojos.


—Bueno, es una tentación —Pedro suspiró—. ¿Buscamos una sombra? Me muero de hambre —se puso en marcha hacia los árboles y la miró de reojo—. Ya que estamos siendo sinceros, me ha sorprendido verte esta mañana después de lo que pasó anoche.


Paula no había dormido reviviendo los besos de Pedro y eso era penoso.


—C. J. necesitaba la ropa.


Él esbozó su sonrisa marca de la casa; puro sexo.


—Si tú lo dices…


Se bajaron de los caballos y se acercaron a la pequeña arboleda en la parte baja de la colina. Paula notó la brisa y vió el arroyo que discurría sobre un fondo de piedras.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 49

 —Creo que C. J. se marchó por propia voluntad. En cualquier caso, no cuenta nada al respecto y esa Elisa también se marchó hace tiempo.


Pedro se quitó el sombrero. El silencio solo lo rompían algunos ladridos y el relincho de un caballo, hasta que él volvió a hablar.


—¿Y tú? No irás a trabajar en domingo, ¿Verdad?


—Ya he pasado por la obra —reconoció ella frunciendo el ceño—. Mañana va una cuadrilla a trabajar en la estructura para que a media semana puedan rellenar los cimientos con hormigón. Iba a volver a casa y pensé que podía dejar la ropa de C. J.


Pedro apoyó el antebrazo en el coche.


—Paula, lo que pasó a noche… Fue inadmisible. Sé que me aproveché.


—Como dije, ya soy mayorcita. No fue solo culpa tuya — reconoció con alivio porque él había dicho algo—. Es un problema que tenemos cuando estamos juntos.


Él negó con la cabeza.


—No, no puede ser. Tenemos que pensar en C. J. y trabajar juntos por él. Marca el límite y lo respetaré.


Hacía que pareciera muy fácil.


—Sencillamente, no lo rebases.


—Creo que puedo hacerlo.


—Muy bien, debería volver a casa.


—¿Por qué? Ya que has terminado la jornada y mi compañero me ha abandonado, ¿Por qué no rescatas a un cowboy solitario y das un paseo conmigo? —él se apresuró a darle una explicación—: Tengo que arreglar un cercado que se ha caído. No tardaremos.


Ella vaciló.


—Creía que acabábamos de hablar de eso.


—Solo es un paseo a caballo, Paula. Me portaré muy bien.


—Pedro Alfonso, no sabrías lo que es portarse bien ni aunque te lo explicaran por escrito.


—Seguramente, pero hoy haré un esfuerzo doble —bromeó él.


Pedro se preguntó por qué no se limitaría a alejarse para siempre de esa mujer.


—¿Qué te parece si hago unos sándwiches con carne de barbacoa de mi padre y los comemos en el arroyo? —siguió él.


A ella se le iluminaron los aterciopelados ojos marrones.


—Puedo resistirme a tí, pero no a la barbacoa de tu padre — ella sonrió—. En marcha, vaquero.


Treinta minutos después, cuando C. J. ya se había ido con Horacio al cine, Pedro fue a los establos y comprobó que Francisco ya había ensillado a Dulcinea para Paula. Él preparó a Pegaso y tomó algunas herramientas. Normalmente, habría ido en la camioneta, pero era un día demasiado bonito para sentarse en un vehículo. Tomó una alforja de cuero y una manta enrollada y las sujetó a la silla. Sacaron los caballos de los establos y se dirigieron hacia el sur. La miró fugazmente y recordó los besos estremecedores que se habían dado hacía unas horas. Era muy tentadora y quería estar con ella, pero tenía que calmarse y recordar lo que le había prometido. Intentó concentrarse en el agradable paseo que iban a dar. Recorrieron como un kilómetro y medio para llegar a la cerca caída. Se bajaron de los caballos y se acercaron al alambre de espinos. Pedro se echó el sombrero hacia atrás.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 48

Ella se sintió un poco celosa por no estar incluida en el plan conjunto.


—¿No estorbará mientras trabajas?


—No, puede ayudarme. Además, te dejará tiempo para que hagas lo que quieras.


¿Qué podía decir?


—Muy bien.


Salió con él y se quedó en el porche. Pedro se detuvo y la miró.


—Debiste pararme los pies hace tres años. Así, quizá, no me odiarías tanto.


Pedro se dió la vuelta y fue hasta la camioneta. Ella se agarró del pilar del porche mientras él se alejaba por el camino.



—Ojalá pudiera odiarte, Pedro Alfonso. Mi vida sería mucho más fácil.




Eran sobre las once de la mañana del día siguiente cuando Paula se dirigió hacia el rancho de los Alfonso con la ropa de C. J. que Pedro se había olvidado la noche anterior. Sintió cierto reparo al pasar por debajo del arco con la triple erre. Había estado allí hacía menos de veinticuatro horas y quizá Pedro interpretara mal su visita imprevista. Suspiró para calmarse y pasó junto a los viñedos perfectamente alienados que crecían en la ladera de la colina. Llegó al conjunto de viviendas y a la casa de dos pisos de Florencia y Federico. Podía limitarse a dejarles la ropa a ellos… O marcharse. ¿Podía saberse qué hacía allí? ¿Era solo porque había pasado casi toda la noche en vela pensando en unos besos ardientes? Naturalmente, le había parado los pies y lo más probable era que no quisiera verla ni en pintura. Iba a dar la vuelta al coche cuando vio a Pedro que salía de los establos. Le encantaba ver esos pasos largos e indolentes mientras caminaba como si tuviera todo el tiempo del mundo. Suspiró. Estaba comportándose como una colegiala. C. J. apareció justo después y tuvo que correr para alcanzarlo. Pedro se dió la vuelta cuando la vió estacionar al lado de su camioneta y bajar la ventanilla.


—Hola.


Se acercó a ella.


—Hola, ¿Qué haces por aquí?


Ella se encogió de hombros para intentar disimular su nerviosismo.


—Bueno, anoche te olvidaste la ropa limpia de C. J. —Paula miró al niño—. Hola, C. J.


—Hola. ¿Vas a llevarme otra vez a tu casa?


—No, solo he traído tu ropa limpia.


El niño sonrió y ella le dió la ropa. Luego, volvió a mirar a Pedro.


—¿Vas a ir al bar?


Después de lo que pasó la noche anterior, Pedro no se había imaginado que Paula fuese a pasar por allí.


—No, tengo que hacer algunas cosas en el rancho.


Ella señaló con la cabeza a C. J.


—Bueno, tienes ayuda.


—No. Me abandona para ir al pueblo a ver una película con el abuelo Horacio y Camila —Pedro se dirigió al niño—. Como ya tienes ropa limpia, ¿Por qué no vas a ducharte y a cambiarte antes de que vengan a recogerte?


C. J. fue a quejarse, pero cerró la boca.


—De acuerdo. Adiós, Paula.


C. J. salió corriendo y Matt volvió a dirigirse a ella.


—Está mejorando, está haciendo amigos.


—Eso está muy bien. ¿Te ha contado algo de su familia?


—Nada que no sepamos. Su padre se marchó para buscar trabajo y lo dejó dormido en el sofá de una vecina.


—Elisa Craig —Paula le dijo el nombre de la vecina y sintió la tirantez entre ellos—. ¿Cómo es posible arrojar a un niño a la calle?

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 47

 —Estás volviéndome loco —le sacó la blusa del pantalón e introdujo las manos debajo—. Te deseo, Paula. Eso no ha cambiado.


Volvió a besarla apasionadamente. Ella quiso más, pero no podía meterse en ese berenjenal otra vez. Tenía que acabar con ese disparate antes de que fuera demasiado tarde. Lo agarró de la muñeca con el último resquicio de voluntad que le quedaba.


—Pedro, para.


Él se apartó y la miró. Tenía los ojos azules oscuros por el deseo y ella estuvo a punto de cambiar de opinión.


—No puedo hacerlo otra vez —dijo Paula metiéndose la camisa en el pantalón.


Pedro apretó las mandíbulas y la miró. Lo único que se oía eran sus respiraciones entrecortadas, hasta que sonó un teléfono. Él dejó escapar una maldición y sacó su móvil de los vaqueros.


—Dígame. Hola, Florencia —escuchó un instante—. De acuerdo, dile que se ponga al teléfono. Hola, C. J. Sí, compañero, ahora voy. Tenía que recoger ropa para tí. Llegaré dentro de veinte minutos.


Paula hizo lo posible para recomponerse y para que el corazón se le serenara antes de que él colgara.


—¿Pasa algo? —preguntó ella.


Él se dejó la camisa abierta.


—C. J. se ha despertado y se ha asustado al no verme allí.


Perfecto. Tendría que marcharse y ella podría pasar la noche sola preguntándose cómo dejar de desear a ese hombre. Necesitaría mucha suerte.


—Entonces, tendrás que volver.


Pedro se acercó a ella.


—Quiero quedarme contigo, pero tienes razón. Lo más sensato es que me marche.


Ella contuvo el aliento hasta que Pedro retiró la mano y rezó para que no volviera a besarla por mucho que anhelara que lo hiciese. Era un hombre que solo quería pasar una noche, o un fin de semana, con ella. No tenían porvenir. Eso, por sí solo, debería disuadirla, pero no conseguía resistirse a él.


—Seguramente sea lo mejor para los dos.


Él se rió, pero fue una risa amarga.


—Si tu padre y tu hermano supieran lo que acabamos de hacer, me llevarían a patadas hasta Austin.


—Les gustaría patear a cualquier hombre que me interesara. Además, ya soy mayorcita.


Él le acarició la mejilla con la punta de los dedos, pero acabó apartando la mano.


—Sí, lo eres. Tengo que marcharme. Gracias por dejarme que me quede con C. J. esta noche.


—Claro —aunque fuera lo mejor, no quería que se marchara—. Si quieres, puedo ir a recogerlo mañana por la mañana.


Fueron hasta la puerta.


—¿No te importa que me lo quede todo el día? Lo traeré mañana por la tarde.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 46

La fiesta terminó al anochecer. Gonzalo, el hermano de Paula, llamó a un empleado de River’s End para que llevara un remolque y recogiera los caballos y los otros cuatro Chaves volvieron en el coche de Alejandra. Pedro se ofreció para llevar a Paula y a C. J. a casa de ella, pero el niño estaba dormido con los otros niños en el cuarto de estar y Florencia se ofreció a quedárselo esa noche. Paula no estaba segura de que fuese una buena idea que Pedro la llevara a casa. Cuando estacionó la camioneta delante de su casa, estuvo a punto de bajarse de un salto y meterse corriendo. Estaba tan nerviosa que le costó abrir la puerta. Cuando consiguió entrar, la sala estaba iluminada por una pequeña lámpara al lado de la chimenea. Él la siguió.


—Recogeré una muda de ropa para C. J. y dejaré de molestarte —comentó él mientras iba al dormitorio.


Paula no supo por qué estaba tan callado. ¿Había hecho o dicho algo que lo había molestado?


—Anoche hice la colada —replicó ella—. La ropa limpia de C. J. está en el cuarto de la lavadora.


Ella se dirigió hacia la cocina y hacia el pequeño porche que había cerrado para poner una lavadora y una secadora. Encendió la luz y vió los dos montones de ropa de niño en la mesa.


—Te dije que yo me ocuparía de lavar la ropa —le dijo Pedro mientras recogía unos vaqueros, una camisa y algo de ropa interior.


—No me importó, Pedro. Iba a hacer mi colada y metí su ropa también.


—Él es mi responsabilidad, Paula. Si está aquí, es por tu padre.


Ella se sintió más enfadada que dolida.


—Estás de broma, ¿Verdad? Quiero ayudar a C. J. tanto como tú.


Los ojos azules de Pedro se ensombrecieron.


—Es un trabajo más para tí y, con tu empleo y las elecciones…


—Si no quisiera que C. J. estuviera aquí, te lo habría dicho. Creía que nos habíamos organizado bastante bien. Supongo que estaba equivocada. Cierra la puerta cuando te marches, vaquero.


Ella fue a marcharse, pero Pedro la agarró del brazo.


—No, Pedro. Márchate antes de que digamos algo más.


—Entonces, es posible que no debamos hablar.


Ella lo miró en el momento que bajaba la cabeza. Se quedó petrificada cuando la besó en la boca y le mordisqueó levemente los labios. Dejó escapar un gemido y lo agarró con fuerza de la camisa como si le diera miedo moverse, como si le diera miedo romper el hechizo. Pedro fue el primero en moverse. La agarró de la nuca, cambió la posición de la boca y profundizó el beso. Ella separó los labios y él entró para paladear su sabor.


—¿Sabes cuánto tiempo llevaba deseando hacer esto? He pasado todo el día pensando en ti.


Ella se estremeció de arriba abajo.


—Pedro…


Paula intentó aguantar, pero empezaba a ceder muy deprisa. Pedro la agarró de la cintura, la sentó en la encimera y se puso entresus piernas.


—Sigue llamándome así.


—Pedro.


Ella quiso protestar por lo que había hecho él, pero se dejó arrastrar cuando la besó una y otra vez. Le soltó los cierres de la camisa e introdujo las manos por debajo de la camiseta para sentir su piel. Volvió a estremecerse cuando las yemas de los dedos encontraron sus pezones planos. Él se apartó y la miró a los ojos.

lunes, 7 de julio de 2025

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 45

 —Digamos que los dos estamos reservándonos algo de tiempo para otras cosas. Para promocionar la salsa de Horacio, para viajar, para ir a muestras de colchas de retazos…


A Pedro le gustaba ver feliz a su padre. Sabía que se merecía pasar ese tiempo con Norma. Se dirigió a Miguel y Alejandra.


—Es posible que esté retirado, senador, pero se acuerda muy bien de cómo llevar el ganado, señor. Agradezco mucho la ayuda de hoy.


—Me ha encantado. Es lo que tiene de bueno dejar de trabajar. Se pueden hacer muchas cosas… —Miguel guiñó un ojo a su esposa y le pasó un brazo por los hombros—. Puedo levantarme al alba para ayudar a un vecino o quedarme en la cama hasta mediodía.


—No te quedarías en la cama hasta mediodía ni aunque quisieras —se burló Alejandra Chaves.


El senador la miró y le guiñó un ojo.


—Me quedaría si tuviera un motivo.


El amor entre ellos era evidente. Pedro no pudo evitar mirar a Paula y acordarse de cuando habían pasado todo un fin de semana en la cama. Ella también lo miró a los ojos y sintió que le abrasaban las entrañas.


—Todavía me cuesta creer que estés tan dispuesto a ser ranchero en vez de senador —intervino Gonzalo.


—Es muy fácil —replicó Miguel—. He servido a mi país y ahora voy a disfrutar de mi familia y a ser abuelo.


Todos miraron a Tamara.


—Sí, vamos a tener un hijo —les comunicó Gonzalo.


Todo el grupo empezó a felicitar a la pareja. Pedro sintió envidia y volvió a mirar a Paula.


—Vas a ser tía.


—Estoy deseándolo. Me alegro mucho por Gonza y Tamara.


Pedro se acordó de cuando Gonzalo no estaba seguro de comprometerse con Tamara. En ese momento, parecían una pareja feliz. Ellos, como su hermano y Florencia, compartían una intimidad y sintió una punzada de envidia. Se la sacudió de encima.


—¿Los nietos van a llamarle senador o abuelo?


Miguel Chaves sonrió.


—Abuelo —contestó mientras miraba a Paula—. Espero que, en el futuro, alguien más de esta familia utilice el otro título.


—Papá, solo me presento al Ayuntamiento —replicó Paula en tono de advertencia.


—No es demasiado pronto para pensar a largo plazo.


Los comentarios del senador devolvieron a Pedro a la realidad. Paula no iba a quedarse mucho tiempo allí. Era una Chaves y eso significaba que su destino estaba en Washington. Era una vida completamente distinta a la de Kerry Springs. Él pertenecía a esas tierras y ella se marcharía, como todas las demás.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 44

 —No me dirás que no has vuelto la cabeza un poco para mirar a Pedro.


Paula miró a su cuñada de reojo.


—No diré nada de lo que me cuentas —la tranquilizó Tamara—. Si no hubiese estado tan enamorada de tu hermano, el encanto y la belleza de Pedro me habrían subyugado.


—Tamara Hamilton Chaves, me dejas boquiabierta.


Paula sabía cuánto se amaban Gonzalo y Tamara.


—¿Por qué no hablamos de cómo se miran? Él lleva una hora mirando hacia aquí y no creo que sea por la comida.


Florencia abrió los ojos como platos, pero solo esperó a oír algo más.


—La primera noche en tu casa pude notar que había algo entre ustedes —siguió Tamara—. ¿Por qué crees que Gonzalo está tan molesto? Él también ha visto las chispas.


—No hay chispas, no hay nada entre nosotros.


Las dos mujeres se rieron y Florencia miró a Tamara.


—Debe de ser la fase de negar la evidencia.


Paula tenía que acabar con aquello.


—Miren, aunque sintiéramos alguna atracción el uno por el otro, no tenemos tiempo. Tenemos trabajos que nos ocupan todo el tiempo. Yo tengo unas elecciones a la vuelta de la esquina y, Pedro, el restaurante. Además, buscamos cosas distintas en la vida.


Tamara y Florencia sonrieron y se miraron.


—Efectivamente, la negación de la evidencia.



A media tarde terminaron de marcar el ganado y Pedro y los hombres se dirigieron hacia la casa para comer algo. Estaba hambriento, sí, pero, sobre todo, de Paula. Norma, su madrastra, lo distrajo un poco mientras organizaba la fila para ir a las mesas. Entonces, vió a Paula que servía algo de comida a C. J. y le buscaba un sitio en la mesa de los niños. Camila, su sobrina, se encargó de darle el recibimiento. A C. J. no pareció importarle. Cuando los hombres estuvieron servidos, Pedro tomó un plato y se dirigió hacia su familia, que estaba sentada con Alejandra y Miguel Chaves. Paula también se unió al grupo.


—Aquí, hijo —le llamó su padre—. Te hemos guardado un sitio.


Él se acercó y se sentó enfrente de Paula. Le gustaba cómo encajaba con todo el mundo y se lanzaba a hacer las cosas. Efectivamente, algunas veces se enfurecía con él, pero quizá se lo mereciera. Miguel dió un mordisco a su sándwich antes de hablar.


—Pedro, espero que seas lo suficientemente listo como para poner la barbacoa de tu padre en el menú de tu restaurante.


—Eso será lo único que no cambiará —contestó él sin poder apartar la mirada de Paula—. La única diferencia será que mi padre seguirá haciéndola, pero no estará allí para servirla —miró a Norma con una sonrisa—. Ya no trabajará por las noches.


—Bueno, se ha merecido la jubilación —el senador sonrió—. ¿Verdad, Norma?


La esposa de Horacio asintió con la cabeza.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 43

Le gustó cabalgar junto a su padre mientras el capataz Francisco, Gonzalo y Pedro perseguían a las vacas que intentaban desmandarse. Aunque tenía la sensación de que Gonzalo quería estar cerca por otros motivos y que uno de ellos era descubrir lo que había entre Pedro y ella. Nada. Cuidaban juntos al niño, pero nada más. Pedro y ella habían estado demasiado ocupados con otras cosas como para pensar siquiera en empezar algo. Al oír los gritos y silbidos, comprendió que estaban acercándose a los recintos vallados y provisionales. Azuzó a Duquesa, la yegua de su madre, para que se acercara y ayudara a separar a los terneros de sus madres. La yegua también tenía experiencia y sabía hacerlo. Cuando terminaron, fue hasta la valla del corral, desmontó y no le sorprendió que las piernas estuvieran a punto de ceder. Le dolía todo el cuerpo.


—¿Estás bien?


Se dió la vuelta y vió a Pedro.


—Sí. Es que hacía mucho tiempo que no montaba tanto a caballo —sonrió algo abochornada—. ¿Adónde quieres que vaya ahora, jefe?


Él, con el sombrero tapándole los ojos y la camisa vaquera cubriéndole las amplias espaldas, resultaba un cowboy muy guapo.


—Gracias a tí y a tu familia tenemos ayuda suficiente — contestó él—. ¿Por qué no vas a la casa y ayudas a las mujeres?


—¿No me necesitas porque soy una chica o porque de verdad no hago falta?


—Vamos, Paula —contestó él con el ceño fruncido—. Estás agotada y voy a pagar a casi todos esos hombres. Pueden acabar lo que queda —él se acercó y bajó la voz—. Sin embargo, lo has hecho muy bien, estoy sorprendido.


—No soy solo una niña rica y mimada, ¿Eh?


Él la miró con sus intensos ojos azules.


—¿Quién no querría mimarte, cariño?


Paula fue a ayudar a las mujeres en la amplia cocina de la casa de Federico y Florencia. Su madre, Norma, Florencia, Tamara y hasta Marta, la cocinera de los Chaves, habían ido a ayudar a hacer la comida. En el patio había unas grandes mesas repletas con toneladas de comida, desde pollo frito y alubias hasta las famosas enchiladas de Marta y la barbacoa de carne troceada de Horacio. Los vítores que llegaron desde los recintos vallados hicieron que las mujeres salieran al porche para ver a C. J. Se acercaron y vieron al niño sujetando un hierro de marcar con la ayuda de Pedro mientras Gonzalo y Federico sujetaban a un ternero tumbado. Paula sacó una foto justo cuando C. J. apretaba el hierro candente contra el costado del ternero y lo marcaba con la triple A. Era un rito de iniciación en Texas. Volvió a fijarse en Pedro y lo observó avanzar con paso seguro hacia donde Gonzalo había lazado otro ternero. Pedro lo tumbó con facilidad, le grapó una etiqueta en la oreja y, con un rápido movimiento del cuchillo, también lo castró. Pedro, Federico y Gonzalo trabajaban con eficiencia juntos y también parecía que lo pasaban muy bien. La visión de los tres juntos era imponente. Tenían una estatura parecida, los hombros anchos y las espaldas rectas. Sin embargo, Pedro era el más guapo sin duda. Tenía el encanto irlandés y ella había estado loca por él desde el instituto. Sacó otra foto y él la miró guiñándole un ojo. Ella se sonrojó y supo que estaba metida en un lío.


—Cortan la respiración, ¿Verdad?


Paula se dió la vuelta y vió a Florencia con Tamara justo detrás.


—Son cowboys —fue lo único que reconoció Paula—. Es difícil resistirse a los sombreros, las botas… Y a esa jactancia, claro.


La tres se rieron.


—Lo que más me gusta es cuando mi vaquero se quita las botas y el sombrero —añadió Florencia con un suspiro—. ¿Qué puedo decir…?


Paula se sonrojó otra vez. Lo que menos le apetecía era pensar en Pedro.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 42

Pedro oyó que lo llamaban, se dió la vuelta y vió a Florencia que se acercaba con Agustín en brazos.


—Quería alcanzarte antes de que te marcharas. Viene más ayuda para acompañaros.


—¿Quién…? —preguntó Pedro con verdadera curiosidad.


Ella miró hacia el oeste y señaló con la cabeza hacia unos jinetes.


—Algunos vecinos.


Él tuvo que salir del corral y acercarse a los jinetes antes de reconocer el trío. ¿Paula? Miró a los otros jinetes y vió a su hermano, Gonzalo y… ¡Al senador! Se pararon delante de él.


—Hola, vecinos —les saludó Pedro.


Gonzalo se inclinó hacia delante.


—Hemos oído decir que te vendría bien un poco de ayuda.


Pedro se quedó atónito.


—Claro. ¿No te importará tragarte todo el polvo por ir detrás?


Gonzalo se echó el sombreo hacia atrás con una sonrisa.


—No, tu hermano y tú lo han hecho muchas veces en River’s End.


Pedro asintió con la cabeza y se dirigió al senador.


—Gracias por venir, señor.


—Bueno, yo he venido por la barbacoa de Horacio. Creo que está en el menú —Miguel sonrió—. Alejandra y Tamara se pasarán más tarde para ayudar con la comida.


Pedro estaba emocionado. Había tenido que ser idea de Paula.


—Creía que tenías trabajo en la obra.


Paula se encogió de hombros.


—Antonio pensó que sería más útil aquí.


—Me da igual el motivo, pero agradezco su ayuda.


—Somos vecinos y es lo que hacemos los unos por los otros — comentó Gonzalo.


Hubo un momento, no hacía mucho tiempo, cuando Gonzalo no había sido tan amable con Pedro, sobre todo cuando se fijó en Tamara. Quiso intentarlo con ella, pero la belleza de ojos verdes solo sentía algo por Gonzalo y se habían casado el año anterior. Estaba mucho mejor con Chaves. Miró a Paula, pero también se dió cuenta de la mirada de advertencia de su hermano mayor. Él tampoco quería verlo cerca de su hermana. Afortunadamente, Sloan no había estado antes por allí.


Cuatro horas más tarde, Paula estaba sudorosa y cubierta del polvo, pero se sentía exultante. Hacía años que no pasaba tanto tiempo a caballo. Al vivir en Austin, no había podido acudir a reunir el ganado de River’s End. En el rancho Triple A había poco ganado en comparación con el que tenían los Chaves pero, aun así, ese día había que marcar a unos cuantos terneros. Los días anteriores había oído a Pedro que intentaba reunir una cuadrilla para ese día. Sin embargo, había tenido poco tiempo y todo el mundo parecía estar ocupado. Como la inauguración de Alfonso’s Place sería el fin de semana siguiente, tenía que aprovechar esos días. Por eso, Paula le había pedido ayuda a su familia. Era lo que hacían los buenos vecinos en Texas.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 41

Dos días más tarde se reunía el ganado del rancho Triple A. Pedro salió de su casa al alba. La vieja casa del capataz estaba incluida en el acuerdo de asociación con Federico. Dirigía todo lo relativo al ganado. Había tenido que acondicionar la casa de dos dormitorios pero, por el momento, era perfecta para él. Le daba tranquilidad y soledad después de volver del extranjero y, además, era suya. Federico se había casado con Florencia y tenían dos hijos y las viviendas separadas daban intimidad a todos. También era la primera vez que se asociaba con su hermano y no sabía si podría con todo, con ocuparse del rancho y abrir Alfonso’s Place. Afortunadamente, tenía a su capataz, Francisco, para cubrir sus ausencias… y a su familia. Su padre iría esa mañana al restaurante para conocer a Kevin, el nuevo encargado de la barra. Juntos surtirían al bar de alcohol y cristalería y Kevin podría aprender algunas cosas de los años de experiencia de Horacio. A él también la habría gustado estar allí pero, en esos momentos, su prioridad era llevar el ganado al mercado. Aunque no tenía muchos empleados, sí tenía que pagarles la nómina. También tenía que ocuparse de C. J. Se había encariñado de él, pero el chico lo ponía donde no quería estar, cerca de Alisa. Casi convivían en el único sitio que le hacía pensar en la posibilidad de volver a empezar algo con ella. Había conseguido mantenerse alejado de ella desde que volvió hacia un año y, de repente, en dos semanas, era como un imán para él. Peor aún, no le había importado pasar el tiempo con ella. Mal asunto. Paula Chaves no era para él. Procedían de dos mundos completamente distintos. Ella estaba entregada en cuerpo y alma a la gente y a distintas causas, necesitaba a un hombre que estuviera a su lado cuando saliera a dejar su impronta en el mundo. Paula, con su nombre, era perfecta para ese cometido. Solo necesitaba el hombre adecuado para que la ayudara a llegar ahí y no era él, un exsoldado con secuelas y vaquero con aspiraciones de tener un restaurante próspero. No se le daban bien las cosas permanentes como las relaciones a largo plazo. Oyó la puerta que se abría y a C. J. que salía.


—¿Por qué no puedo ir contigo? —le preguntó el niño.


Pedro se puso el sombrero. Ya habían hablado de eso durante el desayuno.


—Te lo repito: Porque va a ser una jornada muy larga a caballo. Montas bien, pero no tienes suficiente experiencia para reunir el ganado.


La tarde anterior, como Paula accedió a que se lo llevara a casa, salió a montar a caballo con C. J. y estaba impresionado de que el niño se manejara tan bien con un caballo. C. J. se había puesto un viejo sombrero texano de paja que él encontró en los establos. Le quedaba un poco grande, pero sirvió para el pequeño cowboy.


—No quiero quedarme con las chicas —se lamentó el niño.


Pedro lo miró.


—Ye te he dicho que puedes ayudar a marcar el ganado cuando volvamos.


—¿Lo prometes?


—Claro, lo prometo —contestó él entre risas—. A no ser que les crees problemas a Florencia o a la abuela Norma.


—No lo haré —replicó el niño antes de salir corriendo hacia la casa principal.


Una vez en la puerta del corral, se encontró con los otros seis hombres, su hermano entre ellos. Federico le dio las riendas de Pegaso, su caballo, que ya estaba ensillado y preparado.


—Gracias —Pedro comprobó las cinchas e hizo un ligero ajuste—. ¿No tienes que comprobar cómo crecen las uvas? — bromeó con su hermano.


—Las tengo adiestradas para que lo hagan solas, pero si no me necesitas…


—Creo que podré aguantarte.

miércoles, 2 de julio de 2025

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 40

Pedro la observó mientras ella daba un sorbo con la cabeza inclinada hacia atrás y el esbelto cuello estirado. Se acordó de cómo la había besado hasta que se estremeció, de cómo había susurrado su nombre mientras se deleitaba con cada centímetro de ella. Miró a otro lado y también dio un sorbo.


—Pedro, ¿Te pasa algo?


—No, estaba pensando en la recaudación de fondos.


Ella sacudió la cabeza.


—No voy a obligarte a que cumplas tu oferta. La inauguración de Alfonso’s Place es una noche especial. El restaurante y tu familia deberían ser el centro de atención.


—Mi padre y yo lo hemos hablado. El club infantil es importante para el pueblo. En realidad, creemos que eso podría llevar a más gente, aunque solo sea por curiosidad.


—Será algo más que curiosidad.


Pedro se apoyó en la encimera para parecer relajado.


—Hay mucho apoyo e interés en la posible reapertura del club. Las mujeres de Puntada con Hilo van a donar dos colchas de retazos. Podemos hacer una rifa. Podemos añadir algunas botellas de Alfonso’s Legacy y cupones para comidas gratis. Podríamos sacar algún dinero.


Él asintió con la cabeza.


—Hemos hablado de dar algunos aperitivos gratis con cerveza y una cata de vino, claro.


A Paula le pareció que estaba emocionándose con la ida.


—Estoy segura de que Yanina donaría algunos helados —Paula lo miró—. Está ayudándome con la campaña y veré qué puede hacer para anunciar el acto.


—Todavía son amigas íntimas, ¿Eh? Me acuerdo de cuando eran inseparables en el instituto.


Paula se quedó impresionada. Ellas solo eran unas novatas cuando Pedro ya era el veterano más codiciado.


—¿Te acuerdas de nosotras?


Él esbozó su sonrisa marca de la casa.


—Lo suficiente para saber que tenía que mantenerme al margen. Eras una tentación prohibida, eras menor. Eso por no hablar de tu padre y de tu protector hermano.


Pedro había omitido comentar que, además, estaba saliendo con Nadia Haynes, la animadora principal. Su padre tenía una pequeña fábrica a las afueras del pueblo y a Nadia le gustaba ser la hija rica y malcriada.


—Parecías muy ocupado con tu novia.


—Agua pasada —replicó Pedro con el ceño fruncido.


—Te alistaste en el ejército justo después de la graduación — comentó ella con curiosidad.


—Era lo que tenía pensado.


Entonces, ella se acordó de que había oído decir que había perdido la beca. Pedro miró hacia otro lado y se apartó de la encimera.


—¿Se te ocurre alguien más que esté dispuesto a donar algo?


Evidentemente, no quería hablar del pasado.


—Se lo preguntaré a Yanina. ¿Cuándo es la inauguración?


—Dentro de doce días, el sábado veintidós. Es posible que haya algunas cosas sin rematar, pero tendré cocinero, alguien en la barra y cuatro camareras.


—¿Puedo hacer algo? Quiero decir, puedo fregar vasos, limpiar la barra, amontonar cosas.


—No. Si no recuerdo mal, tú también tienes mucho trabajo con Vista Verde —Matt señaló con la cabeza hacia el dormitorio—. Además, está C. J.


—Ayudar al niño es lo más fácil. Tú también le has dedicado tu tiempo. Sin embargo, la inauguración es igual de importante.


—Hablando de todo un poco, este fin de semana tengo que reunir el ganado de Triple A.


—¿Cómo vas a hacerlo? —preguntó ella parpadeando.


—Con ayuda. Con vecinos y un buen capataz.


Pedro sabía que no daba abasto. Todo lo que tenía que hacer era muy importante pero, al mirar a Paula en esos momentos, no podía pensar en otra cosa que no fuese ella. Por eso tenía que largarse inmediatamente. Sería un disparate plantearse siquiera intentar retomarlo donde lo habían dejado. El problema era que no hacía mucho caso de sus propios consejos.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 39

Esa tarde, a última hora, Paula llevó a C. J. en su coche y Pedro los siguió en su camioneta. Cuando llegaron a casa de Paula, ésta dejó que él se ocupara de bañarlo y acostarlo mientras ella terminaba el trabajo que le quedaba. Estaba en la cocina, repasando los turnos de las cuadrillas para el día siguiente, cuando oyó que C. J. la llamaba. Se dio la vuelta y lo vió en la puerta con el pijama puesto y el pelo todavía mojado del baño.


—Ya estás preparado para acostarte…


El niño ya estaba mejorando aunque llevara tan poco tiempo allí. Se había cortado el pelo y se había puesto ropa nueva y la diferencia era muy grande. Todavía tenía que engordar un poco pero, a juzgar por cómo había comido, eso lo conseguiría pronto. C. J., se acercó a ella y la miró con sus ojazos marrones.


—Gracias por ayudarme con la tarea.


—De nada —replicó ella intentando disimular la sorpresa.


El niño estaba radiante pero, aun así, mantenía cierto recelo que ella atribuyó a la influencia de su padre y al abandono de su madre. Al parecer, era algo en lo que se parecían esos dos varones. Ella no podía saber qué era eso. La gente pensaba que su vida había sido perfecta, la de una niña rica que había tenido de todo. Sin embargo, su padre había estado ausente mientras fue senador. Volvió a prestar atención al niño.


—Tú también has trabajado mucho hoy.


—No quiero ir al colegio de verano. La señora Cooper dice que tendré que ir si no trabajo mucho ahora.


—Entonces, creo que vamos a tener que conseguir que alcances a los niños de tu clase.


C. J. asintió con la cabeza y empezó a marcharse, pero se paró y se dió la vuelta.


—Gracias también por llevarme a tu trabajo —el niño miró hacia otro lado—. Fue guay.


Ella se sintió emocionada.


—Bueno, me alegro de que te gustara. Si mañana también salimos temprano, podemos volver a pasar por la obra. ¿Crees que estarás preparado a las siete?


—Claro —contestó él con los ojos muy abiertos.


Pedro lo llamó y C. J salió corriendo. Ella se quedó pensando cuál habría sido el motivo de ese cambio en él. Recogió los papeles del trabajo porque no pensaba pasar otra noche con él. No podía permitir que pasara lo que había pasado la noche anterior. Si él iba a quedarse allí por C. J., perfecto, pero no podían tener otra aventura. Creyó que lo había eludido hasta que él salió al pasillo desde el cuarto de baño y se chocaron. Estuvo a punto de dejar caer los papeles que llevaba debajo del brazo.


—Perdona…


Ella fue a retroceder cuando notó la mano de Matt en el brazo.


—Vaya, tienes prisa.


—Quiero terminar algunas cosas del trabajo.


No pensaba reconocer el motivo verdadero. Sobre todo, cuando él llevaba una camiseta ceñida que dejaba ver sus brazos musculosos y su pecho granítico.


—Tú también estarás agotado. Has tenido mucho trabajo estos días.


—Nunca me había imaginado que hacer de padre fuese tan agotador —los ojos azules de Pedro dejaron escapar un destello—. Tómate una cerveza antes de que me marche a casa. Quiero hablar contigo.


Era una idea nefasta.


—Claro, ¿Por qué no?


Paula dejó los papeles en su cuarto y lo acompañó a la pequeña cocina. Pedro fue a la nevera y sacó dos botellas de cerveza que había llevado además de algo de comida.


—Creo que podríamos hablar de la recaudación de fondos — Pedro abrió las cervezas y le dió una a ella—. Sigues prefiriendo beber de la botella, ¿Verdad? —le preguntó con una sonrisa.


¿Él se acordaba?


—Sí —contestó Paula.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 38

Entonces, su padre entró repentinamente. Horacio Alfonso siempre había sido un hombre sonriente y simpático, pero nunca había parecido tan feliz como desde que se casó con Norma. Federico, su hermano, estaba igual después de casarse con Florencia. A Pedro le gustaban las mujeres que habían elegido. Se alegraba por ellos. Él seguía disfrutando su vida de soltero… O, al menos, la había disfrutado hasta que empezó a trabajar en dos cosas.


—Hola, papá. ¿Qué te trae por aquí?


—He pensado que podrías necesitar algo de ayuda —Horacio miró alrededor—. Está muy adelantado. Siento no haber venido desde hace tiempo.


—Estás ocupado. Además, es mi negocio.


—He oído decir que tienes otra responsabilidad más. ¿Dónde está ese jovencito?


—C. J. está en la cocina. Perdona, pero todo pasó tan deprisa que no tuve tiempo de contártelo. El niño dijo que Juan y tú lo dejaban trabajar aquí.


Horacio negó con la cabeza.


—El asunto es que el niño acabó en la cocina porque su padre se sentaba en el bar y, algunas veces, no le había dado de comer. No fue un acto de caridad. Juan lo puso a barrer y de vez en cuando sacaba la bolsa de la basura.


—Entonces, ¿Conociste a Cristian Jackson?


Su padre se encogió de hombros.


—Llegué a saber la marca de cerveza que bebía y que le gustaba hablar con cualquiera que lo escuchara. También ví su mal genio. Si su padre lo ha abandonado, es posible que sea lo mejor para el niño.


—¿Comentó alguna vez algo sobre algún familiar?


Horacio se frotó la nuca.


—Cristian solo estuvo unos meses y solo habló de sí mismo y de que iba a trabajar en una plataforma petrolífera del Golfo.


—¿Crees que se ha ido allí? —preguntó Pedro con las cejas arqueadas.


—No lo sé, pero sí sé que el niño está mejor sin él —Pedro asintió con la cabeza y su padre siguió—. También he oído decir que Paula te ha ayudado con el niño.


—Sí. Solo hasta que encontremos a algún familiar. Entonces, ella seguirá su camino y yo, el mío.


La puerta de la cocina se abrió súbitamente y Paula entró. Pedro no pudo evitar mirarla fijamente. Llevaba una falda vaporosa que le llegaba justo por encima de las rodillas y unas sandalias con tacones que le resaltaban las preciosas piernas. Su camiseta sin mangas de punto era de color marfil y llevaba un cinturón que le realzaban la delicada cintura y los pechos. El pelo estaba recogido detrás de la cabeza y sus rasgos hispanos eran inconfundibles. No iba vestida así cuando salió esa mañana.


—Paula, ¿Qué haces aquí? —consiguió preguntar él.


Ella parpadeó.


—Estaba ayudándole a C. J. con las Matemáticas. Estabas ocupado cuando vine y no quise molestare —se acercó a Horacio y le dió un abrazo—. Hola, guapo.


—Hola, preciosidad —Horacio le dió un beso y también la abrazó—. ¿Qué tal está mi futura concejala favorita?


La sonrisa de ella iluminó sus ya preciosos rasgos.


—Me encanta tu optimismo. Estaba por ahí intentando captar algunos votos.


—Tienes el mío y también vamos a ayudarte a reunir muchos más. Aquí está tu recaudador de fondos, ¿Te acuerdas? —Horacio se dirigió a Pedro—. ¿Qué dices, hijo? ¿Todavía estás dispuesto a apoyar la causa?


—Claro. ¿Por qué no lo hacemos la noche de la inauguración?

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 37

Antonio Casali también había sido un niño abandonado y en esos momentos era un hombre adinerado e influyente en la zona, un millonario que había salido de la nada. Empezó como ranchero y ya tenía una enorme extensión fuera del pueblo, el rancho A/A. se había casado con Alicia Cole, la propietaria de Puntada con Hilo. Antonio no se había olvidado de sus orígenes y quiso ayudar a Kerry Springs haciendo casas asequibles. Así nació Construcciones AC y Paula tuvo la suerte de ser la directora del proyecto.


—¿Ella es la jefa de todos ellos? —preguntó C. J. señalando a la cuadrilla que trabajaba en los cimientos.


Antonio asintió con la cabeza.


—Paula dirige todo lo que pasa por aquí y lo hace muy bien. Además, todos los hombres la respetan —Antonio se agachó y bajó la voz—. Eso es algo que tienes que aprender, hijo. Respeta siempre a una mujer, aunque solo sea eso.


C. J. lo miró fijamente.


—Mi papá decía que las mujeres solo sirven para hacer bien una cosa.


Antonio le rodeó los pequeños hombros con un brazo.


—Te diré que tu papá se equivoca en eso. Conozco a muchas mujeres que hacen muy bien muchas cosas. Paula es una de las especiales. Creo que llamó a su papá para que te ayudara a quedarte con Pedro. No se merece que hables mal de ella. ¿Entendido?


C. J. asintió con la cabeza y miró por encima de su hombro. Paula vió esos grandes y tristes ojos marrones. Ese niño lo habíapasado mal y prefería no saber cuánto.


Treinta minutos después, Paula entró con C. J. en el despacho de la directora del colegio de Kerry Springs. Todos los puntos que pudo ganar antes en la obra los perdió cuando C. J. se enteró de que tendría que trabajar más para ponerse a la altura de su clase. Había empezado a pensar que podría tomarse un descanso en lo relativo a los hombres. Pensó en Pedro, pero se dió cuenta de que tenían que centrarse fundamentalmente en ese niño y de que tenía que dejar a un lado lo que pasaba entre ellos. ¿Sería posible? ¿Podría dejar de reaccionar ante Pedro Alfonso? Eso esperaba.



A las tres, Pedro estaba en el colegio para recoger a C. J. Cuando apareció, recorrieron las cuatro manzanas que los separaban del restaurante. Una vez en la cocina, le dio algo de comer y le dijo que empezara a hacer la tarea. Esperó que Paula llegara pronto para ayudarlo. Fue a la zona del bar y siguió clavando los tablones por las paredes. Los había pintado antes y habían quedado de color crema con rebordes oscuros. No estaban mal. Esperó que la familia fuera a ayudarlo con el comedor antes de que llegaran los nuevos asientos corridos. La barra de roble era la original, pero la había pulido y teñido de oscuro. Había quitado toda la decoración con motivos deportivos y había puesto una televisión de pantalla plana en una pared. Quizá fuesen un bar y un restaurante más elegantes, pero a los clientes seguirían interesándoles los deportes. Al fondo había un enorme mueble para enfriar vino. Todo empezaba a encajar y solo esperaba que estuviera terminado para la inauguración.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 36

A la mañana siguiente, a las seis, Paula se levantó para preparar el desayuno, pero se encontró a C. J. y Pedro en la cocina. Ninguno estaba muy dicharachero y comían cereales. No hizo falta que mirara a los ojos al hombre que estuvo a punto de derretirla con un beso. Paula fue a darse una ducha y a vestirse para ir a trabajar. Le dejaría que actuara como si no hubiese pasado nada. No se hacía ilusiones, sabía que Pedro solo la deseaba porque le venía bien y para que dejara de preguntarle sobre sus pesadillas. Se dió cuenta de que también tenía que olvidarse. C. J. era su único punto de contacto. Se vistió, fue a la cocina y se encontró a C. J. esperándola en la puerta principal. Pedro estaba recogiendo los platos.


—Que pases un buen día en el colegio —se despidió Pedro.


—Seguro —murmuró el niño antes de salir y montarse en el todoterreno de Paula.


—Tendré que ser la mala… —dijo ella con un suspiro.


Aunque Pedro tenía la ropa arrugada y no se había afeitado, estaba guapo y ella no pudo evitar acordarse de lo que había pasado la noche anterior. Mejor dicho, de lo que pudo haber pasado.


—Si quieres, lo llevo yo —se ofreció él.


—No, tengo que ir al trabajo en cualquier caso. ¿Irás a recogerlo a las tres? —él asintió con la cabeza y ella también fue hacia la puerta principal—. Hasta luego.


Pedro la agarró del brazo para que no se marchara.


—Paula, en cuanto a lo de anoche…


Ella no quería oír excusas.


—Tenías razón, no es de mi incumbencia.


—No lo es, pero el beso… Digamos que me encontraste en un mal momento.


Ella tuvo que hacer un esfuerzo muy grande para disimular su reacción.


—¿Tienes muchos momentos de esos?


Él pareció sorprenderse por la pregunta.


—Algunos, pero como te dije, puedo dominarlos. Nuestra preocupación es C. J. Si este… Arreglo sigue pareciéndote bien. Quiero decir, no quiero que pienses que voy a abordarte mientras esté aquí.


—Si lo creyera, no lo habría aceptado.


—Perfecto. Yo también tengo que marcharme. Hasta esta tarde.


Pedro salió antes de que ella pudiera decir algo, se despidió con la mano de C. J., se montó en su camioneta y se marchó.


—Debería estar acostumbrada a que me dejara plantada.


Sin embargo, todavía le sentaba fatal.



Treinta minutos después, Paula llegó a las obras de Vista Verde. Llevó a C. J. al remolque de la constructora y se encontró con su jefe, Antonio Casali, detrás de la mesa. Se disculpó por llegar tarde y le explicó la situación.


—Siempre he dicho que la familia es lo primero —Antonio miró al niño—. C. J., ¿Quieres dar una vuelta para ver lo que hace Paula?


—Tengo que ir al colegio —contestó él mirando con el ceño fruncido a Paula.


Antonio le guiñó un ojo a ella.


—Falta un rato para que empiecen las clases. Tenemos unos minutos.


Antonio agarró un casco del gancho de la pared y lo puso en la cabeza del niño. Él le premió con una sonrisa. Una vez fuera, Paula ejerció de directora del proyecto y estuvo hablando con los contratistas sobre rellenar los cimientos el viernes. Antonio se mantuvo al margen y dejó que ella hiciera su trabajo. A ella le gustaba eso de su jefe, no intentaba tomar las riendas e imponer su poder.

lunes, 30 de junio de 2025

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 35

 —Gracias —cuando se dió cuenta de que llevaba una camiseta ceñida y unos pantalones cortos y vaporosos, contuvo un gruñido—. Deberías volver a la cama.


Ella no dejó de mirarlo.


—No voy a hacer ningún disparate si eso es lo que te preocupa —siguió él pasándose los dedos entre el pelo.


—No estoy preocupada —replicó ella—. Solo me preguntaba si puedo hacer algo más por tí.


Él estuvo a punto de soltar una carcajada.


—Cariño, no creo que quieras que te conteste.


Él vió que tragaba saliva, pero no se amilanó.


—¿Quién es Marconi?


Pedro cerró los ojos un instante.


—Un chico de mi patrulla. Mira, es algo de lo que no quiero hablar en medio de la noche. Normalmente, cuando me despierto a estas horas, no es para charlar. Es porque quiero satisfacer otra necesidad.


Pedro captó que ella lo había entendido, pero no podía revivir los recuerdos en ese momento. Se levantó y se alejó de la tentación. Miró por la ventana y oyó la lluvia que caía por el tejado del porche. Eso evitaba que volviera con Paula, que recreara la noche que habían pasado juntos y que ella le hiciera olvidar la pesadilla. Sabía lo suave que era su cuerpo, lo increíble que era su boca.


—Será mejor que te vayas a la cama antes de que nos metamos en un lío —le advirtió él por encima del hombro.


Paula no le hizo caso y se acercó a él.


—¿Has hablado con alguien de las pesadillas?


Se puso tenso otra vez. No quería que nadie hurgara en sus flaquezas.


—No es de tu incumbencia, pero sí, he trabajado mucho para «Adaptarme» a la vida civil.


—¿Estabas reviviendo algo el día que te tiró el caballo? El helicóptero que nos sobrevolaba lo desencadenó, ¿Verdad?


—Estaba aturdido, de acuerdo, cualquiera lo estaría cuando acaba de caer de un caballo.


—Eludirlo no va a solucionarlo.


Él la miró de arriba abajo.


—Tú estás consiguiendo que piense en otra cosa, en una manera más placentera de pasar la noche.


Ella se cruzó de brazos.


—¿Esa es tu respuesta para todo?


—Es una forma de empezar.


Se inclinó y ella se resistió un instante, pero luego dejó que sus labios se rozaran.


—Eres dulce —Pedro inhaló su olor embriagador—. Podrías ser una adicción para mí.


La besó con más intensidad. Ya sabía lo fácil que sería dejarse arrastrar. Paula podía conseguir que olvidara todos los malos recuerdos. La abrazó y la estrechó contra sí mientras profundizaba el beso. La acarició y se deleitó con ella hasta que tuvo que dejar de besarla. No podía hacer eso, no podía hacérselo a ella y de esa manera.


—No ha sido una buena idea, Alfonso.


—Tienes razón —la soltó antes de cometer más errores—. Será mejor que te vayas a la cama.


Ella lo observó un instante.


—Buenas noches, Pedro.


Paula se dió la vuelta y se marchó. Él se quedó apretando los dientes. No podía soportar que ella pudiera ver más de lo que él quería mostrarle. No podía permitir que eso pasara. Tenía que encontrar la manera de ayudar a C. J. y no tocar a esa mujer.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 34

Salió, cerró la puerta, fue a la sala y encontró al otro huésped. Las ascuas de la chimenea le permitieron verlo tumbado en el sofá con los pies colgando por un costado. Estaba dormido. Se había quitado la camisa y llevaba una camiseta blanca. También se había desabotonado el primer botón de los vaqueros. Un trueno retumbó en la distancia mientras ella sentía otro tipo de estremecimiento. Tomó aliento. Tenía que volver a su cama. Era lo que estaba haciendo cuando lo oyó gruñir. Miró por encima del hombro y lo vió moverse de un lado a otro con desasosiego. Intentaba alejarse del infierno, pero no lo conseguía. La noche era oscura como boca de lobo, salvo por los destellos de las descargas de artillería. Los habían atrapado en una emboscada y sus hombres y él estaban clavados al suelo con la única protección de los vehículos blindados. Solo tenían fusiles de asalto M4 para intentar contener a los insurgentes mientras esperaban que el resto de su sección pudiera llegar hasta ellos. Ni siquiera sabía cuántas bajas había sufrido, solo sabía que tenía que sacarlos de allí como fuese e inmediatamente. Se oyó otra descarga y el chico que tenía al lado cayó al suelo. Habían alcanzado a Marconi. Entre maldiciones, agarró al muchacho de dieciocho años y lo llevó detrás del vehículo. Llamó a gritos a un enfermero aunque sabía que nadie iba a responder. Intentó detener como pudo la hemorragia de Marconi, pero sangraba demasiado.


—¡No! ¡No!


—¡Pedro! ¡Pedro, despierta!


Él contuvo el aliento, abrió los ojos y se dió cuenta de que estaba en el suelo… Con Paula debajo. Su cuerpo reconoció al instante las delicadas formas femeninas y empezó a reaccionar. Soltó un improperio y se dio la vuelta para apartarse.


—Maldita sea, nunca te acerques sigilosamente a mí cuando esté dormido.


Pedro se sentó para intentar calmarse. ¿Por qué en ese momento? ¿Por qué había vuelto a ocurrir? ¿Por qué con ella?


—Has gritado —ella se sentó y le puso la mano en el brazo—. ¿Estás bien?


Él se puso tenso, se sentía demasiado vulnerable para que lo consolara.


—Estoy bien. Solo ha sido una pesadilla. Podría decirse que es el precio de la guerra.


—¿Quieres hablar de ello?


Él la miró al oír su voz ronca. Fue un error. Su pelo oscuro era como un halo alrededor de los hombros desnudos y sus ojos eran hipnóticos.


—No. Siento haberte despertado.


—No me has despertado. Me desperté por la tormenta y fui a ver a C. J.


Se había olvidado del niño.


—¿Qué tal está?


—Me he quedado con él hasta que se ha dormido otra vez.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 33

Paula no sabía que tenía una hermana cuando pasó el fin de semana con él. Tamara Hamilton llegó a Kerry Springs, comunicó que era hija del senador y toda la familia la recibió con los brazos abiertos. Su hermanastro podría haber tardado un poco más, pero se enamoró enseguida.


—Es muy bonito que todo les saliera bien a Tamara y Gonzalo — Pedro comprendió que era un tema de conversación peligroso—. También me gustan los muebles nuevos.


—También son un legado familiar. Mi madre los encontró en el desván.


Tenía que marcharse de allí antes de que intentara tener recuerdos de la cama nueva.


—¿Te importa si me tumbo en el sofá a ver un poco la televisión?


—No, claro. Mi casa es tu casa.


Tenía que largarse inmediatamente de allí.


—Esa es la cuestión. Todo esto debería ocurrir en mi casa, tú no deberías verte tan implicada.


—Sabía en lo que me metía y mi padre hizo todo lo que pudo para mantener a C. J. al margen de las autoridades.


—C. J. lo agradecerá algún día. Yo ya lo agradezco.


—En este momento, el niño siente la típica adoración por el héroe y cree que yo me meto en medio.


—Estoy seguro de que te lo ganarás —ella lo había hechizado a él—. Dale un poco de tiempo.


—No si sigue culpándome por las partes de este plan que no le gustan.


Él sonrió, pero se puso serio enseguida.


—¿Te importaría llevarlo al colegio mañana? Tengo que estar en el rancho temprano.


—No me importa, puedo hacer el trabajo sucio.


—Gracias. Lo recogeré a las tres y lo llevaré al restaurante.


—Yo habré acabado en la obra a las cuatro. Puedo venir a ayudarlo con las tareas.


—Vaya, estamos convirtiéndonos en una pareja de lo más hogareña.


Ella sonrió.


—Si esto se sabe, Alfonso, podría arruinar tu reputación.



Alrededor de las dos de la madrugada, Paula se despertó por el estruendo de un trueno. Se incorporó, oyó la lluvia que golpeaba en la ventana y pensó en C. J. Se levantó y fue al dormitorio donde dormía el niño. Pegó la oreja a la puerta, no oyó voces, asomó la cabeza y vió que solo había una persona. La otra cama estaba vacía. Pedro debía de haberse marchado a su casa. Se vió un destello y un trueno lo siguió inmediatamente. Entonces, vió que C. J. se tapaba la cabeza con la manta. ¿Se acercaba a él? ¿Dónde estaba Pedro? Miró hacia la sala, pero otro rayo resplandeció y oyó un lamento. Se acercó a la cama y se inclinó sobre C. J.


—No pasa nada, C. J. Solo es un trueno.


Él volvió a gemir cuando cayó otro rayo y sonó otro trueno. Ella se sentó en el borde del colchón y le apartó el pelo de la cara, él no se apartó. Le acarició con delicadeza la espalda.


—Las tormentas son muy ruidosas en Texas —susurró ella—.Sobre todo, aquí, en el campo.


Al cabo de unos minutos, la tormenta se alejó. Oyó que la respiración del niño se había serenado, se inclinó y olió su aroma a jabón. Lo arropó con la manta y le acarició la mejilla.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 32

 —Bueno, ya lo sabes. Te ha abierto su casa e intenta que estés cómodo. No se merece que la trates mal.


Como ya tenía la cara limpia, Pedro pudo ver las pecas en la nariz de C. J.


—De acuerdo, pero ¿Tengo que ir al colegio?


—Siento tener que decírtelo, cowboy, pero es la ley. Todos los niños tienen que ir al colegio.


—Entonces, mañana quiero ir contigo a caballo.


—Antes, tenemos que ver cómo te va en el colegio y cómo tratas a una mujer —Pedro levantó una mano—. ¿Trato hecho?


—Trato hecho.


C. J. dió una palmada a la mano y Pedro le hizo cosquillas hasta que empezó a reírse. Luego, lo arropó, le deseó buenas noches, salió y cerró la puerta. Avanzó por el pasillo dándose cuenta de que se había responsabilizado de otra persona, de un niño. ¿Qué le había pasado para hacerlo? Fue hacia la sala, pero tuvo que pasar por el dormitorio principal. La puerta estaba abierta y vió a Paula sentada en la cama con las piernas cruzadas y una serie de papeles alrededor como si estuviera trabajando. Ella levantó la mirada.


—¿Se ha dormido C. J.?


Era preciosa, hipnóticamente preciosa.


—Creo que sí —contestó él casi sin poder hablar.


Ella no se movió y él tuvo que hacer un esfuerzo para no recordar los momentos que había pasado en esa misma cama. Ése no fue su sitio entonces ni lo era en ese momento. Sin embargo, eso no impidió que se acercara a ella. Paula abrió mucho los ojos oscuros y él se detuvo.


—¿Puedo hablar un minuto contigo?


Ella tragó saliva.


—¿De qué hay que hablar?


Pedro sonrió.


—De que, de pronto, nos hemos convertido en padres.


Ella sonrió aunque intentó evitarlo.


—De un niño pequeño al que no le gustan las niñas… Ninguna niña.


—¿Qué sabe un niño de nueve años?


—Que yo no le caigo bien —contestó ella.


Pedro sintió una opresión en el pecho y se acercó más a ella.


—Hasta que llegue a conocerte, Paula. Entonces, le parecerás irresistible.


Como estaba pareciéndoselo a él. Miró alrededor para pensar en otra cosa.


—Me gusta cómo has dejado el cuarto.


Las paredes estaban pintadas de azul, había arreglado el suelo de madera y lo había cubierto en parte con una mullida alfombra color arena.


—El mérito es de Tamara y Gonzalo. Ellos la reformaron.


Pedro notó que faltaba algo. Habían sustituido el cabecero de madera tallada por otro del latón.


—La cama… La cama de tus bisabuelos.


Ella se sonrojó.


—Te acuerdas.


—Cariño, no me he olvidado de casi nada de ese fin de semana.


—Ah… —Paula hizo una pausa—. Está en casa de Gonzalo y Tamara. Los Chaves también son antepasados de ella. Era lo único que mi hermana quería de la antigua casa familiar, un regalo de boda.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 31

 —No, hijo, nadie va a mandarte a la cárcel —Miguel miró a Pedro—. Creo que quieres quedarte con este hombre.


El niño asintió vehementemente con la cabeza.


—Él dijo que podía.


—Bueno, puedo certificar que Pedro es una buena persona… Y un héroe de guerra.


—C. J., ¿Por qué no vas a la cocina? Tamara ha traído unas galletas —le pidió Paula. El niño se marchó y ella se volvió hacia su padre—. ¿Qué has sabido? ¿Puede quedarse con Pedro hasta que se encuentre a un familiar?


—Sí, puede quedarse, pero hay que hacer un ligero cambio — Miguel hizo una breve pausa—. Lo mejor que puedo hacer en este momento es aceptar ser el tutor de C. J. Eso significa que el niño se quedaría aquí, en el rancho, mientras las autoridades buscan a su familia.


—Papá. Yo no pretendía que asumieras la responsabilidad.


—No voy a hacerlo —el senador los miró—. Ustedes la asumirán.


Ya eran más de las nueve cuando todo el mundo se marchó por fin y Pedro acostó a C. J. en el dormitorio del fondo, donde había dos camas individuales, una para el niño y la otra para Pedro si quería quedarse esa noche. Él pensó en Paula y en la cama doble que había en el otro dormitorio. ¡Qué deseosa de compartirla con él había estado aquel fin de semana, qué calidez desprendía su cuerpo cuando se acurrucó contra él, cuántas veces la llevó al…!


—¡Eh! —le llamó el niño—. Vas a quedarte aquí, ¿Verdad?


—Claro, pero tienes que colaborar. Si creas problemas e intentas escaparte, no podremos quedarnos juntos.


—De acuerdo.


—Además, hay otra condición. Tienes que ir al colegio.


—¿Al colegio? —exclamó el niño.


—Sí, como todos los niños de nueve años.


C. J. se dió la vuelta y Pedro, por primera vez, vió una fisura en la fortaleza del niño.


—¿Qué pasa?


No hubo respuesta.


—Vamos, C. J., quiero ayudarte.


—Los niños se burlaban de mí y me peleaba.


Pedro conocía esa sensación.


—¿Qué te parecería conocer a un par de niños que no van a reírse de tí? Mi sobrina Camila es un poco mayor, pero ella te llevará por ahí. También está Mateo Cooper. Él es un poco menor, pero te caerá bien. Le gusta el béisbol.


—Y Bianca Casali.


Los dos miraron hacia la puerta y vieron a Paula. Llevaba unos vaqueros y una blusa rosa y ceñida que resaltaba su delicada cintura y sus bien torneadas caderas. Pedro tragó saliva porque la garganta se le había quedado seca.


—Bianca es de tu edad más o menos —añadió Paula.


—Nada de niñas —replicó C. J.


Ella entró y dejó un vaso de agua en la mesilla.


—Por si tienes sed —Paula retrocedió—. Buenas noches, C. J.


—Buenas noches —farfulló él mientras le daba la espalda.


Una vez solos, Pedro le dió un codazo al niño.


—Oye, ésa no es forma de comportarse con una mujer que solo quiere ayudarte.


—No quiero que me ayude. No me quiere.


—Entonces, ¿Por qué ha hecho todo lo posible para que su padre te ayude? ¿Sabes lo importante que es el senador Chaves? Conoce a gente importante y les ha preguntado si podemos cuidarte.


—No lo sabía.


Paula se dió cuenta de repente de hasta dónde había llegado Paula.

viernes, 27 de junio de 2025

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 30

 —¿Te parece sensato mezclarte con un niño que se ha escapado? Lo digo por la campaña.


—C. J. no se ha escapado, su padre se ha marchado. Estaba viviendo en un edificio abandonado, por amor de Dios.


—Podrías haber llamado a las autoridades.


—Vaya, qué tierno… Creía que Tamara te había dulcificado.


—Yo también —intervino su esposa—. Vamos, Gonza, tú habrías hecho lo mismo. ¿Has visto lo delgado que está? Necesita unos cinco kilos más. Si Pedro no puede hacerse cargo de él, creo que deberíamos hacerlo nosotros.


—¿Qué? —Gonzalo levantó una mano—. No podemos hacerlo ahora con el trabajo y el be…


Paula los miró fijamente.


—¿Están esperando un bebé?


—Shh… —le advirtió Tamara—. No se lo hemos dicho a nadie todavía. Vamos a decírselo a Alejandra y a su padre este fin de semana. No lo cuentes por el momento.


Paula le dió un abrazo.


—Serán unos padres fantásticos. Naturalmente, andaré cerca para malcriarlo.


Paula abrazó a su hermano.


—Estoy deseándolo —gruñó Gonzalo—. Ahora, volvamos al asunto que nos ocupa. Podría haber cuestiones legales, hermana.


—No podíamos entregarlo al sheriff, Gonza. A lo mejor lo mandaba a un albergue. Al menos, primero quiero saber lo que dice papá.


Gonzalo accedió a regañadientes y la pareja se marchó. Unos minutos después, Pedro volvió con el niño vestido de cowboy y Paula lo llevó a su dormitorio para que viera la televisión. Cuando volvió, Pedro estaba mirándola fijamente.


—Creo que a tu hermano no le ha gustado esto. Tampoco le gusta que ande rondando a su hermanita.


Miguel llegó antes de que ella pudiera decir algo y fue a abrazarla.


—Siento haber tardado tanto, tenía que esperar una llamada.


Ella le sonrió con nerviosismo y luego miró a Pedro.


—Te agradezco que quieras ayudarnos.


—El problema es que a lo mejor no les gusta la solución que tengo —Miguel miró a Pedro y le tendió la mano—. Me alegro de verte, Pedro —se estrecharon las manos justo cuando el niño salía al pasillo—. Éste debe de ser C. J.


El niño asintió con la cabeza.


—Hola, C. J. Soy Miguel Chaves, pero todo el mundo me llama «Senador».


—¿Va mandarme a la cárcel?


El senador se agachó delante de él.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 29

Estacionó delante de la casa de madera blanca. Le habían arreglado el tejado y la habían pintado hacía poco. También habían arreglado el pequeño porche y parecía muy distinta a cuando estuvo allí la primera vez.


—¿Paula vive aquí? Es guay —comentó C. J.


—Sí, es el rancho de sus padres —contestó Pedro.


—Será muy rica…


—Creo que podría decirse que lo es —murmuró él.


Entonces, se vieron las luces de unos faros por el camino. Paula estacionó al lado de él y se bajó. Otra camioneta apareció poco después.


—Me parece que ya ha llegado la tropa.


Pedor se bajó y ayudó a C. J. Paula sacó unas bolsas mientras Gonzalo, su hermano, y Tamara, la esposa de éste, estacionaban su vehículo.


—Hola, C. J. —lo saludó Paula mientras llevaba las bolsas hacia la puerta de la casa.


Entró y encendió la luz del porche mientras la pareja se bajaba de la camioneta.


—Hola, Pedro —lo saludó Sloan acercándose a él—. ¿Qué tal todo?


—Hola, Gonzalo. Tamara… —se estrecharon las manos—. Creo que tu hermana les lo ha explicado todo.


Gonzalo miró de reojo a Paula.


—Bueno, como explica ella las cosas.


Paula se acercó.


—Gonzalo, Tamara, éste es C. J.


Todos se saludaron y Paula los llevó dentro. Cuando encendió las luces, Pedro se vió abrumado por los recuerdos. Aunque había remodelado la habitación, la chimenea le recordó aquella noche cuando un fuego crepitante les dio calor mientras hacían el amor una y otra vez. Dejó a un lado los recuerdos y se quitó el sombrero. Tamara llevó un maletín a la mesa de la cocina.


—C. J., ¿Quieres oírte el corazón? —le preguntó la guapa morena mientras sacaba el estetoscopio.


Al niño pareció no importarle que lo examinara. Pedro miró a Gonzalo y vió que él también lo miraba, pero con los ojos entrecerrados. Era lo que le faltaba.



Veinte minutos después, Tamara ya había reconocido a C. J. y estaba sano, aunque delgado. Paula le dió una ropa nueva que había comprado en el pueblo y lo mandó a bañarse. Ella sabía que tenía nueve años y que, seguramente, podría lavarse solo, pero Pedro lo acompañó y supervisó su higiene. Sonrió al oír las risas al otro lado de la puerta. Esa fue la parte fácil. Al ver la expresión de Gonzalo, supo que le esperaba un tercer grado.


—¿Te importaría decirme qué está pasando? —le preguntó Gonzalo.


—Ya te lo he dicho.


—No me has dicho nada de Pedro. ¿Qué hay entre ustedes dos?


—Nada, que hemos encontrado a C. J. —adornó un poco la verdad—. Cuando pasé por Alfonso’s Place para comentar la recaudación de fondos que han ofrecido hacer para el club infantil, ví al niño allí. Luego, cuando se escapó, juntamos nuestras fuerzas para buscarlo.


Su hermanastro era el mejor hermano mayor posible. Tenía ocho años cuando Alejandra se casó con el senador Miguel Chaves y llevaba el rancho familiar, River’s End.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 28

Media hora después, los tres habían vuelto al restaurante. C. J., a regañadientes, estaba sentado en la encimera. Paula frunció el ceño al ver lo delgado que estaba.


—No pueden obligarme a que me quede aquí —protestó C. J.


—No, la verdad es que podría entregarte al sheriff —replicó Pedro.


Fue la primera vez que Paula vió miedo en sus ojos.


—No he hecho nada —se defendió el niño—. Mi padre va a volver, lo prometió. Ya lo verán.


Pedro se sentó en un taburete al lado del niño.


—Hasta que vuelva, no puedes vivir solo. ¿Qué te parece ir a casa conmigo durante un tiempo?


Los ojos del niño dejaron escapar un destello de esperanza y luego miró a Paula.


—¿Y ella? ¿Va a delatarme?


—No, a no ser que sigas llamándome vieja novia.


Él la miró desafiante.


—¿No eres de él?


—No soy de nadie.


—Entonces, ¿Por qué estás mirándonos todo el rato de esa manera?


A Paula no le gustó la dirección que estaba tomando aquello.


—¿Por qué no nos ocupamos de asearte y de decidir adónde vamos?


—A casa conmigo —insistió Pedro.


Paula supo que a Pedro no iba a gustarle, pero tampoco podía callárselo. C. J. podía estar enfermo.


—¿Puedo hablar contigo?


Pedro se levantó.


—No pienses que vas a escaparte otra vez —le avisó a C. J.


Fueron hasta la puerta que daba al callejón.


—A lo mejor tendría que verlo un médico —Pedro la miró con el ceño fruncido y ella siguió—. De acuerdo, ¿qué te parece si lo ve Tamara? Ella es enfermera.


—¿Tenemos que implicarla?


—Pedro, necesitamos más ayuda para C. J. Si lo piensas, te darás cuenta de que tengo razón.


Él se cruzó de brazos.


—¿Qué has pensado?


—Tenemos que llamar a alguien que tenga contactos. Tenemos que llamar a mi padre.



Una hora más tarde, Pedro estaba en su camioneta llevando a C. J. al rancho de los Chaves. ¿Cómo había permitido que Paula lo convenciera? Aunque tampoco pudo hacer nada cuando ella sacó el móvil y llamó al senador. Las cosas se pusieron en marcha antes de que se diera cuenta de lo que estaba pasando. El supuesto plan era que todo el mundo se reuniera en la casa de Alisa en el rancho. Miró al asiento trasero y vió a C. J. comiéndose la segunda hamburguesa que había comprado antes de emprender el viaje de cuarenta kilómetros. Llegaron a la puerta de hierro que protegía el rancho. Pulsó el botón, dijo su nombre y pudo entrar. Tomó el camino hacia la casa principal, giró a la derecha para tomar otro camino, pasó una elevación y vio la casa familiar original, la que construyó el bisabuelo de Paula cuando se asentó en esas tierras. Su padre le había contado que, en esos momentos, la casa era de Paula y que la había reformado para vivir allí. En el pueblo, todo el mundo contaba historias de los Chaves. Hacía más de cien años, las familias Kerry y Chaves se unieron y levantaron la dinastía. Hicieron su fortuna con el ganado y con buenas inversiones. Un Alfonso nunca podría competir con un Chaves en riqueza y prestigio. Fue un disparate haber pasado ese fin de semana con Paula hacía tres años. Volver a la escena del crimen era otro.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 27

 —De acuerdo.


—Aun así, no puedes hacerlo solo.


—Creí que tú… Me ayudarías.


—¿Yo? —preguntó ella sacudiendo la cabeza.


—Paula… No puedo darle la espalda al niño —Pedro giró la cabeza para mirar a C. J., pero la cocina estaba vacía—. ¡No!


Salieron al callejón, pero no vieron al niño.


—Bueno, me parece que ya no tenemos que preocuparnos sobre lo que hay que hacer —Pedro la miró—. Ya puedes estar tranquila, Doña Candidata, tu historial sigue inmaculado.


Sus palabras le dolieron mucho.


—No iré a ningún sitio mientras haya un niño tan pequeño dando vueltas por ahí —Paula suspiró—. Todavía hay luz, vamos a buscarlo.


Pedro no se movió.


—¿Para qué? ¿Para qué lo entregues al sheriff?


Ella sabía que lo importante era encontrarlo.


—Si lo encontramos, te prometo que no le diré nada al sheriff. Al menos, hasta que encontremos a algún familiar.


Él sonrió y a ella se le desbocó el pulso. Pedro se acercó.


—¿De verdad?


La miraba con tanta intensidad que ella tuvo que mirar hacia otro lado.


—C. J. necesita gente que lo apoye —Paula arrugó la nariz—. Además, no me gusta que me llamen vieja novia. Tengo que corregírselo.


Pedro no pudo evitar sonreír, pero fue suficientemente listo como para no decir nada más. Agarró a Paula de la mano y empezaron a buscar por la zona. Por lo que pudieron ver, el niño no estaba en los locales vacíos. Volvieron a buscar por el parque y, cuando el sol empezaba a ocultarse, recorrieron otra vez los callejones. Entonces, lo vieron detrás del club infantil. Pedro hizo que Paula se ocultara y vió que C. J. entraba por un ventanuco que estaba ligeramente abierto. Fueron hasta la puerta lateral del edificio. Él sacó una navaja y forzó la endeble cerradura. Entraron y esperaron hasta que se adaptaron a la oscuridad.


—¿Puedes ver? —susurró él.


—Sí —contestó ella susurrando también—. Vamos a buscarlo.


Él la guió silenciosamente mientras buscaba pistas de C. J., hasta que oyó ruidos en un cuarto al final del pasillo. Una vez dentro, vieron unos montones de cajas, pero había luz suficiente para encontrar el camino por ese laberinto. Al fondo, encontraron una zona despejada con estanterías llenas de libros y montones de ropa. También había una caja de madera con una lámpara y un reloj y un camastro hecho con un montón de mantas. Pedro sintió una opresión en el pecho al ver a C. J. sentado en el centro y comiendo algo que se había llevado de la cocina. Era peor de lo que se había imaginado. ¿Dónde estaba su padre? El niño se dió la vuelta como si hubiese notado que no estaba solo. Sus ojos reflejaron miedo y Pedro supo perfectamente lo que sentía.


—Entonces, éste es tu hogar, dulce hogar.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 26

 —Pedro, lo siento. No quería decir…


—Olvídalo —él hizo un gesto con la mano sin dejar de mirarla—. Mi infancia se quedó en el pasado. Nunca devolvería al niño a su padre. A lo mejor hay algún familiar que pueda ocuparse de él.


—¿Y entretanto?


—Hay que lavarlo y darle de comer —Pedro se cruzó de brazos—. No te preocupes, Paula, puedo hacerme cargo de él.


—Espera un segundo. Estás hablando de infringir la ley.


—Estoy ganando un poco de tiempo.


—Pedro, C. J. es menor y está solo. Hay que ponerse en contacto con las autoridades.


—Sé muy bien qué harían las autoridades. Lo mandarían a un albergue con otros niños descarriados. C. J. nunca saldría de esa rueda.


¿Tan espantosa había sido la infancia de Pedro?


—No podemos decidirlo nosotros. Tenemos que comunicar al sheriff lo que está pasando.


Pedro se pasó los dedos entre el pelo.


—Así, nos libramos del problema, ¿Verdad? Creía que querías que las cosas mejoraran para los niños. ¿Acaso era mera palabrería?


Eso le dolió, pero Paula se negó a demostrarlo.


—De acuerdo, ¿Qué quieres que haga?


Él no dijo nada durante un instante.


—Estaba pensando en que fuera a casa conmigo. Al menos, esta noche. C. J. confía en mí.


—Aun así, hay que comunicarlo a los servicios sociales.


—Todavía, no —Pedro bajó la voz—. Además, lo más probable es que no tengan sitio en el albergue.


Seguramente, tenía razón, pero…


—¿Cómo vas a terminar el restaurante y abrirlo antes de dos semanas si estás cuidando al niño?


—Me apañaré.


Pedro miró al niño. La verdad era que no estaba seguro de poder hacerlo. Había días en los que no se soportaba a sí mismo.


—Es posible que pueda durante un tiempo. Tengo mi propia casa en el rancho.


—¿No te fastidiaría tu… Forma de vida?


Él no disimuló su enojo.


—¿Acaso te importa mi vida amorosa?


Ella se sonrojó.


—No negarás que ha habido muchas mujeres en tu vida.


Ella lo volvía loco.


—Siento haberte hecho daño, Paula. Entonces solo pensaba en pasar como pudiera los días… Y las noches.


Ella levantó una mano.


—Tienes razón. No tengo por qué sacar a colación el pasado. No volveré a hacerlo.


Pedro la miró y no supo si podría contenerse.

miércoles, 25 de junio de 2025

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 25

Una sonriente Florencia entró en la habitación. La acompañaba Pedro, quien llevaba a su sobrino Agustín de la mano, hasta que lo tomó en brazos para acabar el recorrido. El niño rodeó el cuello de su tío con los brazos y lo abrazó con fuerza. El corazón de Paula se desbocó. Parecía muy natural con el niño.


—Me alegro de verte Paula, sobre todo, de pie. Me siento mucho más seguro.


—Muy gracioso, Alfonso —hacía unos días que no lo veía y, para su desgracia, se dió cuenta de que lo había echado de menos—. Ten cuidado, tengo el coche estacionado ahí fuera.


—Gracias por avisarme.


Ella tuvo que dejar de mirarlo.


—Hola, Agustín.


El niño sonrió y extendió los brazos. Ella lo tomó en brazos.


—Eres un niño muy grande…


El niño estaba fascinado con su collar y Pedro no le quitaba la vista de encima. Se sintió incómoda por su atención.


—Norma acaba de contarme lo de tu generosa donación para el club infantil. Gracias.


Sus profundos ojos azules se clavaron en los de ella.


—Me gusta ese sitio. Me trae recuerdos muy especiales.


Paula sintió una punzada de cariño.


—Ya sé que pasaste mucho tiempo allí cuando eras niño. A lo mejor, podrías presentarte como voluntario cuando esté abierto.


—Es posible —él sonrió—. En este momento, tengo que volver al trabajo.


Pedro le dió un beso a su madrastra, Norma, y otro muy sonoro a su sobrino en la mejilla. Estaba muy cerca de Paula.


—Tengo que hablar contigo —le dijo en voz baja—. Es sobre C. J.


—¿Lo has encontrado? ¿Dónde?


—Vino al restaurante.


Pedro retrocedió y se despidió con la mano de todo el mundo. Comentó algo con su cuñada Florencia y se marchó de la tienda. Paula quiso seguirlo, pero si lo hacía, tendría que contestar muchas preguntas. No podía mezclarse con él.


—¿Vamos a almorzar? —le preguntó su madre devolviéndola a la realidad.


—Lo siento, mamá, pero no puedo —contestó Paula—. Yo también tengo que volver al trabajo.


Después de contestar algunas preguntas sobre Vista Verde, Paula devolvió a Agustín a su madre, se despidió y se marchó. Una vez en el coche, rodeó la manzana, estacionó en una calle lateral y fue a Alfonso’s Place por el callejón. Entró en la cocina y vió a la pareja junto a la encimera. C. J. fue el primero en verla.


—¿Vas a mandarme a la cárcel?


Su cara y sus ropas sucias le dieron ganas de llorar.


—No, me gustaría ayudarte.


—No quiero ayuda. Estoy muy bien solo —miró a Pedro con sus enormes ojos marrones—. ¿Verdad, Pedro?


—Claro, hijo —Pedro le puso una mano en el hombro—. Sin embargo, te recuerdo que prometiste hacer caso de lo que te digamos.


C. J. miró a Paula con el ceño fruncido.


—¿Quién es ella? ¿Es una vieja novia?


Pedro sonrió.


—Deberías revisarte la vista. Paula no tiene nada de vieja, aunque sí es muy guapa.


Paula no hizo caso del coqueteo de Pedro y lo llevó al fondo de la cocina.


—Muy bien, ahora que C. J. está aquí, ¿Qué vamos a hacer?


—No lo he pensado —reconoció él.


—Hay una cosa clara, no puedes devolverlo al hombre que lo ha abandonado. ¿Quién abandonaría a su propio hijo?


Pedro se puso rígido y ella, súbitamente, se dió cuenta de lo que acababa de decir.