martes, 2 de junio de 2015

Actitud Incorrecta: Capítulo 8

Pedro se endureció ante la desesperación que captaba en su voz. Comprendía lo que era la desesperación, había vivido con ella durante años. También entendía las calles. Podían representar la muerte para los chicos. Les cambiaban. Los endurecían. Hacían que observaran todo lo que los rodeaba con suspicacia. Sintió pena por Delfina, aunque fuera una Chaves.
«Y lo que es más importante», se recordó, «conozco a Paula» Había esperado no volver a verla jamás... la había odiado durante un tiempo... pero nunca había conseguido quitársela de la cabeza. Y ahí la tenía, grande como la vida misma, más hermosa y tentadora que nunca, suplicándole que la ayudara.
Pero otra parte de él arguyó que podía permitirse el lujo de buscar ayuda pagada. Simplemente se negaba porque su padre quería que la situación se llevara con discreción. Pues lo que quería el senador Miguel Chaves podía irse al infierno. En esa ocasión, la pelota no estaba en la pista de Chaves. ¡El senador no iba a mover los hilos de la vida de Pedro Alfonso!
-Contrata a un investigador privado -repitió, sabiendo que Paula podía ser su perdición y que estaría loco si volvía a correr ese riesgo.
-No, por favor, Pedro -suplicó-. Ayúdame y haré todo lo que digas.
Las facciones clásicas de Paula se veían agitadas y un mechón de pelo rubio cayó sobre su mejilla, suplicando que lo colocara detrás de la oreja. Al mirarla, Pedro sintió que se tensaba. Bajo esa elegante belleza, Paula Chaves aún era un volcán.
Que el Cielo lo ayudara, pero aún representaba la mayor tentación que alguna vez había tratado de resistir, y la deseaba por encima de todas las cosas. Aunque únicamente habían pasado aquella noche en completo abandono, lo había destruido para otras mujeres. Había dedicado años a comparar, a preguntarse cómo sería en ese momento...
¡Era un necio!
A pesar de que quería darle la espalda, la deseaba más que nunca. Si tan sólo en esa ocasión pudiera ser con sus propios términos...
Pero sabía que no sucedería.
Aun así, soltó las palabras antes de poder contenerlas.
-Las noches son solitarias en las calles, Paula-se acercó más, una amenaza a su vida ordenada y bonita-. No me gusta sentirme solo -enganchó ese mechón suelto con un dedo y recordó lo que había sido acariciárselo con ambas manos cuando lo había llevado suelto-. ¿Quieres que encuentre a tu hermana?
-Sí, por favor.
Se aproximó aún más, de modo que su aliento le rozó la cara. Ella experimentó un escalofrío, pero no retrocedió. Pedro sintió que se debilitaba. En su interior se libró una batalla. A menos que hiciera algo rápidamente, algo que impulsara a dar la vuelta y huir, estaría perdido.
-Muy bien -murmuró con tono seductor-. Entonces, no sólo me harás compañía, sino que me mantendrás abrigado por las noches. ¿De acuerdo?
Con eso bastaría. Lo miraría con desprecio y se marcharía.
La momentánea expresión de conmoción se desvaneció, reemplazada por una neutral, indicativa de una mujer en control de sí misma.
Los labios sensuales se entreabrieron y los humedeció antes de responder:
-De acuerdo...

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