—No soy responsabilidad tuya.
—Formas parte de mi plantilla.
—No te preocuparías tanto si la maître se quedara embarazada.
—No he estado casado con ella.
—De haber sido así, más de uno se habría escandalizado, porque apenas tiene dieciocho años.
Pedro sabía que le estaba diciendo que era una mujer adulta y que no necesitaba que nadie la cuidara, y le pareció gracioso que su independencia le resultara tan atractiva. En el pasado ella había necesitado tantas cosas… pero ya no.
Las luces del aparcamiento enfatizaban el rojo de su pelo, sus ojos azules parecían negros y misteriosos, y su piel parecía estar iluminada desde dentro.
—El embarazo te sienta muy bien —murmuró.
—Ni se te ocurra intentar engatusarme, soy inmune.
Pedro sonrió ante aquel desafío.
—¿En serio?
—Sí.
Después de eso, a Pedro no le quedó otra alternativa que inclinarse y rozar su boca con sus labios.
Estaba casi convencido de que ella se apartaría, pero Paula deslizó las manos por debajo de su abrigo abierto y las dejó en su cintura. Pedro se acercó más a ella, dejó la bolsa de comida encima del coche, y enmarcó su rostro entre las manos.
Paula levantó la cabeza en una invitación muda que él no pudo ignorar, y cuando tocó con la lengua su labio inferior, ella se abrió para él. Pedro se deslizó en el interior de su boca, y se encontró en un paraíso que recordaba muy bien.
Ella era suave, cálida y dulce, y Pedro sintió que el deseo le hacía arder la sangre antes de bajar por su cuerpo y endurecer su miembro. La pasión se incrementó cuando sus lenguas se acariciaron, y Paula se estremeció.
Los dedos de ella se tensaron en su cintura. Pedro oyó su sordo gemido gutural, y al sentir la ligera presión de su vientre y de sus pechos, le colocó las manos en los hombros y la apretó contra su cuerpo.
El beso siguió hasta que sintió que ella se derretía entre sus brazos. Había hecho el amor con ella suficientes veces para saber lo que significaba su respiración agitada, y era consciente de que la forma en que ella intentaba acercarse aún más era toda una invitación. Estaba cada vez más excitado, ella estaba dispuesta, y ninguno de los dos estaba con nadie más.
—Pedro… —susurró ella, al apartarse ligeramente de él.
Pedro deslizó las manos desde los hombros hasta sus pechos plenos. Los pezones ya estaban endurecidos, y Paula soltó un gemido cuando él los acarició. Ella cerró los ojos lentamente, y se tambaleó un poco.
—No te pares… oh, sí, así… —susurró.
Pedro frotó sus pezones con los pulgares y los índices, y jugueteó con ellos hasta que Paula se quedó sin aliento y abrió los ojos.
—Eso siempre se te dio muy bien —comentó ella.
—Me pasé la mayor parte de la adolescencia practicando en mi imaginación.
Paula sonrió, y cubrió sus manos con las suyas.
—Hay unas cincuenta razones por las que esto es una mala idea.
Él se movió hasta cubrir un pecho, y le dio un suave beso en la boca antes de decir:
—Dame cinco.
—Trabajo contigo, y confraternizar con el personal nunca es buena idea.
Él volvió a besarla.
—¿Ésa es una razón, o son dos? —le preguntó contra su boca.
Ella le mordisqueó el labio inferior, y su erección palpitó dolorosamente.
—Dos.
—Vale, tres más.
—Soy tu ex mujer. ¿De verdad quieres seguir habiendo esto conmigo?
Era probable que tuviera razón, pero en ese momento, lo único que le importaba a Pedro era desnudarla y aliviar su deseo.
—Estoy embarazada del hijo de otro hombre —añadió ella con voz temblorosa, mientras él bajaba las manos hasta sus caderas y las deslizaba hacia atrás hasta abarcar su trasero.
—Tu embarazo sólo significa que tendremos que ser más creativos —le susurró él al oído, antes de mordisquearle el lóbulo.
—Estamos en medio de un aparcamiento que le pertenece a tu abuela, la paternidad de tu hermana está en duda, mis dos mejores amigos se acuestan juntos y resulta que uno de ellos es tu hermano.
Pedro recibió el mensaje, aunque habría preferido ignorarlo. Algunos componentes de su cuerpo insistían en que hablar estaba sobrevalorado, y que debería limitarse a ir directamente a la parte que incluía desnudarse; sin embargo, su lado maduro e inteligente era mayor y estaba al mando, así que bajó las manos y se apartó de ella.
—Lo que estás diciendo es que hay algunas complicaciones —comentó.
Paula se echó a reír.
—¿Tú crees?
—Vale, tienes razón —admitió él, con una sonrisa. De todos los puntos que ella había comentado, lo que tenía más peso era el hecho de que era su ex mujer, y que lo mejor era no enredarse demasiado.
Era extraño, porque dos meses atrás, Paula no se le había pasado siquiera por la cabeza; sin embargo, había vuelto a entrar en su vida, aunque fuera de forma temporal, y estaba interesado en acostarse con ella… al menos en ese momento. ¿Qué significaba todo aquello?
De acuerdo, en parte significaba que hacía bastante tiempo que no estaba con nadie, pero también tenía algo que ver con la propia Paula. Le gustaba la persona en la que se había convertido, y siempre se lo había pasado bien con ella en la cama.
—Estoy tentada —dijo ella, antes de ponerse de puntillas para darle un ligero beso en los labios—. Muy tentada.
—Bien.
Pedro retrocedió cuando ella se metió en su coche, y después de darle la bolsa de la comida, esperó a que se fuera antes de entrar en su propio vehículo para volver a casa.
Se alegró al ver que las calles estaban vacías, porque así tardaría poco en llegar y no tendría demasiado tiempo para pensar. No quería pensar en Paula ni en el deseo que sentía por ella, ni en Camila ni en Dani. Quería dejar la mente en blanco, y dormir. Al día siguiente tendría más respuestas, al día siguiente…
Al doblar la esquina de su calle, Pedro vio que en su casa había varias luces encendidas, y un coche que no reconocía aparcado delante. Supuso que se trataría de Federico o de Dani, porque ambos tenían llaves. Rezó para que no se tratara de Federico, en busca de un sitio nuevo donde hacerlo con Zaira, porque su servicio de limpieza acababa de cambiar las sábanas.
Cuando entró en el garaje, sonrió al ver al hombre alto, musculoso y con el pelo muy corto que abrió la puerta.
—Hola, Agustín —dijo, al salir de su Z4—. ¿Cuándo has llegado?
—Hace unas tres horas, alquilé un coche en el aeropuerto y me vine directo hacia aquí. Espero que no te importe que me quede unos días en tu casa.
—Quédate el tiempo que quieras.
Después de abrazarse, los dos hermanos entraron en la casa. Pedro fue a la cocina, y vio que había una botella de whisky sobre la encimera.
—Veo que sigues mis enseñanzas —le dijo a Agustín, con una sonrisa.
Su hermano le sirvió un vaso, y después agarró el suyo.
—Siempre respeté tu capacidad para rodearte de artículos de calidad.
Brindaron en silencio, y entonces fueron a la sala de estar; como siempre, Agustín se sentó en la silla que estaba de cara a la puerta, y que le permitía mantener la espalda hacia una esquina.
Pedro observó a su hermano con atención, y se alegró al ver que no tenía ninguna cicatriz visible; sin embargo, parecía cansado, y tenía un brillo extraño en los ojos. Había visto y hecho cosas muy duras, algo normal cuando uno elegía entrar en los marines.
Pedro había entrado a trabajar en el negocio familiar al salir de la universidad, pero tanto Federico como Agustín habían conseguido escapar. Para Federico el béisbol lo era todo… además de las mujeres, claro… y no había mirado atrás hasta que se había lesionado el hombro el año anterior.
Por su parte, Agustín había ido al centro de reclutamiento de los marines en cuanto se había graduado en el instituto, y se había embarcado semanas después. Gloria se había puesto furiosa, no sólo por el hecho de haber perdido a otro Alfonso, sino porque Agustín ni siquiera se hubiera molestado en ir antes a la universidad.
—¿Qué tal estás? —le preguntó Pedro, después de un largo momento en el que ambos tuvieron tiempo de saborear tanto el whisky como el fuego que Agustín había encendido en la chimenea.
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