De pronto Pedro la hizo girar y la atrapó debajo de él, con los brazos encima de la cabeza. Ella sonrió, le pasó las piernas alrededor de la espalda y se preparó para cualquier cosa.
Excepto para lo que Pedro dijo: -Ya no podemos hacer esto.
-¿No? -movió las caderas y le dio a su erección una dureza nueva-. Yo creo que sí. Quizá más de una vez.
-¡Para, por favor! -gimió antes de maldecir. ¡Hablaba en serio!
Conmocionada, desenganchó las piernas y lo soltó.
-¿Qué sucede?
-Esto. Yo.
Salió de encima de ella y le pasó el sujetador y la camiseta, que Paula se puso con celeridad. Él se llevó las manos a la cara y movió la cabeza.
-Pedro, ¿qué pasa?
Al rato él se mesó el pelo y contestó:
-Te planteé un trato, que tuvieras sexo conmigo mientras buscábamos a Delfina, pensando que conseguiría que te marcharas. Jamás imaginé que lo aceptarías -volvió a mover la cabeza-. Pero estuvo mal hacerte eso, Paula. Aunque aceptaras, jamás debí permitir que siguieras adelante. Y tú jamás, nunca, deberías permitir que alguien te hiciera venderte. Hubo ocasiones en las que tuve que hacer cosas... -titubeó antes de continuar-: Sé lo que se siente, y tú vales mucho más que eso. Me disculpo por obligarte a comprometerte de esa manera. En última instancia, no soy mejor que tu padre.
El reconocimiento y la disculpa de Pedro la dejaron aturdida. Cerró los ojos.
Lo más importante para ella era el núcleo de sus palabras. No había querido... lo lamentaba... temía que se hubiera vendido y no sólo a él. Que lo planteara de esa manera la horrorizaba... en particular porque no podía negar que se equivocaba.
Toda su vida había sido una concesión constante. Hacer lo que era necesario políticamente para que salieran adelante las cosas, aunque no le hubiera gustado. Hacer lo que su impasible padre le exigía con el fin de ganarse el amor elusivo de ese hombre distante. Hacer lo que Pedro le había requerido para obtener ayuda con el fin de encontrar a Delfina...
Pero ¿realmente se había vendido a Pedro? ¿Se habría acostado con otro hombre que le hubiera exigido un pago físico? La sola idea le repelía. No se veía haciéndolo.
Después de todo, había sido con Pedro Alfonso. Su primer amor. Su único amor.
Le tocó el hombro y se acercó. Al principio él no se movió. Entonces, como si no pudiera evitarlo, le pasó un brazo alrededor y se tumbó. Ella apoyó la cabeza sobre su pecho y escuchó los latidos de su corazón. El sonido la hipnotizó y creyó que podría quedarse allí una eternidad.
-Todavía te deseo, Pedro-murmuró, temiendo decir más, revelar lo mucho que le importaba.
Él la acercó más y le acarició el pelo.
-Y yo a tí, Paula. Pero no así. No aquí.
Por el momento, se contentaba con eso, con el hecho de que se desearan mutuamente, con el secreto del amor renovado. Y cuando regresaran al mundo real, le demostraría que también era merecedora de su amor.
El tecno-rock que salía del almacén ahogaba todos los demás sonidos.. Pedro ancló un brazo alrededor de la cintura de Paula mientras le entregaba al portero el dinero de las entradas. No hacía falta identificarse, porque no se serviría alcohol. Lo que probablemente se vendería dentro era mucho más peligroso.
-Hagas lo que hagas, pégate a mí como si tuviera pegamento -le dijo a ella.
-Puedo cuidar de mí misma.
Él ya no estaba seguro. El peligro podía surgir de cualquier parte, y entre tanta gente... ¿un grito era realmente un grito si no se podía oír?
-¿Cómo diablos vas a encontrar a Delfina en esto? -preguntó Paula.
«Esto» era un apretujón de cuerpos que se extendía de pared a pared. Algunos se sentaban en sofás y sillas llevados para la ocasión. Los adolescentes compartían, se besaban, hacían otras cosas en la oscuridad atestada de humo. Casi todos se hallaban en la pista. Las fiestas clandestinas eran semilleros para la venta de éxtasis, la droga que hacía que el que la tomaba deseara la proximidad y el contacto con otro.
-Tenemos que abrirnos paso a través de la pista de baile -le dijo Paula directamente al oído.
La sensación provocó un efecto de onda por la espalda de Pedro. Entre esa multitud no se podía evitar la proximidad con Paula. Una tortura que él mismo se había provocado...
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