lunes, 8 de junio de 2015

Actitud Incorrecta: Capítulo 39

El senador Miguel Chaves miraba por la ventana del dormitorio hacia la oscura noche de Chicago, como si pudiera adivinar dónde se escondía Delfina.
Como no pudiera detenerla, podría estropearlo todo.
En lo más hondo, temía que algún reportero llegara hasta ella antes que él, y entonces una vida entera de duro trabajo, entrega y sacrificio, quedaría desvanecida en un abrir y cerrar de ojos había pretendido destrozar su mundo, pero había sucedido. Ella no había sido capaz de mantener las narices fuera de lo que no le concernía, y terminaría por lamentarlo para siempre.
La culpabilidad amenazó con llegar hasta sus entrañas, pero de inmediato desterró la sensación desconocida.
La culpabilidad era para los débiles y él no era un hombre débil. Los últimos treinta años eran prueba de ello.
Experimentó dolor en el pecho. Se lo frotó y luego fue a la cómoda en busca de los antiácidos.
Paula lo arreglaría. Necesitaba mantener la calma. Paula siempre había arreglado las cosas. La había entrenado bien desde que era una cría que le llegaba hasta las rodillas y anhelaba su atención. Se recordó que haría cualquier cosa por él. Cualquier cosa para ganarse su cariño.
Además, era digna hija de su madre, y si había algo que sabía hacer bien su madre, era poner buena cara ante el mundo.
-Miguel, ¿qué haces a estas horas?
-Preocuparme.
-Pues no lo hagas. Ven a mi lado que yo mejoraré las cosas.
-Si tan sólo pudieras, Paula.
-De acuerdo, las mejoraré por el momento.
Se levantó de la cama, fue a su lado y se arrodilló delante de él.
Paula siempre había hecho que olvidara sus problemas, aunque sólo fuera momentáneamente.
Pedro despertó al amanecer con Paula pegada a él, profundamente dormida.
Se quedó quieto, temeroso de moverse, de tocar a esa mujer tentadora y no tener bajo control la erección de la mañana.
Pero era irresistible, con los labios sensuales entreabiertos y la...
«Dios.., por favor, otra vez no», se dijo. «Tres veces en tres horas es suficiente. Más que suficiente».
Con ella, había experimentado parte del mejor sexo que jamás había tenido. Y pensar que había albergado la loca idea de que si se acostaba una vez más con esa mujer, se la quitaría de la cabeza después de tantos años...
Además, y aunque no quería explorar la causa muy detenidamente, reconocía que mientras su cuerpo anhelaba más, en su interior no se sentía tan bien después de la experiencia.
Trató de concentrarse en el vídeo musical que tenía que empezar a grabar para el Club Undercover. Pero su idea de emplear imágenes de la ciudad por la noche sólo le recordaba a Paula.
Era una pena que el edificio no tuviera ducha. No le iría mal tomar una fría. Con un gemido, se arriesgó a despertarla y se separó para levantarse.
Pero Paula permaneció profundamente dormida.
Agradeció que al menos hubiera agua fría mientras abría el grifo del fregadero. Pasó las manos y los brazos bajo el chorro, luego agachó la cabeza y se mojó la cara, el cuello, el pelo, el pecho. No dejó de mojarse más y más abajo hasta que el frío le devolvió el control.
«¿Y ahora qué?», se preguntó, sabiendo que un vistazo al cuerpo desnudo volvería a excitarlo.
Evitaría mirarla. Recogería su ropa, se vestiría y esperaría en otra habitación.
Pero no tuvo que preocuparse por eso. Cuando regresó al dormitorio temporal, ya estaba levantada, y en ese momento le daba la espalda mientras se subía la cremallera.
-Buenos días -murmuró, contemplando su trasero al tiempo que sentía el retorno de una erección.
-Buenos días.
Ella lo miró, se sobresaltó y movió la cabeza para ocultar la cara detrás de un telón de pelo. De modo que su desnudez la perturbaba. Adivinó que había recibido más de lo que había pedido, como le había sucedido a él.
-Vuelvo enseguida -musitó, recogiendo la mochila y dejándolo allí de pie.
Un momento más tarde, Pedro oyó correr el agua. Se preguntó si estaría lavándose o enfriándose como había hecho él. Lo dudó. Se recordó que era ella quien creía en la conveniencia.
Cuando regresó con una camiseta limpia, el pelo cepillado y recogido otra vez en una coleta, él estaba vestido.
-¿Y ahora qué? -preguntó ella.
-Buscamos a tu hermana.
-¿Y el desayuno?
-Supongo que podemos tomar un café y algún sándwich en un sitio de comida rápida. Pero será mejor que cuides tu dinero -le advirtió-. Cuando te lo hayas gastado, te quedarás sin nada.
-¡Puedo sacar de un cajero! -exclamó.
-Que no utilizarás, si quieres mi ayuda.
-Tienes muchas reglas -comentó boquiabierta.
-Es mi juego.
-Eso es lo que representa Delfina para ti... ¿un juego?...

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