Además, en una ocasión lo había amado.
Cerró los ojos y lo tocó, empezando por las rodillas y subiendo, al tiempo que evitaba esa parte de él que iba a tener que satisfacer.
Pedro también la tocó. Posó la mano en su cadera y bajó hasta que se encontró con las braguitas.
-Olvidaste una cosa -murmuró.
-No lo olvidé.
-Siempre te gustó hacer las cosas de la manera más difícil.
Una referencia al pasado, justo antes de que llegaran a hacer el amor. Ella se había negado a quitarse las braguitas, de modo que él primero había usado los dedos y luego la boca a través de la tela para provocarle un orgasmo. De pronto, con sólo recordarlo, se sintió temblorosa y un poco mareada todavía recordatorio y la mano de Pedro, apoyada todavía sobre la piel cubierta por el satén, dispararon sus hormonas, más potentes que cualquier duda o sensación de humillación lo que quena
Se sentía excitada y encendida, y lo que quería era la satisfacción de conocer a Pedro como hombre, y dejar que él la conociera como mujer. En el pasado apenas habían sido más que niños. Niños en la oscuridad que habían aprendido el uno con el otro sobre la sensualidad. En ese momento tenían experiencia y el resultado de hacer el amor sería devastador.
Una sensación almibarada fluyó por sus venas y su núcleo femenino palpitó por la fricción de la mano de Pedro.
Respiró hondo, se inclinó y le pasó la lengua , empezando por la parte interior del muslo, pasando al lado del pene y subiendo por su estómago. La piel cálida y dura que le rozó la mejilla se sacudió levemente y el calor húmedo que tenía entre las piernas se intensificó.
Cerró la mente a las objeciones anteriores, a los deseos no realizados del corazón. Tenía necesidades sin satisfacer desde hacía mucho tiempo y no se le ocurría alguien mejor para ocuparse de ellas.
Él estaba duro.
Ella preparada.
Tenían un pacto.
Y pensaba aprovecharse de eso durante una noche que ambos iban a recordar.
Se quitó las braguitas y se puso a horcajadas sobre Pedro, dándole la espalda. El líquido se condensó en su entrada al frotar la punta del pene con los dedos y mover el trasero de forma que se abrió sobre él.
Pedro le acarició las nalgas con las manos y las apretó con suavidad, pero aparte de ese sutil estímulo, no hizo nada para forzarla. Era como si le dejara tomar la decisión final, sin saber que ya estaba tomada, que no tenía elección. No habría podido detenerse aunque lo hubiera querido. Y no lo quería.
Con agónica lentitud, Paula apoyó las manos en los muslos y descendió sobre él, introduciéndolo en su interior, centímetro a centímetro. Gimió y lo sintió arquearse hacia ella para penetrar más hondo.
Permaneció quieta con él dentro, recordando la última vez que habían estado juntos. La primera vez que había estado con un hombre. Todo había
sido tan diferente entonces... Había estado loca, profundamente enamorada.
El corazón le palpitó con fuerza, pero se dijo que se debía a la excitación, al impulso ardiente del momento.
Levantó una mano de un muslo, la deslizó de¬bajo del pene y levantó el trasero hasta que la húmeda abertura apenas le cubrió la punta. Entonces subió y bajó los dedos por la erección lubricada con su propia humedad, hasta que la sensación obligó a Pedro a moverse, a tratar de volver a enterrarse en ella. La sujetó por las caderas y subió hasta que le hizo perder la sensación de control.
Ella simplemente lo cabalgó, en busca de ese esquivo estado que la liberaría de la creciente tensión.
-Déjame -pidió él, alargando la mano para insertarla entre ambos.
Con la primera caricia sobre el clítoris, le dejó libertad y volvió a adelantarse para apoyarse en sus muslos, justo encima de las rodillas. La presión creció deprisa y tembló en lo más hondo de su ser. Perdió sus últimas inhibiciones. Liberada del pensamiento, sólo quería alcanzar el orgasmo. Quería hacerlo gritar de placer. Pero el ritmo estaba más allá de su control.
Era como una carrera hasta la meta... Su pasión se desató y gritó, para oír la voz de Pedro unirse a la suya y sentir el chorro de su esencia inundarla al alcanzar al unísono el clímax.
Paula sintió como si un dique emocional se hubiera roto dentro de ella. Estaba demasiado débil para hacer algo al respecto, así que dejó que él la levantara y la tumbara a su lado.
Todo era perfecto... salvo que era consciente de la situación.
Habían disfrutado de un buen sexo, pero eso no significaba nada. Se recordó que había aceptado un trato. Y con eso debería contentarse. No obstante, no pudo evitar anhelar algo más, a pesar de que sabía que los cuentos de hadas y los finales felices no existían.
Acurrucada en los brazos de Pedro, escuchando su respiración regular al quedarse dormido, se dio cuenta de una gran ironía.
A diferencia de la última vez que habían estado juntos, en esa situación tendría la entusiasta aprobación de su padre...
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