-Lo siento.
¿Lo sentía? ¿Que la hubiera amado o cómo habían terminado las cosas?
-Era lo mejor que podía hacer por ti. Rompí contigo del único modo que se me ocurrió.
-Me dejaste ir. ¡Me echaste de tu lado!
Al marcharse aquella noche, sólo se había llevado humillación y el corazón roto. No le había importado lo que pudiera sucederle. Había hecho cosas para sobrevivir que ella jamás entendería.
Era un hombre distinto del que podría haber sido.
Y en ese momento trataba de convencerlo de que lo había destruido por su propio bien.
El silencio súbito la heló. Sintió un nudo en la garganta.
De algún modo, en vez de aplacarlo con una disculpa, lo había enfurecido de un modo que no habría podido prever. Lo sentía en su mirada, en su cuerpo .Apenas respiraba, como si el aire que la rodeaba estuviera contaminado y no quisiera que lo envenenara.
Necesitaba un respiro.
-Yo... mmm... he de usar el baño -dijo.
Se puso de pie, recogió la linterna y salió de la habitación. Al llegar al cuarto de baño, cerró a su espalda.
Se había guardado el móvil en el bolsillo y pre¬tendía llamar a su padre, tal como le había prometido. Tiró de la cadena y abrió una canilla para que Pedro no la oyera.
-Soy yo -susurró cuando su padre respondió-.Aún no hay rastro de Delfina.
-¿Puedes contar con Alfonso? -exigió saber.
-Si alguien puede encontrarla, ése es Pedro - repuso, preguntándose ella lo mismo. En el pasado, habría conocido la respuesta-. ¿Cómo se encuentra mamá?
-Diría que lo lleva mejor de lo que nadie habría esperado. Aunque Alejandra jamás ha permitido que alguien compartiera sus sentimientos.
Paula se preguntó si eso lo incluía a él, su marido.
Nunca había entendido la relación de sus padres, no recordaba haber visto una muestra de afecto entre ellos. A menos que se hallaran ante las cámaras, desde luego. Entonces eran unos actores consumados.
-A propósito -continuó su padre-, ¿dónde estás ahora?
-No te preocupes. Estoy bien.
Le dio algunos detalles de la búsqueda y aceptó volver a informarlo al día siguiente. Pero al colgar se, dio cuenta de que su padre no le había preguntado cómo se encontraba ella.
Tampoco la sorprendió. Como siempre, simple¬mente daba por hecho que sería capaz de encargarse de las cosas.
Pero no estaba tan segura de ello. Ya no. No con Pedro Alfonso, su talón de Aquiles.
¿Por qué se había disculpado con él? ¿Y por qué la disculpa lo había enfadado tanto? No pudo imaginar su reacción si le contara toda la verdad.
Y en ese momento tenía que acostarse con él.
Respiró hondo, abrió la puerta y regresó a su lado.
En el improvisado dormitorio, Pedro la miró con ojos que parecían focos de oscuridad a la luz de las velas.
No podría soportarlo. Realmente, no podría. ¿Cómo diablos se suponía que iba a tener sexo con un hombre que parecía odiarla?
No era nada personal. Al menos, no había ninguna emoción involucrada. ¿Qué había cambiado? ¿Por qué la miraba de esa manera y por qué ella sentía como si fuera a explotar?
Cerró los ojos e hizo acopio de su energía para llevar a cabo lo que había que hacer.
Pero cuando los abrió y vio que Pedro aún la observaba, le costó hablar.
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