Pedro no supo exactamente cuándo notó que los seguían. El sujeto no había sido descarado, no se había acercado demasiado. Había dejado que otros pasaran entre ellos. Pero varias manzanas atrás ya estaba ahí. Era evidente que los había considerado un blanco.
Qué equivocado estaba.
No había nadie que se moviera con tanta fluidez como él por las calles. Aunque el individuo no podía saberlo. De modo que si buscaba objetivos fáciles, la mochila de Paula o su propia cartera, le aguardaba una sorpresa.
¿O habría algún otro motivo para que los siguiera? Quizá debiera averiguarlo con certeza.
-¿Cuánto queda? -preguntó Paula. En su voz se notaba el agotamiento, probablemente más mental que físico.
-El club está al final de esta calle.
Miró hacia atrás de forma fortuita, casi sin posar la vista en el tipo que los seguía, antes de volver a mirar al frente. No era demasiado grande ni de aspecto intimidador. Tampoco iba muy mal vestido; pantalones y camisa oscuros y una gorra baja para ocultarle la cara.
Podría tratarse de cualquiera.
Convencido de que podría con el otro, buscó una oportunidad para enfrentarse a él en sus propios términos. Poco después, la vio justo delante.
Tomó el brazo de Paula y le susurró:
-Haz lo que diga y no te resistas.
-¿Qué pretendes?
-Esto.
Se metió en un callejón arrastrándola consigo; se llevó un dedo a los labios y le indicó que se quedara quieta mientras se preparaba para saltar sobre el tipo que los seguía.
-Pedro -se quejó con un murmullo.
Volvió a llevarse el dedo a los labios. Luego se aprestó mentalmente. Era fuerte y rápido, pero, lo más importante, había participado en suficientes altercados callejeros como para valorar el elemento de la sorpresa.
La entrada del callejón se convirtió en su punto de concentración. Tenía el cuerpo en alerta... cuando oyó un ruido procedente de atrás. Bastó ese segundo de vacilación para que el tipo que los había estado siguiendo cruzara su camino, y antes de que pudiera verlo bien, chocó con un cuerpo grande y blando que apestaba a alcohol y a otros olores extraños.
-¿Qué diablos crees que estás haciendo?, preguntó el borracho mientras agarraba la parte frontal de la camiseta de Pedro y trataba de empujarlo contra la pared de ladrillo.
¡Maldita sea! —apartó al borracho, aferró la mano de Paula y salió disparado a la acera. Demasiado tarde. Un grupo de jóvenes ruidosos salió de un restaurante y le bloqueó la visión. En algún punto del otro lado, el individuo que los había seguido había sido tragado por algún portal o vehículo. Se volvió hacia Paula—: Ha desaparecido.
¿Quién?
—El tipo que nos seguía.
Entonces no... no imaginaba cosas.
¿Lo sabías y no mencionaste nada?
¿Y qué me dices de tí? —preguntó con tono ofendido—. ¿Por qué no me lo contaste?
—No estaba seguro.
¿O se debe a que no confías en mí?
Lo empujó en el pecho y trató de dejarlo atrás, pero él la sujetó y la hizo girar en redondo para mirarlo. Estaba irritada y tenía todo el derecho del mundo a estarlo.
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