Sabiendo que lo único que podía hacer era exponerle la oferta, apretó el brazo del chico en gesto de despedida. Luego se marchó por el sendero principal. Paula se pasó la mochila al hombro y mantuvo su paso.
-No ha ido lo que se dice muy bien.
-La noche es joven. ¿Pensabas que la primera persona con la que habláramos nos iba a conducir hasta ella? Además, aunque Franco supiera algo, quizá no hubiera querido soltarlo.
-¿Por qué no? -preguntó, desconcertada.
-Por ti. No confiaban en tí. Pude verlo en sus expresiones.
Ella bajó la vista para mirarse.
-Pero si tengo el mismo aspecto que ellos. Nada de maquillaje, ni el pelo arreglado ni ropa elegante. Por el amor del Cielo, me he puesto la ropa de Delfina.
Pedro siguió la mirada de ella y volvió a quedar impactado por lo bien que le quedaban los vaqueros. Como una segunda piel. Una piel que quería tocar y probar.
Con la boca reseca, dijo:
-Tu ropa... está limpia y perfectamente planchada Y esa mochila llena... -movió la cabeza. En realidad, ella no comprendía que un chico desesperado no tenía tiempo para guardar sus cosas antes de lanzarse a las calles-. Los chicos de la calle calan de inmediato que buscas algo de ellos. Quizá no baste un simple cambio de apariencia.
-¿Y qué quieres que haga?
-Es que se te ve... demasiado perfecta.
-¿Perfecta?
-Quizá pueda arreglarlo -alargó el brazo y pasó la mano por la barandilla llena de hollín. Después de frotarse las manos, apoyó una en el hombro de su camiseta. La calidez que emanaba de ella lo penetró, pero no se apartó.
-¡Eh! -de inmediato Paula intentó quitarse la mancha.
-Mejor aún -indicó Pedro. Trató de soslayar el calor que había fluido por sus venas para centrarse en la entrepierna-. Más natural. Ahora ya no pareces tan perfecta.
-Una mancha va a marcar toda la diferencia en el mundo, ¿verdad?
-No precisamente. Requiere trabajo mantenerse limpio cuando se está en las calles.
Con suavidad, le rozó la mejilla con el dedo pulgar y se vió sacudido por la sensación que lo recorrió. Necesitó toda su fuerza de voluntad para no ir más lejos y acariciarle el cuello y bajar hasta los pechos. Tensaban el algodón de la camiseta y no pudo evitar ver el modo en que los pezones se endurecieron ante su contacto.
Pasarse la mano por la mejilla no logró limpiar la mancha que había dejado allí. A pesar de que casi había oscurecido, pudo ver la mirada centelleante cuando le preguntó:
-Lo estás disfrutando, ¿verdad?
-¿Esto? -no, ésa era la palabra equivocada, porque cada vez experimentaba más conflictos con lo que hacía. Aunque podía desearla, no quería forzarla a nada-. ¿Te refieres a tratar de encontrar a una joven con problemas?
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