lunes, 1 de junio de 2015

Actitud Incorrecta: Capítulo 2

Andy observó la papelera como si fuera a recoger la tarjeta.
-Adelante. Hazlo -dijo Pedro-. Estoy segura de que a Paula le encantará soltártelo.
-A mí me encantaría soltarte algo a tí.
-Otra amenaza hueca -rió Pedro.
Volvió a mirarlo con los ojos entrecerrados, alzó el vaso de agua y lo observó durante un momento inquietante antes de beberse el contenido.
-Un respiro -dijo él.
-Vamos, lárgate antes de que cambie de idea y haga algo radical, como revocar tus privilegios de cafeína e Internet para siempre.
-No, cualquier cosa menos eso -finalizó la sesión al levantarse .Ya se había ocupado de algunos asuntos de negocios, y el resto de los correos podía esperar-. Nos vemos luego.
-Sí, sin importar lo que hagas para impedirlo, las monedas falsas siempre reaparecen.
Pedro rió. Andy y él no habían dejado de meterse el uno con el otro desde que se conocieron el primer día de la universidad. Y ahí estaban una década más tarde, con la misma costumbre. Tampoco habían perdido el afecto mutuo. Ni por Lucía  Perez. Los tres habían seguido siendo íntimos amigos y tenían un fuerte sistema de apoyo entre sí. Juntos, habían dejado sus respectivos y lucrativos trabajos en el mundo corporativo para invertir todos sus ahorros en negocios que les gustaban. Por desgracia, el suyo había sido más caro de financiar y más difícil de poner en marcha que un cibercafé o una boutique de lencería.
Salió del café, que daba a un cruce de seis calles, donde Bucktown y Wicker Park se juntaban en una fusión ecléctica.
El barrio ejercía un gran atractivo para la gente con tendencias artísticas. Las calles estaban llenas de galerías de arte y el Edificio Flatiron, triangular, estaba ocupado por estudios de diversos tipos. Pero era demasiado temprano para que la gente tatuada y con piercings que frecuentaba la zona estuviera por las calles.
Se dirigió al portal cercano que conducía a las plantas superiores del edificio. Subió por la escalera hasta su negocio, y hogar, aunque el edificio sólo tenía permiso comercial, situado encima de El Desván de Lucía, una tienda de lencería.
Pero no estaba solo en la escalera. Una mujer bajaba hacia él. Tenía unas piernas largas y atractivas, un andar grácil y un rostro familiar, más hermoso de lo que recordaba. Seguía exhibiendo la misma y estupenda estructura ósea, la misma piel impecable, las mismas facciones perfectas, pero en ese momento, la piel delicada alrededor de los luminosos ojos azules se veía tensa, lo que le daba un aire decididamente infeliz.
La sonrisa de Pedro se desvaneció...

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