—Dios, qué te hice...
La estrechó entre sus brazos y dejó que ella llorara con fuerza contra su torso desnudo. Le acarició suavemente el cabello y le besó dulcemente la frente. Involuntariamente, la sangre empezó a caldeársele y comenzó a sentir las llamas del deseo.
—Dios... —susurró.
—Lo siento, ¿te he hecho daño? —le preguntó ella, secándose las lágrimas.
—No se trata de eso —dijo. Le llevó la mano debajo de la sábana y la colocó suavemente sobre la fuerza de su deseo. Cuando ella trató de apartar la mano, se la sujetó con fuerza.
—No —musitó—. Tócalo. Al menos, sigo siendo un hombre, aunque no pueda ponerme de pie.
Paula relajó la mano. A pesar de todo, no pudo evitar sonrojarse cuando él comenzó a moverle la mano suavemente y a gemir delicadamente.
—Pedro —protestó ella.
Por fin, consiguió apartar la mano.
—Hace mucho tiempo...
—Estoy segura de que no es así —murmuró. Aún se sentía algo avergonzada—. Tu amiga Lara parece perfectamente capaz de darte lo que necesites en este aspecto.
—Ella no es tú. Nadie lo ha sido nunca. No puedo conseguir con otras personas lo que me das tú. Jamás me acosté con Lara. Cuando tú regresaste, habría sido imposible.
Los recuerdos le iluminaron los ojos de deseo. De repente, Pedro se echó a reír cuando notó que su cuerpo había vuelto a experimentar una erección. Paula miró la sábana. Entonces, él la apartó, dejando que ella lo observara.
— ¿Ves lo que me haces? Un hombre de veinte años puede hacer el amor una y otra vez sin descanso. Ésa es la teoría. Mi cuerpo no sabe que se supone que ya no puede tener orgasmos múltiples.
—Jamás fue así —susurró ella—. Hace seis años, no parecías cansarte nunca. Recuerdo que, en una ocasión, hicimos el amor tres veces seguidas sin parar.
—La última vez. La noche antes de la sorpresa de mi madre. No sé si podré perdonarla por eso —susurró con la amargura reflejada en el rostro.
—Tienes que hacerlo. La vida sigue. Ya no se puede cambiar el pasado.
—Cuando regresaste a Billings, tú sentías una gran amargura. Estabas dispuesta a vengarte, costara lo que costara.
—Así es. Sin embargo, creo que tu accidente de coche me ayudó a reordenar mis prioridades. Desde que Juan murió, había vivido sólo para vengarme. Quería que tu madre te confesara sus pecados... ¡Si hubiera sabido lo que ocurriría cuando lo hiciera!
—Te habrías ido. Yo jamás habría conocido a Franco. Jamás te hubiera vuelto a ver...
—Te ha ido muy bien en estos seis años sin mí.
—Eso no es cierto. Las relaciones que he tenido han sido físicas, no emocionales. Cuando tenía un orgasmo, era de ti de quien me acordaba. Y me sentía culpable. Como si estuviera cometiendo adulterio.
—Así era como yo me sentía con Juan.
Pedro la miró durante un largo instante.
—Aún te deseo.
—Sí, lo sé, pero no puedes. No en las condiciones en las que tienes la espalda.
—Tú me dejarías, ¿verdad? Si yo no pudiera hacer el amor, tú me lo harías a mí si yo te lo pidiera...
— ¿Acaso no te lo he demostrado ya?
—Sí... —susurró Pedro. La estrechó con fuerza contra su cuerpo de modo que la boca de Paula quedó justo encima de la suya—. Me has devuelto mi hombría. No estaba seguro de que aún funcionara...
—Yo sí —dijo ella sonriendo.
—Bésame...
Los labios de Paula rozaron los de él. Pedro le agarró la cabeza y la sujetó donde él quería para así poder besarla lenta y apasionadamente.
—Te deseo tanto —susurró, mordisqueándole el labio inferior—. Quiero verme rodeado por esa cálida y sedosa suavidad...
Paula gimió de placer en la boda de él. Aquellas palabras le habían caldeado la sangre. Se aferró a él, viviendo con aquel beso mientras el mundo daba vueltas a su alrededor.
—Quítate la ropa y túmbate conmigo —musitó Pedro.
—No puedo.
—Claro que puedes. Cierra con llave la puerta.
—No estás en forma.
—Claro que lo estoy —replicó él. La obligó a deslizarle la mano por el vientre y se lo demostró.
—Eso sí, pero no el resto de tu cuerpo. Podrías deshacer todos los buenos esfuerzos del doctor Danbury.
— ¿Qué es lo que me hizo?
—Te arregló las vértebras dañadas y te realizó una laminectomía para aliviar la presión de los nervios.
Mientras hablaba, Pedro le deslizó la boca por la garganta y, antes de que ella pudiera reaccionar, le quitó la camiseta para envolver entre sus labios el erecto pezón de Paula.
— ¡Pedro! —exclamó ella, experimentando enseguida la cruel puñalada del placer.
Con la mano que él tenía libre, le desabrochó el sujetador sin dejar de alimentarse de ella. Segundos más tarde, Paula sintió el aire sobre su piel cuando él se lo levantó y empezó a mordisquearle suavemente los pechos.
— ¿Le diste de ma*mar a mi hijo?
—Sí... —gimió ella.
— ¿Dejaste que él te viera? —le preguntó, sin dejar de chuparle los senos.
-Sí...
—Maldita seas...
No dejó de lamerla de un modo fiero y completo por lo que, cuando él se hartó, ella estaba temblando y sonrojada con la fuerza del placer que Pedro había despertado en su cuerpo.
—Vas a darme otro hijo —dijo bruscamente—, pero esta vez no vas a salir corriendo. Voy a ver cómo engordas con él dentro. Voy a estar presente cuando nazca. Éste va a ser mío desde el momento en el que lo concibas. Jamás te dejaré marchar.
—Pedro, no puedes...
—Claro que puedo —replicó él con una sonrisa—. Tal vez aún no, pero sí podré dentro de unas semanas, cuando las fracturas y las cicatrices hayan curado. Aunque no pueda ir de acá para allá, podré hacer el amor. Así que, si permaneces aquí, va a ocurrir.
Uyyy Pedro. Eata on fire jajajqjjqjq que buenq se puso la novela. !
ResponderEliminarWowwwwwwww, tenemos un Pedro endemoniado jajajaja. Buenísimos los 4 caps.
ResponderEliminarMuy buenos capítulos! ojalá Pedro le abra su corazón y no solo exprese la pasión que es obvia q siente!
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