—Cuando llegué a Chicago, una de las primeras cosas que hice fue desmayarme delante de las ruedas del coche de Juan —dijo—. El señor Gimenez y él se hicieron cargo de mí. Antes de que me diera cuenta, ya estaba casada.
—Dijiste que me habías escrito.
—Juan insistió en que lo hiciera. Sabía muy bien lo que yo sentía por tí. Quería que me asegurara que no había posibilidad alguna de que tú aún me desearas. Cuando no recibí respuesta a mi carta, dí por sentado que no querías nada conmigo.
—Yo jamás ví esa carta.
— ¿Y si la hubieras visto?
—No creo que eso tenga importancia ahora —replicó él.
Al ver que él no quería seguir hablando, Paula decidió cambiar de tema.
— ¿Quieres comer algo? Te podría traer una ensalada o un bocadillo.
— ¿Vas a hablarle al muchacho sobre mí?
Paula dudó. No sabía ni siquiera lo que ella misma sentía.
—No lo sé.
Pedro trató de moverse un poco contra los almohadones, pero sintió un fuerte dolor. Le habían quitado los puntos y estaba tomando analgésicos, pero el dolor le hacía sentirse muy incómodo. Lo peor era que aún no se podía poner de pie.
— ¿Por qué no puedo levantarme de esta cama? — preguntó, golpeándose un muslo de impotencia —. ¿Por qué tengo las piernas tan débiles?
—Has sufrido un accidente terrible. No puedes esperar superarlo de la noche a la mañana. Los músculos quedaron muy dañados.
—Igual que la columna vertebral. Por eso me operaron. Sin embargo, mi madre y tú hablaron con el médico antes que yo. No quiso decirme nada.
—Te dijo la verdad.
— ¿Volveré a andar?
— Sí —respondió Paula. No podría haberle mentido.
—Tú no lo sabes. Ni siquiera tienes la más mínima idea.
— ¡Eso no es cierto! ¿Vas a escucharme? No te habrían dejado que regresaras a casa si no estuvieras seguro de que no volverías a caminar.
—Eso es lo que me dices constantemente.
—Es la verdad.
— ¿Por qué estás tú aquí? ¿Porque sientes algo por mí o porque soy el padre de Franco?
—Por las dos cosas.
— ¿Te dijo mi madre que iba de camino a tu casa cuando esto me ocurrió? ¿Es ésa la razón de que te sientas culpable?
—No. Ella no me dijo adonde ibas, sino sólo que... que acababa de decirte lo que ocurrió hace seis años.
—Me volví loco —rugió él—. Me resultó difícil tragar la verdad. No quise escucharte cuando trataste de decirme que eras inocente. Eso fue lo que te dolió, ¿verdad? El hecho de que yo fuera tú pareja y, a pesar de todo, prefiriera creer las afirmaciones de otras personas.
—Así es —dijo Paula. Se sentó en una silla que había al lado de la cama—. Yo te amaba. Supongo que tenía la alocada noción de que tú sentías lo mismo por mí y que lo habías dicho en serio cuando me dijiste que nos casaríamos. Tendría que haberme imaginado que no sería así, pero yo tenía sólo veintiún años y era la primera vez que estaba enamorada. No veía las cosas con claridad.
—Yo tampoco. Creía que tenías veinticuatro. Me dije que tenías experiencia, aunque sabía la verdad de que era tu primera vez... No pude asimilar tu inocencia. Hasta que apareciste tú, no estaba seguro de que existiera entre las mujeres.
—Sabía que tú no querrías tener nada que ver conmigo si sabías lo verde que estaba. Por eso te mentí...
Pedro le miró el rostro, la boca y los dulces senos, que se destacaban bajo la ceñida camiseta que ella llevaba puesta.
—Era adicto a ti. Soñaba contigo, no dejaba de pensar en ti. Cuando estábamos separados, no pensaba en otra cosa. Y también estaba muy celoso. La acusación de Facundo sólo enfatizó los temores que yo sentí cuando descubrí tu edad. Creía que eras demasiado joven e inestable para una relación duradera. Ésa fue la principal razón por la que te dejé. Después, me arrepentí de ello. Me pregunté si mi propio temor al compromiso te habría empujado a los brazos de Facundo. No tenía ni idea de que mi madre lo había orquestado todo. Cuando empecé a sospechar la verdad, era demasiado tarde. No podía encontrar a Facundo.Ni a tí.
—Juan me envió a las Bahamas cuando nos casamos, a la casa que tenía allí. Me pasé allí todo el embarazo.
—Mi detective no estaba buscando a Pau Gonzalez... ¿Por qué elegiste el nombre de Pau?
—Bueno, Juan me empezó a llamar así cariñosamente y me quedé con ello. Después, se me olvidó cómo me llamaba.
—Mi madre dijo que lo pasaste muy mal con Franco.
—Sí. Tuvieron que hacerme una cesárea. Aún no sé lo que pasó. Dejaron que Juan entrara en el quirófano, algo que no se suele hacer, porque pensaron que iban a perderme.
Pedro frunció el ceño. Había algo más, algo que Paula no quería decirle.
— ¿Por qué?
— ¿Acaso importa?
—Ven aquí.
Paula dudó. Él tenía la mano extendida. Estaba esperando. Al fin, cedió y se sentó en la cama a su lado.
— ¿Por qué creyeron que podrían perderte?
—Yo no quería vivir —susurró—. Juan lo sabía. Él... él estuvo a mi lado, hablándome todo el tiempo. Me describió a Franco y me dijo lo perfecto que era y me pidió que siguiera con vida porque Franco me necesitaría. Por eso te hable a ti cuando estabas en la UCI. Me acordé de lo que Juan me decía a pesar de que yo estaba anestesiada y me di cuenta de que probablemente habrías podido escuchar lo que los médicos habían dicho sobre tu espalda. Tenía que darte razones para vivir, igual que Henry me las dio a mí.
— ¿Pensaste en mi cuando viste a Franco? —le preguntó él, tomándole la mano.
—Sí. Eso me dificultó las cosas. Juan me amaba desesperadamente. Sentía tal sensación de culpa que no podía corresponderle. La noche antes de que él muriera fue la primera vez en tres años de matrimonio que yo... que yo realmente lo deseé. Y me alegro. Me alegro de haberle dado ese recuerdo y la esperanza de que yo podría amarlo para que no se muriera sin nada.
Pedro contuvo el aliento ante la amargura que ella mostraba en sus atormentados ojos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario