viernes, 1 de mayo de 2015

Atrapada en este Amor: Capítulo 27

— ¿No? —Preguntó ella con un cinismo que no correspondía a su juventud—. Yo creía que, para un hombre, el sexo resultaba satisfactorio con cualquier pareja.
— ¿Acaso encontraste tú un placer así con otro hombre? —le espetó él.
Paula pensó en Juan y en lo mucho que él la había amado. Recordó la noche antes del accidente de avión, cuando notó los primeros despertares del amor por su marido.
—Estuve muy cerca...
Los celos se apoderaron de Pedro. No había esperado aquella respuesta por parte de Paula ni tampoco el brillo que se le había pintado en los ojos.
-¿Y él?
—Él me amaba —dijo llena de orgullo y respeto por la figura de Juan—. Yo era su mundo. Si él no hubiera muerto, yo aún seguiría a su lado y jamás habría vuelto a pensar en ti durante el resto de mi vida.
Pedro palideció. Apretó las manos y soltó una maldición.
—Adelante, pierde los estribos —le dijo ella muy tranquila—. Ya no te pertenezco. Ya no soy tu esclava. Por eso me has traído aquí, ¿verdad? Para ver si seguía amándote, para ver si aún era vulnerable hacia ti — añadió, colocándose las manos en las caderas. Por suerte, estaban prácticamente solos—. Me gusta besarte, Pedro. Tal vez incluso disfrutara pasando una tarde en la cama contigo, pero podría marcharme después sin mirar atrás —añadió con una sonrisa de pura malicia—. Pierde el control si quieres. Eso no cambiará nada. No conseguirás que vuelva a amarte.
— ¿Acaso me amaste alguna vez?
— ¿Y eso qué importa ya? Como lo que ocurrió en este campo de batalla, es historia. Los detalles han quedado ocultos en el pasado. Todo está muerto, Pedro. ¿A quién le importa analizar ahora lo que ocurrió?
Pedro no respondió. Encendió un cigarrillo, atónito por los intensos sentimientos que aún tenía hacia ella. Su propio comportamiento lo intranquilizaba.
—Vayámonos —dijo, dándose la vuelta.
Recorrieron el museo, donde estaba una copia de la última orden que Custer había enviado a Benteen. También había una réplica del traje blanco que Custer llevaba aquel cálido día de junio de 1876, cuando se marchó a Little Bighorn con su columna. También se presentaban coloristas objetos indios y el equipamiento que los nativos llevaron a la batalla.
—Cuando un Sioux iba a la batalla —le dijo a Pedro—, siempre se ponía sus mejores galas, o al menos las llevaba consigo para que, si moría, pudieran enterrarlo con ellas. Se decoraba el cuerpo y la cara con los símbolos sagrados y, en ocasiones, decoraba a su caballo del mismo modo. Mientras cargaba, entonaba su cántico de guerra. Era una ocasión muy importante cuando un guerrero entablaba batalla. No obstante, luchaban individualmente. No aceptaban órdenes de sus superiores, como en el ejército. Los Sioux y los Cheyennes pertenecían a una sociedad guerrera, en la que había jefes y subjefes. Durante la batalla, las sociedades atacaban juntas, pero se destacaba a guerreros individuales en los cánticos que se entonaban después en el campamento.
— Sabes mucho sobre la cultura india —observó Pedro—. A menudo se me olvida que creciste en una reserva. Supongo que los indios te enseñaron muchas de estas cosas.
—Sí, pero también he leído al respecto. La cultura Crow es fascinante. Su estructura social es idílica para la cooperación y la armonía mutuas.
—Las flechas siempre me han fascinado —comentó Pedro conduciéndola a otra vitrina del museo—. Cada tribu tenía su modo de fabricar las flechas, al igual que cada guerrero. Por la manufactura, se sabe perfectamente quién ha disparado la flecha. Un indio era capaz de disparar ocho flechas antes de que la primera tocara el suelo y sin errar en su blanco. Sin embargo, no eran muy buenos tiradores de rifle.
—Eso le pasaba a mi tío. Me preguntó por qué.
—Supongo que es porque el modo en el que se mira un rifle y un arco para disparar es muy diferente
Paula volvió a pensar en la batalla de Little Bighorn. Suspiró al pensar en lo que debían de haber sentido los soldados cuando se vieron rodeados de un número tan ingente de indios y supieron que iban a morir. Y después de eso, vio los indios corriendo para salvar la vida, eternamente amenazados por lo que le había ocurrido a Custer, tanto si su tribu había estaba relacionada con la batalla o no.
—Muchos de los soldados acababan de llegar del este y no habían visto en su vida a un indio —comentó Pedro—. Los indios iban pintados, como sus caballos, gritaban sin parar mientras disparaban rifles y arcos. Había polvo y gritos de los heridos por todas partes. Además, los indios eran todos guerreros muy experimentados en la batalla. Los reclutas no tuvieron posibilidad alguna.
—Sin embargo, Custer sí que tenía experiencia — afirmó Paula.
— Sí. También había algunos oficiales con experiencia, como Reno y Benteen. Custer era veterano de la Guerra Civil, en la que luchó contra antiguos compañeros de West Point como Robert E. Lee o J.E.B. Stuart. Fue un hombre muy afortunado en el campo de batalla, pero su suerte se terminó aquí. Había dejado la artillería porque no quería ir demasiado despacio y o no creyó a los exploradores indios o no valoró lo suficiente sus comentarios sobre la fuerza del campamento indio. Entonces, dividió las fuerzas entre el comandante Reno, el capitán Benteen y él mismo... Los historiadores no se ponen de acuerdo en lo que realmente ocurrió. Sólo lo saben Custer y sus hombres si hubiera podido evitarse una tragedia así. Algunos dicen que Reno y Benteen deberían haber acudido en su ayuda, pero que los aislaron y no pudieron hacerlo.
—Reno sufrió un juicio militar, ¿no?
—No. Él mismo acudió a declarar, cansado de que se dudara de él. Quedó libre de cargos. También Benteen fue exonerado de toda culpa en la muerte de Custer. Los rumores los persiguieron durante todas sus vidas
Paula guardó silencio a partir de entonces. El contenido de las vitrinas la entristecía profundamente, tanto por los soldados como por los indios. Siempre le había sorprendido que Pedro supiera tanto de la batalla. Tenían aquel interés en común, junto con muchos otros. Por fin, abandonaron el museo.
En el exterior, Paula se fijó en que había unos indios vendiendo sus mercancías.
— Son Cheyenne —dijo Pedro—. Resulta irónico, ¿verdad? El campo de batalla está en territorio Crow. En el pasado, los Crow y los Cheyennes eran enemigos a muerte, como los Crow y los Sioux.
—Quedan tan pocos miembros de todas las tribus que ya no tiene sentido pelear. Les cuesta mucho mantener los pocos derechos que aún tienen y deshacerse de los especuladores que les quieren comprar las tierras. Ni siquiera pueden venderlas sin consentimiento del gobierno.

3 comentarios:

  1. Muy buenos capítulos! Me encanta como paula no deja que él maneje la situación, y la forma en que le hace ver sus errores! ;)

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