sábado, 2 de mayo de 2015

Atrapada en este Amor: Capítulo 28

Hay grupos trabajando en su favor en Washington, pero es un asunto muy complicado...
Se detuvo en seco. De nuevo, había estado a punto de revelar un secreto y decirle a Pedro que ella financiaba uno de esos grupos.
Regresaron a Billings en silencio. —Aún no has comido —comentó Pedro cuando detuvo el coche delante de la casa de Paula.
—No tengo hambre.
—Podría ir a comprar algo de cenar —insistió, tras apagar el motor—. Podríamos hablar un poco más.
El corazón de Paula latía tan rápidamente... Recordaba tan bien la última vez que habían ido a visitar el campo de batalla y lo que había ocurrido después. Tenía que pensar en su nueva vida, en su hijo.
—Paula...
La voz de Pedro era de terciopelo. Prácticamente ronroneaba. La electricidad seguía presente entre ambos. El deseo no había desaparecido. Él era el único hombre al que había amado en toda su vida.
—Yo... Prepararé algo de comer —susurró. Sin embargo, el significado de lo que había dicho iba mucho más allá y él lo sabía.
Cuando los dos entraron en la casa y Pedro cerró la puerta, pareció de repente que no habían transcurrido tantos años. Paula estaba allí, no era un sueño. Las razones por las que no debía tocarla se desvanecieron como si se tratara de humo.
—Te deseo —susurró —. ¡Oh, Paula , te deseo tanto!
Paula empezó a temblar atenazada por su propia necesidad. Jamás había pensado en precauciones ni en consecuencias en lo que se refería a Pedro. No importaba nada más que él y el amor que sentía.
—Yo también te deseo —admitió ella.
—No hay mañana, Paula —dijo él—. No hay ayer. Sólo el día de hoy.
—Sí —dijo Paula suavemente. Entonces, Pedro la tomó entre sus brazos.
En silencio, Paula no hacía más que repetirse todas las razones por las que debía detener a Pedro. Sin embargo, la boca de él se apoderó de la suya y se encajó perfectamente contra ella. De repente, fue como si los años volvieran hacia atrás y ella volviera a ser la muchacha con su primer amor, su único amor, entre los brazos.
—No te resistas —susurró él, tomándola en brazos—. No te resistas. ¡Te deseo tanto!
Pedro la llevó sin esfuerzo al dormitorio y la tumbó sobre la cama. A continuación, se tumbó a su lado.
Era como la primera vez. Pedro se movía con lentitud, con cuidado, con ternura infinita. Ella se rindió por completo tras una pequeña protesta y observó cómo él la iba desnudando. La miró atentamente, descubriendo las sutiles diferencias que había entre el cuerpo de la muchacha que había poseído y el de la mujer que tenía ante sus ojos. Frunció ligeramente el ceño y le tocó el vientre, donde se apreciaba una ligera cicatriz. Paula había sufrido una cesárea para tener a Franco. Contuvo el aliento y se preguntó si Pedro reconocería a qué se debía aquella intervención.
— ¿Tuviste un accidente? —le preguntó suavemente
—No. Es una operación. Yo... tuve un problema femenino —mintió.
— ¿Te encuentras bien ahora? ¿Te has recuperado por completo?
-Sí.
Con la mano, Pedro le trazó el vientre hasta llegar a los hermosos y rosados pechos, coronados de malva. Notó que se había incrementado su tamaño.
—Siempre fuiste muy hermosa —dijo—, pero eres mucho más voluptuosa ahora que entonces.
Cuando él comenzó a acariciarla, Paula sintió despertar las sensaciones de entonces. Había transcurrido tanto tiempo...
Los minutos fueron pasando lentamente. Pedro le devoraba ansiosamente los pechos, el vientre e incluso el interior de los muslos, excitando plenamente a Paula. De repente, ella le agarró la camisa y se la quitó. Pedro sonrió y colaboró a la hora de desnudarse. Era mucho más corpulento de lo que lo había sido entonces, mucho más atlético.
Pedro sonrió cuando empezó a penetrarla.
—Es casi como si fuera la primera vez. ¿Es que tu último amante no estaba tan dotado como yo?
—No —respondió ella, sonrojándose ante la intimidad del comentario.
—Siempre encajé dentro de ti como si fueras un guante —susurró, mordisqueándole seductoramente el labio inferior—. Incluso la primera vez, cuando te hice daño. No dijiste ni una palabra. Jamás me dijiste que yo había sido el único hombre que habías conocido. A pesar de todo, yo lo supe de todos modos —añadió. Entonces, la animó a que separara las largas piernas un poco más—. Así, cielo. Trata de relajarte un poco. No quiero que te sientas incómoda.
—Ha... ha pasado mucho tiempo —susurró ella, mientras Pedro la poseía sin dejar de mirarla a los ojos.
—Ya lo veo. ¿Quieres que me detenga y te excite un poco más? ¿Te resultaría así más fácil?
—No. Ya estoy bien.
Levantó un poco más las caderas y realizó un gesto de dolor al sentir cómo él la llenaba tan plenamente. Sin embargo, no se apartó. Se arqueó y se empujó hacia él. Entonces, oyó el profundo gemido de placer que Pedro exhaló cuando ella lo acogió plenamente. Antes de que Franco naciera, jamás había podido hacer algo así.
—Jamás... —susurró él—. Jamás antes había sido así...
El inesperado movimiento de Paula lo sorprendió de tal manera que se vio presa de las convulsiones del placer. Se agarró con fuerza al cabecero de la cama y empujó con fuerza, ciego, sordo y mudo a todo lo que no fuera la agonía de su necesidad.
Paula permaneció tranquila, observándolo, gozando al ver su placer. Sin embargo, en el último momento, Pedro salió del interior del cuerpo de ella, librándola así de la posibilidad de un embarazo. Segundos más tarde, se desmoronó encima de Paula, completamente empapado de sudor.
—No has tenido tiempo. Lo siento —susurró.
Paula  no respondió. Siempre había sido así. La necesidad lo empujaba de tal modo que le hacía perder el control. Sin embargo, siempre la compensaba. Era un hombre muy generoso.
Efectivamente, segundos más tarde, Paula sintió los delicados labios de Pedro sobre los pechos. No dejaba de besarlos, torturándolos hasta que los pezones se irguieron por completo. Siguió besándola y mordisqueándole la piel hasta que el deseo de Paula volvió a despertarse. Al mismo tiempo, le colocó la mano en la entrepierna y encontró hábilmente el centro de su feminidad. Lo estimuló hasta que éste se convirtió en una llama tan cálida que hizo que Paula gritara de placer.
Estaba empezando a sentir los primeros temblores del orgasmo cuando sintió que él se colocaba encima de ella. Se agarró con fuerza a él y abrió los ojos justo en el mismo instante en el que Pedro la penetró con un firme y único pujo.
La sonrisa que tenía en los labios se convirtió en fuego cuando empezó a moverse dentro de ella. Paula se aferró a él y se dejó llenar, luchando desesperadamente para alcanzar el orgasmo. Éste llegó con la fuerza de una tormenta, levantándola y matándola con su cálido placer.
Se arqueó hacia Pedro y emitió un sonido que no había pronunciado desde la última vez que hicieron el amor. Entonces, gritó de puro éxtasis al notar que sus músculos se atenazaban de pura tensión y se soltaban de repente como si fueran una goma elástica.
Sin saber por qué, se echó a llorar. Aquellas lágrimas reconocían la brevedad del paraíso, la negra angustia de volver a perderlo, el dolor de todos los años que había pasado sin él.
Cuando Paula abrió los ojos, él estaba fumando un cigarrillo. Se cubrió con la sábana y se sentó en la cama. Se sentía barata y fácil. Se había entregado a él sin oposición alguna.
—No estás tomando la píldora, ¿verdad? —dijo él.
—No. No había tenido que hacerlo durante mucho tiempo.
—Ya lo he notado. Esta vez he evitado que te quedes embarazada, pero no te puedo prometer que me pueda volver a contener. Me aseguraré de llevar un preservativo de ahora en adelante.
— ¿Toman la píldora el resto de las mujeres con las que estás? —preguntó ella con frialdad.

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