viernes, 1 de mayo de 2015

Atrapada en este Amor: Capítulo 26

—Sigues fumando —dijo ella.
—Lo dejé durante un tiempo —contestó, sin especificar que sólo había empezado a hacerlo cuando Paula había vuelto a entrar en su vida.
— ¿Cómo te van los negocios?
—Bien.
—Supongo que resulta agradable no tener nubes en el horizonte.
—Yo no he dicho eso. Siempre hay problemas en una empresa. Últimamente nos pasamos el tiempo evitando absorciones.
— ¿El qué? —preguntó ella, fingiendo ignorancia.
—Las empresas rivales ven potencial en nosotros y tratan de absorbernos.
—No te pueden absorber así como así.
—No, pero compran acciones y entonces tratan de convencer a los accionistas mayoritarios para que los apoyen.
Frunció el ceño al pensar en los rumores que había escuchado sobre Gonzalez International. Juan Gonzalez había muerto, pero su hermano Joaquín seguía vivo y se decía que la viuda de Juan tenía un increíble genio para los negocios y unos nervios de acero. Resultaba extraño no haber visto una foto suya nunca. Se decía que no le gustaban las fotografías. Había hecho que uno de sus ejecutivos comprobara aquel rumor, pero Bill le había asegurado que no había nada de verdad al respecto. No obstante, no sabía qué pensar. Bill llevaba un tiempo oponiéndose sistemáticamente a todo lo que él decía.
—No has vuelto desde que te marchaste de aquí, ¿verdad? —le preguntó a Paula de repente.
—No. Me habría gustado hacerlo. Echaba de menos a mi tía. Las llamadas telefónicas y las cartas no son lo mismo.
—Jamás le dijiste por qué te habías marchado.
—No. No habría servido de nada más que para disgustarla.
—Eso no habría evitado a la mayoría de las mujeres llorar encima de ella.
—Yo no soy como la mayoría de las mujeres. No necesito castigar a otras personas por mis propios problemas.
— ¿Es eso una puya?
—Dímelo tú, Pedro. Jamás te sentiste feliz por el modo en el que estabas conmigo. No te gustaba que tuviera tanto poder sobre ti y no querías ningún compromiso. Creo que estabas buscando una excusa para mandarme a paseo. Facundo te lo puso en bandeja. Con un poco de ayuda.
— ¿De quién?
—No soy yo quien te debe responder a esa pregunta...
—A mi madre no le gusta tenerte en Billings —dijo él, después de una pausa.
—No me sorprende, pero no puede echarme. Esta vez no.
— ¿Qué quieres decir con eso de esta vez?
Paula sonrió, pero no se dignó a contestar.
— ¿Has estado en el campo de batalla desde que estuvo allí el equipo arqueológico?
— Sí. El fuego que arrasó la zona fue muy útil. Las excavaciones que se llevaron a cabo arrojaron una nueva luz sobre lo ocurrido en la batalla. Como ya sabes, Custer envió a un mensajero a Benteen para que llevara más munición en unas mulas. Eso fue lo último que se supo de él hasta dos días después de la batalla, cuando se encontraron los cadáveres.
—Y por eso, nadie sabe cómo dispuso Custer a sus hombres o cuál era su posición cuando montó el ataque contra las fuerzas combinadas de Sioux y Cheyenne — comentó Paula. Su tío le había contado muchas cosas sobre la batalla. Uno de sus antepasados había sido
explorador para el Séptimo de Caballería en el momento de la batalla de Little Big Horn.
—Así es. Los relatos de los exploradores Crow indican que Custer fue advertido de que había un gran agrupamiento de indios en el Little Big Horn, pero, aparentemente, no les hizo caso. Ni siquiera lo creyó cuando vio el campamento, dado que sólo vio mujeres y niños. Tal vez pensó que los guerreros estaban lejos, cazando, y que contaba con el elemento sorpresa.
—Pero, según parece, fueron los indios los que contaron con ello.
—Sí. Los exploradores Crow y Arikara dijeron más tarde que Custer se vio abrumado por el gran número de indios.
— ¿No empleaban muchos oficiales dos traductores para asegurarse de que, cuando hablaban con los indios, éstos no cometían ningún error a la hora de descifrar el lenguaje de signos de los indios? —preguntó ella.
—Así es, pero se sabe que Custer entendía bastante bien el lenguaje de los signos.
—Fascinante.
—A mí la historia me parece fascinante. Jamás me canso de ir al museo o de recorrer el campo de batalla.
Cuando por fin llegaron al desvío, tomaron un pequeño camino asfaltado que los conducía al lugar histórico. Aparcaron frente al museo y subieron caminando hasta el lugar. Un gran número de tumbas aparecían marcadas por cruces blancas en una gran zona delimitada por una verja de hierro forjado.
En lo alto de la colina estaba el monumento que enumeraba los nombres de los soldados que murieron en la batalla. En un tiempo pasado, todos los soldados del Séptimo de Caballería estaban enterrados en una fosa común, a excepción del cadáver del general Custer, que se llevó a West Point para enterrarlo allí. Al otro lado del museo, había tumbas de muchos otros hombres, como veteranos de Vietnam. El comandante Marcus Reno estaba enterrado allí.
— ¿Y el capitán Benteen? —preguntó Paula.
—Falleció y está enterrado en Atlanta —respondió Pedro mientras contemplaba en paisaje—. ¿Recuerdas lo que hicimos cuando regresamos a mi apartamento?
Por supuesto que Paula lo recordaba. Pedro los había desnudado a ambos y entonces la llevó al cuarto de baño. La metió en el jacuzzi antes de tumbarse a su lado. La colocó de manera que los chorros le provocaran un orgasmo arrollador y, mientras aún estaba temblando de puro placer, unió su cuerpo al de ella en uno de los actos sexuales más satisfactorios que habían compartido nunca. A continuación, Pedro la poseyó en el suelo del cuarto de baño, en la moqueta del dormitorio y en la cama. Paula había tardado días en recuperarse de la experiencia. Eso tan sólo había ocurrido unos pocos días antes de que Ana la acusara de robo.
—Fue la última vez que hicimos el amor —dijo Pedro, mientras contemplaba el campo de batalla y el cuerpo se le atenazaba con los recuerdos del placer—. Después de eso, no pude tenerte durante días por haber sido tan insaciable. Antes de que pudiéramos volver a estar juntos, surgió lo del tema del dinero... Te aseguro que me moriré sin volver a experimentar algo como lo de aquella tarde, Paula. No encontré lo que tuve contigo en el resto de las mujeres.

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