Era atractivo, peligrosamente atractivo. Una mujer tenía que estar loca para enredarse con él. Aun así, como una flor que se vuelve hacia el sol, ella se sentía atraída por él. Pensamientos muy gráficos de cómo sería sentir sus labios sobre su boca o sus manos acariciando su piel ardiente, la llenaron de agonizante anhelo. Pedro se movió de nuevo. Luego, inesperadamente, como si supiera que lo estaban mirando, abrió los ojos. Sus ojos azules se clavaron en sus aturdidos ojos negros. El momento, cargado de electricidad, les hizo olvidar fugazmente las circunstancias que los habían unido. El color invadió las mejillas de Paula ante el ardor de aquella mirada. Sus labios se entreabrieron como si le faltara el aire. Transcurrió un tenso instante, y luego otro. Y después, como si la realidad lo hubiera golpeado súbitamente, la expresión de Pedro se hizo dura.
—Lo siento —masculló ásperamente y tomó su camisa.
Un anhelo retorcía las entrañas de Paula. «¿Por mirarme con algo diferente al odio?», se preguntó silenciosamente. En alta voz, dijo:
—¿Por qué?
Él le lanzó otra mirada.
—Por no estar levantado y vestido.
Ella se esforzó en que su voz sonara tan desenfadada como la de él.
—No te preocupes. Dadas… las circunstancias, necesitabas dormir.
—No —dijo él enfáticamente—, dadas las circunstancias, no necesitaba dormir.
—Pedro… yo…
Los ojos de Pedro se posaron en sus labios.
—Ahórratelo, Paula.
Un ardiente rubor se apoderó de su rostro.
—Yo…
Él volvió a interrumpirla.
—Mientras yo voy a casa de mi madre a decirle lo de… Lucas, tú vístete. Enseguida vuelvo para llevarte al centro.
—Puedo conducir perfectamente.
Él soltó una maldición.
—No discutas conmigo… al menos, no esta mañana. Mira —añadió con extrema paciencia—. Sé que te duele todo el cuerpo, así que no te fuerces a tí misma y deja que te lleve yo. Tengo que ir allí de todas formas. He pensado en algo que podía ayudar a encontrar a Lucas.
Tras una breve pausa, ella dijo:
—De acuerdo, estaré preparada.
Él se la quedó mirando un segundo más de lo necesario, luego se dió la vuelta y salió por la puerta. Tras cerrar la puerta, Paula se apoyó contra ella, sintiendo el picor de las lágrimas. Lucas. Todos sus pensamientos deberían estar en él en lugar de en Pedro y en cómo la hacía sentirse. Esperaba que Dios la perdonara, porque ella no podía perdonarse a sí misma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario