lunes, 8 de abril de 2019

Cenicienta: Capítulo 70

Solo había una adquisición a la que se oponía rotundamente. Pedro le había hecho múltiples ofertas de compra para fusionar la empresa con Alfonso– Hainsbury Worldwide, pero ella siempre se negaba rotundamente.

–Lo siento, mi empresa no está en venta –le decía en un tono ligero–. No estoy interesada en formar parte de un conglomerado sin alma ni identidad propia.

–¡Oye!

Ella sonreía.

–Lo siento, pero mi empresa es pequeña y me gusta que sea así.

Él ladeaba la cabeza y la miraba con gesto pensativo.

–Podríamos doblar tus expectativas de crecimiento, sobre todo en Europa. Y también podría haber otros beneficios –murmuraba él entonces–. Piénsalo.

–No está en venta –le decía ella con contundencia.

Él arqueaba una ceja.

–¿No? ¿Estás segura? –le decía y la tiraba sobre la cama.

Paula suspiraba con solo recordarlo. Sin duda jamás le vendería la empresa, pero era divertido verle intentarlo.

La fiesta de aniversario en Sonoma había sido cosa de Pedro. Lo había planeado todo de principio a fin. La cosecha de vinos era excelente ese año y todos los amigos y familiares sonrieron radiantes al levantar sus copas para brindar por el aniversario de la joven pareja. Romina Bianchi no estaba invitada, como no podía ser de otra manera. Paula ni siquiera se había molestado en incluirla en la lista de invitados. Ya sabía que no podía caerle bien a todo el mundo, y tampoco necesitaba impresionar a nadie. Las únicas personas que realmente le importaban estaban allí mismo; sus amigos Nadia y David, que estaban comprometidos, y su familia. Su primo había viajado desde Francia, junto con Sofía y el bebé. Pedro y Tomás nunca serían amigos, pero por lo menos habían llegado a una especie de tregua. Habían trasladado la rivalidad al ámbito del baloncesto y los deportes de riesgo como el paracaidismo «Genial…», pensaba Paula. Eso era justo lo que necesitaba; un marido y un primo que se peleaban por saltar de un avión en el aire. Incluso su padre estaba mejor, después de retirarse y dejarle la dirección de Hainsbury a Pedro. La empresa estaba preparando su fusión con Alfonso Worldwide, y toda la empresa quedaría en un fideicomiso para los nietos de Miguel.

El anciano se había mudado a San Francisco para estar más cerca de ellos y, casi por arte de magia, parecía más fuerte cada día, sobre todo cuando jugaba con su nieto. La familia y los amigos eran todo lo que importaba. La fama y la riqueza eran secundarias. Los únicos diamantes que importaban eran las sonrisas de la gente a la que quería. Cuando el baile terminó y los amigos aplaudieron, su padre llevó al niño a la pista de baile.

–Creo que quiere bailar –dijo Miguel en un tono refunfuñón.

Una nueva canción empezó a sonar. Pedro tomó a Baltazar en brazos. Le acarició las mejillas sonrosadas y la cabeza.

–Yo puedo enseñarte –le dijo, mirándole con ternura.

El corazón de Paula se hinchió de felicidad al ver a su marido con el bebé en brazos. Él la rodeó con el otro brazo. Sonriendo, ella inclinó la cabeza contra su hombro y juntos se mecieron al ritmo de la música. Mientras escuchaba las risitas del bebé y las carcajadas entusiastas de Pedro, supo que su vida siempre sería así, feliz. Los días brillarían como un diamante que se refracta en una miríada de colores, un caleidoscopio de gemas rutilantes, metal envejecido, piedras en bruto, platino…Y si se fundía todo… salía una familia.



FIN

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