—Pero nosotros no vamos a compartir nada. Cuando terminemos la comida cada uno proseguirá su camino. Dime una cosa. Cuando preguntabas por un guía, ¿les decías a todos tu nombre completo y tus razones para subir?
Paula se reclinó en el respaldo de la silla como queriendo distanciarse físicamente de él, algo muy limitado en una mesa para dos.
—Sí. ¿Por qué no?
—Nada —mintió él. Después de todo, no volvería a verla después de la comida.
Paula levantó la copa y Pedro observó cómo se la llevaba a los labios, como si necesitara el alcohol para encontrar el coraje.
Pedro la imitó, un sorbo, y esperó. No le faltaba coraje pero algo le decía que si no se mantenía alerta, Paula trataría de comprometerlo.
No había dejado de sentir extraños movimientos en el estómago desde su llegada. La atracción sexual podía nublar la razón de cualquier hombre. Ahí estaba el ejemplo de Adán. Ni siquiera él fue inmune al atractivo de una mujer hermosa. Claro que él sólo tenía una donde elegir. Se preguntó por qué, entre todas las mujeres que había conocido él, tenía que ser precisamente Paula la que provocara en él unos sentimientos que, hasta el momento, habían permanecido dormidos desde que entregara su amor eterno a las montañas.
Él no era el tipo de hombre que andaba coqueteando con el peligro mientras tenía una familia esperando en casa. No, no había heredado nada de su padre, excepto el gusto por el peligro. No podía comprender por qué, como policía, su padre había cedido al tráfico de drogas. No podía ser por el dinero. Nunca vieron un solo dólar. Habían sido una familia numerosa y tras la muerte de su madre, la abuela Norma se había ocupado de ellos.
Cuando su padre despeñó su coche por un acantilado, fue la gota que colmó el vaso, y la verdad, o lo que se suponía que era la verdad, salió a la luz. Había llegado a creer que su necesidad de escalar había surgido del deseo de estar por encima de todo aquello, tan alto que la suciedad de la corrupción no pudiera salpicarle.
Su hermana y el marido de ésta, Ramiro Morales, estaban decididos a averiguar quién y por qué había causado todo. Fue justo cuando se enteró de lo que estaban haciendo cuando decidió trabajar en su proyecto del albergue. No había admitido, ni siquiera para sí mismo, que tal vez aquello fuera el catalizador para hacerle pensar que ya era hora de asentarse, de buscar una mujer y casarse, tal vez.
Sí. Aquello explicaba el repentino acceso de testosterona en el cerebro. Había dado permiso a sus instintos para encontrar una mujer atractiva. ¿Pero por qué Paula? Ella era la última persona con la que podría tener una relación.
—Yo podría solucionar tus problemas financieros.
—Eh, eh, eh. Para el carro. No lo he dicho por eso. Si hubiera querido pedir dinero prestado, se lo habría dicho a Fernando. Lo conocía más que a tí —se defendió Pedro. Aquella mujer pensaba más rápido de lo que un gato negro desaparece en medio de la noche.
Era difícil seguirla y sabía exactamente qué botones pulsar en cada momento. Tendría que aprender a mantener la boca cerrada para no darle más ideas. Apuró la copa.
Paula hizo una señal al sumiller para que rellenara la copa, sonriendo para sí. Había aprendido a negociar desde bien pequeña gracias a su padre y sabía que si no quería estropear el negocio no tenía que dejar que el otro viera que le estaba ganando.
—No hablo de un préstamo. Tú tienes algo que yo quiero y yo tengo algo que tú necesitas. Es un intercambio justo, no un robo. Hablemos de negocios.
Paula veía en ese momento posibilidades que no había imaginado cuando se sentó en la terraza. En ese momento, un plan que no había considerado antes estaba tomando forma.
—Creo que lo mínimo que puedes hacer es darme una oportunidad — continuó—. Lo merezco. Creo que puedo hacerlo aunque tú no lo creas. Llévame ahí arriba y déjame demostrártelo.
Vió que a Pedro le temblaban los labios y finalmente dibujaban una sonrisa de medio lado. El movimiento acentuaba el hoyuelo de la barbilla, distrayéndola momentáneamente, pero sólo momentáneamente.
—¿Realmente crees que puedes subir a la montaña más alta sin previo entrenamiento? —preguntó él al tiempo que arqueaba una ceja.
Paula no estaba acostumbrada a que le llevaran la contraria, aunque lo hiciera un hombre mucho más alto y grande que ella, pero sabía que tenía posibilidades. Y no sería necesario emplear la seducción y los trucos femeninos. Aquello eran negocios. Era su territorio.
—No lo sabremos hasta que me des la oportunidad de probar. Míralo de esta forma: tú estás aquí, disponible, y necesitas el dinero. Yo tengo dinero, quiero encontrar el cuerpo de mi hermana y tú tendrás la oportunidad de asegurarte de que estoy bien antes de llevarme a la cima.
—¿Por qué no me pagas directamente para que vaya a recuperar los cuerpos yo solo y los baje hasta aquí?
—No… De eso nada. No se hará así. Tengo que estar allí —no podía dejar que otra persona encontrara la llave antes que ella.
Los ojos de Pedro relucían como si se hubieran percatado de que no le estaba diciendo toda la verdad. Y no se equivocaba.
—¿Y por qué es tan importante que tú estés allí?
Paula lo observó mientras su cerebro trabajaba a destajo.
—Si crees que ahora es cuando voy a confesarte todos mis pequeños secretos sobre la relación con mi hermana Delfina, será mejor que lo olvides. No recuerdo lo que te dije anoche, pero lo que fuera lo hice por el efecto del whisky en el estómago vacío. Hoy, sin embargo, he desayunado bien y sólo he bebido un poco de vino.
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