viernes, 1 de enero de 2016

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 33

Cada vez que ocurría, Paula se veía obligada a enfrentarse al hecho de que su hijo todavía tenía graves problemas. Aunque sabía que no era culpa de Nico, aunque sabía que era ella quien se equivocaba, si la pataleta le agotaba la paciencia, terminaba gritándole como una histérica, igual que él a ella.

«¿Tan difícil es encadenar tres o cuatro palabras? ¿Por qué no puedes hacerlo? ¿Por qué no puedes ser como los demás niños? ¿Por qué no puedes ser normal? ¡Por el amor de Dios!»

Luego, cuando las cosas se tranquilizaban, se sentía fatal. ¿Cómo era posible que, queriéndolo tanto, fuera capaz de decirle aquellas barbaridades? ¿Cómo era posible que llegaran a ocurrírsele siquiera? Tras aquellas broncas, Paula, incapaz de dormir, se echaba en la cama y se quedaba mirando el techo mientras se consideraba a sí misma la peor madre del mundo.

Más que ninguna otra cosa, lo que no deseaba era montar una escena en aquel momento y en aquel lugar.

Hizo un esfuerzo para serenarse y se prometió que no alzaría la voz: «De acuerdo... Ve despacio... Él hace lo que puede.»

—No, no está —dijo, repitiendo las últimas palabras de Nico.

—«I.»

Lo agarró por el brazo en previsión de lo que pudiera ocurrir y para atraer toda su atención.

— Nico. ¿Él no qué?

—Nooo... —La palabra salió como un quejido; de la garganta le brotó un gorgoteo, e intentó desasirse.

«Está a punto de estallar», se dijo Paula antes de intentarlo de nuevo con algo que creía que él entendería.

—¿Quieres que nos vayamos a casa?

—No.

—¿Estás cansado?

—No.

—¿Tienes hambre?

—No.

—Nico...

—¡No! —exclamó él, interrumpiéndola y negando violentamente con la cabeza. Estaba enfadado y el color le subía a las mejillas.

—Nico. ¿Él no qué? —preguntó de nuevo haciendo gala de paciencia.

—«E no...»

—¿Él no qué? —repitió Paula.

—«E no... Nico» —dijo al fin.

Paula estaba completamente confundida.

—¿Tú no eres Nicolás?

—«I.»

—Tú no eres Nicolás —aseveró esta vez.

Había aprendido que las repeticiones eran importantes, y repetía las cosas para comprobar que los dos estuvieran en la misma onda.

—«I.»

«¿Cómo?», pensó mientras intentaba hallar un sentido a todo aquello.

—¿Cuál es tu nombre? —le preguntó—. ¿Es Nicolás?

El negó con la cabeza.

—«No, no Nico. E capo.»

Paula lo repasó en su cabeza una y otra vez hasta que estuvo segura de que lo había entendido.

—¿«Campeón»? —preguntó.

Nico  asintió y sonrió abiertamente. Su enfado se había evaporado tan deprisa como había aparecido.

—«E capo» —repitió.

Paula se quedó mirándolo sin saber qué responderle.

«"Campeón." Dios mío —se dijo—, ¿cuánto va a durar esto?»

En aquel instante, Pedro se les acercó con la bolsa de deporte al hombro.

—Hola, Paula. ¿Cómo estás? —la saludó mientras se quitaba el sombrero y se secaba el sudor de la frente con el dorso de la mano.

Paula  se volvió hacia él, todavía desconcertada.

—No estoy muy segura de cómo estoy.

Los tres se pusieron a caminar juntos por el parque, y Paula  le contó la conversación que acababa de mantener con Nico. Cuando ella hubo acabado, Pedro le dió unas palmadas en el hombro al chico.

—Con que campeón, ¿eh?

—«í. Capo» —contestó Nico, muy orgulloso.

—No se te ocurra animarlo —intervino Paula, negando vehementemente con la cabeza.

A Paula todo aquello le parecía francamente divertido y no se tomó la molestia de disimularlo. Por su parte, Nico lo contemplaba como si fuera una de las siete maravillas del mundo.

—Pero si la verdad es que es un todo un campeón —terció en su defensa—. ¿A que sí?

El niño asintió, complacido por tener a alguien de su lado. Pedro rebuscó en el fondo de su bolsa de deportes, sacó una vieja pelota de béisbol y se la entregó.

—¿Te gusta el béisbol? —preguntó.

—«E una Iota» —respondió.

—Es algo más —repuso Pedro, muy serio—. Es una pelota de béisbol.

Nico pareció meditarlo.

—«í. E una Iota éisol.»

La aferró y la estudió detenidamente, como si fuera a desentrañar algún secreto que sólo él era capaz de entender. Luego, vio un tobogán para niños que estaba un poco más allá y, de repente, éste adquirió prioridad sobre lo demás.

—«E quere corer alí» —dijo ansiosamente mientras señalaba la dirección.

—Di: «Quiero correr» —le pidió su madre.

—«Quero corer» —murmuró.

—Muy bien, adelante. Pero no te alejes demasiado.

Nico salió disparado hacia la zona de juegos, convertido en una explosión de incontrolable energía. Afortunadamente, el lugar se encontraba cerca de los bancos donde habían decidido sentarse. Dado que todos los que habían ido al partido lo habían hecho acompañados de sus hijos, Ana había escogido el sitio exactamente por aquella razón. Paula y Pedro contemplaron cómo Nico corría.

—Es un encanto de chaval —comentó Pedro con una sonrisa.

—Gracias. Sí, es un buen chico.

—Lo de «campeón» no será un problema, ¿verdad?

—Espero que no... Tuvo una época, hace unos meses, durante la que se empeñó en que era Godzilla y sólo respondía a ese nombre.

—¿Godzilla? ¿En serio?

—Sí. Parece divertido cuando lo recuerdo, pero en aquel momento... ¡Qué horror! Una vez estábamos en una tienda y se me escapó entre los expositores. Tuve que recorrer el sitio de arriba abajo llamándolo «Godzilla» en voz alta. No te imaginas cómo nos miraban. Cuando Nico apareció, había una señora que me contemplaba como si fuera extraterrestre. Estaba claro que se preguntaba qué clase de madre puede ponerle a un hijo el nombre de «Godzilla».

Pedro se puso a reír.

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