—¿Es segura la atracción? —preguntó Paula.
—Pasó la inspección ayer —respondió el fulano, mecánicamente.
Sin duda era la respuesta que daba a todos los padres, pero no sirvió para que ella se sintiera más tranquila. Algunas partes del columpio mecánico parecían haber sido ensambladas con grapas.
Inquieta, Paula acompañó a Nico hasta su lugar, lo ayudó a sentarse y le ajustó la barra de seguridad mientras Pedro esperaba al otro lado de la puerta de acceso.
—«E u lumpio» —repitió Nico cuanto estuvo listo.
—Sí, lo es —contestó su madre, poniéndole las manos sobre la barra—. Ahora sujétate fuerte y no te sueltes.
Nico respondió con una carcajada de placer.
—En serio. Agarrate muy fuerte —insistió ella, muy seria.
Nico apretó la barra con las manos.
Paula salió de la atracción y se reunió con Pedro mientras rogaba para que Nico le hiciera caso. El aparato se puso en marcha enseguida y fue tomando velocidad. A la segunda vuelta, los columpios tomaron impulso y empezaron a oscilar, llevados por la inercia.
Paula no le quitaba los ojos de encima a Nico. Era imposible no oír que se reía como un loco entre balanceo y balanceo. Cuando volvió a pasar, ella se dió cuenta de que sujetaba firmemente el arco de seguridad y dejó escapar un suspiro de alivio.
—Pareces sorprendida —dijo Paula, inclinándose para hacerse oír por encima del estruendo.
—Es que lo estoy —contestó—. Es la primera vez que Nico sube en una atracción.
—¿No lo has llevado nunca a una feria?
—No. Nunca había pensado que estuviera preparado.
—¿Porque le cuesta hablar?
—En parte —repuso mirándolo—. Hay muchas cosas de Nico que ni yo misma entiendo.
Paula dudó cuando vió la expresión de la mirada de él. Entonces, de repente, deseó más que ninguna otra cosa que Pedro entendiera a Nico; deseó que comprendiera cómo habían sido aquellos cuatro años y medio de su vida, y, sobre todo, deseó que la comprendiera a ella.
—Me refiero a que... —empezó a decir en voz baja—. Imagínate un mundo donde nada puede ser explicado y donde todo se ha de aprender por experiencia directa. Así es el mundo de Nico en estos momentos. La gente suele pensar en el lenguaje como una simple herramienta para conversar, pero para los niños es mucho más que eso. Ellos aprenden el mundo mediante las palabras, aprenden que los fogones de la cocina están calientes y queman sin necesidad de tocarlos; aprenden, sin que un coche tenga que atropellados, que cruzar la calle es peligroso. Dime, ¿cómo se le enseña todo eso a un niño que no tiene la facultad para entender lo que se le dice? Si Nico no puede captar el concepto de peligro, ¿cómo voy a mantenerlo a salvo? Escucha, la noche en que se perdió en las marismas, el día del accidente, tú mismo dijiste que cuando lo encontraste no parecía estar asustado.
Paula miró a Pedro con semblante profundamente serio y prosiguió.
—Tiene sentido, ¿sabes?, al menos para mí. Yo nunca me he metido con él en un pantano, nunca le he enseñado lo que es una serpiente o lo que le puede ocurrir si se encuentra atrapado y no puede salir. Es por eso, porque nunca lo ha conocido, que no sabe de qué ha de tener miedo. Ya sé que si llevo el argumento un poco más lejos y tengo en cuenta todos los peligros posibles, y el hecho de que debo enseñárselos literalmente en lugar de simplemente explicárselos, tendré que aceptar que es un trabajo imposible. A veces siento que nado a contracorriente. No podría contarte la cantidad de ocasiones que Nico ha bordeado el peligro: que si trepa muy alto y quiere saltar; que si pasea con la bicicleta demasiado cerca de la carretera; que si se extravía, que si un perro... Todos los días pasa algo nuevo.
Paula cerró los ojos un instante, como si reviviera aquellas experiencias una a una.
—Pero, lo creas o no, eso es apenas una parte de mis preocupaciones —prosiguió—. La mayor parte del tiempo sólo me angustio por cosas normales: por si podrá hablar con fluidez algún día, si podrá ir a un colegio como los demás, si hará amigos, si la gente lo aceptará o si deberé trabajar con él el resto de mis días... Ésos son los asuntos que me quitan el sueño por la noche.
Hizo una pausa. Luego, las palabras le brotaron más lentamente, y en cada sílaba había un resto de amargura.
—Pero no me gustaría que pensaras que me arrepiento de haber tenido a Nico, porque no es así. Lo quiero con todo mi corazón y siempre lo querré. Es que...
Paula contempló la atracción con la mirada vidriosa.
—Es sólo que no esperaba que educar a mi hijo se convirtiera en lo que se ha convertido.
—Lo siento... No me había dado cuenta —murmuró Pedro.
Ella no respondió. Parecía perdida en sus reflexiones. Finalmente, suspiró y lo miró a los ojos.
—Lo lamento. No debería haberte dicho todo esto.
—No. Me alegro de que lo hayas hecho.
Como si intuyera que había ido un poco demasiado lejos, le ofreció una arrepentida sonrisa.
—Seguramente, te habrá parecido un discurso muy poco optimista, ¿verdad?
—No tanto —mintió él.
A la luz del crepúsculo, Paula tenía un aspecto radiante. Ella extendió la mano y le tocó el brazo. Su tacto era cálido y suave.
—Se nota que no se te da bien mentir. ¿Sabes?, será mejor que sigas diciendo la verdad. Sé que te he pintado un cuadro muy poco alegre, pero ése es el lado oscuro de mi vida. No te he hablado del bueno.
Pedro alzó las cejas en un gesto de sorpresa.
—Pero ¿cómo? ¿Hay un lado bueno? —preguntó, provocándole una avergonzada sonrisa.
—La próxima vez que se me ocurra abrirte mi corazón, recuérdame que debo parar, ¿vale?
A pesar de que Paula había hecho el comentario a la ligera, en su voz había un punto de ansiedad. Pedro tuvo la sospecha de que él era la primera persona con la que ella se había confesado y supo que no era el momento de hacer bromas.
La atracción se detuvo bruscamente, y el columpio dio unas cuantas vueltas antes de detenerse. Nico gritaba de gusto en su asiento y tenía una expresión de deleite mientras seguía balanceando las piernas.
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